Los niños prorrumpieron en exclamaciones de alegría. Pam dijo:
—Si nosotros vamos a ser hijos del capitán, ¿podemos saber quién será el capitán?
—Greg —contestó Lisa.
Sue abrió unos ojos como platos y abrazó al actor, diciendo:
—Éste es mi papá del cine.
Pero, a pesar de la alegría general, Tom King permanecía muy serio. Pam estaba segura de que le preocupaba algo más que el problema de la herencia, pero no quiso hacerle preguntas hasta más tarde.
A los pocos minutos el limousine se detenía ante un hotelito.
—Todos los actores están hospedados aquí —explicó Lisa.
—No es el mejor hotel del mundo —sonrió Greg, haciendo un guiño a los niños—. Pero resulta acogedor y confortable.
Cuando la señora Hollister hubo firmado en el libro de viajeros, un botones ya viejo, de poca estatura, con un descolorido uniforme, pero sin gorra, les condujo hasta un reducido ascensor. Era tan estrecho que sólo permitía la entrada de dos personas cada vez.
Después que el hombre les mostró cómo se ponía en funcionamiento, la señora Hollister y Pam entraron en el ascensor. Pam oprimió el botón del tercer piso. Cuando el ascensor se detuvo, la niña abrió la puerta y ella y su madre salieron al pasillo. A los Hollister se les había reservado tres pequeñas habitaciones y un cuarto de baño.
Pam se echó a reír al ver la bañera. Era muy pequeña y se sostenía sobre cuatro patas.
—Debieron de construirla para un enano —dijo la niña.
Los demás niños llegaron pronto y la familia se instaló en su temporáneo hogar. Pero Pam pidió permiso para salir y bajó a hablar con Tom King.
—¿Por qué está usted tan desanimado? —le preguntó amablemente, seriándose con él en el sofá del vestíbulo.
—Me he quedado sin dinero para continuar mis pesquisas —dijo Tom, con los ojos fijos en el suelo—. La mala suerte me ha ido siguiendo desde el principio.
—Si lo que le preocupa son los bocetos, estoy segura que el estudio de Shoreham donde le hicieron las copias atestiguará que fue usted quien llevó los originales.
La niña volvió a prometer a Tom que los Hollister buscarían pistas del diario de a bordo, del «Jefe Alado» y también procurarían encontrar el pendiente que emparejaba con el que había sido de la abuela de Tom.
El hawaiano apoyó su mano en la de Pam, diciendo:
—Los Hollister tenéis una maravillosa amabilidad. Pero ya he tomado una decisión. Me voy para Hawaii mañana por la noche.
—¡Oh! ¡No puede usted hacer eso! —protestó Pam—. Puede que, sin saberlo, esté usted a punto de resolver el misterio.
Tom sonrió, diciendo que procuraría estar alegre el tiempo que iba a permanecer aún en Orient Harbor.
—A lo mejor mañana podremos divertirnos.
Luego se despidió para ir a la casa de huéspedes, de aquella misma calle, en donde tenía habitación.
A la mañana siguiente, después de desayunar en el comedor del hotel, Greg y Lisa se reunieron con los Hollister en el vestíbulo para presentarles al señor Powell, el director. Éste era un hombre de edad parecida a la del señor Hollister, con anchos hombros, cabello ondulado y sonrisa afable.
—Celebro conocer a los Felices Hollister —dijo el señor Powell.
El director explicó que había preparado un plato nuevo para la película, en el embarcadero de Newman.
—Tiene todo el aspecto de un verdadero clíper.
El señor Powell llevó al grupo hasta el limousine, en el que se trasladaron al muelle. Éste era un brazo de tierra que se adentraba en el agua. Al fondo había un clíper.
—¡Qué precioso! —exclamó Pam.
—¡Un clíper verdadero! —dijo Holly, entusiástica—. ¿Navega?
El director sonrió, confesando:
—No. Es sólo un decorado.
Verdaderamente el lado del navío paralelo a tierra parecía un clíper.
