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La irradiación de Ernst Jünger

En este libro he descrito hasta ahora sobre todo mi trabajo científico y hechos conectados con mi actividad laboral. Sin embargo, la naturaleza misma de este trabajo tuvo repercusiones en mi propia vida y seguramente también en mi personalidad, tal vez porque me relacionó con contemporáneos interesantes e importantes. He mencionado ya a algunos de ellos: Timothy Leary, Rudolf Gelpke, Gordon Wasson. En las páginas siguientes quiero abandonar la discreción del científico y narrar encuentros que devinieron significativos para mí y me impulsaron al dominio de los problemas que me planteaban las sustancias por mí descubiertas.

Primeros contactos con Ernst Jünger

«Irradiación» es un término que expresa muy bien la manera en que influyeron en mí la obra literaria y la personalidad de Ernst Jünger. A través de su modo de mirar, que capta estereoscópicamente la superficie y la profundidad de las cosas, el mundo adquirió para mí un brillo nuevo y translúcido. Esto ocurrió mucho tiempo antes del descubrimiento del LSD, y antes de que, en conexión con drogas alucinógenas, me relacionara personalmente con este autor. Desde hace cuarenta años releo una y otra vez el libro de Jünger Das abendeuerliche Herz[13] en su primera y segunda versión. Aquí se me descubrió la belleza y magia de la prosa de Jünger: descripciones de flores, sueños, paseos solitarios, pensamientos sobre el azar, la suerte, los colores y otros temas que guardan una relación inmediata con nuestra vida personal. En cada página se volvía visible lo maravilloso de la creación y se tocaba lo único e imperecedero que hay en cada ser humano, a través de la descripción precisa de la superficie y el traslucir de las profundidades. Ningún otro poeta me ha abierto tanto los ojos.

También se hablaba de drogas en Das abenteuerliche Herz. Pero pasaron muchos años antes que, después del descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD, comenzara a interesarme especialmente por este tema.

Mi relación epistolar con Ernst Jünger tampoco nació bajo el signo de las drogas, sino que le escribí una vez como lector agradecido para su cumpleaños.

Bottmingen, 29 de marzo de 1947

Estimado Sr. Jünger:

Desde hace muchos años me considero ricamente obsequiado por usted. Por eso le quería enviar hoy para su cumpleaños un pote de miel. Pero esta alegría no me fue posible, porque mi pedido de exportación ha sido rechazado en Berna.

El envío no estaba pensado como un saludo de un país en el que todavía manan leche y miel, sino más bien como resonancia a las frases mágicas de su libro Auf den Marmorklippen[14] en las que se habla de las «zumbadoras doradas»…

El libro aquí mencionado se publicó en 1939, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Auf den Marmorklippen no sólo es una obra maestra de la prosa alemana; también es significativa porque allí la figura del tirano y los horrores de la guerra y de las noches de bombardeos se anticipan en poética visión.

En el curso de nuestra correspondencia Ernst Jünger también se informó sobre mis trabajos relativos al LSD, de los que se había enterado gracias a un amigo. Le envié entonces las publicaciones correspondientes, a las que se refirió con el comentario siguiente:

Kirchhorst, 3-3-1948

… junto con los dos textos sobre su nuevo phantasticum. De verdad parece haber ingresado usted allí en campos en los que se esconde más de un misterio.

Su envío llegó junto con una nueva traducción de las Confesiones de un comedor de opio. El autor me escribe que lo motivó la lectura de Das abenteuerliche Herz.

En lo que a mí respecta, he tenido los estudios prácticos hace tiempo. Se trata de experimentos en los que, tarde o temprano, se ingresa en ámbitos bastante peligrosos y uno puede estar contento si sale más o menos bien librado.

Lo que me ocupaba sobre todo era la relación de estas sustancias con la producción. Pero hice la experiencia de que el trabajo creador exige una conciencia despierta, y que ésta se debilita cuando está bajo el influjo de las drogas. La concepción es, en cambio, significativa, y se alcanzan penetraciones que de otro modo no deben de ser posibles. Entre estas penetraciones sitúo también el bello estudio que Maupassant escribió sobre el éter. Dicho sea de paso, también con fiebre he tenido la impresión de que se descubren nuevos paisajes y nuevos archipiélagos, una música nueva que se vuelve totalmente evidente cuando aparece la «aduana»[15]. Para la descripción geográfica, en cambio, hay que estar plenamente consciente. Lo que para el artista es la producción, es la curación para el médico. Por eso también debe de bastarle que ingrese algunas veces en los ámbitos, atravesando el papel pintado, que nuestros sentidos han tejido. De paso, creo percibir en nuestra época no tanto una tendencia a los phantastica que a los energetica, entre los que se halla el pervitin, que incluso los ejércitos entregaron a sus aviadores y a otros combatientes. A mi juicio el té es un phantasticum, el café un energeticum… por eso, el té posee un rango de sensibilidad artística incomparablemente mayor. Con el café me doy cuenta de que destruye la tenue red de luz y sombras, las dudas fructíferas que se presentan mientras se escribe una oración. Uno aplasta sus inhibiciones. Con el té, por el contrario, los pensamientos se van engarzando de modo genuino.

