ADIÓS A LAS TRENZAS

Lisa Sarno rió divertida, viendo la expresión de asombro en todos los rostros de los niños Hollister.

—¿Qué? ¿Os gustaría trabajar en nuestra película? —insistió la actriz.

—¡Sí, sí! ¡Nos gustaría mucho! —repuso Ricky.

—¡Sería estupendísimo! —declaró Pam con deleite.

Y todos sus hermanos dieron muestras de su alegría, hablando a un tiempo.

—Pero ¡si mis hijos no tienen ninguna experiencia como actores! —objetó la señora Hollister—. ¿Cree usted que pueden ser útiles como «extras»?

—Claro que lo serán —opinó Greg—. Creo que todos sus hijos son actores natos. Encontraremos un lugar en nuestra película donde encajarles.

—Son ustedes muy amables —dijo la madre—, pero no hace mucho que salimos de vacaciones toda la familia y debemos pensar en los gastos.

—Ya procuraremos no comer mucho —dijo Ricky con mirada suplicante.

El señor Hollister sonrió a sus hijos y anunció:

—Yo creo que podríamos arreglar lo del viaje. Me parece conveniente para la educación de los niños ver parte de Massachusetts.

—No se preocupen ustedes por los gastos —se apresuró a decir Greg—. La firma «Grand-American Pictures», productora de la película, correrá con los gastos y les pagará un sueldo adicional.

Pete y Pam creyeron volverse locos de alegría y Ricky, Holly y Sue empezaron a dar zapatetas.

—¡Soy un actor! —gritó Ricky, colocando los dedos pulgares bajo las axilas y paseando de un lado a otro, dándose importancia—. ¡Eso es mucho mejor que ser el gran jefe!

—Todavía no eres actor —le advirtió Pam—. No lo serás hasta que hayas pasado la prueba.

—Y puede que te suspendan —rió, malintencionadamente, Holly.

Pero las palabras de sus hermanas no desanimaron al pecoso que, inmediatamente, dio una voltereta y quedó sosteniéndose con la cabeza en el suelo, para demostrar a Lisa y Greg sus habilidades. Lisa y su marido se echaron a reír y aplaudieron.

—También a mí me gustaría hacer este viaje —dijo el señor Hollister—. Pero me temo que tendré que quedarme en Shoreham para cuidar de la tienda.

Se decidió que tomarían el tren para Orient Harbor dos días después.

—Así tendremos tiempo para preparar el equipaje —dijo la señora Hollister.

Desde aquel momento, los actores se vieron asaltados por infinidad de preguntas de los niños Hollister. Hubo un momento en que Pam quiso saber:

—¿Tendremos que usar maquillaje?

—Naturalmente —respondió Lisa, que luego sacudió la cabeza, diciendo—: ¿Sabes una cosa? Creo que a ti podría darte el mismo aspecto que tengo yo.

—Hágalo —solicitó Ricky—. Me gustaría ver a mi hermana hecha una artista de verdad.

Lisa hizo un guiño a su marido, al tiempo que le decía:

—¿Quieres traerme el maletín, querido?

Greg se levantó y fue a su coche para volver a los pocos minutos con lo que su mujer le había pedido. Dentro del maletín había todo un equipo de maquillaje, en botellitas, tarros y cajas de bonitos colores.

Pete fue a buscar una banqueta de la cocina y en ella se sentó Pam muy quieta, mientras Lisa iniciaba su trabajo con hábiles manos. Primero aplicó en todo el cutis una crema especial que cubrió todas las pecas de Pam y luego le pintó una raya sobre los párpados y dio rímel a las pestañas.

Pam hizo un parpadeo, que le pareció propio de una estrella de cine, y Pete dejó escapar un silbido.

—¡Estás preciosa, Pam! —aseguró Pete, muy cortés.

—¡Sí, estás tremebunda! —añadió Ricky, usando una palabra oída no recordaba dónde.

—Pues todavía no he acabado —dijo Lisa, sonriendo.

A continuación dio una ligerísima capa de polvos en el rostro de la niña y abrió un lápiz de labios sin estrenar. Haciendo levantar a Pam la barbilla, siguió con el lápiz rojo el bien dibujado contorno de los labios de la niña.

—Una cosa más —dijo la actriz, empezando a peinar a Pam de un modo muy parecido a ella misma. Finalmente dijo—: Ahora, Pam, ve al espejo y mírate.

Pam se apresuró a mirarse en el espejo colocado sobre la chimenea.

—¡Oooh! —exclamó con asombro—. Si casi no me reconozco… ¿Seré así, cuando crezca?