—Pero es sólo medio barco. Al otro lado no hay nada.
—Entonces, ¿cómo van a hacer fotografías del clíper navegando por el mar? —se asombró Ricky.
—Tenemos un clíper de juguete —explicó el señor Powell—. Está tan bien hecho que nadie notará la diferencia.
Los Hollister salieron del coche y se encaminaron al final del muelle, donde unos obreros daban los toques finales al decorado.
—Vosotros, niños, saldréis en dos escenas —dijo el señor Powell—. Y me gustaría que hoy, si es posible, ensayaseis vuestros papeles.
El director llamó a un ayudante para pedirle que llevase los guiones a los Hollister.
—Leedlos con atención —dijo a los niños.
Ayudados los más pequeños por la señora Hollister, los cinco niños leyeron con gran interés. Luego, el director explicó que la primera escena representaría el viaje inicial del «Jefe Alado». En ella Pam y Sue servían el té a su padre, el capitán, en cubierta.
—Los demás, entre tanto, os estabais divirtiendo —añadió—, porque la primera travesía de un navío es siempre una diversión.
—Aquí dice que yo estoy trepando por los mástiles —dijo Pete, con una sonrisa de satisfacción.
—Y yo asomo la cabeza desde un salvavidas —explicó Ricky.
El guión indicaba que Holly debía estar sentada sobre un cañoncito, a horcajadas, como si montase a caballo.
—Ensayaremos la escena sin vestuario —propuso el señor Powell.
Otro de los ayudantes marcó los trechos de cubierta en que debían situarse los actores. Mientras Greg representaba su papel de capitán de navío, los niños representaron sus escenas sin hablar.
Holly localizó el pequeño cañón y montó ágilmente en él, como si se tratase de un caballo sin domar. Pete trepó por un mástil y miró hacia la puerta, mientras Ricky se metía en una lancha salvavidas y atisbaba al exterior con ojos picaruelos.
Pam cogió una bandeja de plata, en la que iba una, tetera, lechera, azucarero y una tacita de porcelana. Tras subir por la escalera de la cámara, seguida de Sue, Pam se acercó al capitán Greg.
—Haced una ligera genuflexión —ordenó Powell.
Las dos niñas obedecieron, inclinándose con mucha gracia.
—Muy bien —aplaudió el director—. Lo que tenéis que decir es muy simple. Mientras ofrece el té al capitán, Pam dirá: «Es hora del té, padre». Y Sue tiene que añadir: «Té llegado de la China, por clíper». Bien. Ensayemos de nuevo.
Mientras las niñas subían a cubierta, en escena se presentó Tom King y, sin darse cuenta, las dos hermanas sé quedaron mirándole.
—¡Pensad en vuestro papel! —les advirtió el director—. ¡Mirad al capitán!
La repentina orden hizo estremecer a Pam y a Sue que, en lugar de acercarse lentamente, echaron a correr hacia Greg.
—Es hora del té, padre —dijo Pam, mientras ella y su hermana hacían una reverencia.
—Té llegado de clíper por la China —añadió Sue, con su cantarina voz.
Al momento, dándose cuenta de su equivocación, prorrumpió en risillas. Pam se volvió a su hermana para cuchichear:
—No hagas eso, Sue.
Pero también Pam estaba muy nerviosa y la bandeja se estremeció en sus manos. La tetera resbaló y Greg la cazó en el aire.
—¡Basta! —ordenó el director.
Sue se echó a llorar.
—Lo… lo he estropeado todo —murmuró mientras su madre acudía a consolarla.
—Eso nos sucede a todos más de una vez —afirmó el señor Powell, deseoso de tranquilizar a la pequeña—. Ahora probaremos otra vez.
Afortunadamente, en la segunda probatura la escena resultó perfecta.
—Dentro de un rato ensayaréis con el vestuario y ante las cámaras —dijo el director, añadiendo—: Como los decorados para la escena del salvamento no están completamente terminados, ¿os gustaría dar un paseo en la lancha salvavidas?
—¡Sería estupendo! —gritó alegremente Ricky, dando saltos sobre cubierta.