En cuanto a mis «estudios», tenía un manuscrito al respecto, pero lo he quemado. Mis excursiones finalizaron en el hashish, que lleva a estados muy agradables, pero también a estados maníacos, a la tiranía oriental…

Poco después, por una carta de Ernst Jünger, me enteré de que en su novela Heliópolis, en la que estaba trabajando, había insertado una digresión sobre drogas. Sobre un investigador de drogas que aparecía allí, Jünger me escribió:

… Entre las excursiones a los mundos geográficos y metafísicos que intento describir allí, hay también la de un hombre netamente sedentario, quien explora los archipiélagos allende los mares recorridos, usando como medio de transporte las drogas. Doy extractos de sus diarios de navegación. Desde luego, no puedo permitir que este Colón del globo interno termine bien… muere intoxicado. Avis au lecteur[16].

El libro, que se publicó al año siguiente, lleva el subtítulo de Ojeada retrospectiva de una ciudad, una ciudad del futuro, en el que la tecnología y las armas del presente estaban aun más desarrolladas en sentido mágico, y en la que tienen lugar luchas por el poder entre un tecnócrata demoníaco y una fuerza conservadora. En la figura de Antonio Peri, Jünger describe al citado investigador de las drogas, quien moraba en el casco antiguo de la ciudad de Heliópolis.

… Cazaba sueños, como otros cazan mariposas con redes. Los domingos y días festivos no viajaba a las islas ni visitaba las tabernas en la playa de Pagos. Se encerraba en su gabinete para realizar sus excursiones a las regiones oníricas. Decía que todos los países e islas desconocidas estaban entretejidas en el papel pintado. Las drogas le servían de llave para ingresar en las cámaras y cuevas de este mundo. Con el correr de los años había obtenido grandes conocimientos, y llevaba también un diario de navegación sobre sus viajes. En este gabinete había también una pequeña biblioteca; los libros eran herbarios e informes medicinales, pero también obras de poetas y magos. Antonio solía leerlos mientras se desarrollaba el efecto de las drogas… En el universo de su cerebro emprendía viajes de descubrimientos…

En el centro de esta biblioteca, saqueada por los sicarios del gobernador al detener a Antonio Peri, estaban

… los grandes animadores del siglo XIX: de Quincey, E. Th. A. Hoffmann, Poe y Baudelaire. Pero otros llevaban más atrás, a herbarios, escritos de magia negra y demonologías del mundo medieval. Se agrupaban alrededor de los nombres de San Alberto Magno, Ramon Llull y Agrippa ab Nettesheym… Al lado se encontraba el infolio de Wierus De Praestigiis Daemonum y las muy extrañas compilaciones del médico Wekkerus, editadas en Basilea en 1582…

En otra parte de su colección, Antonio Peri parecía haber fijado su vista sobre todo

… en antiguas farmacologías, libros de recetas y de medicamentos, y haber ido a la caza de separatas de revistas y anales. Se encontraron, entre otros, un antiguo mamotreto de psicólogos de Heidelberg sobre el extracto del botón de mescal, y un trabajo de Hofmann-Bottmingen sobre los phantastica del cornezuelo de centeno…

El mismo año en que se publicó Heliópolis conocí a su autor personalmente.

El primer viaje

Dos años después, a principios de febrero de 1951, se produjo la gran aventura, una experiencia de LSD con Ernst Jünger. Como en ese momento sólo había informes sobre experimentos con LSD en conexión con problemas psiquiátricos, este ensayo me interesaba sobremanera, porque aquí se ofrecía la oportunidad de observar los efectos del LSD, en un marco no médico, en un hombre dotado de una gran sensibilidad artística. Eso fue aún antes de que Aldous Huxley comenzara a experimentar desde la misma perspectiva con la mescalina, sobre lo cual informó posteriormente en sus libros The Doors of Perception («Las puertas de la percepción») y Heaven and Hell («El Cielo y el Infierno»).

Para que en caso de necesidad pudiéramos gozar de asistencia médica, le pedí a mi amigo, el médico y farmacólogo profesor Heribert Konzett, que participara en nuestra empresa. El ensayo tuvo lugar a las diez de la mañana en la sala de nuestra casa en Bottmingen. Como no podía preverse la reacción de una persona tan sensible como Ernst Jünger, para este primer ensayo se eligió precautoriamente una dosis baja, de sólo 0,05 miligramos. El experimento no condujo, en consecuencia, a grandes profundidades.

