Prefacio

Nicholas no podía creer que el hombre del manuscrito se encontrase en un sitio tan remoto como la Isla de Pascua. Se acercó al oír su nombre, mientras miraba su rostro cuarteado.

—¿Cree usted en las casualidades? —preguntó el hombrecillo.

—Hasta ahora, no —respondió Nicholas—. ¿Qué hace usted aquí? Un lugar tan…

—¿Alejado? Lo mismo que usted. Busco un poco de tranquilidad, Nicholas. Supe del éxito de su última novela, lo felicito.

Nicholas miró unos guijarros mientras los movía con la punta de sus mocasines. Se sintió amenazado, odiaba las extorsiones.

—Usted dijo que podría quedarme el manuscrito —arguyó, apretándolo bajo el brazo.

—Así es. Y ya lo utilizó. Le sirvió, ¿verdad?

Nicholas se sentó a su lado en el muro que daba al muelle, frente al mar.

—Ya lo creo. Fue la aventura más interesante de mi vida —contestó Nicholas mirando las olas que rompían en la orilla—. Pues vea usted qué coincidencia. Otra vez nos encontramos en similares circunstancias. No tengo una idea clara de qué tratará la próxima novela que escriba y por primera vez en mi vida una editorial se ha interesado en una historia que todavía no existe.

—¿El manuscrito está en blanco?

—Así es, desde hace tiempo.

—Y así permanecerá.

Nicholas lo miró arrugando la frente. Sus cejas oscuras empezaban a desbordar por los lados como si en cualquier momento fuesen a caer.

—¿Qué dice?

—El manuscrito le dio lo que tenía que darle. No espere más de él, estoy seguro de que logrará escribir una buena novela. Créame. Así será.

Nicholas miró al cielo y cerró los ojos. Parecía dirigir una súplica a algo o a alguien. Inspiró hondo y le extendió el manuscrito al hombre.

—Está bien. Si usted lo dice, le creo. Tenga. Es todo suyo.

El pequeño hombre mostró una sonrisa agradable que ejerció de tranquilizante para Nicholas. ¿Qué hacía él allí? ¿Cómo pudo encontrarlo? Preguntas que se agolpaban a su mente y que le parecieron insignificantes ante la inmensidad del manuscrito.

Se puso de pie y le extendió la mano.

—Es usted una buena persona.

Nicholas apretó la mano del hombre y sonrió quedamente. Dio la vuelta y se alejó del lugar.

Quince pasos después giró la cabeza, sabiendo que no hallaría a nadie.