CURIO-US

Furioso, Joey levantó un puño amenazador hacia los Hollister.

—¡Me vengaré! —gritó, al tiempo que saltaba a su bicicleta. Pero sus pantalones estaban tan resbaladizos que en lugar de sentarse tuvo que apoyarse sólo en los pedales y seguir el trayecto erguido, sin tocar el sillín.

—¡Qué chico tan travieso! —comentó la señora Johnson, mientras Pete recogía los pedazos del fruto y los dejaba en un campo, detrás del puesto de calabazas—. Habéis hecho un gran trabajo hoy, pero creo que ya es hora de que volváis a casa.

Apenas la señora Johnson había acabado de hablar cuando una camioneta se detuvo en el camino.

—¡Ahí está «Indy»! —anunció Ricky, al ver al hombre robusto que bajaba del vehículo.

«Indy» Roades trabajaba para el señor Hollister en el Centro Comercial, una tienda que era una combinación de ferretería, juguetería y artículos deportivos, situada en Shoreham.

—Vuestro padre me ha enviado a recogeros —dijo «Indy», mientras Sue corría a abrazarle.

«Indy» era bajo y ancho, con la piel curtida, el cabello negro como el ala de cuervo y una alegre sonrisa. Era un indio verdadero que procedía de Nuevo Méjico, en donde vivía su tribu.

—¿Qué hacemos con «Domingo» y el carro? —preguntó Holly.

«Indy» contestó que el señor Hollister había sugerido que el burro se quedara en casa de los Johnson, mientras los niños trabajasen para los granjeros.

—Y «Zip» puede quedarse también para que «Domingo» no esté solito —declaró Sue.

—Me parece muy bien —dijo la señora Johnson—. «Zip» y «Domingo» serán una buena compañía para nuestras cabras, en el granero nuevo.

Cuando el burro estuvo desenganchado y se encontró en el granero, junto a las cabras, los niños dijeron adiós a sus animales, subieron a la camioneta de su padre y muy pronto se encontraron en su casa.

Después de la cena, cuando Pete estaba terminando sus deberes del colegio, llamaron a la puerta. Salió a abrir Holly, y Da ve Meade entró en la casa. Da ve era un muchachito alto y risueño, muy amigo de Pete. Aquella noche, como siempre, su cabello lacio estaba despeinado y le caía sobre los ojos. Dave vivía en la misma calle que los Hollister, unas cuantas casas más allá.

—Hola, Dave. ¿No te salen los deberes? —preguntó Pete.

—Sí. Los deberes, sí; ya los he acabado.

—Yo también —sonrió Pete.

—Quería enseñarte algo —añadió Dave—. Creo que es interesante.

—¿Un misterio? —preguntó Pete.

—Algo de eso —respondió su amigo.

Pete hizo señas a Dave, con la cabeza, para que le siguiera a su habitación del piso alto. Allí, Dave se sentó en la cama y empezó a decir:

—He visto algo esta tarde, en el supermercado.

—¿Venden carretillas metálicas, para hacer la competencia a mi padre?

—No. No es nada de eso —repuso Dave, sacudiendo la mano—. Es ese nuevo tablero de información.

—¿Ése en el que la gente anuncia lo que quiere comprar o vender?

—Sí. He visto algo muy interesante. Y el supermercado está abierto esta noche.

Pete contestó, sonriendo:

—Muy bien. Me has convencido. Iremos.

Después de pedir permiso a su madre para salir, Pete se puso una gruesa chaqueta y fue al garaje a coger su bicicleta. Probó si funcionaba el faro y en seguida pedaleó, junto a Dave, que también iba en bicicleta.

Mientras avanzaban por la carretera, Pete contó a su amigo los detalles del último misterio que estaban queriendo desenredar.

—¡Estupendo! —dijo Dave—. Bueno, ya estamos en el supermercado.

El gran almacén estaba situado en una nueva plaza, en los límites de la ciudad. Los dos chicos dejaron sus bicicletas en un bastidor y entraron en el local, cuya puerta electrónica se abrió cuando ellos se acercaron.

Los dos amigos recorrieron a toda prisa el blanco y resplandeciente supermercado, abriéndose paso entre los carritos de los compradores, y pronto llegaron al fondo, donde se había colocado un gran cartel en una pared. Allí se leían toda clase de noticias.