La fase inicial se caracterizó por la intensificación de las vivencias estéticas. Unas rosas rojo-violetas adquirieron una luminosidad insospechada y relumbraron con un brillo significativo. El concierto para flauta y arpa de Mozart fue sentido en su belleza supraterrenal como música celestial. Con sorpresa compartida observamos los velos de humo que ascendían con la facilidad de pensamientos de un palillo de incienso japonés. Cuando la embriaguez se profundizó y cesó la conversación, llegamos a ensoñaciones fantásticas mientras seguíamos sentados en nuestros sillones con los ojos cerrados. Jünger gozó del policromatismo de cuadros orientales; yo estaba de viaje con tribus beréberes de África del Norte, vi caravanas de colores y oasis frondosos. Konzett, cuyos rasgos me parecían transfigurados a lo Buda, vivía un hábito de intemporalidad, la liberación del pasado y el futuro y la felicidad de un pleno ser aquí-y-ahora.

El regreso de la situación de conciencia alterada se vio acompañada de una fuerte sensación de frío. Viajeros con frío, nos envolvimos en mantas para aterrizar. La llegada al ser familiar fue celebrada con una buena cena, en la que el vino borgoña corrió en abundancia.

Esta excursión se caracterizó por la comunidad y el paralelismo de lo vivido, cosa que sentimos como muy feliz. Los tres nos habíamos acercado a la puerta de la experiencia mística del ser; pero no llegó a abrirse. La dosis había sido demasiado pequeña. Desconocedor de este motivo, Ernst Jünger, quien con mescalina en dosis altas había llegado a experiencias mucho más profundas, me observó: «Comparado con el tigre mescalina, su LSD no es más que un gatito». Después de experimentos con dosis elevadas de LSD se retractó de este juicio.

Jünger elaboró literariamente el mencionado espectáculo de los «palitos de incienso» en su narración Besuch auf Godenholm[17] en la que intervienen experiencias profundas de la embriaguez de las drogas:

… Como solía hacerlo para purificar el aire, Schwartzenberg quemaba una varilla de incienso. Un hilo azul se elevaba desde el borde del candelero. Moltner lo miró primero con sorpresa, luego con deleite, como si le hubiera tocado en suerte un nuevo poder visual. En este poder se descubría los juegos de este humo aromático, que se elevaba en un tallo delgado, y luego se ramificaba en una tenue copa. Era como si lo hubiera creado su imaginación… Un pálido tejido de lirio marino en profundidades que apenas temblaban con los golpes de la rompiente. El tiempo era activo en esa formación: la había estriado, arremolinado, caracolado, como si monedas imaginadas fueran apilándose de prisa. La multiplicidad del espacio se revelaba en la estructura fibrosa, en los nervios que tensaban el hilo en número ingente y se desplegaban en las alturas.

Ahora una brisa tocaba la visión y la giraba ágilmente alrededor de un eje, como una bailarina. Moltner lanzó un grito de sorpresa. Los rayos y las rejas de la flor mágica convergían hacia nuevas llanuras, en nuevos campos. Miríadas de moléculas se doblegaban ante la armonía. Aquí las leyes no se cumplían ya bajo el velo de la aparición; la tela era tan sutil e ingrávida, que la reflejaba abierta. Cuán fácil y compulsivo era todo esto. Los números, pesos y medidas sobresalían de la materia. Se despojaron de sus vestimentas. Ni una diosa podía manifestarse más osada y libremente al iniciado. Las pirámides, con su gravedad, no alcanzaban esta revelación. Este brillo era pitagórico…

Ningún espectáculo lo había tocado jamás con semejante hechizo…

Esta vivencia en el ámbito estético, como se la describe aquí en el ejemplo de la contemplación del velo de humo azul, es típica de la fase inicial de la embriaguez de LSD, antes que surjan modificaciones más profundas de la conciencia.

En los años siguientes solía visitar a Ernst Jünger en Wilflingen, a donde se había trasladado de Ravensburgo, o nos encontrábamos en Suiza, en mi casa en Bottmingen (cerca de Basilea) o en Bündnerland. La común experiencia de LSD había estrechado nuestras relaciones. En conversaciones y en nuestra correspondencia las drogas y sus problemas anejos eran el tema principal, sin que de momento volviéramos a los experimentos prácticos.

Intercambiamos bibliografía sobre drogas. Así, Jünger me dejó para mi biblioteca sobre drogas la monografía rara y valiosa del Dr. Ernst barón de Bibra, «Die Narkotischen Genussmittel und der Mensch» («Los estimulantes narcóticos y el hombre»), impresa en Nuremberg en 1855. Este libro es una obra pionera y clásica de la literatura sobre drogas, una fuente de primer orden, sobre todo en lo que se refiere a la historia de las drogas. Lo que Bibra reúne bajo la denominación de «estimulantes narcóticos», no son sólo sustancias como el opio y el estramonio, sino también el café, el tabaco, el kath, que no se incluyen en el concepto actual de «narcóticos», igual que las drogas coca, oronja falsa y hashish, también descritas por este autor.

