La veleta giraba misteriosamente en la estancia vacía.
—¡Zambomba! —exclamó Pete—. ¿Qué será lo que hace que se mueva?
—No hace viento, ni brisa siquiera —dijo Pam, enfocando la linterna en la ventana—. Alguien ha debido de salir por ahí y ha rozado la veleta, al pasar.
Pete y Pam cruzaron entre pilas de hierro para ir a mirar por la ventana. Un farol cercano iluminaba el húmedo pavimento, pero en la calle no se veía a persona alguna.
—A lo mejor la persona que haya entrado habrá dejado alguna pista —dijo Pete, sacando la cabeza sobre la carcomida madera del marco de la ventana. Luego se acercó a detener la veleta, que tenía la forma de una flecha, y en seguida exclamó:
—¡Mira!
Pete señalaba un trocito de tela, adherida a la punta de la flecha. Con todo cuidado lo recogió.
—Es un trocito de paño azul —observó Pam—. ¡Dijiste que Curio-Us llevaba un traje azul oscuro! ¿Tú crees…?
—¡Sí! ¡Claro! Apuesto algo a que ha sido él. ¿Qué otra persona puede interesarse por estas cosas viejas? Curio-Us ha estado buscando aquí una pista, lo mismo que nosotros.
—Pero él lo hace misteriosamente. ¿Por qué?
—Vamos a ver si está aquí el molde —propuso Pete—. Si lo encontramos, sabremos que la Compañía de Fundición Bennett fabricaba veletas en forma de bruja.
Valiéndose de todas sus fuerzas, Pete y su hermana fueron levantando moldes y más moldes y examinándolos todos. Encontraron un águila, un gallo, un caballo tirando de un calesín, una vaca y un barco, pero ninguna bruja.
—Puede que el molde de la bruja se rompiera o lo tirasen —dijo Pete—. Si pudiéramos encontrar algún archivo de la antigua fábrica…
Pero, aunque buscaron por todos los rincones, no vieron ningún archivador ni libros de caja. Desencantados, Pete y Pam cerraron la ventana y echaron la llave a la puerta.
Cuando los niños llegaron a la oficina del vigilante, la encontraron vacía, de modo que dejaron la llave y la linterna sobre la mesa. Se encaminaron, entonces, a la puertecilla lateral.
—¡Eh! —les llamó una voz que les dejó aterrados—. ¿A dónde vais?
Con el corazón latiendo a toda velocidad, Pete y Pam se volvieron, encontrándose ante la luz de la linterna del vigilante.
—Nos vamos a casa —dijo Pete—. Gracias por habernos permitido ver el almacén.
Luego, entre él y Pam, contaron al hombre lo que había pasado. El guarda nocturno frunció el ceño.
—El cerrojo de la ventana del almacén está roto desde hace algún tiempo. Ya se lo he advertido al portero pero no lo han arreglado todavía.
Antes de que Pete hubiera podido hacerle preguntas sobre la bruja dorada, el señor Applegate se disculpó, diciendo que tenía que seguir haciendo la ronda por la fábrica.
Cuando estuvieron fuera, Pam se mostró muy desanimada.
—No hemos podido preguntarle al señor Applegate si ha oído hablar de una bruja dorada.
—Tendremos que hablar con él mañana —decidió Pete.
Mientras bajaban por la calle, Pam preguntó:
—¿Tú crees que Curio-Us habrá encontrado el molde de la bruja y se lo habrá llevado?
—Supongo que ha podido hacerlo, aunque el molde fuese pesado. Pero no ye o cómo el molde puede servirle para encontrar la veleta.
—Yo tampoco lo comprendo —dijo Pam.
De camino al Centro Comercial, se detuvieron en la Central de policía de Shoreham, para informar de lo ocurrido al oficial Cal. Pete le dio a Cal el trocito de paño azul oscuro y le dijo que sospechaba que pudiera ser de Curio-Us.
