Hay abismos de terror desconocido tras las brumas que separan la vida cotidiana del hombre y los reinos inexplorados e insospechados de lo sobrenatural. La mayoría de la gente vive y muere en bendita ignorancia de estos reinos, y digo bendita porque descorrer el velo que existe entre el mundo real y el mundo de lo oculto es frecuentemente una experiencia nauseabunda. En una ocasión descorrí ese velo, y los sucesos que tuvieron lugar a partir de ese momento quedaron grabados tan profundamente en mi cerebro que me persiguen en sueños hasta el día de hoy.
Los terribles eventos se iniciaron a raíz de una invitación para visitar las tierras de sir Thomas Cameron, el famoso egiptólogo y explorador. Acepté porque este personaje siempre me ha parecido un caso de estudio bastante interesante, aunque detestaba sus brutales modales y carácter cruel. Debido a mi colaboración con varias publicaciones científicas, habíamos coincidido frecuentemente a lo largo de los años, y suponía que sir Thomas me consideraba uno de sus pocos amigos. Me acompañó en esta visita John Gordon, un adinerado deportista que también había sido invitado.
Ya se ponía el sol cuando llegamos a la entrada de su hacienda, y el desolado y lúgubre paisaje me deprimió y llenó de innombrables presentimientos.
Unos kilómetros más allá podía distinguirse débilmente el pueblo en el que nos habíamos apeado del tren y, en medio, rodeando la hacienda por todos los flancos, baldíos páramos se extendían sombríos y lúgubres. No se avistaba ningún otro núcleo habitado, y el único signo de vida con el que nos topamos fue el aleteo de alguna enorme ave de pantano volando solitariamente tierra adentro. Un viento frío soplaba desde el este, cargado del fuerte y amargo olor a salitre marino, haciéndome temblar.
—Toca la campana —dijo Gordon; su impaciencia delataba el hecho de que la repulsiva atmósfera también le estaba afectando—. No podemos quedarnos aquí toda la noche.
Pero en ese instante la verja se abrió. Debería explicar antes que el palacete se hallaba rodeado por un elevado muro que abarcaba completamente la hacienda. Nosotros nos encontrábamos frente a la entrada de la verja interior. Al abrirse, vimos un largo camino de acceso flanqueado a ambos lados por muros de árboles de densas copas, pero nuestra atención en ese momento se hallaba fijada en la bizarra figura que estaba de pie a un lado permitiéndonos el paso. La verja había sido abierta por un hombre alto ataviado con vestimenta oriental. Se alzaba como una estatua, con los brazos cruzados y la cabeza inclinada mostrando respeto, al mismo tiempo que majestuosidad. La negrura de su piel realzaba el resplandor de sus ojos refulgentes, y podría haber sido considerado atractivo si no hubiera tenido el rostro desfigurado por una abominable mutilación que de forma instantánea le arrebataba la belleza de sus rasgos y le otorgaba un aspecto siniestro. No tenía nariz. Mientras Gordon y yo permanecíamos en silencio, enmudecidos repentinamente ante esta aparición, el oriental (un sij hindú, según reflejaba su turbante) hizo una reverencia y exclamó en un inglés casi perfecto:
—El amo les espera en su estudio, sahibs.
Despedimos al muchacho que nos había traído desde el pueblo, y cuando escuchamos las ruedas de su carromato repiquetear en la distancia, nos pusimos en marcha por el sombreado camino de entrada, seguidos por el hindú, que se había hecho cargo de nuestro equipaje.
El sol ya se había puesto cuando esperábamos a la entrada y la noche cayó con sorprendente rapidez; el cielo estaba densamente cubierto por nubarrones grises. El viento soplaba melancólicamente a través de los árboles a ambos lados del sendero y la enorme casa surgió amenazadora ante nosotros, silenciosa y a oscuras, a excepción de una luz en una única ventana. En la penumbra pude oír el ágil paso ligero de las zapatillas del oriental a nuestras espaldas, y era tan grande la impresión de que se movía sigilosamente como una enorme pantera en pos de su víctima que no pude evitar estremecerme.
En ese momento llegamos hasta la puerta y fuimos conducidos a un amplio vestíbulo tenuemente alumbrado que sir Thomas cruzó a grandes zancadas para darnos la bienvenida.
—Buenas noches, amigos míos —su ruidosa voz retumbó produciendo un eco en la casa—. ¡Les estaba esperando! ¿Han cenado? ¿Sí? Entonces vengan a mi estudio; estoy elaborando un ensayo sobre mis últimos descubrimientos y deseo que me aconsejen sobre ciertos puntos. ¡Ganra Singh!
Esto último iba dirigido al sij que permanecía inmóvil junto a nosotros. Sir Thomas le dirigió unas cuantas palabras más en lengua indostaní y, con otra reverencia, el sin nariz levantó nuestras maletas y abandonó el vestíbulo.