Son notables y tan actuales como entonces las consideraciones generales sobre las drogas formuladas por Bibra hace más de cien años:

… El individuo aislado que ha tomado demasiado hashish y ahora corre enfurecido por las calles asaltando a cualquiera con quien se encuentre, no cuenta frente al gran número de los que, después de comer, pasan unas horas felices y agradables con una dosis prudente, y el número de los que son capaces de superar las más duras tareas gracias a la coca, los que así, quizá, se han salvado de la muerte por inanición, supera con mucho el número de los pocos coqueros que han socavado su salud con un uso inmoderado. Del mismo modo sólo una mal aplicada hipocresía puede condenar la copa quitapenas del viejo padre Noé, porque algunos borrachos no sepan medirse…

Yo a Jünger le contaba siempre cosas actuales y amenas en el terreno de las drogas, como por ejemplo en mi carta de septiembre de 1955:

… La semana pasada han llegado los primeros 200 g de una nueva droga cuya investigación quiero iniciar. Se trata de las semillas de una mimosa (Piptadenia peregrina Benth.), que los indios del Orinoco utilizan como estimulante. Las semillas se trituran, se fermentan y luego se mezclan con la harina de conchas de caracoles quemados. Los indios aspiran este polvo con un hueso de pájaro hueco y ahorquillado, como ya lo relata Alexander von Humboldt (Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, libro 8, capítulo 24). Sobre todo la tribu guerrera de los otomacos emplea esta droga llamada niopo, yupa, nopo o cojoba, hasta el día de hoy en gran escala. En la monografía de P. J. Gumilla, S. J., (El Orinoco Ilustrado, 1741), se dice: «Los otomacos aspiraban el polvo antes de entrar en guerra con los caribes, pues en tiempos antiguos hubo guerras salvajes entre estas tribus… Esta droga los enloquecía por completo, y empuñan furiosos las armas. Y si las mujeres no fueran tan hábiles para retenerlos y atarlos, a diario cometerían terribles destrozos. Es un vicio terrible… Otras tribus, de buen natural y más pacíficas, que también aspiran la yupa, no se enfurecen como los otomacos, quienes por esta droga se autolaceraban hasta sangrar y marchaban frenéticos al combate».

Tengo curiosidad por saber cómo actuaría el niopo sobre uno de nosotros. Si alguna vez pudiéramos organizar una sesión de niopo, de ningún modo deberíamos alejar a nuestras esposas como en la ensoñación preprimaveral (me refiero a la sesión de LSD de febrero de 1951), para que, llegado el caso, puedan atarnos…

El análisis químico de esta droga llevó a aislar sustancias activas que, como los alcaloides del cornezuelo de centeno y la psilocybina, pertenecen al grupo de los alcaloides del indol, pero que ya estaban descritas en la bibliografía especializada, por lo cual no siguieron analizándose en los laboratorios Sandoz. Los efectos fantásticos arriba reseñados parecen darse sólo cuando se utiliza el niopo aspirándolo; además dependen, sin duda, del carácter psíquico de las tribus indias en cuestión.

Problemática de las drogas

En el siguiente intercambio epistolar se trataron problemas fundamentales de las drogas.

Bottmingen, 16-XII-1961

Por una parte tendría muchas ganas de seguir investigando personalmente la aplicación de las sustancias activas alucinógenas como drogas mágicas en otros ámbitos, además de realizar su estudio científico, químico-farmacológico…

Por otra parte debo confesar que me ocupa mucho la cuestión principal de si el empleo de este tipo de drogas, es decir, de sustancias que tienen efectos tan profundos, no constituye de por sí un cruce de frontera ilícito. Mientras se ofrezca a nuestras vivencias, mediante alguna sustancia o método, sólo algún aspecto nuevo y adicional de la realidad, seguramente nada cabe objetar a tales medios; al contrario, pues el vivenciar y conocer más facetas de la realidad nos la vuelve más real. Pero se plantea la cuestión de si las drogas puestas aquí en tela de juicio y que tienen efectos muy profundos efectivamente sólo nos abren una ventana adicional a nuestros sentidos y sensaciones, o si el propio observador, su naturaleza más íntima, sufren alteraciones. Esto último significaría que se altera algo que a mi juicio debería quedar siempre ileso. Mi insistencia se refiere a la cuestión de si nuestra naturaleza más íntima es verdaderamente inatacable y no puede ser lesionada por lo que ocurra en sus cáscaras materiales, físico-químicas, biológicas y psíquicas… o si la materia bajo la forma de estas drogas desarrolla una potencia que puede atacar el centro espiritual de la personalidad, la mismidad. Ello se podría explicar con que la acción de las drogas mágicas tenga lugar en una superficie límite, en la que la materia se continúa en el espíritu y viceversa, y con que estas sustancias mágicas sean ellas mismas puntos de fractura en el reino infinito de lo material, en los que la profundidad de la materia, su parentesco con el espíritu, se revelen de un modo especialmente evidente. Esto podría expresarse con la siguiente variación de una conocida poesía de Goethe:

Si la cualidad del ojo no fuera la del sol,

el sol jamás podría verlo;

si en la materia no estuviera la fuerza del espíritu,

¿cómo podría la materia enajenar el espíritu?

