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Thomas Cooper

Nueva York, Central Park

9 de septiembre, 2011

Thomas Cooper dejó de trotar y se sentó en uno de los bancos del Literary Walk. Los viejos olmos que adornaban el camino a ambos lados formaban una bóveda acogedora a la que ya se había acostumbrado tras varios meses de ejercitar el cuerpo para tener la mente sana, como solía decir su profesor de Literatura. Se sentía a gusto con el monumento a Walter C. Scott al frente y, en la plazoleta, el de William Shakespeare. Al menos le servirían de inspiración. Sacó su libreta y empezó a morder el extremo del bolígrafo Bic, un amasijo sin forma.

Sin tanta gente por los alrededores y con el clima perfecto, miró con atención la libreta y empezó a escribir. Segundos después tachó lo que había escrito y pasó la página dispuesto a empezar de nuevo. Sintió la presencia de alguien a su derecha, a unos cuantos asientos en el largo banco. Más que sentirla, la oyó. Parecía un recogedor de desperdicios por la negra bolsa de plástico que llevaba. Lo miró con más enojo que curiosidad al verse interrumpido, y siguió en lo suyo.

—¿Escribe usted? —preguntó el hombre de la bolsa.

Thomas no se dignó a contestar. Se hizo el que no había escuchado y siguió en su empeño, esta vez frustrado por el desconocido.

—Yo compro y vendo libros —prosiguió él, inmutable—. Mire esto.

Puso un manuscrito de tapas negras con un anillado de color verde plateado sobre el banco. Thomas le dio una mirada de soslayo y después de un momento miró el rostro del desconocido. Las arrugas no le cabían en la cara, sin embargo proyectaba cierto aire jovial.

—¿También escribe?

—No, joven, yo no escribo, solo compro y vendo libros usados. Y me gusta leer.

—¿Y el manuscrito? —preguntó Thomas señalándolo con la barbilla.

—Vino en el lote de un hombre que era escritor pero que no llegó a publicar.

—¿No?

—Murió. Su viuda me lo dijo. Jamás pudo hacerlo.

—Igual que yo. Escribo y no publico. ¿Por qué otros lo consiguen?

—Tal vez necesite usted una buena historia.

Thomas hizo el amago de hablar pero guardó silencio. Sabía que el hombre tenía razón.

—La historia que cuenta el manuscrito es buena… —insinuó el vendedor de libros usados.

—¿Cuánto pide por él?

—No lo vendo. Pero puede leerlo, si quiere.

Thomas tomó el manuscrito y lo hojeó con curiosidad. No parecía muy largo. Regresó a la primera hoja y leyó: «Sin título». Pasó la página y empezó.