—Les he asignado un par de habitaciones en el ala derecha —dijo sir Thomas, conduciéndonos hacia las escaleras—. Mi estudio está en esta ala, a la derecha sobre este vestíbulo, y trabajo allí a menudo durante toda la noche.
El estudio resultó ser una sala espaciosa, llena de libros científicos y papeles esparcidos por el suelo, y extraños trofeos procedentes de todos los rincones del mundo. Sir Thomas se sentó en un amplio sillón y nos indicó con un gesto que nos acomodásemos. Era un hombre alto y corpulento de mediana edad, con una barbilla agresiva enmascarada por una espesa barba rubia, y unos penetrantes ojos de fría mirada que ardían con una energía interior.
—Quiero que me ayuden, como ya les he dicho —afirmó abruptamente—. Pero no vamos a ocuparnos de ello esta noche; mañana tendremos todo el tiempo del mundo, y ustedes deben de estar fatigados.
—Vive alejado de todos los sitios —respondió Gordon—. ¿Qué locura le poseyó para decidir comprar y restaurar esta vieja hacienda desvencijada, Cameron?
—Me gusta la soledad —respondió sir Thomas—. Aquí no me atosiga la gente de cerebro pequeño que zumba alrededor de uno como mosquitos alrededor de un búfalo. No aliento las visitas aquí, y no tengo medio alguno de comunicarme con el mundo exterior. Cuando estoy en Inglaterra, puedo disfrutar aquí de un lugar tranquilo donde desarrollar mi trabajo. No tengo ni siquiera sirvientes; Ganra Singh realiza todas las tareas necesarias.
—¿Ese sij sin nariz? ¿Quién es?
—Es Ganra Singh. Eso es todo lo que sé de él. Lo conocí en Egipto y creo que huyó de la India tras cometer algún delito. Pero eso no importa; ha sido leal a mí. Dice que sirvió en el ejército anglo-hindú, y que perdió la nariz por la hoja de un tulwar [15] afgano en una incursión fronteriza.
—No me gusta su aspecto —afirmó Gordon sin rodeos—. Usted posee una gran cantidad de trofeos valiosos en esta casa, ¿cómo puede estar tan seguro de fiarse de un hombre del que conoce tan poco?
—Ya basta —sir Thomas desestimó la cuestión con un gesto de impaciencia—. Ganra Singh es de fiar; nunca cometo errores a la hora de juzgar a las personas. Hablemos de otros asuntos. No les he hablado aún de mis últimas investigaciones.
El habló y nosotros escuchamos. Era fácil detectar en su voz la brutal determinación y energía que le habían convertido en uno de los más importantes exploradores e investigadores cuando nos relataba las dificultades sufridas y los obstáculos superados. Había hecho algunos descubrimientos sensacionales para la humanidad, nos dijo, y añadió que el más importante de sus hallazgos consistía en una momia de lo más peculiar.
—La encontré en un templo hasta entonces desconocido por todos, situado en las tierras septentrionales del Alto Egipto, cuya localización exacta conoceréis mañana cuando repasemos juntos mis notas. Tengo la esperanza de que revolucionará la historia, porque, a pesar de que todavía no he realizado un examen exhaustivo de ella, al menos he constatado que no es como ninguna otra momia encontrada hasta el momento. A diferencia del habitual proceso de momificación, no presenta mutilación alguna. La momia es un cuerpo completo con todos sus miembros intactos, tal y como estaba el sujeto en vida. Admitiendo que el semblante está arrugado y deformado por el increíble paso del tiempo, uno podría imaginar que está mirando a un hombre anciano que acabase de morir, antes de que la descomposición haya comenzado. Los párpados apergaminados están firmemente cerrados sobre las órbitas, y estoy seguro de que cuando abra esos párpados encontraré debajo los ojos intactos.
»¡Se lo aseguro, con esto se hará historia y caerán todas las ideas preconcebidas! Si de alguna manera se le pudiera insuflar vida a esa ajada momia, si fuera capaz de hablar, andar y respirar como cualquier hombre… y es que, como ya he dicho, sus miembros están en tan buenas condiciones como si el hombre hubiera muerto ayer. Ya conocen el proceso habitual, la extracción de las entrañas y demás, mediante el cual los cadáveres son transformados en momias. Pero nada de esto se ha practicado en ésta. ¡Qué no darían mis colegas por haber sido los descubridores! ¡Todos los egiptólogos van a morirse de pura envidia! Ya ha habido intentos de robarla… ¡Puedo asegurárselo, muchos investigadores me sacarían el corazón por conseguirla!
—Creo que está sobrevalorando su hallazgo, e infravalorando la catadura moral de sus colegas de profesión —afirmó Gordon sin rodeos.