Pete contuvo la risa, mientras leía:

CAMADA DE GATITOS BUSCA UN HOGAR

Y más abajo:

UN PAR DE ESQUÍES

CAMBIARÉ POR UNA BICICLETA PEQUEÑA

Dave señaló una tarjeta escrita con pulcritud, donde decía:

BUSCO VELETA ANTIGUA EN EL ÁREA DE SHOREHAM.

SI TIENE USTED UNA, DEJE AQUÍ UN MENSAJE.

La firma era «Curio-Us».

Pete se encogió de hombros y miró a Dave.

—Parece que alguien busca una veleta antigua. Pero ¿por qué no pone su verdadero nombre?

—Eso quería yo decirte —contestó Dave—. ¿No te parece un poco misterioso?

—Me gustaría saber si es un chico o un hombre.

—Será una mujer —afirmó Dave—. ¿Verdad que las mujeres son más curiosas que los hombres?

—Pues nosotros estamos siendo muy curiosos viniendo aquí a leer esto… ¡Y somos chicos!

—En la buhardilla de casa tengo una veleta vieja. ¿Crees que debo dejar un mensaje para Curio-Us?

—Claro. ¿Por qué no? A lo mejor ganas un poco de dinero, si la vendes.

Dave sacó de su bolsillo un pedazo de papel en el que ya había escrito: «Póngase en contacto con Dave Meade». Y debajo anotó su dirección. Tomó una cajita de chinchetas y clavó el papel en el tablero, junto a la nota de Curio-Us.

—¡Zambomba! ¿Qué pasará ahora? —dijo Pete, mientras salían del establecimiento.

A la mañana siguiente, camino de la escuela, los amigos de los Hollister quisieron saber qué había ocurrido en la granja, la tarde anterior. Pam lo explicó y, al llegar a la parte de Joey Brill, todos rieron a carcajadas.

—Nos gustaría ir hoy a ayudaros, si pudiera ser —dijo Ann Hunter.

Y su hermano Jeff, de ocho años, añadió:

—A mí también.

—Y a mí —anunció con su vocecita musical Donna Martin, la amiga de Holly.

Donna era una niña gordita de siete años, con graciosos hoyuelos en las mejillas. También Dave Meade preguntó si sería posible unirse a los Hollister para ayudar al granjero Johnson.

—¡Canastos! —exclamó Ricky, que estaba comprobando lo de prisa que podía caminar sin pisar más que el borde de la acera—. ¡Cuántos más seamos, más nos divertiremos!

Antes de entrar en el colegio, Dave dijo a Pete, en un cuchicheo:

—¿Tú crees que Curio-Us contestará hoy a mi nota?

En aquel momento, sonó el timbre y cada uno de los niños fue a su clase. Después de la escuela, los Hollister esperaron, a la entrada de la casa, a los amigos que tenían que llegar. Sue, que se quedó con su madre, despidió con alegres sacudidas de su mano a la caravana de bicicletas que emprendió la marcha camino de la granja.

En cuanto llegaron, se enganchó a «Domingo» al carro y todos rieron y bromearon, mientras el burro era conducido al calabazar. Con tanto ayudante, el carro quedó muy pronto lleno y en seguida se alinearon las calabazas junto al puesto del camino.

El señor Johnson, que se ocupaba en otros quehaceres de la casa, quedó muy complacido viendo lo mucho que los niños trabajaban. No cesaban de detenerse coches para comprar calabazas.

—¡Caramba! ¡Qué gran familia tiene usted! —comentó uno de los compradores.

Y la señora Johnson contestó, sonriendo:

—Los niños no son míos. ¡Pero ojalá lo fuesen!

Aquella tarde los niños acabaron muy pronto el trabajo y cuando «Domingo» fue desenganchado y llevado al granero, Ricky dio una zapateta y gritó:

—¡Vamos, que ahora podremos divertirnos de verdad!

El pecoso corrió delante de todos hacia el viejo granero y se instaló en el asiento delantero del empolvado «Ford».

¡Uuu-ga, uuu-ga!, aulló la bocina y, desde el otro granero, «Domingo» rebuznó sonoramente.

Sin importarles el polvo ni las telarañas, los demás niños se metieron en el viejo vehículo. Jeff Hunter y Ricky empezaron a balancearse de delante a atrás.

