Hacia mediados de la década de los cincuenta se publicaron dos libros de Aldous Huxley, The Doors of Perception («Las puertas de la percepción») y Heaven and Hell («Cielo e Infierno»), en los que se ocupa sobre todo en el estado de embriaguez provocado por las drogas alucinógenas. Allí se describen magistralmente los cambios en las percepciones sensoriales y en la conciencia, que el autor experimentó en un autoensayo con mescalina. Para Huxley el experimento con mescalina se convirtió en una experiencia visionaria. Vio las cosas desde otro punto de vista: le revelaron su ser propio e intemporal, que queda oculto a la mirada cotidiana.
Ambos libros contienen consideraciones fundamentales sobre la naturaleza de la experiencia visionaria y la importancia de este tipo de captación del mundo en la historia de la cultura, en la formación de los mitos y de las religiones en el proceso artístico-creador. Huxley ve el valor de las drogas alucinógenas en el hecho de que permiten que personas que no posean el don de la contemplación visionaria espontánea, propia de los místicos, los santos y los grandes artistas, puedan experimentar ellos mismos estos extraordinarios estados de la conciencia. Esto, opina Huxley, llevaría a una comprensión más profunda de los contenidos religiosos o místicos y a una experiencia novedosa de las grandes obras de arte. Estas drogas son para él las llaves que permiten abrir nuevas puertas de la percepción, llaves químicas que coexisten con otros «abridores de puertas» consagrados pero más laboriosos, como la meditación, el aislamiento y el ayuno, o como ciertos ejercicios de yoga.
En aquel entonces yo ya conocía la obra anterior de este importante escritor. Dicho sea de paso, ya en su novela ficción Brave New World, publicada en 1932, cumplía un papel importante una droga psicotrópica que coloca a las personas en un estado eufórico y a la que llama «soma». En los dos nuevos escritos del autor hallé una interpretación significativa de la experiencia inducida por drogas y obtuve así una introspección más profunda de mis propios ensayos con LSD.
Por eso me vi agradablemente sorprendido al recibir en una mañana de agosto de 1961, en el laboratorio, una llamada telefónica de Aldous Huxley. Estaba de paso en Zurich con su esposa. Nos invitó a mí y a mi esposa para un lunch en el Hotel Sonnenberg.
Un gentleman, con una fresia amarilla en el ojal, un personaje alto, noble, que irradiaba bondad —así lo recuerdo en nuestro primer encuentro—. La conversación giró sobre todo en torno al problema de las drogas mágicas. Tanto Huxley como su esposa, Laura Huxley Archera, habían tenido experiencias con LSD y con psilocybina. Huxley habría preferido no llamar «drogas» (drugs) a estas sustancias y a la mescalina, porque en el uso lingüístico inglés, igual que en el alemán, la palabra «droga» está desacreditada y porque era importante diferenciar también en el terreno de la lengua a este tipo de sustancias activas de las otras drogas. Creía que en la actual fase del desarrollo de la humanidad, a los agentes que producen una experiencia visionaria les cabe una gran importancia. No le parecía que tuvieran mucho sentido los ensayos en condiciones de laboratorio, porque, con la receptividad y sensibilidad tan aumentada para las impresiones externas, el ambiente tendría una importancia decisiva. Al hablar de la tierra natal de mi esposa, la zona montañosa de Bündner, le recomendó ingerir LSD en una pradera de los Alpes y mirar luego dentro del cáliz azul de una genciana para contemplar allí el milagro de la creación.
Al despedirnos, Huxley me dejó como recuerdo una copia en cinta de su conferencia «Visionary Experience», que había dado una semana antes en un congreso internacional para psicología aplicada en Copenhague. En esta conferencia habló sobre la naturaleza y la significación de la experiencia visionaria, contraponiendo este tipo de visión del mundo a la captación verbal e intelectual de la realidad como su complemento necesario.
Al año siguiente se publicó un nuevo libro de Aldous Huxley, el último, la novela Island. En ella se narra el intento de fusionar en la utópica isla de Pala las conquistas de las ciencias naturales y de la civilización técnica con la sabiduría oriental en una nueva cultura, en la que razón y mística estén unidas fructíferamente. En la vida de la población de Pala tiene un papel importante una droga mágica que se obtiene de una seta, la medicina moksha (redención, liberación). Su aplicación se limita a etapas decisivas de la vida. Los jóvenes de Pala la reciben en los ritos iniciáticos; se la dan al héroe de la novela en una crisis vital en el marco de una conversación psicoterapéutica con una persona anímicamente cercana a él; y a un moribundo le alivia el abandono del cuerpo terrenal y el tránsito al otro ser.