—Si lo eres, es posible que yo me quede sin trabajo —bromeó Lisa.

El señor y la señora Hollister también opinaron que su hija se parecía mucho a Lisa Sarno. La actriz, que había empezado a recoger su equipo de maquillaje, empezó a mirar a su alrededor, con extrañeza.

—¿Qué ocurre, Lisa? —preguntó la señora Hollister.

—Mi otro lápiz de labios… Lo tenía aquí hace un momento.

Pam advirtió que Sue no estaba ahora en la estancia. ¿Habría cogido ella el lápiz labial? Cuando llamó en voz alta a su hermanita, se oyó la vocecita de la pequeñita, diciendo:

—¡Estoy aquí! ¡En mi habitación!

—¿Qué estás haciendo, hijita? —indagó la madre.

No se oyó respuesta. Pero sonaron sus pasos por las escaleras y pronto la chiquitina asomó por la puerta, conteniendo la risa.

—¿Estoy tan guapa como Pam? —preguntó.

—¡Vaya ocurrencia! —exclamó la madre, mientras los demás se echaban a reír.

Sue se había aplicado lápiz labial a los labios gordezuelos y su boca parecía doble de lo normal.

—Me gusta el «pintador de labios» porque sabe a algodón de dulce —dijo la pequeña, riendo—. Además, voy a ser una estrella de cine.

Y empezó a hacer muecas tan extrañas con los labios que todos rieron a más y mejor.

—Parece otra niña —dijo Lisa, acercándose con un trocito de algodón para limpiar los labios a la pequeña.

—Eso está mejor —dijo la señora Hollister, inclinándose a besar a su hija—. Pero la próxima vez, antes de coger algo que no te pertenece, pide permiso.

Poco después Greg y Lisa dijeron que tenían que marcharse ya. Después de entregarles las copias de los bocetos, los Hollister dijeron adiós a sus nuevos amigos.

—No olvidéis que tenemos que vernos pronto —gritó Lisa, despidiéndose desde el coche.

A Pam le daba verdadera lástima tener que renunciar a su «cara de cine», como ella lo llamaba. Pero, antes de ir a acostarse, no tuvo más remedio que quitarse todo el maquillaje con colcrem.

Al día siguiente, reinó un tremendo nerviosismo en casa de los Hollister. No sólo se pensaba en la visita a Orient Harbor y en el trabajo en el cine, sino que, además, los niños pensaron que ahora tal vez tendrían la posibilidad de ayudar a Tom King a resolver el misterio de la herencia.

Cada uno de los hermanos tenía en la buhardilla un maletín que aquel día bajaron, desempolvaron y abrillantaron. Luego cada uno de los niños sacó de los armarios sus ropas y neceseres de aseo.

Pete y Ricky acabaron los preparativos en seguida y salieron de la casa mucho antes de que las niñas hubieran terminado.

—Vamos a decir a nuestros amigos que nos vamos de viaje —propuso Ricky.

Montados en sus bicicletas, los chicos se dirigieron primeramente a casa de Dave Meade.

—¡Qué suerte! —les dijo Dave—. ¿Me enviaréis una postal desde Orient Harbor?

—Claro. Y a lo mejor la firman Greg y Lisa —dijo Ricky.

—¡Será estupendo cuando proyecten la película en Shoreham! ¡No puedo imaginarme a mis amigos en la pantalla! —sonrió Dave.

—Pero lo más importante es resolver el misterio de Tom King —recordó Pete, añadiendo—: Dave, ¿querrás sacar por el lago nuestro clíper, mientras estemos nosotros fuera?

A Dave le entusiasmó la idea y prometió cuidar de la singular embarcación.

La segunda visita la hicieron los niños a la casa de Jeff y Ann Hunter. Los Hunter estuvieron muy contentos al enterarse de la buena suerte de los Hollister. Cuando volvían a casa, Pete y Ricky se encontraron con Joey y Will que estaban tirando piedras a una ardilla que se encontraba en un árbol.

—¿Se lo decimos? —cuchicheó Ricky, hablando con su hermano.

—Pasemos de largo —aconsejó el mayor.

Pero sin darles tiempo a alejarse, Will les gritó:

—A nosotros no tenéis que decírnoslo. ¡Lo sabemos todo!

—Sí. Habéis ido contando a todo el mundo que vais a ser actores —dijo, burlón, Joey—. ¡Bah! ¡No me lo creo!

—Pues vamos a serlo —declaró Ricky, enardecido—. Nos vamos a Orient Harbor para trabajar con Lisa y Greg.