Sir Thomas hizo una mueca de desprecio.
—Son una bandada de buitres, señor —exclamó con una risa salvaje—. ¡Lobos! ¡Chacales! ¡Acercándose a hurtadillas intentando robar el prestigio de un hombre superior a ellos! Los legos no tienen ni idea de la rivalidad que existe entre las clases cultivadas. Nadie se casa con nadie… que cada uno se consiga sus propios laureles, y al infierno con los débiles. Y hasta el momento no me ha ido nada mal.
—Incluso admitiendo esto —replicó Gordon—, no creo que usted pueda permitirse el lujo de condenar las tácticas de sus rivales en vista de sus propias acciones.
Sir Thomas fulminó con la mirada a su franco amigo con tal furia que por unos momentos pensé que iba a liarse a puñetazos con él; luego el humor del explorador cambió y se rió burlona y sonoramente.
—Sin duda tiene en mente el asunto de Gustave von Honmann. Soy objeto de mordaces acusaciones allá donde voy desde aquel desafortunado incidente. Y les aseguro que me trae totalmente sin cuidado. Nunca he buscado los aplausos de la masa, e ignoro sus acusaciones. Von Honmann fue un idiota y mereció su destino. Como ya saben, ambos estábamos buscando la ciudad perdida de Gomar, cuyo hallazgo ha significado tanto para el mundo científico. Me las apañé para que cayera en sus manos un mapa falso y lo envié a una absurda persecución en América Central.
—Lo envió literalmente a su muerte —señaló Gordon—. Admito que Von Honmann era una mala bestia, pero lo que hizo fue algo terrible, Cameron. Usted sabía que no tendría ninguna posibilidad de escapar a la muerte en manos de los salvajes indígenas de aquellas tierras a las que le envió.
—No va a conseguir enfadarme —respondió Cameron impertérrito—. Eso es lo que me gusta de usted, Gordon; no tiene miedo de decir lo que piensa. Pero olvidémonos de Von Honmann, acabó como acaban todos los idiotas. El único porteador del campamento que escapó a la masacre y regresó a algún lugar civilizado afirmó que Von Honmann, cuando fue consciente del fraude y de que todo había acabado, murió jurando hacérmelas pagar, vivo o muerto, pero eso nunca me ha preocupado. Un hombre, o está vivo y es peligroso, o muerto e inofensivo; eso es todo. Pero, caballeros, se hace tarde y sin duda deben tener sueño; haré que Ganra Singh les acompañe a sus aposentos. En cuanto a mí, seguramente me pase el resto de la noche organizando las notas de mi viaje para el trabajo de mañana.
Ganra Singh apareció en el umbral de la puerta como un gigante fantasma, dimos las buenas noches a nuestro anfitrión y seguimos al oriental. Permítanme decir aquí que la casa había sido construida en forma de dos eles superpuestas. Era un edificio de dos pisos y entre las dos alas había una sala que se abría a las habitaciones de abajo. A Gordon y a mí nos habían asignado dormitorios de la primera planta en el ala izquierda, que se comunicaban con esta sala. Nuestros aposentos estaban separados por una puerta y, cuando me disponía a acostarme, Gordon entró.
—Un tipo extraño, ¿verdad? —dijo señalando con la cabeza hacia la sala y en dirección a la luz que brillaba a través de la ventana del estudio—. Es un pedazo de bestia, pero tiene un cerebro privilegiado, una mente maravillosa.
Abrí la puerta que daba a la sala para respirar aire fresco. La atmósfera en las habitaciones era fría y limpia, pero un poco cerrada por el escaso uso.
—Ciertamente, no parece que tenga muchas visitas.
La única luz visible, aparte de la de nuestras habitaciones, era la del estudio en el piso superior al otro lado de la sala.
—No… —se hizo el silencio durante unos instantes; a continuación Gordon preguntó bruscamente—. ¿Te enteraste de cómo murió Von Honmann?
—No.
—Cayó en manos de una extraña y terrible tribu que afirma ser descendiente de los antiguos egipcios. Son los antiguos maestros en el infernal arte de la tortura. El porteador que logró escapar dijo que Von Honmann fue asesinado lenta y diabólicamente, con un método que lo dejó intacto y sin mutilar, pero reducido y marchito hasta acabar totalmente irreconocible. Luego fue encerrado en un baúl y colocado en un cobertizo fetiche a modo de horrible reliquia y trofeo.
Mis hombros temblaron involuntariamente.
—¡Terrorífico!
Gordon se puso en pie, tiró su cigarrillo y se dirigió a su habitación.
—Se hace tarde, buenas noches… ¿Qué ha sido eso?