Esto correspondería a puntos de fractura que forman las sustancias radiactivas en el sistema periódico de los elementos, en los que el tránsito de la materia a la energía se vuelve manifiesto. Por cierto, también en el aprovechamiento de la energía atómica se plantea la cuestión de un cruce ilícito de frontera.

Otro razonamiento que me intranquiliza es el que se refiere al libre albedrío en relación con la influenciabilidad de las más elevadas funciones mentales por trazas de una sustancia.

Las sustancias activas altamente psicotrópicas, como el LSD y la psilocybina, tienen en su estructura química un parentesco muy estrecho con sustancias que existen en el cuerpo, que se presentan en el sistema nervioso central y cumplen un papel importante en la regulación de sus funciones. Es dable pensar, por tanto, que por alguna perturbación en el metabolismo se forme, en vez de la neurohormona normal, algún compuesto del tipo del LSD o de la psilocybina, que pueda modificar y determinar el carácter de la personalidad, su visión del mundo y su actuar. Una traza de una sustancia, cuya formación o no-formación no podemos determinar con nuestra voluntad, puede forjar nuestro destino. Tales consideraciones bioquímicas podrían haber llevado a la frase que Gottfried Benn cita en su ensayo Provoziertes Leben («Vida Provocada»): ¡Dios es una sustancia, una droga!

A la inversa es un hecho demostrado que los pensamientos y sentimientos hacen que en nuestro organismo se formen o se liberen sustancias como la adrenalina, que a su vez determinan las funciones del sistema nervioso. Puede suponerse, por consiguiente, que nuestro organismo material puede verse influenciado y formado por nuestro espíritu del mismo modo que nuestra química lo hace con nuestra naturaleza espiritual. Cuál es el factor primario, supongo que podrá resolverse tan pronto como el problema de quién fue primero, el huevo o la gallina.

Pese a mi intranquilidad respecto de los peligros principales que entraña la aplicación de sustancias alucinógenas, he proseguido la investigación de los principios activos de la enredadera mágica mejicana sobre la que alguna vez le escribí brevemente. En las semillas de esta planta que los antiguos aztecas denominaban ololiuqui hemos encontrado sustancias activas que son derivados del ácido lisérgico muy emparentados con el LSD. Fue un hallazgo casi increíble. Desde siempre me han entusiasmado las enredaderas. Fueron las primeras flores que cultivé yo mismo en mi jardincito cuando niño.

Hace poco leí en un escrito de D. T. Suzuki sobre «El Zen y la cultura del Japón», que allí la enredadera tiene un papel muy importante entre los amantes de las flores, en la literatura y en el arte. Su breve esplendor le ha servido de rico estímulo a la fantasía japonesa. Suzuki cita, entre otros, un terceto de la poetisa Chiyo (1702-1775), que una mañana fue a buscar agua en la casa de sus vecinos, porque…

Mi tina está apresada

por una enredadera,

por eso pido agua.

La enredadera muestra, pues, ambos caminos posibles de cómo influir en el ser de espíritu y cuerpo llamado hombre: en Méjico despliega sus efectos químicos como droga mágica, y en el Japón actúa desde el plano espiritual a través de la belleza de sus cálices.

Jünger me contestó el 27 de diciembre de 1961:

… le agradezco su extensa carta del 16 de diciembre. He meditado sobre la cuestión central y seguramente me ocuparé en ella con motivo de la revisión de An der Zeitmauer[18]. Allí insinué que tanto en el terreno de la física cuanto en el de la biología estamos comenzando a desarrollar procedimientos que ya no pueden tomarse como progresos en el sentido tradicional, pues intervienen en la evolución y van más allá del desarrollo de la especie. Sin embargo, vuelvo el guante al suponer que es una nueva era de la Tierra la que comienza a actuar sobre la evolución de los tipos. Nuestra ciencia, con sus teorías e inventos, no es, por tanto, la causa, sino una de las consecuencias de la evolución. Han sido tocados simultáneamente los animales, las plantas, la atmósfera y la superficie del planeta. No recorremos puntos de un segmento, sino una línea… De todos modos, el riesgo que usted señala es digno de considerarse. Pero existe en toda la línea de nuestra existencia. El denominador común aparece a veces aquí, otras allí.

