La difusión del consumo ilegal de LSD en los Estados Unidos cobró un especial vigor a consecuencia de las actividades del Dr. Timothy Leary, conocido mundialmente como el «apóstol de las drogas». En 1960, durante unas vacaciones en Méjico, Leary había probado las legendarias «setas sagradas» que le había comprado a un curandero. En la embriaguez de las setas llegó a un estado de éxtasis místico, al que designó como la experiencia religiosa más profunda de su vida. A partir de aquel momento el Dr. Leary, que era aún profesor adjunto de psicología en la famosa Universidad de Harvard en Cambridge (EE.UU.), se dedicó por completo a la investigación del efecto y de las posibilidades de aplicación de las drogas psicodélicas. Junto con su colega el Dr. Richard Alpert comenzó a llevar a cabo en la universidad diversos proyectos de estudio en los que empleó LSD y psilocybina, la sustancia activa de las «setas sagradas» mejicanas que nosotros entretanto habíamos aislado.
Con una metodología científica se examinaron allí la reintegración social de presidiarios, la generación de experiencias religioso-místicas de teólogos y sacerdotes, y el fomento de la creatividad de artistas y escritores mediante LSD y psilocybina. En estas investigaciones participaron también de vez en cuando personalidades como Aldous Huxley, Arhtur Koestler y Allen Ginsberg. Se concedió especial importancia a la cuestión de en qué medida la preparación anímica y las expectativas del analizado, además del marco externo del experimento, pueden influir sobre el rumbo y el carácter del estado de embriaguez psicodélica.
En enero de 1963, Leary me envió un informe exhaustivo sobre estos estudios, en los que transmitía con palabras de entusiasmo los resultados positivos obtenidos y expresaba su creencia en la utilidad y las prometedoras posibilidades de estas sustancias activas. A la vez, la empresa Sandoz recibió un pedido de envío de 100 g de LSD-25 y de 25 kg de psilocybina, firmado por la Universidad de Harvard, Department of Social Relations, Dr. Timothy Leary. La demanda de cantidades tan enormes (que corresponden a un millón de dosis de LSD y a 2,5 millones de dosis de psilocybina) se justificaba con la planeada extensión de las investigaciones a estudios de los tejidos, órganos y animales. Hicimos depender el envío de esas sustancias de la presentación de una licencia de importación de parte de las autoridades sanitarias de los Estados Unidos. A vuelta de correo obtuvimos el pedido de envío por las mencionadas cantidades de LSD y psilocybina junto con un cheque de diez mil dólares de primer pago… pero sin la licencia de importación demandada. Este pedido Leary ya no lo firmaba como integrante de la Universidad de Harvard, sino como presidente de una organización nueva fundada por él mismo, la IFIF (International Federation for Internal Freedom). Cuando además nuestra consulta con el decano correspondiente de la Universidad de Harvard dio por resultado que las autoridades universitarias no autorizaban la prosecución de los proyectos de investigación de Leary y Alpert, anulamos nuestra oferta y retornamos los diez mil dólares.
Poco después, Leary y Alpert fueron exonerados del cuerpo docente de la Universidad de Harvard, porque las investigaciones, que al comienzo se habían desarrollado dentro de un marco científico, habían perdido ese carácter. Las series de tests se habían transformado en parties de LSD. Cada vez más estudiantes se afanaban por ser voluntarios en estos experimentos, que se convirtieron en una juerga universitaria: el LSD como billete para un viaje emocionante a nuevos mundos de la experiencia anímica y física. El trip de LSD se convirtió, entre la juventud universitaria, en la moda más emocionante y novedosa, que se extendió rápidamente desde Harvard a las demás universidades del país. Sin duda contribuyó decisivamente a esta difusión la doctrina de Leary, de que el LSD no sólo sirve para hallar lo divino y descubrirse a sí mismo, sino que es además el más potente afrodisíaco que la humanidad haya conocido. En una posterior entrevista concedida a la revista mensual «Playboy», Leary declaraba que la intensificación de la vivencia sexual y del orgasmo mediante el LSD habría sido uno de los motivos principales del boom del LSD.