Del otro lado del vestíbulo nos llegó un débil sonido, como si hubieran tirado una silla o una mesa. Al levantarnos, petrificados por un repentino y vago presentimiento aterrador, un grito retumbó en la noche.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Gordon! ¡Slade! ¡Dios mío!
Corrimos juntos hacia el vestíbulo. Era la voz de sir Thomas, y venía de su estudio en el ala izquierda. Cuando atravesamos a toda prisa la sala, nos llegaron claramente los ruidos de una lucha terrible, y sir Thomas volvió a gritar como un hombre agonizante:
—¡Me ha atrapado! ¡Dios mío, me ha atrapado!
—¿Quién es, Cameron? —gritó Gordon desesperadamente.
—Ganra Singh…
La tensa voz cesó abruptamente, y un violento balbuceo nos llegó débilmente mientras nos apresurábamos hacia la primera puerta del ala inferior izquierda y cargábamos escaleras arriba. Una eternidad pareció transcurrir hasta que estuvimos frente a la puerta del estudio, de la cual aún nos llegaba un lamento bestial. Abrimos de par en par y nos detuvimos estupefactos.
Sir Thomas Cameron yacía en el suelo retorciéndose en un charco cada vez más amplio de sangre, pero no era la daga hundida hasta el fondo en su pecho lo que nos hizo parar en seco como hombres fatalmente impresionados, sino la abominable y evidente locura estampada en su rostro. Sus ojos refulgían con un brillo rojizo, fijos en la nada. Eran los ojos de un hombre que miraba de frente al purgatorio. Un interminable balbuceo brotó de sus labios, y entonces, entrelazadas entre sus lloros, pudimos distinguir algunas palabras:
—Sin nariz… no tiene nariz…
Entonces, un borbotón de sangre manó de sus labios y se derrumbó boca abajo.
Nos inclinamos sobre él y nos miramos horrorizados.
—Completamente muerto —murmuró Gordon—. Pero ¿qué es lo que le ha arrebatado la vida?
—Ganra Singh… —comencé a decir; luego ambos nos giramos.
Ganra Singh estaba de pie en silencio en el vano de la puerta; sus rasgos inexpresivos no daban ninguna pista acerca de sus pensamientos.
Gordon se levantó, echando la mano hacia el bolsillo.
—Ganra Singh… ¿dónde has estado?
—Estaba en el pasillo del piso de abajo, cerrando la casa para la noche. Oí a mi amo llamándome, y acudí.
—Sir Thomas está muerto. ¿Tienes alguna idea de quién puede haberle asesinado?
—No, sahib. Soy un recién llegado a estas tierras inglesas; no sé si mi amo tenía algún enemigo.
—Ayúdame a ponerlo sobre el sillón —y así lo hicieron—. Ganra Singh, eres consciente de que debemos responsabilizarte a ti por el momento.
—Mientras me retienen, el verdadero asesino podría escapar.
Gordon no respondió a esto.
—Dame las llaves de la casa.
El sij obedeció sin pronunciar palabra. Entonces Gordon lo condujo a través del corredor exterior hasta una pequeña habitación en la que lo dejó encerrado, asegurándose primero de que la ventana, como todas las ventanas de la casa, se hallaba bloqueada por sólidos barrotes. Ganra Singh no opuso ninguna resistencia; su rostro no mostraba ninguna emoción. Al cerrar la puerta pudimos verle de pie impasible en el centro de la habitación, con los brazos cruzados y siguiéndonos con ojos inescrutables.
Regresamos al estudio, con las sillas y mesas destrozadas, la mancha roja en el suelo y la silenciosa figura en el sillón.
—No podemos hacer nada hasta mañana —dijo Gordon—. No podemos comunicarnos con nadie, y si intentáramos llegar andando hasta el pueblo probablemente nos perderíamos en medio de la oscuridad y la niebla. Parece bastante claro que el crimen lo ha cometido el sij.
—Sir Thomas prácticamente lo inculpó con sus últimas palabras.
—En cuanto a eso, no estoy seguro. Cameron gritó su nombre cuando yo chillé, pero quizás estaba llamando al tipo… dudo que sir Thomas me oyera. Por supuesto, ese comentario sobre el «sin nariz» no podría referirse a nadie más, pero no es concluyente. Sir Thomas había enloquecido cuando murió.
Me estremecí.
—Eso, Gordon, es lo más terrible de todo este asunto. ¿Qué fue lo que hizo añicos la cordura de Cameron y lo convirtió en un maniaco vociferante en los últimos minutos de vida?
Gordon sacudió la cabeza.
—No puedo entenderlo. El mero hecho de mirar a la muerte a los ojos nunca afectó a sir Thomas anteriormente. Créeme, Slade, creo que hay algo más profundo en todo esto de lo que parece a simple vista. Huele a algo sobrenatural, a pesar de que nunca he sido supersticioso. Pero consideremos todo esto desde un punto de vista lógico.