—Hay muchos hombre que llevan traje azul —dijo el policía—, pero hablaré con el director del hotel, para saber si Yagar ha salido esta noche.
El oficial telefoneó al hotel y, al recibir la respuesta a su pregunta, sonrió.
—Se ha ido —dijo a Pam y Pete, mientras colgaba—. Yagar ha pagado su cuenta esta tarde y se ha marchado del hotel sin dejar dirección.
—Puede que haya encontrado la bruja dorada y se haya ido a su casa —dijo Pam, poco convencida—. A lo mejor es de verdad un coleccionista.
—Si lo fuera, ¿por qué lo hace todo con tanto secreto? No. Yo creo que es un hombre raro.
El oficial Cal estuvo de acuerdo con Pete y también lo estuvo el señor Hollister, cuando los niños le explicaron más tarde, su aventura.
—Pero ¿por qué hará todo eso? —comentó el padre, mientras apagaba las luces del almacén.
De regreso en la furgoneta, los tres hablaron sobre los dos misterios, pero no pudieron encontrar ninguna explicación ni a la desaparición de Yagar, ni a las inscripciones de la granja de los Johnson.
Cuando llegaron a casa, el señor Hollister aparcó en el camino del jardín y todos entraron por la puerta trasera. En la sala no había luz, pero la de la cocina estaba encendida y desde ella llegaban las voces de la madre y los tres pequeños.
Pete y Pam entraron los primeros y encontraron a su familia entretenida con un juego de mesa.
—Hola —saludó Holly, levantando la cabeza—. Yo gano.
Pam iba a contestar, pero las palabras se helaron en sus labios. Tomando a Pete por el brazo, señaló a la ventana.
—¡Mira! —exclamó con angustia.
¡Contemplándoles desde el otro lado de los cristales se veía el rostro arrugado y temible de una bruja!
Sue dio un grito de terror y corrió al lado de su madre.
—¡Canastos! —exclamó Ricky, poniéndose en pie de un salto.
En aquel momento, el rostro de la bruja desapareció.
—Alguien nos está gastando una broma —dijo Pete.
Salió a toda prisa por la puerta trasera, seguido de Pam, Ricky y Holly. Dieron la vuelta en la esquina de la casa y atisbaron a todas partes. Pete ordenó:
—Escuchemos…
Los cuatro quedaron muy quietos, bajo el helado aire de la noche, pero no pudieron oír el menor ruido indicador de que alguien huyese corriendo.
Pam fue la primera en examinar el suelo, bajo la ventana iluminada de la cocina. Allí señaló dos agujeros cuadrados en la tierra.
—¿Qué creéis que ha sido? —preguntó Holly, estremecida.
—Alguien que andaba con zancos —opinó Pete.
—A ver quién lo adivina —dijo Ricky, sonriendo—. El buenecito de Joey…
—O el bueno de Will —añadió Pete.
—Deben de haberse enterado de que estamos buscando la bruja dorada —dijo Pam.
—Es una pena que «Zip» esté en la granja —reflexionó Holly—. Él habría descubierto a esa bruja con zancos.
A la mañana siguiente, los Hollister se repartieron entre los cuatro mayores las invitaciones y las entregaron a sus amigos del colegio. Pam contó a Ann el susto que había tenido a causa de la bruja en la ventana, pero sonó el timbre antes de que su compañera hubiera podido contestar nada.
Aquella tarde Pam y Ann regresaron a casa juntas, haciendo planes para la fiesta.
—Las invitaciones son preciosas —dijo Ann—. Desde luego, yo iré. Y Jeff también.
Luego Ann añadió que su padre conocía a un fabricante de caramelos.
—Yo puedo llevar gatitos de caramelo con sabor a licor y calabacitas rellenas de crema.
—Será estupendo —contestó Pam.
Cuando las dos amigas se acercaban a casa de los Hunter, Pam vio a Joey Brill que desaparecía por la esquina del porche.
