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Frank, Erasmus

El destino

Diría que todos sentíamos lo mismo: la inmensa fortuna era por el momento solo una cantidad escrita en un papel. No nos parecía real y casi nos producía temor empezar a hacer uso de ese dinero, como si ello fuera a cambiarnos la vida para siempre. Aún no me sentía preparado y decidí seguir por un tiempo la rutina de antes. También Krista y Thomas continuaron como hasta entonces.

Reabrí la tienda y Erasmus ocupó su lugar. Le aconsejamos que llevase a su madre a la Residencia Esplendor, donde vivía la señora Madock. Allí estaría bien cuidada, tendría compañía y la atención médica que necesitaba, pues su salud era cada día más precaria. Las dos ancianas hicieron buenas migas de inmediato.

Yo quería creer que la desgracia que el manuscrito predijo no se cumpliría tras el cambio de actitud de Spiros. Me parecía razonable que, si se trataba de un castigo a la ambición, quedara sin efecto una vez deshecho el mal. Pero cuando catorce días más tarde me enteré de su muerte supe que las profecías debían cumplirse a como diera lugar. Hiciéramos lo que hiciéramos, era imposible escapar del destino. Una vez que los engranajes se ponen en marcha, la maquinaria no puede detenerse. Aunque también cabía la posibilidad de que Spiros hubiera sido incapaz de librarse de una codicia que lo perseguía desde la cuna. Quizá el mal no se deshizo del todo… ¿Qué habría sucedido entre él y Huguette? ¿Habría consentido en darle la libertad que ella ansiaba? La televisión mostraba la casa de Spiros en Peloponeso, donde había sucedido la tragedia. El personal de servicio había encontrado el cadáver. La policía no hallaba a su esposa en ninguna parte.

Llamamos por teléfono a Erasmus de inmediato y nos hizo saber que estaba al tanto de la noticia y que había tomado precauciones. Un hombre como él, seguro sabría lidiar con la situación. Aunque en asuntos de amor, nunca se sabe. No me quedé tranquilo.

Al día siguiente, en la noche del 15 de octubre del 2011, sucedió lo que estábamos temiendo: Huguette tocó el timbre de mi apartamento.

Krista la vio por el ojo mágico. Su primer impulso fue llamar a la policía, pero a instancias mías la dejó pasar. Con el cabello deslucido y el rostro demacrado, Huguette ofrecía un aspecto muy distinto del habitual. En cuanto entró, Krista le arrebató el bolso de un manotazo. Curiosamente, Huguette no pareció alarmarse por ello, solo me miró y se acercó para darme un beso en la boca, con la misma familiaridad de antes, cuando éramos marido y mujer. Después se abrazó a mí como solía hacerlo, mientras yo miraba a Krista, incómodo por la situación. Sabiamente, ella encogió los hombros en un gesto comprensivo. Abrió el bolso y, tras comprobar que allí estaba el arma, lo puso a buen recaudo.

Llevé a Huguette al sofá y ella se relajó quitándose los zapatos como si, en efecto, viviéramos en nuestro loft y no hubiera pasado el tiempo.

—Amor, ¿me sirves un trago? Estoy exhausta —dijo—. O, mejor, deja que lo haga el servicio.

Se refería a Krista. Ambos nos miramos y también observamos a Huguette.

—¿Te sientes bien? —pregunté.

—Perfectamente, solo un poco cansada. ¿No te lo he contado? Spiros llegó a casa hace dos días. Dijo que podía irme cuando quisiera pero antes debía pasar una semana con Yarik, como habían acordado. ¿Te imaginas? Tratarme a mí como a una ramera con tal de obtener favores del asqueroso ruso. ¡Ah, no! Eso se ha acabado, le juré. Yo lo amaba, Frank. Luego él insistió en que fuese feliz con Erasmus. Otro mentiroso. Acabo de estar en su casa.

—¿En la casa de Erasmus? —pregunté alarmado—. ¿Qué fuiste a hacer allí?

—Estaba segura de que me esperaba, pero me abrió la puerta una mujer. Era su amante.

—¿Tiene Erasmus una amante?

