Frank Cordell
Manhattan, Nueva York
11 de septiembre de 2011
Krista volvió con un bolso, que acomodó en el asiento trasero del coche. Encendí el motor y nos alejamos de Harlem. No hablamos mucho camino a casa. Habían sucedido demasiadas cosas en poco tiempo y en cierta forma me sentía abrumado. Pensaba que tal vez ella estuviese acostumbrada a andar de sobresalto en sobresalto, pero yo era un tipo tranquilo, cómodo y sensato.
Frente a frente, en el ascensor empecé a percibir cierta incomodidad. Traté de no mirarla a los ojos, y me apresuré a cederle el paso al llegar. Abrí con el mando a distancia la puerta de seguridad y esta vez sentí que todo estaba como lo había dejado antes de ir al encuentro de Krista. Mis ojos recorrieron el rincón donde se hallaba el escritorio y corroboré que el pendrive no estaba allí. ¿Dónde demonios lo habría metido? Lo busqué en el bolsillo de la chaqueta de aviador, aunque sabía que allí no estaría.
Quienes fuera que entraron se llevaron el pendrive. Pero entonces ¿por qué remover los cuadros y formar ese desorden, como si hubiesen buscado algo más? Era lo que no acertaba a comprender.
—¿Se te perdió algo? —preguntó Krista.
—Un pendrive. Tengo información confidencial allí.
—¿Era muy importante para ti? ¿No guardas copia en el ordenador?
—Sí. La tengo. Pero los que se llevaron el pendrive también la tienen ahora y no sé qué estaban buscando exactamente.
Krista hizo un gesto al que ya me había acostumbrado. Levantó ligeramente una ceja dando a entender que no estaba muy convencida de lo que yo decía, pero no comentó nada.
—Tengo un pequeño cuarto de huéspedes, Krista. Está atiborrado de cosas pero tiene su propio baño. Verás que el colchón es magnífico.
Krista sacó un dispositivo de su bolso. Algo parecido a un teléfono móvil, lo puso a funcionar y empezó un recorrido por todo el apartamento.
—Estoy detectando si hay algún micrófono o cámara oculta, Frank —respondió ante mi mirada de interrogación.
—¿Con eso?
—Es un detector de micrófonos inalámbricos, incluso detecta los micrófonos GSM dirigidos a un móvil, también las cámaras GPS, trackers, GSM, bluetooth, FM, VHF, UHF, Wifi y cualquier señal analógica o digital.
Simplemente acercó el pequeño aparato a todo el contorno de cada habitación incluyendo el baño y los armarios. Aparentemente no registró nada, pues guardó el detector y se plantó frente a mí.
—Gracias, Frank. Espero que no me necesites durante la noche.
Respingué al escucharla. ¿Necesitarla yo? ¿Exactamente en qué estaba pensando ella? Saqué las sábanas, una manta y un par de almohadas del armario del pasillo y las puse sobre la cama.
—¿Necesitarte…? Espero que no, no lo sé. ¿Tú querrías…?
—Recuerdas por qué estoy aquí, Frank, supongo.
Caí en cuenta de la situación que se había creado sin proponerlo.
—Por supuesto, solo que me pareció más conveniente que durmieras aquí.
—No tengo problema, no te preocupes, estaré atenta, estoy acostumbrada a permanecer en vigilia cuando es necesario.
Capté una sonrisa en su rostro no del todo inocente. No quise prestar atención a lo que pasó por mi cabeza… La verdad es que estaba agotado.
—Gracias, Krista. Hasta mañana.
Ni siquiera me quité la ropa, era una de las ventajas de vivir solo, hacía lo que me venía en gana sin tener que rendir cuentas a nadie. Hubiera sido impensable con Huguette. Me sorprendí pensando en ella con alivio, ya no sentía la opresión en el pecho que antes producía su recuerdo. Hasta me di el lujo de imaginarla en los brazos de Spiros y me invadió la agradable sensación de somnolencia que precede al sueño profundo.