Después de su exoneración de la Universidad de Harvard, Leary se transformó por completo de profesor de psicología en mesías del movimiento psicodélico. Él y sus amigos del IFIF fundaron un centro de investigación psicodélica en medio de un paisaje hermoso en Zihuatanejo, Méjico. Yo mismo recibí una invitación personal del Dr. Leary para participar en un curso de planificación top level de drogas psicodélicas, que debía iniciarse allí en agosto de 1963. Me habría gustado aceptar esta generosa invitación, que incluía viáticos y alojamiento gratuito, para conocer con mis propios ojos los métodos, el funcionamiento y toda la atmósfera de un centro de investigación psicodélica de esa índole, sobre lo cual ya en aquel entonces circulaban unos informes contradictorios y en parte muy extraños. Lamentablemente mis compromisos laborales me impidieron viajar a Méjico.
El centro de investigación de Zihuatanejo no tuvo larga vida. El gobierno mejicano desterró a Leary y a sus seguidores. Sin embargo Leary, que ahora no era sólo el mesías, sino además el mártir del movimiento psicodélico, recibió pronto la ayuda del joven millonario neoyorquino William Hitchcock, quien puso a su disposición una mansión señorial en su gran propiedad rural en Millbrook, Nueva York, para que fuera el nuevo hogar y cuartel general del ex-profesor. Millbrook fue también la sede de una fundación para un modo de vida psicodélico, trascendente: la Castalia Foundation.
En un viaje a la India, Leary se convirtió en 1965 al hinduismo. Al año siguiente fundó una comunidad religiosa, la League for Spiritual Discovery, cuyas iniciales son la abreviatura LSD.
El llamamiento de Leary a la juventud, que resumió en su famoso lema: turn on-tune in drop out![7], se convirtió en un dogma central del movimiento hippie. Leary es uno de los padres fundadores del culto hippie. Sobre todo el último de estos tres mandamientos, el drop out, la incitación a abandonar la vida burguesa, volverle la espalda a la sociedad, renunciar a la escuela, al estudio, a la profesión, y dedicarse por completo al universo interior, al estudio del sistema nervioso, después de haberse entrenado con LSD… esta exhortación superaba los ámbitos psicológico y religioso, y tenía una significación social y política. Resulta, pues, comprensible que Leary no sólo se convirtiera en enfant terrible de las universidades y de sus colegas académicos de la psicología y psiquiatría, sino que también provocara la irritación de las autoridades políticas. Por eso lo vigiló la policía; luego se lo persiguió y finalmente se lo encarceló. Las severas penas —diez años de prisión impuestos por un tribunal tejano y otros diez por uno mejicano, por tenencia de LSD y marihuana, y la condena de treinta años (luego anulada) por contrabando de marihuana— muestran que el castigo de estas faltas era sólo un pretexto para poner a buen recaudo al seductor y amotinador de la juventud, a quien no podía perseguirse de otro modo. En la noche del 13 al 14 de setiembre de 1970 Leary logró huir de la cárcel californiana de San Luis Obispo. Pasando por Argelia, donde se contactó con Eldridge Cleaver, uno de los dirigentes del movimiento Black Panthers que vivía allí en el exilio, Leary llegó a Suiza; aquí solicitó asilo político.
Leary vivía con su esposa Rosemary en Villars-sur-Ollon, un lugar de veraneo en el Valais. Por mediación del Dr. Mastronardi, el abogado del Dr. Leary, se arregló un encuentro conmigo. El 3 de setiembre de 1971 me encontré con él en el bar de la estación ferroviaria de Lausanne. El saludo, bajo el signo de la comunidad de destino debida al LSD, fue cordial. De mediana estatura, delgado, flexible, movedizo, la cara enmarcada por cabello castaño, entrecano, levemente ondulado, de aspecto juvenil, con ojos claros y sonrientes… Leary parecía más bien un campeón de tenis que un antiguo docente de Harvard. Viajamos en coche a Buchillons, donde en el cenador del restaurante A la Grande Forêt, con pescado y una botella de vino blanco, se inició el diálogo entre el padre y el apóstol del LSD.