En nuestra conversación en Zurich, Huxley me había dicho que volvería a tratar el problema de las drogas psicodélicas en su nueva novela. Ahora me envió un ejemplar de Island con la siguiente dedicatoria manuscrita: «Al Dr. Albert Hofmann, descubridor de la medicina moksha, de Aldous Huxley».
Las esperanzas puestas por Aldous Huxley en las drogas psicodélicas como auxiliar para provocar experiencias visionarias, y lo que habría que hacer con éstas en la vida cotidiana, se desprende de su carta del 29 de febrero de 1962, en la que me escribía…
… I have good hopes that this and similar work will result in the development of a real Natural History of visionary experience, in all its variations, determined by differences of physique, temperament and profession, and at the same time of a technique of «Applied Mysticims» —a technique for helping individuals to get the most out of their trascendental experience and to make use of the insights from the «Other World». (Meister Eckhart wrote that «What is taken in by contemplation must be given out in love»). Essentially this is what must be developed —the art of givin out in love and intelligence what is taken in from vision and the experience of self-transcendence and solidaritty with the Universe…[19]
A fines del verano de 1963 me vi varias veces con Aldous Huxley en el congreso anual de la Academia Mundial de Artes y Ciencias (WAAS) en Estocolmo. Eran sus propuestas y aportes a la discusión en las sesiones de la academia los que, por forma y contenido, marcaron el curso de las tratativas.
El plan de fundación de la WAAS era hacer elaborar problemas mundiales por los especialistas más competentes en una asociación independiente de posturas ideológicas y religiosas desde un punto de vista supranacional, universal, y poner a disposición de los gobiernos responsables y de los organismos ejecutores los resultados, propuestas e ideas bajo la forma de publicaciones adecuadas.
El congreso anterior al de 1965 se había ocupado en la explosión demográfica y el agotamiento de las reservas de materias primas y recursos alimentarios de la Tierra. Las investigaciones y propuestas correspondientes se compendiaron en el volumen II de la WAAS bajo el título de The Population Crisis and the Use of World Resources[20]. Una década antes de que el control de la natalidad, la protección del medio ambiente y la crisis energética se convirtieran en tópicos, en la WAAS se señalaron estos problemas mundiales y se proporcionaron propuestas de solución a los poderosos de esta Tierra. La evolución catastrófica en los campos mencionados revela la discrepancia trágica entre el reconocer, el querer y el poder.
En el congreso de Estocolmo Aldous Huxley propuso, como continuación y completación del tema World Resources (recursos mundiales), atacar el problema de los Human Resources (recursos humanos), la investigación y exploración de las capacidades ocultas y desaprovechadas del ser humano. Una humanidad con capacidades mentales más desarrolladas, con una conciencia más amplia de los milagros inasibles del ser, debería poder reconocer y observar mejor las bases biológicas y materiales de su existencia en esta Tierra. Por eso —decía Huxley— tendría una gran importancia en la evolución el desarrollar la capacidad de experimentar la realidad de manera directa, sin las distorsiones que producen las palabras y los conceptos, a través de los sentimientos, sobre todo en el hombre occidental con su racionalismo hipertrofiado. Entre otros, Huxley consideraba que las drogas psicodélicas podrían ser un auxiliar para la educación en este sentido. El psiquiatra doctor Humphry Osmond, quien también participaba en el congreso y había acuñado el término psychedelic (que despliega el alma), lo apoyó con un informe sobre las posibilidades de una aplicación adecuada de las drogas psicodélicas.
El congreso de Estocolmo fue mi último encuentro con Aldous Huxley. Su aspecto ya estaba marcado por su grave enfermedad, pero su irradiación espiritual seguía inalterada.
Aldous Huxley murió el 22 de noviembre del mismo año, el día que fue asesinado el presidente Kennedy. La señora Laura Huxley me envió una copia de su carta a Julian y Juliette Huxley, en la que informaba a su cuñado y a su cuñada sobre el último día de su esposo. Los médicos le habían anticipado un final dramático, porque en el cáncer de las vías respiratorias que Huxley padecía, la fase final suele conllevar espasmos y sofocos. Pero él falleció tranquilo.
A la mañana, cuando estaba ya tan débil que no podía hablar, había escrito en un papel: «LSD — inténtalo — intramuscular — 100 mmg». La señora de Huxley entendió a qué se refería y le practicó ella misma la inyección, haciendo caso omiso de los escrúpulos del médico presente… le dio la medicina moksha.