El griego
Los caprichos de Huguette, ya conocidos por todos, no asombraron a nadie; pidió a los músicos que interpretasen el sirtaki que había escuchado en la vieja película «Zorba el griego». Cuatro de ellos, con sus respectivos buzukis, empezaron a tocar.
Huguette, con un pañuelo en la mano, caminó entre los invitados deteniéndose ante cada hombre. Hasta que a uno le entregó el pañuelo. El griego se quitó la chaqueta, la corbata y liberó los dos primeros botones de la camisa; saltó al centro de la pista de baile, extendió los brazos y empezó a danzar. Los acordes se hicieron más rápidos.
Con los brazos en cruz, punteando los pasos con agilidad y elegancia, ora a un lado, ora al otro, ora extendidos en un mágico salto, sus movimientos fueron haciéndose más y más vertiginosos al ritmo de la música, mientras su mirada cobraba la pasión y el fatalismo de las tragedias griegas. Un dios viviente, perfecto, hermoso, entregado a ofrecer lo mejor de sí mismo para preservar la especie, como hacen las aves del paraíso ante sus hembras. Al finalizar se acercó a Huguette, le devolvió el pañuelo y poco después se alejaron de la fiesta con discreción. Una locura, ambos lo sabían, y debían aprovechar esos momentos de libertad que tanto habían ansiado.
Y eso era todo, las páginas siguientes estaban en blanco. ¿Qué podría significar? Cada vez que el manuscrito se manifestaba era por un motivo. Thomas volvió a leerlo. ¿Quién sería el griego? ¿Huguette era infiel a Spiros? Era obvio que no se refería a él: … debían aprovechar esos momentos de libertad que tanto habían ansiado. El elegido era otro.
¿Y en qué afectaba a los acontecimientos de esos días que la mujer de Spiros tuviera un amante? Por un momento Thomas sintió que estaba entrando en un mundo que no le pertenecía. Como si fuese un personaje más de una novela de la que él ya no era protagonista. ¿O aquello lo implicaba de alguna manera? Dudó si decírselo a Frank o a los demás. De lo que estaba seguro era de que cuando dejase atrás aquella aventura escribiría la novela de su vida, tenía material de sobra, y con la ayuda del manuscrito no le faltarían ideas. Puso al día sus notas como venía haciendo, para no perder detalle.
Sería un hombre muy rico, la fortuna que había calculado Spiros sobrepasaba cualquier aspiración. Tendría suficiente tiempo para escribir, sin preocuparse de trabajar para pagar las cuentas; podría mudarse a algún sitio tranquilo, alejado de todo, como hacían los grandes escritores para escribir buenas novelas.
Decidió que hablaría con Frank temprano, no fuese que la información que acababa de obtener del manuscrito resultara importante y todo se fuera al traste. Apagó la luz y trató de conciliar el sueño, sentía el cuerpo molido. Debía descansar.