Le dije que lamentaba que las promisorias investigaciones con LSD y psilocybina en la Universidad de Harvard hubieran tomado un rumbo que hacía imposible su prosecución en el marco académico.
El reproche más serio que le formulé a Leary se refirió, sin embargo, a la propagación de LSD entre los jóvenes. Leary no intentó refutar mis opiniones acerca de los peligros especiales de LSD para la juventud. Con todo, opinó que mi reproche de haber seducido a personas inmaduras al consumo de drogas no estaba justificado, porque los teenager estadounidenses se podrían equiparar a europeos adultos en lo que respecta a información y experiencia vital exterior. Alcanzarían muy tempranamente un estado de madurez, pero también un simultáneo estado de saturación y de estancamiento espiritual. Por eso consideraba que la experiencia de LSD también tenía sentido y era útil y enriquecedora para esas personas relativamente jóvenes.
Luego le critiqué a Leary en esta conversación la gran publicidad que les daba a sus experimentos con LSD y psilocybina, al invitar a periodistas de diarios y revistas, movilizar a la radio y la televisión y hacerles informar al gran público. Lo que allí importaba no era la información objetiva sino el éxito publicitario. Leary defendió esta exagerada actividad publicitaria argumentando que era su papel providencial hacer conocer el LSD en todo el mundo. Ello habría tenido efectos tan positivos sobre todo en la generación joven de la sociedad norteamericana, que no debían entrar en cuenta los pequeños perjuicios y los lamentables incidentes causados por un empleo equivocado del LSD.
En esta conversación pude comprobar que se es injusto si se califica a Leary sin más ni más como apóstol de las drogas. Leary distinguía severamente las drogas psicodélicas —LSD, psilocybina, mescalina, hashish—, de cuyos efectos beneficiosos estaba convencido, de los estupefacientes conducentes a la toxicomanía: morfina, heroína, etc., y alertaba repetidamente contra el uso de estos últimos.
Este encuentro personal con Leary me dejó la impresión de una personalidad afable, convencida de su misión, que defiende sus opiniones a veces bromeando, pero sin transigir y que, trasuntado por la fe en los efectos mágicos de las drogas psicodélicas y del optimismo resultante, navega entre nubes y tiende a subestimar o incluso a no ver las dificultades prácticas, los hechos desagradables y los peligros. Esta despreocupación Leary también la evidenciaba frente a las acusaciones y peligros que afectaban a su propia persona, como lo muestra patentemente su vida en los años siguientes.
Durante su estancia en Suiza volví a ver a Leary casualmente en febrero de 1972 en Basilea, con motivo de una visita a la casa de Michael Horowitz, el curador de la Fitz Hugh Ludlow Memorial Library, una biblioteca de Chicago especializada en literatura sobre drogas. Viajamos juntos a mi casa en el campo, donde proseguimos nuestra conversación de setiembre. Leary parecía haber cambiado. Se mostraba inquieto y distraído, de modo que en esta oportunidad no se dio un diálogo productivo. Éste fue mi último encuentro con el Dr. Leary.
Abandonó Suiza a fin de año con su nuevo amor Joanna Harcourt-Smith, tras haberse separado de su esposa Rosemary. Después de una breve estancia en Austria, donde Leary participó en una película esclarecedora sobre la heroína, Leary siguió viaje con su amiga a Afganistán. En el aeropuerto de Kabul fue detenido por agentes del servicio secreto norteamericano y llevado de nuevo a California a la cárcel de San Luis Obispo.
Después que ya no se hablaba de Leary, reapareció su nombre en los diarios en el verano de 1975. Leary habría conseguido que lo pusieran en libertad antes de tiempo. Pero fue liberado sólo en la primavera de 1976. Sus amigos me contaron que estaba ocupándose ahora en problemas psicológicos de la navegación espacial y en la investigación de las correspondencias cósmicas del sistema nervioso humano en el espacio interestelar, es decir, en problemas cuyo estudio seguramente ya no le acarreará problemas con las autoridades.