»Este estudio ocupa todo el piso superior del ala izquierda y se halla separado del resto de habitaciones traseras por un pasillo que recorre toda la extensión de la casa. La única puerta con acceso al estudio da a este pasillo. Nosotros hemos cruzado la sala, hemos entrado en la habitación del piso de abajo en el ala izquierda, hemos cruzado el vestíbulo en el que fuimos recibidos al llegar a la casa, y hemos subido las escaleras hasta el pasillo del piso superior. La puerta del estudio estaba cerrada, pero no con llave. Y a través de esa puerta debió de entrar lo que hizo añicos el cerebro de sir Thomas Cameron, sea lo que sea, antes de asesinarle. Y el hombre, o cosa, se marchó por el mismo camino, porque es obvio que no hay nada oculto en el estudio, y los barrotes impiden la huida por las ventanas. La víctima aún forcejeaba con el asesino cuando gritó, pero entre ese instante y el momento en el que llegamos al pasillo del piso de arriba, el asesino tuvo tiempo moviéndose con rapidez de cumplir su designio y abandonar la habitación. Obviamente, tuvo que esconderse en una de las habitaciones que dan al pasillo y, o bien se deslizó sigilosamente afuera mientras nos inclinábamos sobre sir Thomas y huyó… o bien, si fue Ganra Singh, entró descaradamente al estudio.
»Ganra Singh vino detrás de nosotros, según su versión de la historia. Debió de ver a alguien saliendo de alguna de las habitaciones cuando intentaba escapar.
»O el asesino pudo haberle oído venir y esperó hasta que estuvo dentro del estudio antes de huir. Oh, entiéndeme, sigo pensando que el sij es el asesino, pero debemos ser justos y enfocar el asunto desde todos los ángulos posibles. Echemos un vistazo a esa daga.
Era un cuchillo egipcio de hoja estrecha y aspecto amenazador, el cual recordé haber visto antes sobre la mesa de sir Thomas.
—Las ropas de Ganra Singh deberían haber estado desarregladas y sus manos ensangrentadas —sugerí—. No tuvo tiempo para lavarse y arreglarse la ropa.
—En todo caso —respondió Gordon—, las huellas dactilares del asesino deberían estar aún en la empuñadura de la daga. He tenido cuidado de no borrar ningún rastro, y colocaré el arma aquí en el sillón para que lo examine un experto en el método Bertillon[16]. No soy ducho en tales técnicas. Mientras tanto creo que echaré un vistazo por el cuarto, siguiendo el protocolo de los detectives, para buscar alguna posible pista.
—Y yo me daré una vuelta por la casa. Puede que Ganra Singh sea realmente inocente y que el verdadero asesino esté agazapado en algún lugar del edificio.
—Andate con ojo. Si existe tal criatura, recuerda que debe de tratarse de un ser desesperado, presto y dispuesto a asesinar.
Tomé un pesado bastón de endrino y salí al pasillo. He olvidado comentar que todos estos pasillos estaban tenuemente iluminados y las cortinas totalmente cerradas, de manera que desde el exterior se veía toda la casa a oscuras. Al cerrar la puerta tras de mí, sentí aún más agudamente que nunca el opresivo silencio de la casa. Pesadas cortinas de terciopelo enmascaraban puertas ocultas y, cuando una ráfaga aislada de viento las hizo ondear ligeramente, me sobresalté, y las siguientes líneas de Poe revolotearon por mi cerebro:
Y el sedoso, triste e incierto crujido de cada cortina púrpura me estremecía, me embargaba de fantásticos terrores nunca antes sentidos.
Me dirigí a grandes zancadas hacia el descansillo de la escalera y, tras echar otra mirada al silencioso pasillo y las puertas lisas, descendí. Deduje que si algún hombre se hubiera escondido en el piso superior, a estas alturas ya habría descendido, o incluso habría abandonado la casa. Encendí una luz en el vestíbulo de la planta baja y entré en la siguiente habitación. Me di cuenta de que la totalidad del edificio central entre ambas alas estaba destinada al museo privado de sir Thomas, una estancia realmente gigantesca, atestada de ídolos, sarcófagos, pilares de piedra y de arcilla, rollos de papiro y otros objetos similares. Me entretuve poco tiempo allí, sin embargo, porque al entrar mis ojos se fijaron en algo que estaba de alguna manera fuera de lugar. Era el sarcófago de una momia, muy distinto al resto de sarcófagos que había allí, ¡y estaba abierto! Supe instintivamente que había contenido la momia de la cual sir Thomas había hecho alarde aquella noche, pero ahora estaba vacío. La momia había desaparecido.
