«HUND UND KATZE»

—¡Nos vamos a Alemania! —gritó Pete, sin poder contener su alegría.

—¿Por qué no nos lo dijiste, mamá? —preguntó Pam, que casi no creía que pudiera ser verdad aquella gran noticia.

La señora Hollister repuso que su marido y ella no habían tomado una decisión hasta hacía pocos días.

—Y pensábamos daros la sorpresa mañana —añadió.

—Pero yo no he visto salir a ese gatín de la bolsa —protestó Sue, mirando a uno y otro lado.

Holly se echó a reír y explicó a su hermana:

—Lo que papá ha querido decir es que tío Russ nos ha descubierto el secreto antes de tiempo.

A partir de ese momento, en casa de los Hollister no cesaron de oírse preguntas nerviosas y contestaciones apresuradas. Todos se sentían entusiasmados, pensando en el viaje a Alemania.

—Ahora podremos solucionar el misterio de ese mensaje del reloj —dijo Pam.

—Suponiendo que encontremos alguna pista que seguir —repuso Pete.

Tío Russ les recordó:

—Y al mismo tiempo, podréis buscar algún tallista de madera.

—¡Leones y cucos! —comentó alegremente la señora Hollister—. ¡Será una aventura magnífica!

—Si encontramos algún «Schnitzelmeister» a lo mejor nos enseña a hacer pajaritos y otras cosas de madera —dijo Ricky, esperanzado.

Tío Russ les propuso que empezasen a hacer prácticas en seguida.

—Se puede tallar en jabón. Es una buena manera de aprender.

—¿Quieres enseñarnos a hacerlo? —pidió Holly a su tío—. Antes, ayudaremos a mamá a fregar los platos.

Cuando se concluyeron las tareas de la cocina, la señora Hollister les dio unas pastillas de jabón y unos cuchillos pequeños, que cortaban bien, pero no eran demasiado afilados. Así los niños no podían hacerse daño. Pam extendió unos periódicos sobre la mesa de la cocina y todos se sentaron a trabajar, siguiendo las instrucciones de su tío.

Ante todo, tío Russ dibujó una figurita en cada pastilla de jabón.

—¡Qué bien! El mío es un patito —informó Sue.

—Yo tengo un perro —dijo Holly.

—Y yo una cabra —anunció Ricky, muy orgulloso.

El tío dibujó un niño para Pete y una niña para Pam. Luego enseñó a sus sobrinos cómo debían ir cortando los pedacitos de jabón que sobraban para que el dibujo se convirtiese en una figurita.

—Seguid bien el contorno que he dibujado —les dijo tío Russ— y no cortéis demasiado profundamente, para que no se rompa la pastilla.

Sue trabajó afanosamente en su patito, pero pronto empezó a bostezar. Cuando se le empezaron a cerrar los ojos, Pam la tomó por una mano, diciendo:

—Es hora de acostarse, Sue.

—No dejéis que mi patito se marche nadando —pidió la pequeña, mientras subía las escaleras, medio dormida.

La señora Hollister subió a meter en la cama a la pequeñita y Pam volvió a su trabajo con la pastilla de jabón.

Ella y Pete fueron los primeros en acabar las figuritas y su tío aseguró que lo habían hecho muy bien.

—Seríais buenos tallistas —les dijo.

—Pero a nosotros nos gusta más ser detectives —confesó Pete.

Él y su hermana se marcharon a la sala para hacer planes, con sus padres, sobre aquel viaje de vacaciones. Holly y Ricky quedaron en la cocina con su tío, trabajando en las figuras de jabón.

—¿Cómo se te ha ocurrido elegir Alemania para hacer este viaje, papá? —preguntó Pete, dejándose caer en el sofá.

Su padre explicó que irían a muchos lugares de Europa, pero que Alemania sería el primero porque allí tenían que comprar juguetes para el Centro Comercial.

—Y adornos de escaparate para Navidad —añadió la señora Hollister.

Pete y Pam se enteraron de que irían en avión, desde Nueva York a Frankfurt. Allí tendrían tiempo los niños de ir a donde quisieran.

—¿Quieres decir que podremos buscar pistas sobre el reloj de cuco?

—Sí. A ver si encontráis alguna buena pista —les deseó el señor Hollister.

—Tendremos que hacer algo con los animalitos —recordó la madre—. No podemos llevarlos con nosotros.

Pete dijo entonces:

—Estoy seguro de que Dave Meade querrá cuidar de «Zip».

