El manuscrito
Todo lo que ocurre es consecuencia de actos anteriores.
Así es y será.
Tocaron la puerta y su sorpresa fue mayúscula cuando, al abrir, la vio. Deslumbrante, hermosa como siempre, lo apartó empujándole el pecho con la punta de los dedos y entró al salón.
—Esperaba que lo sucedido en el Unicornio quedara entre nosotros, pero veo que se lo dijiste —reprochó Huguette.
—¿Dije qué?
—Que teníamos pensado vivir juntos.
—¿De dónde sacas esa idea? No pienso vivir contigo, Huguette, de eso puedes estar segura.
—Es tarde. Ya no hay marcha atrás.
Erasmus quedó aturdido por unos segundos. ¿Para qué era tarde? Huguette no parecía en estado normal.
—Explícame, porque no entiendo nada. En ningún momento te dije que viviríamos juntos, tampoco le conté nada a Spiros…
Huguette rompió a llorar.
—¿No lo comprendes? Te amo, Erasmus. Lo hice por ti.
—¿Qué hiciste?
—Maté a Spiros.
Erasmus retrocedió al escucharla. No podía creerlo, debía de ser otra de sus mentiras.
—¿Lo mataste? ¿Acaso estás loca, Huguette? ¡Darán contigo y te condenarán por ello!
—Tienes que ayudarme si de verdad me amas.
—No, Huguette, es tu problema, y Spiros era mi amigo.
Ella sacó un arma de su bolso. Con calma apuntó hacia él.
—Te odio. Eres el culpable de todo. Tú deberías estar muerto, no él.
Disparó dos veces. Erasmus sintió las dos balas como en cámara lenta, una tras otra, dos golpes en el pecho mientras caía pesadamente al suelo. La figura de Huguette se desvaneció ante sus ojos. Todavía alcanzó a escuchar lo que murmuró al salir.
—Solo existe una persona que pueda ayudarme.
Guardó el arma y extrajo del bolso la nota que había copiado de la agenda de Spiros. Frunció la nariz al ver la dirección. Cuando salió del edificio tomó un taxi y entregó al conductor el pequeño papel arrugado.
Se ahuecó el cabello con las manos y trató de acomodar su apariencia. Estaba segura de que él la ayudaría.