Pete bajó del mástil y se acercó a preguntar:
—¿Podemos utilizar esta lancha, señor Powell?
El director dijo que no, porque aquella lancha sólo era útil como decorado.
—Pero hay otra embarcación amarrada en el muelle. Lleva un pequeño motor oculto, de modo que no tendremos que remar.
La señora Hollister dijo que ella prefería quedarse a conversar con Lisa y a contemplar otra de las escenas donde se veía el interior del camarote del capitán.
—No va ser muy auténtico —explicó la actriz—. En el camarote del «Jefe Alado» había una pintura mural, mostrando el veloz navío. Nadie ha podido encontrar el original, de modo que no tenemos una copia exacta.
Mientras Lisa seguía hablando con la señora Hollister, los niños, Tom King, Greg y el señor Powell, caminaron por el puerto hasta donde estaba amarrada la lancha, que se llamaba «Cisne».
—Yo cuidaré del motor —se ofreció Tom—. En mi tierra tengo una embarcación como ésta.
—Lo dejaremos en sus manos, patrón —bromeó el señor Powell mientras él y los demás saltaban a bordo.
El director dijo que le gustaría mostrar a los niños el otro lado del medio navío, en donde todavía estaban trabajando los carpinteros. Pete soltó la amarra y Tom King puso en marcha el motor. Con un suave runruneo, la embarcación se alejó del muelle.
—Podemos dar la vuelta alrededor del escenario —propuso el señor Powell.
Tom siguió su indicación y un momento después Holly exclamaba:
—¡Pero si por este lado no hay ningún barco!
Siguieron surcando las aguas, mientras Greg y el señor Powell explicaban a los niños cómo se construían los decorados de las películas. Muchas veces no eran más que grandes cuadros colocados al fondo. Luego, el director cambió de tema, diciendo:
—¿Qué os parece si damos un paseo alrededor del puerto?
—¡Estupendo! —aplaudió Pete.
El puerto tenía una media milla de anchura y sus orillas eran rocosas.
—Iremos hasta la boya y regresaremos, Tom —propuso el señor Powell, señalando un objeto que flotaba cerca de la salida del puerto.
La lancha salvavidas no era tan rápida como alguna de las motoras que los Hollister veían con frecuencia en el Lago de los Pinos, pero de todos modos, ¡qué divertido resultaba pasear en ella por el puerto! Varias motoras y barquitas de vela se cruzaron con el grupo y los niños saludaron alegremente a sus ocupantes, sacudiendo las manos.
Pronto llegaron a la boya que se balanceaba suavemente en el agua. Tom efectuó un viraje para iniciar el regreso. En aquel mismo momento, llegando del océano, una motora muy rápida avanzó directamente hacia ellos.
—¡Caramba! ¡Qué prisa tiene! —comentó Ricky.
—No debiera llevar esa velocidad por el puerto —opinó el señor Powell—. No es sensato, habiendo otras embarcaciones.
Pero la motora no redujo la marcha.
—¡Viene hacia nosotros! —anunció Pete, inquieto.
Durante un momento, todos los ocupantes del «Cisne» contuvieron la respiración, esperando que la otra motora se desviase a un lado. Pero la embarcación continuó en línea recta hacia ellos.
—¡Va a chocar con nosotros! —gritó Pam, aterrada.
Los demás niños estaban tan asustados que no pudieron decir una sola palabra.
Tom King hizo una maniobra, intentando apartar de aquel trecho al «Cisne». Y lo consiguió en parte. Pero la motora rápida, cuyo conductor iba agazapado sobre el timón, chocó con la popa del «Cisne».
Todos se tambalearon mientras la embarcación se inclinaba peligrosamente.
Los Hollister gritaron, mientras Tom, Greg y el señor Powell intentaban nivelar la embarcación.
Pero ya era demasiado tarde. Mientras la motora rápida volvía a tomar la dirección de alta mar, el «Cisne» quedó volcado y… ¡todos sus ocupantes fueron a parar al agua!