Recordando sus palabras acerca de los celos de sus rivales, me giré apresuradamente y me dirigí al vestíbulo y las escaleras. En ese momento me pareció oír desde algún rincón de la casa un tenue impacto. No obstante, no tenía ningún deseo de seguir explorando el edificio a solas y armado únicamente con un palo. Sentí deseos de regresar e informar a Gordon de que probablemente nos enfrentábamos a una banda de ladrones internacionales. Me disponía a regresar al vestíbulo cuando distinguí unas escaleras que conectaban directamente con la sala del museo y subí por ellas hasta el pasillo superior cercano al ala derecha.
De nuevo el largo y sombrío pasillo se extendía frente a mí, con sus lisas y misteriosas puertas y oscuros cortinajes. Debía atravesarlo casi por completo para llegar al otro extremo, y un estúpido escalofrío me recorrió el cuerpo imaginándome criaturas abominables escondidas tras aquellas puertas cerradas. Luego me sobresalté. Fuera lo que fuese lo que había hecho enloquecer a sir Thomas Cameron, debía ser humano, y agarré el palo de endrina más firmemente y seguí avanzando por el pasillo.
A continuación, tras unas cuantas zancadas, me detuve abruptamente, con los pelos de la nuca erizados y el cuerpo temblando inexplicablemente. Sentí una presencia oculta, y mis ojos giraron como si hubieran sido atraídos por un imán hacia uno de los pesados cortinajes que ocultaban una puerta. No había viento en las estancias, pero ¡las cortinas se movieron ligeramente! Di un respingo y, aguzando la vista sobre la pesada tela oscura hasta que la intensidad de mi mirada pareció atravesar abrasándola, percibí instintivamente que otros ojos me devolvían la mirada. Entonces desvié la vista hacia la pared junto a la puerta oculta. Algún extraño efecto de la tenue luz proyectaba una oscura e informe sombra allí y, mientras la contemplaba, fue tomando forma… una abominable imagen distorsionada de un demonio de grotesca apariencia humana, ¡y sin nariz!
En ese momento perdí los nervios. Aquella figura distorsionada podría ser simplemente la retorcida sombra de un hombre de pie tras las cortinas, pero quedó grabado en mi cerebro que, fuera hombre, bestia o demonio, aquellos negros tapices escondían la silueta de una terrible y desalmada amenaza. Un siniestro horror merodeaba entre las sombras, y allí, en aquel pasillo en penumbra y silencioso con sus tenues y parpadeantes luces y aquella negra sombra flotando ante mis ojos, estuve más cerca de la locura que nunca… No era tanto por lo que habían percibido mis ojos y mis sentidos, sino por los fantasmas que mi cerebro había invocado, las terribles y vagas imágenes que habían surgido en las profundidades de mi mente y que me susurraban. Sabía que por el momento el mundo humano ordinario se hallaba muy lejos, y que me encontraba cara a cara con algún terror procedente de otra dimensión.
Me di la vuelta y corrí por el pasillo con el inservible palo agitándose en mi mano, mientras un sudor frío me manaba en grandes gotas por la frente. Llegué al estudio y entré, cerrando la puerta tras de mí. Mis ojos se dirigieron instintivamente hacia el sillón con su lúgubre ocupante. Gordon estaba inclinado sobre algunos documentos de la mesa y se giró con cierta excitación reprimida cuando entré con los ojos encendidos.
—Slade, he encontrado un mapa dibujado por Cameron según el cual encontró la momia en el mismo recóndito lugar donde Von Honmann fue asesinado…
—La momia ha desaparecido —dije.
—¿Desaparecido? ¡Por Júpiter! ¡Quizás eso lo explique todo! ¡Una banda de científicos saqueadores! Probablemente Ganra Singh esté conchabado con ellos… vayamos a hablar con él.
Gordon recorrió el pasillo a grandes zancadas, y yo le seguí. Aún tenía los nervios a flor de piel, y no creí que fuera de ninguna utilidad informarle de mi reciente experiencia. Debía recuperar algo de mi coraje antes de que pudiera poner en palabras el miedo que había sentido.
Gordon llamó a la puerta. Reinaba un silencio total. Giró la llave en la cerradura, abrió la puerta de golpe y maldijo. ¡La habitación estaba vacía! Una puerta que se abría a otra estancia paralela al pasillo nos mostró su vía de escape. La cerradura había sido ligeramente forzada.
—¡Ese fue el sonido que oí! —exclamó Gordon—. ¡Qué idiota he sido! ¡Estaba tan absorbido en las anotaciones de sir Thomas que no presté ninguna atención, pensando que eras tú abriendo y cerrando puertas! Soy un fracaso como detective. Si hubiera estado en guardia podría haber llegado a la escena antes de que el prisionero huyera.
