Pete y Pam Hollister corrieron sobre sus patines, por la acera, con toda la rapidez imaginable. Querían alcanzar al cartero.
—¡Señor Barnes! —llamó Pam, con los ojos castaños chispeantes—. ¿Tiene usted carta para nosotros del tío Russ?
Mientras el cartero, de cabello canoso, se detenía sonriente, Pete y Pam rodaron sobre sus patines para ir a parar ante su encantadora casita.
—Sí. Creo que hay una carta para los Felices Hollister —dijo el señor Barnes, buscando en su cartera—. Está sellada en la Playa de la Gaviota.
—¡Ésa es la carta! —exclamó Pete, entusiasmado, pasándose una mano por el castaño cabello cortado a cepillo.
Después de que el hombre hubo entregado la carta a Pam, los dos hermanos se quitaron los patines y se sentaron en el césped.
Pam abrió la carta y la ojeó con gran nerviosismo.
—¡Tío Russ dice que hay un barco pirata en la Playa de la Gaviota! —exclamó la niña.
Pete gritó al momento:
—¿Un barco pirata? ¡Déjame que lea yo también! ¡Déjame!
Pete, el mayor de los cinco hermanos Hollister, tenía doce años. Era un muchachito amable, de francos ojos azules, amplia sonrisa y hombros anchos. Su hermana Pam, con dos años menos, tenía también castaño el cabello que llevaba en una melena ondulada. Todos los amigos de Shoreham la apreciaban por ser una niña generosa y simpática.
—¡Caramba! —exclamó Pete, mientras leía la carta de tío Russ—. ¡Cómo me gustaría ver ese barco pirata!
El tío favorito de los cinco niños era tío Russ, muy parecido al atractivo y alto padre de los Hollister. Tío Russ era dibujante de historietas, había ido a la Playa de la Gaviota a tomar apuntes para sus cuentos, y los Hollister habían estado esperando con impaciencia esta carta, que tío Russ les había prometido escribir.
—Léela en voz alta —apremió Pam.
—Está bien. Tío Russ dice:
«La semana pasada vino aquí un grupo de gentes que buscaban un barco pirata llamado “Misterio”. Naufragó hace cien años y tienen la certeza de que debe encontrarse enterrado en alguna parte de esta zona. ¿No os gustaría venir a visitarme y pasar unas cortas vacaciones con nosotros para buscar, también, el barco del tesoro? Pedid a papá y mamá que os traigan.
»Os quiere, vuestro tío.
»Russ
»P. D.: Decid a vuestra madre que le envío un paquete con una sorpresa».
—¿Verdad que sería estupendo si pudiéramos ir a buscar el tesoro pirata? —comentó Pete al tiempo que los dos hermanos se ponían en pie—. ¿Te has fijado en este sello tan bonito?
Junto a la estampilla de correos había un gran sello cuadrado, azul, con el dibujo de un chico con una cometa. Debajo se leían las palabras:
CAMPEONATO DE VUELO DE COMETAS
PLAYA DE LAS GAVIOTAS
17 de agosto
—¡Qué bonito! Si viéramos a tío Russ, a lo mejor podríamos participar en ese campeonato —dijo Pete, ya esperanzado.
—¿Y crees que las chicas también podrán concursar? —preguntó Pam con gran interés.
—Lo mejor será escribir, así lo sabremos.
Estaba Pam guardándose la carta en el bolsillo cuando Ricky, un pecosillo de siete años, apareció por el camino, empujando una carretilla y gritando al estilo de los indios. Sentadas en la carretilla iban las dos pequeñas de la familia, Holly de seis años y Sue de cuatro.
Cuando Ricky vio a Pete y Pam, se desvió bruscamente hacia ellos. La carretilla se ladeó y las dos chiquitinas rodaron por el césped. Cuando se pusieron en pie, riendo, Sue dijo:
—Ricky, me has hecho perder el «montesaltas».
El pecosillo quedó mirando a su hermana con los ojos muy abiertos, hasta que al fin comprendió.
—No te preocupes. Yo cazaré otro saltamontes para ti —prometió.
Ricky era el único de la familia con el cabello rojizo. Por lo general iba despeinado y con todos los cabellos erizados, pero quedaba así más graciosa su cara cubierta de pecas, con nariz respingona y ojos azules en los que siempre aparecía un brillo picaruelo.