—Ya no. La maté. Sabes que no soporto a los hombres infieles. Solo puedo confiar en ti, Frank, no eres como los demás. Yarik es un vulgar ladrón. Se reía cuando me dijo que ustedes tendrían una «agradable» sorpresa. Es un hombre repugnante, lo odio. Estoy cansada, Frank, hoy iremos pronto a dormir.

Krista había salido de la habitación. Huguette desvariaba, hablaba de una y otra cosa, había perdido la razón. Su mirada vagaba por la sala, se posaba en mí, luego seguía buscando algo en las paredes, con el rostro inexpresivo. Me dio miedo. Se acurrucó a mi lado como si fuera una niña pequeña.

El timbre del teléfono nos sorprendió.

—Frank, ha ocurrido una desgracia, acabo de llegar a casa y encontré a la mujer que se encarga de la limpieza herida en la sala —contó Erasmus precipitadamente.

—Huguette está conmigo —le avisé.

Ella, ajena a lo que sucedía, seguía mirando las paredes cubiertas de relojes de todas las formas, mi colección, la que nunca me dejó exhibir en casa cuando vivíamos juntos.

—Está aquí la policía, les dije que sospecho quién pudo ser. Van para allá, no dejes salir a Huguette —siguió Erasmus—. Acompañaré a la empleada en la ambulancia.

Quince minutos después llamaron a la puerta. La policía entró y esposó a Huguette. Ella mansamente se dejó conducir al coche patrulla. Me lanzó una mirada triste que me hizo sentir desgraciado. Entregamos a la policía el bolso con el arma y su documentación. Nos instaron a acompañarlos en otro coche policial, para declarar.

Huguette confesó, y las investigaciones coincidieron con lo que ella decía. Disparó a Spiros con el arma que este guardaba en su escritorio del Peloponeso. Después tomó un vuelo a Nueva York, cogió la pistola de su apartamento, la misma que llevaba en el bolso, y se dirigió a casa de Erasmus, donde hirió a la mujer de servicio. Los agentes se pusieron en contacto con la policía de Grecia para compartir la información. Los hechos parecían claros, pero el estado de Huguette aconsejaba un peritaje psiquiátrico.

Apenas volvimos a casa, fui directamente al ordenador. No dejaba de pensar en la sorpresa que, según Huguette, Yarik nos había preparado. Conecté a la red para verificar mi cuenta. ¡El saldo era de diez dólares! Igual, en la cuenta de Krista. El dinero había desaparecido.

—La mafia rusa es muy poderosa, Frank. Un hombre como Yarik sabe cómo actuar, probablemente él fue quien aconsejó a Spiros dónde debíamos colocar el dinero. Y no me sorprendería que haya sido en uno de sus bancos. Al final se quedó todo el oro. —Krista parecía más disgustada por el engaño que por la pérdida—. Espero que le quede bastante vida para disfrutarlo —concluyó, no sin cierto cinismo.

Yo no terminaba de asimilarlo. Sencillamente no podía creerlo. Telefoneamos a Thomas para contárselo y averiguar si había corrido la misma suerte.

—¡No tengo el dinero en mi cuenta! —exclamó tras comprobarlo.

—Nos robaron, Thomas.

—¿Quién?

—Por lo que dijo Huguette, Yarik se quedó con todo. Más millones para su colección. Lo peor es que no podemos reclamar, todo fue ilegal.

—¿Huguette estuvo ahí? ¿Qué sucedió?

Se lo conté. Escuché un profundo suspiro al otro lado del teléfono.

—Sigo con la idea de ir a la Patagonia pero por lo visto tendrá que esperar. Habré de reunir algo de dinero para el viaje. He de escribir la novela, Frank, tengo la idea tan clara que me da miedo.

—¿En serio? Me alegro. A lo mejor será eso lo que termine haciéndote millonario.

—No lo sé, Frank. Y pensar que estuvimos a un paso de conseguirlo… Tanto esfuerzo para nada —lamentó—. Todavía no lo puedo creer.

—No olvides llamarme cuando decidas irte, Thomas.

—Lo haré, Frank, descuida.

Cortó la comunicación y supe que lo hizo para que no notara que su voz se había quebrado. Y no era para menos. Maldije a Yarik.