—Tuviste suerte de no hacerlo —respondí agitado—. Gordon, ¡marchémonos de aquí! Ganra Singh estaba agazapado detrás de las cortinas cuando me acerqué por el pasillo… vi la sombra de su rostro sin nariz… y créeme, aquello no era humano. ¡Es un espíritu maligno! ¡Un diablo inmundo! ¿Crees que un hombre podría hacer enloquecer a sir Thomas… un ser humano? ¡No, no, no! Es un demonio con forma humana… ¡y tampoco estoy seguro de que siquiera tenga forma humana!
El rostro de Gordon se ensombreció.
—¡Tonterías! Un terrible e inexplicable crimen ha sido perpetrado aquí esta noche, pero me niego a creer que no pueda ser explicado de forma natural… ¡Escucha!
En algún lugar al final del pasillo una puerta se abrió y se cerró. Gordon saltó hacia la puerta, atravesando el corredor apresuradamente. Lo seguí hasta el final del pasillo, maldiciendo su temeridad, pero llevado por alguna clase de alocada valentía. Sin embargo, no tenía duda alguna de que aquella persecución salvaje nos llevaba hacia las garras mortales del inmundo hindú, y el destrozado cerrojo era una clara prueba de su habilidad; eso sin tener en cuenta la ensangrentada figura que yacía en silencio en el estudio. Pero cuando el que lidera es un hombre como Gordon, ¿qué otra cosa se puede hacer más que seguirle?
Corrimos por el pasillo y atravesamos la puerta por la que habíamos visto esfumarse a la Cosa, cruzamos la oscura habitación y accedimos a la siguiente. Los ruidos de huida que se escuchaban delante de nosotros nos indicaron que estábamos cercando a nuestra presa. El recuerdo de esa persecución a través de habitaciones en penumbra es como un vago y brumoso sueño… una pesadilla salvaje y caótica. No recuerdo las habitaciones y pasajes que recorrimos. Tan sólo sé que seguí a Gordon ciegamente y me detuve cuando él se paró delante de una entrada cubierta con un tapiz colgante a través del cual podía distinguirse una luz rojiza. Yo estaba mareado y sin aliento. El sentido de la orientación me había abandonado por completo. No tenía ni idea de en qué parte de la casa nos encontrábamos, o por qué aquel brillo carmesí parpadeaba al otro lado de las cortinas.
—Este es el cuarto de Ganra Singh —dijo Gordon—. Sir Thomas lo mencionó durante la conversación que mantuvimos. Está en la última habitación del piso de arriba en el ala derecha. Ya no puede huir más allá, porque ésta es la única puerta de la habitación y las ventanas tienen barrotes. ¡Acorralado en ese cuarto se encuentra el hombre, o lo que sea, que mató a sir Thomas Cameron!
—¡Entonces, por amor de Dios, entremos y abalancémonos sobre él antes de que cambiemos de idea y perdamos los nervios! —exclamé empujándole con el hombro y tirando de las cortinas hacia un lado.
Al menos el resplandor rojizo quedó aclarado. Un gran fuego chisporroteaba y parpadeaba en la enorme chimenea, proporcionando un rojo resplandor a la estancia. Y allí acorralada se erguía una forma infernal de pesadilla… ¡la momia desaparecida!
Mis aturdidos ojos captaron de un solo vistazo la arrugada y apergaminada piel, las mejillas hundidas, las ensanchadas y marchitas fosas nasales de las que se había desprendido la putrefacta nariz; los abominables ojos estaban abiertos ahora y ardían con terrible y demoníaca vida. Tan sólo pude echar una fugaz mirada, porque en un instante la alargada y enjuta criatura vino dando tumbos hacia mí, agarrando una especie de pesado ornamento con su larga y crispada mano. Le golpeé con el bastón y sentí cómo cedía el cráneo, pero no se detuvo, porque ¿quién podría matar a un muerto? Y al segundo siguiente caí, retorciéndome aturdido, con un hueso del hombro destrozado, allí donde la embestida de aquel brazo reseco me había arrojado.
Vi a Gordon disparar cuatro tiros a bocajarro contra la temible figura, y después los vi luchando cuerpo a cuerpo. Mientras intentaba inútilmente ponerme en pie y entrar en la batalla, mi atlético amigo, atrapado entre aquellos brazos inhumanos, se inclinaba hacia atrás sobre la mesa, hasta que pareció que su espina dorsal estaba a punto de romperse.
Fue Ganra Singh quien nos salvó. El enorme sij salió, repentinamente de entre las cortinas como un alud ártico y embistió contra el amasijo de cuerpos como un elefante herido. Con una fuerza que jamás había visto antes y que el no-muerto fue incapaz de resistir, arrancó a la momia reanimada de su presa y la lanzó a través de la estancia. Impulsada por aquel irrefrenable ataque, la momia se tambaleó hacia atrás hasta situarse con el enorme fuego a sus espaldas. A continuación, con un último esfuerzo volcánico, el vengador embistió a la momia en dirección al fuego, la derrumbó, y la estampó contra las llamas, hasta que sus miembros retorcidos comenzaron a arder y la terrible forma se desplomó y desintegró entre el fuego con un insoportable hedor a carne podrida y requemada.