Al mencionar la radiactividad usted emplea la expresión «punto de fractura». Los puntos de fractura no son sólo yacimientos, sino también discontinuidades. Comparada con el efecto de las radiaciones, la acción de las drogas mágicas es más genuina y mucho menos grave. Trasciende lo humano, pero de manera clásica. Gurdjeff ha visto algunas cuestiones al respecto. El vino ya ha modificado numerosas cosas, ha conducido a nuevos dioses y a una nueva humanidad. Pero el vino guarda con estas drogas la misma relación que la física clásica con la moderna. Estas cosas sólo deberían probarse en círculos restringidos. No puedo adherirme al pensamiento de Huxley de que aquí se podría dar a las masas posibilidades de trascendencia. Pues no se trata de ficciones consoladoras, sino de realidades, si tomamos la cuestión en serio. Y para ello bastan pocos contactos para colocar vías y cables. Esto trasciende incluso la teología y pertenece al capítulo de la teogonía, en cuanto pertenece necesariamente al ingreso en una nueva casa en sentido astrológico. Por ahora nos podemos contentar con esta conclusión, y sobre todo deberíamos ser cuidadosos con las denominaciones.

También le agradezco mucho la bonita fotografía de la enredadera azul. Parece ser la misma que cultivo año tras año en mi jardín. No sabía que posee poderes específicos; pero eso seguramente ocurre con todas las plantas. En la mayoría de ellas no conocemos la clave. Además, debe de haber un punto central, a partir del cual se vuelvan significativas no sólo la química, la estructura, el color, sino todas las propiedades…

Experimentos con psilocybina

Estas discusiones teóricas sobre las drogas mágicas se completaron con experiencias prácticas. Una de ellas, que sirvió para comparar el LSD con la psilocybina, tuvo lugar en la primavera de 1962. La ocasión propicia se presentó en la casa de los Jünger, en la antigua superintendencia de montes y plantíos del castillo de Stauffenberg en Wilflingen. En este simposio de setas participaron también mis ya mencionados amigos Konzett y Gelpke.

En las antiguas crónicas se describe que los aztecas bebían chocolatl antes de comer el teonanacatl. Del mismo modo y para animarnos, la señora Liselotte Jünger nos sirvió chocolate caliente. Luego abandonó a los cuatro hombres a su suerte.

Nos hallábamos en un cuarto aristocrático con un techo de madera oscura, una estufa de cerámica blanca y muebles de estilo. En las paredes había viejos grabados franceses, y un hermoso ramo de tulipanes engalanaba la mesa. Jünger vestía un traje largo, amplio, a rayas azules y semejante a un caftán, que había traído de Egipto; Konzett ostentaba un vestido mandarín con bordaduras de colores; Gelpke y yo nos habíamos puesto batas de casa. Lo cotidiano debía quedar de lado también en las exterioridades.

Tomamos la droga poco antes de la puesta de sol, no las setas, sino su principio activo, veinte miligramos de psilocybina por persona. Ello equivalía a unas dos terceras partes de la dosis muy fuerte que solía ingerir la curandera María Sabina en forma de setas.

Una hora después yo todavía no sentía ningún efecto, mientras que mis colegas ya habían iniciado un vigoroso viaje a la profundidad. Tenía la esperanza de que pudiera revivir en la embriaguez de las setas ciertas imágenes de mi niñez que me han quedado en la memoria como experiencias dichosas: el prado con margaritas, levemente onduladas por el viento de comienzos del verano, el rosal en la hora del crepúsculo después de la tormenta, los gladiolos azules sobre el muro de la viña. En vez de estas imágenes hermosas de los paisajes terruñeros aparecieron unas escenas muy extrañas cuando las setas finalmente comenzaron a actuar. Semiadormecido me hundí más y atravesé ciudades abandonadas con carácter mejicano y una belleza exótica pero muerta. Asustado intenté aferrarme a la superficie y concentrarme despierto en el mundo exterior, en el entorno. Lo lograba de a ratos. Luego vi a Jünger paseando por el cuarto; era un gigante, un mago poderoso y enorme. Konzelt en su bata de seda brillante me parecía un peligroso payaso chino. También Gelpke me resultaba siniestro, alto, delgado, enigmático.

Más me hundía en la embriaguez, más extraño se volvía todo. Yo mismo me resultaba extraño. Inquietante, frío, sin sentido, yermo: así era cada sitio que atravesaba, sumergido en una luz muerta cuando cerraba los ojos. Vaciado de sentido, fantasmagórico, me parecía el entorno cuando los abría e intentaba aferrarme al mundo exterior. El vacío total amenazaba arrastrarme a la nada absoluta. Recuerdo que cuando Gelpke pasó al lado de mi sillón, me así de su brazo para no hundirme en la oscura nada. Tuve un miedo mortal y una añoranza infinita de regresar a la realidad del mundo de los hombres. Por fin fui retornando lentamente al cuarto. Vi y oí disertar ininterrumpidamente al gran mago con una voz clara y potente, sobre Schopenhauer, Kant, Hegel y la vieja Gea, la madrecita. También Konzett y Gelpke habían vuelto hacía tiempo totalmente a la tierra, en la que ahora lograba reasentarme a duras penas.