Holly se parecía mucho a Ricky, con la diferencia de que ella tenía los ojos y el cabello rubio. Se peinaba con dos trenzas que le caían por la espalda.
Antes de que Ricky hubiera podido cazar otro saltamontes, Pam anunció:
—Tenemos carta de tío Russ. Quiere que vayamos a buscar un tesoro pirata.
—¡Canastos! —exclamó Ricky, dando una zapateta.
Pam leyó la carta en voz alta.
—¡Eso es estupendo! —gritó nuevamente Ricky, entusiasmado.
Holly empezó a dar alegres saltitos, mientras declaraba:
—Siempre he querido ser una señorita pirata.
—Vamos a enseñarle a mamá la carta —propuso Pam.
Los cinco corrieron atropelladamente a su acogedora casa, situada a orillas del Lago de los Pinos. La madre de los Hollister, una señora guapa, joven y morena, estaba en la salita regando unas macetas de hiedra. Pam se acercó a ella diciendo: «¡Sorpresa!» y le dio a leer la carta.
—¡Vaya! Muy simpática idea —comentó la señora Hollister sonriendo.
—¿Podemos ir a buscar el barco pirata? —preguntó al momento Holly.
—Sería un bonito viaje —admitió la madre—. Tendremos que consultar con papá.
El señor Hollister era el propietario del Centro Comercial, uno de los establecimientos más populares de Shoreham, en donde se vendían artículos de ferretería y deportes, además de tener un ángulo del local lleno de juguetes de todas clases.
—Hoy papá viene a comer a casa. Podremos hablarle de ese viaje. —Con expresión de extrañeza, la señora Hollister añadió—: Me pregunto qué será lo que tío Russ me envía. Me muero de impaciencia por verlo.
—Puede que haya pintado algunas caracolas marinas para adornar la casa —opinó Pam—. ¡Tío Russ es un pintor tan estupendo!
Mirando muy seriecita a su madre, Sue anunció:
—Lo que yo «quero» que nos mande es a los primos Jean y Teddy, mamá.
—¡Ya me imagino a los dos llegando por correo —rió Pete—, cubiertos de sellos y estampillas!
Jean y Teddy eran los hijos de tío Russ y tía Marge. Vivían en Crestwood, la ciudad donde habían habitado tiempo atrás los cinco hermanos Hollister.
—A mí también me gustaría ver a vuestros primos —dijo sonriente la señora Hollister, y al acercarse a la ventana, añadió—: Ahí viene papá. Le preguntaremos si quiere convertirse en buscador de tesoros.
Aún no había tenido tiempo el padre de bajar de la furgoneta, cuando todos sus hijos llegaron corriendo. El padre salió y, tomando a Sue, la levantó por los aires. Los demás empegaron a hablar todos a un tiempo.
—¿Podemos ir a buscar un barco pirata?
—Tío Russ nos invita a ir.
—A mamá le parece una buena idea.
—¿Cuándo nos marchamos, papá?
El señor Hollister dejó a Sue en el suelo y, mientras le acariciaba la cabecita, suplicó:
—Un momento de calma. ¿Qué es todo esto? Haced las preguntas de una en una.
Pam le habló apresuradamente de la carta que habían recibido y le preguntó si podrían ir todos a buscar aquel barco pirata a la Playa de la Gaviota.
—Depende —empezó a decir.
—¿De los piratas? —bromeó Ricky.
—No, de los negocios.
El padre explicó que había mucha actividad en aquellos días en el Centro Comercial y que le era imposible dejar la tienda.
—Pero podemos ir más adelante —añadió, al ver las expresiones de desencanto de sus cinco hijos.
—¿Antes del diecisiete? —preguntó inmediatamente Pete, pensando en la competición de cometas.
—Puede ser, pero no os lo puedo asegurar.
Pete y sus hermanos se mostraron tranquilizados y Pam propuso:
—Mientras esperamos a ir a la Playa de la Gaviota, podemos jugar a piratas.
—Estupendo —asintió Pete—. Prepararemos todo el patio trasero.
—Y venderemos entradas para la función —gritó Ricky—. ¡Canastos! ¡Hay que empezar esta tarde!