Y entonces Gordon, que había permanecido de pie observándolo todo como en sueños, Gordon, el cazador de leones de nervios de acero que se había enfrentado a miles de peligros, ¡se desplomó boca abajo sin sentido!
Más tarde comentamos los acontecimientos, mientras Ganra Singh me vendaba las heridas con manos tan suaves y ligeras al tacto como las de una mujer.
—Admito —dije débilmente— que mi opinión sobre este asunto no puede sostenerse a la luz de la razón, pero es que cualquier explicación por fuerza es increíble e improbable. Creo que la gente que creó esta momia hace cientos, o posiblemente miles de años, conocía el arte de preservar la vida; que de alguna forma a este hombre se le indujo al sueño y permaneció durmiendo como un muerto durante todos estos años, al igual que los faquires hindúes parecen yacer muertos durante días y semanas enteras. Cuando llegó el momento adecuado, la criatura se despertó e inició su abominable maldición… ¿Qué opinas tú, Ganra Singh?
—Sahib —dijo el gran sij cortésmente—, ¿quién soy yo para hablar de cosas ocultas? Hay muchas cosas desconocidas por el hombre. Después de que el sahib me encerrase en la habitación, consideré que quienquiera que hubiera matado a mi amo podría escapar mientras yo permanecía desvalido allí, de modo que forcé el cerrojo tan silenciosamente como pude y me dispuse a buscar por las oscuras habitaciones. Finalmente escuché ruidos en mi propia habitación, y al llegar allí encontré a los sahibs luchando con aquel no-muerto. Fue una suerte que antes de que ocurriese todo esto yo hubiera encendido un gran fuego para que durase toda la noche, ya que no estoy acostumbrado al frío de este país. Sé que el fuego es el enemigo de todas las cosas diabólicas, el Gran Purificador, y por ello lancé al Maligno a las llamas. Me alegro de haber vengado a mi amo y de haber ayudado a los sahibs.
—¡Ayudado! —dijo Gordon sonriendo—. Si no hubieras aparecido cuando lo hiciste, nuestras puñeteras naves habrían naufragado. Ganra Singh, ya me he disculpado por mis sospechas; eres un hombre de verdad.
»Slade —el rostro de Gordon se tornó serio—, creo que te equivocas. En primer lugar, la momia no tiene miles de años. ¡Como mucho tiene diez años! Según descubrí al leer sus notas secretas, sir Thomas no la encontró en un templo perdido en el Alto Egipto; la encontró en un cobertizo fetiche en el centro de África. No pudo explicar su presencia allí, de forma que dijo que la había encontrado en las tierras septentrionales de Egipto. Además, siendo egiptólogo, sonaba mucho mejor. Pero él realmente creyó que era una momia antigua y, como ya sabemos, tenía razón en cuanto al extraño proceso de momificación. Los nativos que sellaron esa momia en su sarcófago sabían más sobre esos asuntos que los antiguos egipcios, obviamente. De todas formas, no habría durado ni veinte años, de eso estoy seguro. Entonces sir Thomas se adentró en el cobertizo y se la robó a los nativos… la misma tribu de nativos, por cierto, que había asesinado a Von Honmann.
»No, tu teoría es incorrecta, me temo. ¿Has oído hablar de la secreta teoría que afirma que un espíritu, atado a la tierra por odio o por amor, tan sólo puede causar un bien o un mal físico cuando se revive en un cuerpo? Los ocultistas afirman, y con razón, que para cruzar el abismo que separa el mundo de los vivos del de los muertos, el espíritu o fantasma debe habitar y reanimar una forma camal… preferentemente la que tenía en vida. Esta momia murió como mueren los hombres, pero creo que el odio que sintió en vida fue lo suficientemente grande como para traspasar el vacío de la muerte y provocar que el cuerpo muerto y marchito se moviera y asesinara.
»Entonces, si esto es cierto, no hay límites al horror del cual la humanidad podría ser heredera. Si es cierto, los hombres podrían estar flotando para siempre al borde de océanos impensables de terror sobrenatural, separados del otro mundo por un fino velo que puede ser rasgado, como ya hemos comprobado. Me gustaría creer otra cosa… pero Slade…
»Mientras Ganra Singh lanzaba a la violenta momia al fuego, pude observar cómo los rasgos hundidos se expandían con el calor por un breve instante, como un globo al hincharse, y por unos pocos segundos retomó su parecido humano y conocido en vida. ¡Slade, aquel rostro era el rostro de Gustave Von Honmann!