—Donna Martin podría quedarse con «Morro Blanco» y sus mininos —opinó Pam.

—Y «Domingo» se quedará en su establo del garaje —concluyó el señor Hollister—. Indy Roades vendrá a traerle comida.

—Y montará en él alguna vez —sonrió Pam.

«Domingo» era el burrito que, cierta vez, regalaron a los Hollister. Indy Roades, un verdadero indio de Nuevo Méjico, trabajaba en el Centro Comercial y quería mucho al burrito.

—Mañana por la mañana iremos a ver a Dave y a Donna —decidió Pete.

Cuando llegó la hora de acostarse, las figuritas de jabón estaban terminadas y tío Russ había retocado un poco el pato de Sue. Entonces se recogieron los trocitos de jabón sobrantes para que la señora Hollister los aprovechase en la lavadora. Luego todos fueron a acostarse.

A la mañana siguiente, después de desayunar, Holly fue al sótano para dar leche y carne especial para gatos a «Morro Blanco» y sus hijitos, que se llamaban «Tutti-Frutti», «Mimito», «Bola de Nieve», «Medianoche» y «Humo».

Los peludos animalitos descansaban, hechos unas bolitas, en la cómoda cesta forrada con tela acolchada. Pero cuando vieron a Holly preparando las tacitas de leche, se desperezaron muy contentos y, levantando la cola, se acercaron a lamer la leche. Holly se echó a reír viendo los bigotitos de los mininos manchados de gotitas de leche.

—Ven aquí, «Mimito» —dijo a uno de los gatos, agarrándolo y sujetándolo sobre su brazo como si fuera un bolso—. Vamos a visitar a Donna Martin.

Pam y Sue se unieron a Holly y, cuando las tres niñas salían del patio, vieron a Pete que iba a casa de Dave Meade, el cual vivía en la misma calle que los Hollister, unas puertas más allá. «Zip» corría detrás de su amo. Pete encontró a Dave ocupado en recortar la hierba de su jardín.

—Hola —saludó Dave, desconectando la ruidosa máquina corta-césped.

Dave era un simpático muchachito de cabello negro, y el mejor amigo de Pete.

—Parece que estás nervioso —comentó Dave—. ¿Acaso habéis encontrado otro misterio?

—Creo que sí —contestó Pete, agachándose para acariciar a su hermoso perro—. ¿Sabes una cosa, Dave? Nos vamos a Alemania.

—¿A resolver el misterio?

—Es una de las cosas que haremos. ¿No te importaría cuidar de «Zip», mientras tanto?

—¡Claro que no! ¿Cuánto tiempo estaréis fuera?

—No lo sé con seguridad. Unas tres o cuatro semanas.

—Papá y mamá estuvieron una temporada en Alemania.

—¿Sí? Entonces, tu madre podrá explicarme algunas cosas —dijo Pete.

—Claro que sí. Entra. Mamá está haciendo pasteles en la cocina.

Los dos amigos entraron en la casa de Dave y acercaron dos sillas a la mesa de cocina para ver cómo la señora Meade pasaba el rodillo sobre una gran porción de masa para pasteles. Pete empezó a decir:

—Me ha dicho Dave que usted ha estado en Alemania. ¿Ha visto usted allí algún reloj de cuco?

—Sí, he visto relojes de cuco —contestó la madre de Dave, una señora de cabello corto y oscuro y ademanes rápidos—. Esos relojes lo hacen en los «Schwarzwald». «Schwarz» quiere decir negro y «Wald» es selva.

—Selva Negra —comentó Pete—. Parece que sea algo de miedo o de fantasmas.

—Pues no es nada de eso —contestó la señora Meade, mientras cortaba un círculo de masa que colocó en una bandeja del horno—. Muchos de los relojes de cuco se hacen en un pueblecito que se llama Triberg.

Explicó también la señora Meade que aquel pueblo se encontraba en un valle inclinado. Y añadió sonriendo:

—Allí siempre hay que andar o cuesta abajo o cuesta arriba.

Después que Pete explicó sus planes de dejar a los animalitos en casa de sus amigos, la madre de Dave colocó una buena cantidad de rebanadas de manzana sobre la bandeja del pastel, y al mismo tiempo explicó:

—En alemán, perro se dice «Hund». A un gato se le llama «die Katze».

—«Hund und Katze». Me acordaré de estas palabras —dijo Pete.

—Si necesitas decir señor, dirás «Herr» —continuó la señora Meade—; y para decir señora dirás «Frau».