—¡Canastos! —exclamó el pecoso—. ¡Estamos viajando a cien millas por hora!

Estaba moviendo entusiasmado el volante, cuando el taco de madera de detrás resbaló del eje y el «Ford» cayó hacia atrás con una sacudida.

—¡Ahora sí que la hemos hecho buena! —exclamó Pete, apurado, mientras todos bajaban del derrengado coche.

—No ha sido nada importante —dijo Pam, tranquilizando a todos—. Si nos unimos podremos levantar el coche y volver a colocar el tarugo de madera.

Pero el viejo «Ford» era demasiado pesado para que los niños pudiesen hacer tal cosa.

—Ya sé cómo podemos arreglarlo todo —anunció Ricky—. Quitando los otros tres tacos.

Pete estuvo de acuerdo con su hermano y a Dave Meade también le pareció buena la idea. De modo que, entre todos, empujaron el coche y pudieron moverlo unos cuantos centímetros.

¡Bing! ¡Bam! ¡Buump! Las otras tres ruedas del coche se posaron en el suelo y el vehículo volvió a quedar horizontal. Pete lo miró con desconsuelo.

—¡Zambomba! Los cuatro neumáticos están desinflados.

Ahora fue Dave quien se colocó ante el volante, haciéndose la idea de que conducía.

—¡Vamos, «Lizzie Hojalata», echa a andar!

De repente vieron aparecer en la puerta del granero al señor Johnson que decía:

—¡Dave! ¡Dave Meade!

—¡Huuy! —murmuró el chico—. A lo mejor no le gusta lo que estamos haciendo. —Y después de carraspear, para aclarar la voz, dijo—: Lo siento mucho, señor Johnson. No quiere usted que juguemos con su coche, ¿verdad?

—No hay nada de eso, Dave —contestó, sonriente, el granjero—. Lo que pasa es que ha venido un hombre que desea verte. Está esperando junto al puesto de calabazas.

Dave y Pete se adelantaron a los demás y llegaron corriendo al puesto para ver quién era el que estaba aguardando. Se trataba de un joven bajo y ancho, de unos veinte años, que preguntó:

—¿Quién de vosotros es Dave Meade?

—Yo.

—Tu madre me ha dicho que podría encontrarte aquí.

—¿Necesita usted algo de mí? —preguntó Dave, cortésmente.

—Puede que sí. He visto que has contestado a mi anuncio. Yo soy Curio-Us.

Pete se fijó en seguida en las ropas del muchacho. Llevaba un abrigo gris, un traje de lana azul y zapatos negros y puntiagudos.

—Me gustaría ver esa veleta que tienes —dijo el hombre—. Sube a mi coche y te llevaré a tu casa.

Dave intercambió una mirada con Pete y luego repuso:

—Gracias, señor. Pero prefiero ir en mi bicicleta. Le veré a usted en mi casa.

El hombre asintió y, tras poner su coche en marcha, se alejó.

Cuando todos los niños se hubieron despedido del granjero y su esposa, la procesión de bicicletas volvió a ponerse en marcha. Ante la casa de los Hollister todos se separaron, Ricky, Holly y Pam se quedaron con su madre, pero Pete se marchó con Dave a casa de los Meade, para reunirse con Curio-Us, que había aparcado en frente.

—Espere un momento, señor, que le traeré en seguida la veleta —dijo Dave.

Él y Pete subieron corriendo a la buhardilla y estuvieron rebuscando unos minutos hasta encontrar una vulgar veleta negra, en forma de gallo. Salieron a toda prisa para mostrársela al hombre que, en cuanto la vio, sacudió la cabeza, diciendo:

—No es esto lo que busco. Esta veleta es fea. A mí me interesa una de gran tamaño.

—¿Cómo es? —preguntó Dave.

—De mayores dimensiones… Más gruesa…

—Me parece que ya sé lo que quiere usted decir —dijo Pete.

Curio-Us miró atentamente a los dos chicos, como calculando las palabras que pronunció a continuación:

—¿Os gustaría trabajar para mí? Os pagaré bien.

—¿Qué tendríamos que hacer? —preguntó Pete.

Y el hombre repuso:

—Ayudarme a buscar una veleta especial.

—¿Qué cosa especial puede tener una veleta? —se extrañó Dave.

—Tiene la forma de una bruja y es dorada —repuso Curio-Us.