Durante la comida no cesaron de hablar del juego de los piratas. Cuando concluyeron, marcharon todos corriendo al patio posterior, que se extendía desde la casa hasta la orilla del lago.
A medio camino había, clavada en el suelo, una gran asta de bandera. Pete se acercó a inspeccionarla y al fin resolvió:
—Éste será el mástil del barco pirata. Clavaremos unos listones y un peñol en lo alto.
Ricky quedó mirando y propuso:
—Debemos señalar la cubierta con maderas. Hay muchas junto al garaje.
—¿Qué vamos a hacer Holly y yo? —quiso saber Pam.
—Vamos a necesitar varios actores —dijo gravemente Pete—. ¿Por qué no hacemos una función seria y traemos a algunos amigos para que actúen también?
Pam estuvo de acuerdo con la proposición y salió con Holly a buscar a varios amiguitos. Mientras ellas estaban ausentes, Sue quedó observando cómo sus hermanos preparaban el escenario.
Pete clavó varios listones en el asta de bandera y aseguró un peñol en la parte alta. Ricky fue colocando tablones en el suelo, siguiendo la forma de la cubierta de un barco; luego colocó unos troncos sobre algunos cajones, para que pareciesen poderosos cañones.
—¡Ya estamos preparados para el ataque! —anunció al terminar.
—¿Y quién te «taca»? —preguntó con asombro Sue.
—Sue tiene razón —admitió Pete, riendo—. Debemos tener otro barco.
Miró la barcaza de remos, amarrada en el embarcadero y propuso:
—¿Por qué no la sacamos del agua, Ricky, y le ponemos unas ruedas? Así podríamos acercarla, rodando, hasta el barco pirata.
La idea de las ruedas entusiasmó a Ricky. En el sótano había cuatro que había quitado recientemente de su carretilla, por estar ya muy viejas. Fue a buscarlas y, con ayuda de su hermano, las clavó en la parte inferior de la barca de remos.
Cuando los chicos estaban ya arrastrando la barca por el patio, llegaron Pam y Holly, seguidas de «Zip», el bonito perro de aguas, que ladró sonoramente, como si considerase el juego muy atrayente.
—Es un perro pirata —declaró Sue, con una alegre risilla.
Con Pam y Holly llegaban Jeff y Ann Hunter, Dave Meade y Donna Martin, los mejores amigos de los hermanos Hollister.
—Aquí están todos los actores —anunció Pam alegremente—. ¿Qué os parece si hacemos a Dave capitán del barco pirata y a Pete capitán del barco americano que le persigue?
—¡Estupendo! —exclamó Dave, un chico delgado, de mejillas sonrosadas, que tenía la edad de Pete. Y sonriendo, preguntó—: ¿Al final tendré que ser capturado?
—¡Puedes estar seguro! —gritó Ricky.
Ann, una niña de diez años, con ojos grises y cabello negro rizado, fue elegida marinero de la tripulación pirata, lo mismo que su hermano Jeff, de ocho años, y que Donna Martin, de siete.
También Holly quería ser pirata y Pam le dijo que podía serlo, pero añadió:
—¡Nosotros seremos la tripulación de Pete y os capturaremos!
De repente, por el camino apareció otro muchacho. Era un poco más alto que Pete, con el cabello negro y los ojos algo bizcos.
—¡Eh! ¿Qué pasa aquí? —preguntó a gritos.
—¡Ya está ahí Joey Brill! —susurró Pam a Pete—. Ha debido de ver lo que hacíamos.
Joey era un muchacho antipático y camorrista, que siempre andaba molestando a los niños más pequeños que él. Desde que los Hollister se trasladaron a Shoreham constantemente veían estorbadas sus diversiones por el malintencionado Joey.
—Vamos a hacer una representación pirata —repuso Pete, sin querer dar más explicaciones.
—Pues yo quiero ser el capitán pirata —exigió el chico.
—Para capitán ya ha sido elegido Dave —dijo Pam.
Joey levantó la cabeza, agresivo.
—¡Ah! ¿Sí? Pues voy a variar las cosas. ¡Yo soy el nuevo capitán! —gritó.
Y, acercándose a Dave, le dio un fuerte empujón.