Para mí este ingreso en el mundo de las setas había sido una prueba, una confrontación con un mundo muerto y con el vacío. El ensayo no había seguido el curso esperado. Pero también el encuentro con la nada es beneficioso. Luego resulta tanto más maravilloso el hecho de que exista la creación.

Ya era después de medianoche cuando nos sentamos a la mesa que había puesto la señora de Jünger en el piso de arriba. Celebramos el regreso con una excelente cena y música de Mozart. La charla sobre nuestras experiencias duró hasta la madrugada.

En 1970 se publicó el libro Annäherungen, Drogen und Rausch («Acercamientos, drogas y embriaguez») de Ernst Jünger en la Editorial Ernst Klett de Stuttgart. En su capítulo «Un simposio con setas», Jünger describió sus experiencias de aquella noche. He aquí un extracto:

Como de costumbre, transcurrió media hora o un poco más en silencio. Luego se presentaron los primeros síntomas: las flores en la mesa comenzaron a relumbrar y a desprender relámpagos. Había terminado la jornada; afuera se estaba barriendo la calle, como todos los fines de semana. El barrido penetraba lacerante en el silencio. Este rascar y barrer, a veces también un arañar, alborotar y martillar, tiene motivos casuales y es a la vez sintomático como uno de los signos que anuncian una enfermedad. También tiene siempre un papel en la historia de los exorcismos…

Ahora comenzó a actuar la seta; el ramo primaveral brillaba más intensamente, ésa no era una luz natural. En los rincones se movían sombras, como si buscaran una forma. Me sentí oprimido y tuve frío, pese al calor que irradiaban los azulejos. Me acosté en el sofá y me eché la manta sobre la cara. Todo era piel y era tocado, también la retina: allí el contacto se convertía en luz. Esta luz era polícroma; se ordenaba en cordeles que se balanceaban suavemente, y en hilos de abalorios de entradas orientales. Forman puertas, como las que se atraviesan en los sueños, cortinas de la lujuria y el peligro. El viento las mueve como un vestido. También se caen de los cintos de las bailarinas, se abren y se cierran al compás de sus caderas, y de las perlas manan tonos sutilísimos hacia los sentidos aguzados. El tintineo de los aros de plata en los grillos y muñecas es ya demasiado fuerte. Hay olor a transpiración, a sangre, a tabaco, a orines cortados, a aceite de rosas barato. Quién sabe qué estarán haciendo en los corrales.

Debió de haber sido un enorme palacio mauritano, un lugar malo. Con este salón de baile se conectaban cuartos laterales, series de habitaciones que llegan hasta el subsuelo. Y por todas partes las cortinas con su centelleo, su relumbrar… brillo radiactivo. El goteo de instrumentos de vidrio con su seducción, su requiebro sensual: «¿Quieres, niño majo, venir conmigo?». Ya terminaba, ya recomenzaba, más confianzudo, insistente, casi seguro de la aprobación.

Ahora venían cosas modeladas: collages históricos, la voz humana, el cantar del cucú. ¿Era la puta de Santa Lucía, la que colgaba sus pechos por la ventana? Luego la paga había desaparecido como por arte de birlibirloque. Salomé danzaba; el collar de ámbar chisporroteaba y al balancearse erigía los pezones. ¿Hay algo que no se haga por su Juan? Maldito sea, eso era una obscenidad que no provenía de mí; había atravesado la cortina.

Las serpientes estaban llenas de heces, apenas vivas reptaban perezosas por los felpudos. Estaban tachonadas de añicos de brillante. Otras asomaban del cielorraso con ojos rojos y verdes. Todo rielaba y chispeaba como minúsculas hoces filosas. Luego el silencio, y una nueva oferta, más impertinente. Me tenían en sus manos. «Entonces nos comprendíamos de inmediato».

Madame atravesó la cortina; estaba ocupada; pasó a mi lado sin mirarme. Vi las botas con los tacones rojos. Unas ligas ataban los gordos muslos en la mitad; la carne colgaba por encima. Los pechos inmensos, el delta oscuro del Amazonas, papagayos, pirañas, piedras semipreciosas por doquier.

Ahora ella entraba a la cocina, ¿o había más sótanos aquí? Ya no podía distinguirse el brillar y el murmurar, el susurrar y el rielar; era como si se concentrara, con gran júbilo, expectante.

Hacía un calor insufrible; quité la manta. La habitación estaba apenas iluminada; el farmacólogo estaba de pie junto a la ventana, con una bata blanca de mandarín, que hace poco me había servido en Rottweil en el baile de carnaval. El orientalista estaba sentado al lado de la estufa de cerámica; suspiraba como si tuviera pesadillas. Me daba cuenta: había sido una hornada, y pronto volvería a comenzar. El tiempo todavía no estaba cumplido. A la madrecita la había visto anteriormente. Pero también los excrementos son tierra y, como el oro, se cuenta entre las metamorfosis. Con eso hay que contentarse, mientras no se salga del acercamiento.