Los dos muchachos miraron atentamente cómo la madre de Dave colocaba una capa de masa sobre las rebanadas de manzana, unía, apretando con los dedos, los bordes de la capa de abajo y la de arriba, espolvoreaba todo con azúcar y metía la bandeja en el horno.

No había acabado la señora Meade de cerrar la puerta del horno, cuando llegaron desde la calle gritos angustiados. Dave y Pete salieron corriendo a la puerta de la fachada y pudieron ver a Pam, Sue y Holly que corrían calle abajo. Pam sujetaba en sus brazos, muy apretado, a «Mimito». Joey Brill corría detrás de las niñas.

—¡Déjalas en paz! —gritó Pete al camorrista, al tiempo que él y Dave acudían a defender a las niñas.

Joey retrocedió y, levantando los puños, gritó amenazador:

—¡Si queréis pelea, venid aquí!

—¡Quería despellejar al pobre «Mimito»! —acusó Holly, estremecida de espanto.

—¿Quién iba a querer la piel de un gatucho raquítico? —se burló Joey—. No serviría ni para hacer una bufanda de muñeca.

—Creí que tenías trabajos que hacer con Will Wilson —dijo Pete—. Nos hemos enterado de que estáis resolviendo el misterio de las salchichas.

Joey le miró con ojos relucientes de rabia.

—Os habéis burlado de nosotros —vociferó el chicazo—. No sé cómo habéis podido hacerlo. ¡Pero ya arreglaremos cuentas!

—No será despellejando a nuestro gato —replicó Pete.

Joey se marchó, sacudiendo los puños.

—Adiós, salchichero —se mofó Ricky, que también había acudido en ayuda de sus hermanas.

—Menos mal que ya no nos molestará mucho tiempo —dijo Pam, dando un suspiro de alivio—. Como estaremos en Alemania…

Los hermanos Hollister volvieron a casa para comer con tío Russ. Poco después de la comida el tío se preparó para seguir su viaje y deseó a todos una feliz estancia en Europa.

—Y confío en que resolváis el misterio del reloj de cuco —añadió.

—Lo procuraremos —prometió Pam.

—Y también encontraremos el león —aseguró Holly, después de despedirse de su tío con un beso.

El resto de la tarde lo pasaron los Hollister haciendo preparativos para el viaje.

Cuando llegó la hora de la cena, todos se lavaron las manos antes de sentarse a la mesa. Sue salió del lavabo con la carita llena de lágrimas.

—¿Qué ocurre? —preguntó dulcemente la señora Hollister a su hija menor.

—Me he lavado con mi patito de jabón y ahora el «probe» no tiene cabeza —explicó Sue, entre hipidos.

—No te preocupes —la consoló Pam—. Puedes quedarte con mi muñeca de jabón. Yo me haré otra.

Después de la cena, Pete enseñó a todos sus hermanos las palabras que había aprendido en alemán y contó a sus padres lo que había averiguado sobre Triberg y la Selva Negra.

—¿Tú crees que han venido de allí nuestros relojes de cuco, papá? —preguntó Pam.

El señor Hollister dijo que no se acordaba.

—Pero la factura está archivada —añadió—. Podéis ir mañana a echar un vistazo.

—¿Por qué no vamos esta misma noche, papá? —pidió Pam—. A lo mejor descubrimos una pista.

—¡Zambomba! Es una buena idea —declaró Pete—. Yo sé dónde tienes el archivador, papá. ¿Podríamos ir ahora Pam y yo al Centro Comercial?

—Yo puedo llevaros en la furgoneta —se ofreció la señora Hollister.

—Gracias, mamá —dijo Pam, acercándose a abrazar a su complaciente madre.

Ya casi había oscurecido por completo cuando los tres llegaron a la tienda. La señora Hollister estaba aparcando cuando Pete notó que alguien se movía en el callejón inmediato a la tienda.

—¡Mamá, hay alguien husmeando alrededor del edificio! —dijo el muchachito.

Los tres salieron del coche y caminaron cautelosamente por el callejón, mirando en todos los rincones, por si veían a alguien.

En medio de la oscuridad pudieron distinguir dos siluetas que se detuvieron ante la puerta posterior, cerrada con llave.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? —preguntó la señora Hollister.

Tomados por sorpresa, los intrusos echaron a correr hacia el pequeño prado, situado detrás del Centro Comercial.

—¡Deténganse! —gritó Pete, mientras corría en su persecución, seguido de su madre y su hermana.