—¡Eso es lo que os imagináis, idiotas! —gritó Will.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Pete.

Joey, provocativo, masculló:

—Me apuesto un rabo de ardilla vieja a que nunca llegáis allí.

—Vámonos —dijo Pete, hablando con su hermano—. No discutamos con ellos.

Como durante la tarde tuvieron mucho que hacer, los Hollister se olvidaron pronto de los dos camorristas. Hubo que ir de compras al centro de la población. Sue necesitaba un traje de baño nuevo, Pam y Holly, pantalones cortos, y los dos muchachos adquirieron camisas blancas.

Después de la cena, la señora Hollister comentó:

—Creo que, por fin, estamos preparados para nuestro viaje a Orient Harbor.

—Ya os he pedido las reservas para el coche cama —dijo el señor Hollister, y añadió que había tenido la suerte de conseguir dos compartimientos.

—Bastará para divertirnos —opinó Ricky.

Al pelirrojo le gustaba viajar en tren. Durante un viaje al Canadá se había perdido y su madre le encontró en la cocina, ayudando al cocinero.

Aquella noche, mientras Pete y Pam ayudaban a fregar la vajilla de la cena, Holly hizo señas a Sue para que la siguiera.

—Vamos arriba. Tengo que hablar contigo —dijo Holly.

Las dos niñas subieron a la habitación de la mayor que, retorciéndose las trencitas, preguntó a Sue:

—¿Qué te parece mi peinado?

—Es muy bonito —opinó la chiquitina—. ¿Por qué?

—¿No crees que me sentaría mejor el cabello corto? —preguntó Holly, levantándose las trenzas hasta la coronilla—. ¿Cuándo se ha visto una estrella de cine con trenzas?

La pequeñita, que consideraba que todo lo que Holly decía era la pura verdad, estuvo de acuerdo con su hermana. Pero preguntó, extrañada:

—¿Cómo vas a tener trenzas y pelo corto, a la vez?

—Me cortaré las trenzas.

—¡Ooooh! ¿Qué dirá mamá?

Holly contestó que Pam antes también llevaba trenzas y se las cortó.

—Y mamá me cortó un trocito de cada trenza y no ha pasado nada.

—¿Y te vas a cortar tú sola el pelín?

—No. Me lo cortarás tú.

—¡Qué bien! Me gusta cortar el pelo —confesó la pequeñita, que no había vuelto a hacer de peluquera desde que cortó las trenzas a su muñeca.

—Iré a buscar las tijeras —se ofreció Holly.

Fue a la habitación de su madre y volvió con un par de gigantescas tijeras.

—Creo que con esto podrás cortarlas bien.

Holly se arrodilló en el suelo y mostró a su hermana por dónde, exactamente, debía cortar.

—¿Por aquí? —preguntó la pequeña, abriendo las tijeras.

—No. Un poco más arriba.

En aquel momento, desde el pie de las escaleras, Pam preguntó:

—Holly, Sue… ¿Dónde estáis? Voy a leeros un cuento antes de irme a dormir.

—Estamos aquí —repuso Sue.

—Estáis muy calladas. ¿Qué hacéis?

—Voy a cortar el pelín a Holly.

—¿Cómo?

Pam subió las escaleras de dos en dos y entró como una flecha en la habitación de Holly.

—¿Cortar las trenzas? ¡No! ¡No!

Pam cogió las tijeras de manos de Sue en el último instante.

—Pero tengo que parecer una señora, si quiero ser actriz —se lamentó Holly.

La señora Hollister, que había subido al oír las exclamaciones, quedó aterrada al saber lo que había estado a punto de ocurrir.

—Además, Holly —dijo—, si vas a intervenir en una película de otras épocas necesitarás tus trenzas.

—Claro que sí —dijo Pam—. Todas las niñas llevaban trenzas, en la época de los navíos clíper.

Mientras una parte de la familia se ocupaba en convencer a Holly de que debía conservar sus hermosas trenzas, en la puerta sonó el timbre y Pete salió a abrir. Un muchacho uniformado le entregó un telegrama. Después de firmar, Pete llamó a los demás. Tras abrir el telegrama, dijo:

—Va dirigido a la familia Hollister.

De pronto el muchachito dejó escapar una exclamación de infinito asombro.

—¿Qué ocurre? —preguntó la madre, bajando ya con las niñas.

—Escuchad —dijo Pete, en tono desencantado—. «Innecesario venir Orient Harbor. Extras ya contratados trabajo». Firmado: Gregory.