—¿Qué estará haciendo? —preguntó Pam.
Las dos corrieron al porche, pero el chicazo ya había desaparecido. Al mirar al suelo, Pam exclamó:
—¡Mira, Ann!
¡Había huellas de zancos alrededor de la casa!
—Se ven esos agujeros por todo el jardín. También a ti te visitaron anoche esos chicos —añadió Pam.
—Es verdad que parecen huellas de zancos concordó Ann, examinando el suelo.
—Tengo que irme. Mamá me está esperando.
Y tras prometer volver al día siguiente, Pam marchó a su casa, donde encontró a la señora Hollister sentada al volante de la furgoneta y dispuesta a llevar a sus hijos hasta la granja del señor Johnson.
Cuando llegaron, el granjero les recibió muy contento y prometió acompañar a los niños a casa en su camioneta. Mientras todos se reunían ante la casa, Ricky y Holly se ofrecieron para despachar en el puesto.
—Está bien —contestó el señor Johnson—. En ese caso, Pete y Pam pueden llevar una carga de manzanas en el carro, al lagar.
—Yo también «quero» montar en el carro —anunció Sue.
—Me da miedo que vuelques el carro, hijita —dijo la señora Hollister, haciendo un guiño a los otros.
—Déjala quedarse, mamá. Nosotros la cuidaremos —prometió Pam.
—Está bien, Pam —contestó la madre.
La señora Hollister se marchó en la furgoneta y Ricky y Holly se quedaron en el puesto de calabazas, mientras los demás seguían al señor Johnson hasta el granero. Pete y Pam colocaron los arneses a «Domingo», mientras el granjero cargaba cinco altas banastas de manzanas, en el carro. Pam subió a Sue al carro y luego trepó ella y tomó las riendas.
—¿Tenemos que traer la sidra, al regresar? —preguntó Pam.
—No —contestó el granjero—. No creo que tía Nettie pueda machacar todas estas manzanas hoy.
El señor Johnson explicó a los niños que en algunos lugares se entregaba a los clientes la sidra en el acto, pero era sidra hecha con otras manzanas.
—Pero yo quiero la sidra de mi fruta. Mis manzanas son muy buenas. Mezclo las dulces con las ácidas. Conviene mezclar varias clases para conseguir buena sidra. Probad ésta —añadió el señor Johnson, dando a cada niño una hermosa manzana.
Mientras Pete daba un mordisco en la brillante piel de la fruta, el señor Johnson señaló una pequeña separación en la arboleda.
—Éste es el viejo camino de carros. Seguid por él, colina arriba, hasta el otro lado de la ladera. Los lagares están abajo. No podéis perderos.
—¿Hay osos en el bosque? —preguntó Sue, inquieta.
El granjero se echó a reír.
—No. Sólo ciervos y alguna liebre.
Pete hizo un chasquido con la lengua y «Domingo» empezó a andar al lado de su amo. La carreta penetró en los bosques y a los pocos momentos pasaba ante el viejo granero. La desmoronada edificación se levantaba entre los árboles y parecía inclinarse hacia los niños. No se percibía más ruido que el crujido de las ruedas del carretón y el repicar de las herraduras de «Domingo».
Cuando el camino resultó más empinado, Pete ayudó al animal, empujando el carro por detrás. Se detuvieron al llegar a un repechón.
—Chist —dijo Pam—. Me parece que he oído a un ciervo.
Sue se llevó un dedito a los labios y quedó silenciosa. Un cuervo graznó desde la copa de un árbol distante.
—Es mejor seguir adelante —decidió Pete.
De repente, a su espalda, oyeron un chasquido.
—¡Escuchad! ¡Escuchad! —dijo Pam, y Pete hizo detenerse al burro.
—Alguien anda sobre la hojarasca —dijo Pete.
El ruidillo resultaba cada vez más cercano.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Pete.
Cesó el ruido, pero nadie dio respuesta.