Ésas fueron las setas. El grano oscuro que brota de la era encierra más luz, y más aún el verde zumo de los suculentos en las ardientes pendientes de Méjico…

El viaje había salido mal… quizá debía probar más setas. Pero ya volvía el murmurar y cuchichear, los relámpagos y destellos. El hombre arrastraba el pescado detrás de sí. Una vez dado el motivo, se registra como en el cilindro: la nueva hornada, el nuevo giro repite la melodía. El juego no abandona la mala racha.

No sé cuántas veces se repitió, ni quiero desarrollarlo. Hay cosas que uno prefiere guardarse para sí. De todos modos había pasado la medianoche…

Subimos; estaba puesta la mesa. Los sentidos todavía estaban aguzados y abiertos: «Las puertas de la percepción». El vino rojo de la jarra derramaba luz, y un anillo de espuma se rompía contra el borde. Escuchamos un concierto para flauta. Los demás no habían tenido más suerte. «Qué agradable, volver a estar entre los hombres». Así se expresó Albert Hoffmann…

El orientalista, en cambio, había estado en Samarcanda, donde Timur descansa en el ataúd de nefrita. Había seguido al cortejo triunfal a través de ciudades cuyo regalo de bodas a la entrada era una caldera llena de ojos. Allí había estado parado largo tiempo ante una de las pirámides de calaveras erigidas para atemorizar al pueblo, y en la masa de cabezas cortadas había reconocido también la suya, que tenía incrustaciones de piedras.

El farmacólogo señaló: «Ahora comprendo por qué estaba usted sentado en el sillón sin su cabeza; ya me sorprendía; no puedo haberme equivocado». Me pregunto si no debiera tachar este detalle, porque cumple con los requisitos de los cuentos de aparecidos.

A los cuatro, la sustancia de las setas no nos había llevado a alturas luminosas, sino a regiones subterráneas. Parece que en la mayoría de los casos la embriaguez de psilocybina tiene un carácter más tétrico que la de LSD. La influencia que ejercen estas sustancias activas sin duda varían de persona en persona. En mi caso hubo más luz en los experimentos con LSD que en los ensayos con la seta, como lo apunta también Ernst Jünger para su caso en el informe citado.

Otra experiencia con LSD

La siguiente y última irrupción en el cosmos interior en compañía de Ernst Jünger, esta vez de nuevo con LSD, nos alejó mucho de la conciencia cotidiana. Se convirtió en una «aproximación» significativa a la última puerta. Según Ernst Jünger, ésta sólo se nos abrirá en el Gran Tránsito de la vida a las regiones del más allá.

Este último ensayo común tuvo nuevamente por escenario la superintendencia de bosques de Wilflingen en febrero de 1970. Esta vez sólo estábamos él y yo. Jünger tomó 0,5, y yo 0,10 miligramos de LSD. Luego publicó en el «diario de navegación», las notas que tomó durante el experimento, sin comentario en Annäherungen. Son escasas y al igual que las mías, le dicen muy poco al lector.

El ensayo duró desde la mañana, después del desayuno, hasta el anochecer. El concierto para flauta y arpa de Mozart, que siempre me hace muy feliz y que resonó al comienzo del ensayo, esta vez lo viví extrañamente como «el mero girar de figuras de porcelana». Luego la embriaguez condujo rápidamente a simas silenciosas. Cuando quise describirle a Jünger las desconcertantes modificaciones que había experimentado mi conciencia, no logré avanzar más de dos o tres palabras, por lo falsas e inadecuadas a la vivencia que me parecían. Sentí que provenían de un mundo infinitamente lejano que se había vuelto extraño, por lo cual renuncié a mi propósito sonriendo sin esperanzas. Evidentemente, a Jünger le sucedía lo mismo; pero no necesitábamos del lenguaje; bastaba una mirada para obtener un entendimiento sin palabras. Sin embargo, pude vertir en el papel algunos fragmentos de oraciones. Muy al comienzo: «nuestra barca se mueve mucho». Luego, al contemplar los libros de lujosa encuadernación en la biblioteca: «como el oro rojo empuja de dentro hacia fuera, transpirando áureo resplandor». Afuera comenzaba a nevar. En la calle pasaban niños con máscaras y carros de carnaval tirados por tractores. Al mirar a través de la ventana al jardín, en el que había copos de nieve, sobre el alto muro de circunvalación aparecieron máscaras de colores embutidas en un tono azul que daba una dicha infinita: «un jardín de Breughel, vivo con y en las cosas». Más tarde: «Este tiempo, no hay conexión con el mundo vivido». Hacia el final, el reconocimiento consolador: «Hasta ahora, confirmado en mi camino». Esta vez, el LSD había llevado a una aproximación feliz.