Pam casi no podía creer que estaba viendo a Gregory Grant, el actor.
—¿De verdad…, de verdad está usted aquí, en nuestro embarcadero? —preguntó, emocionada.
La momentánea sorpresa que se reflejó en todas las caras se transformó en seguida en expresión de entusiasmo. Cada uno de los niños sonrió ampliamente al estrechar la mano del actor.
—Píncheme —pidió Holly—, porque me parece que no estoy despierta.
El actor sonrió y sus ojos oscuros brillaron de alegría.
Entonces Pam ya había reaccionado bastante para decir:
—¿Ha venido usted a vernos a nosotros, señor Grant?
—Podéis llamarme Greg —repuso el actor, afablemente—. El motivo de que ahora esté aquí es toda una historia. Os la contaré más tarde. Ahora quisiera presentaros a mi esposa.
En seguida caminó en dirección a la casa. Aparcado en el camino del jardín había un coche deportivo de alegres colores.
Dave Meade dejó escapar un prolongado silbido, diciendo luego:
—¡Gregory Grant! ¡Ya veréis cuando los demás chicos se enteren!
—Estoy deseando saber por qué ha venido a visitarnos —dijo Pam, roja de entusiasmo.
Un momento después, el actor ayudaba a su joven esposa a bajar del coche y la llevaba junto a los niños. La esposa del actor era bonita y caminaba con gracia. Llevaba gafas de sol y un pañuelo que recogía su cabello rubio.
Los niños vieron en seguida que se trataba de Lisa Sarno. Todos sonrieron, al saludarla. Ricky, sin poder contener los nervios, preguntó:
—¿Han venido a hacer una película a Shoreham?
Y, sin dar tiempo a los actores a contestar, Pam añadió:
—Hace un par de días, haciendo una película en casa, yo representaba el papel de usted.
Lisa Sarno rió alegremente y todos entraron en la casa.
—¡Qué casa tan encantadora tenéis! —dijo la actriz, al entrar en la sala.
—Gracias —dijo Pam, que luego presentó a la actriz a su madre.
La señora Hollister estaba tan sorprendida como lo habían estado sus hijos, de conocer a la famosa pareja. Después de sentarse cómodamente, el actor y su esposa explicaron por qué habían ido a Shoreham. Su próxima película, dijeron, iba a titularse «La Pista del Clíper», e iba a ser filmada en Orient Harbor, Massachusetts.
—Lisa y yo decidimos hacer un viaje de vacaciones desde el Oeste, antes de empezar el trabajo —añadió Greg.
—Todas las noches —siguió diciendo— telefoneamos a nuestro director, que ya había llegado a Orient Harbor.
—Y cuando telefoneamos, anoche —siguió diciendo Lisa—, nos puso al corriente de que un hombre llamado Tom King había llegado allí con informaciones muy valiosas.
—¿Quiere usted decir que ha encontrado los bocetos del clíper que le habían robado? —preguntó Pete, explicando a continuación que unos desconocidos habían robado a Tom King.
Resultó que el señor Grant ya estaba enterado y dijo que sentía mucho tener que contestar negativamente a la pregunta de Pete.
—Pero King ha identificado sus bocetos. Han resultado pertenecer al navío «Jefe Alado».
—¿Cómo lo ha identificado? —preguntó Pam, sorprendida.
—Viendo un viejo clíper en miniatura, que hay en el museo. Es idéntico a los bocetos.
—Y por eso hemos venido a visitaros —añadió Lisa—. El señor King ha dicho que los Hollister tienen una copia de sus bocetos. A la firma cinematográfica en la que trabajamos, le gustaría utilizar esos dibujos, para alguna de las escenas. De modo que nos lo llevaremos.
Los Hollister se miraron entre sí. ¿Sería aquél un nuevo truco para apoderarse de los valiosos dibujos? Sin embargo, Pam pensó:
«Éstos son dos actores de cine. ¿Cómo, unas personas tan conocidas y simpáticas, pueden ser poco honradas?».
Antes de que nadie hubiera tenido tiempo de contestar, oyeron el zumbido de una moto, que venía de la oficina de correos. Se detuvo ante la casa de los Hollister y un hombre joven, cubierto con una gorra, subió por el camino del jardín.
—¿Quién me firma la entrega de una carta certificada? —preguntó el cartero a Pam, que salió a abrir.
—Yo misma —dijo ella.
Pam firmó el recibo y el joven le entregó la carta. En aquel momento, el cartero vio, en la sala, al actor y su esposa y quedó con la boca abierta.
—¡Caramba! —murmuró—. Perdonad, pero… ¿esas personas son amigos vuestros?
Todos los niños miraron en dirección al vestíbulo, sonriendo y moviendo la cabeza con orgullo. El cartero inclinó entonces la cabeza, muy cortés, mirando a los actores, y preguntó:
—¿Puedo estrecharles las manos?
—Naturalmente —dijo Greg, levantándose y yendo al vestíbulo—. Me alegra conocerle, señor.
—Soy Homero… Homero Wakefield —tartamudeó el muchacho.
Lisa se unió a su marido y ambos estrecharon la mano del cartero.
—¡Ya me imagino la cara que pondrán los compañeros de envíos especiales cuando sepan esto! —exclamó Homero, que salió a toda prisa, saltó a su motocicleta y se alejó.
Mientras los demás Hollister seguían riendo, Pam miró el remitente de la carta. Con ojos jubilosos exclamó:
—¡Es de Tom King!
Todos estuvieron muy silenciosos, mientras la niña leía en voz alta. Tom empezaba la carta diciendo que había sido muy agradable su estancia con los Hollister y que les agradecía de todo corazón lo que habían hecho por él. Luego añadía:
«Seguramente ya se han enterado ustedes de que me fueron robados los bocetos. Pero, con la ayuda del señor Dooley, he identificado el barco de mi abuelo como el “Jefe Alado”. Una compañía cinematográfica está interesada en adquirir copias del viejo clíper y hemos quedado de acuerdo en que Gregory Grant y Lisa Sarno pasarán por casa de ustedes para recogerlas. Tienen ustedes mi permiso para entregar a esos señores las copias.
»Espero poder volver a ver pronto a toda la familia. Mis mejores deseos para todos, incluido mi amigo “Zip”.»
La firma era «Tom King».
Los Hollister, además de alegrarse por tener noticias de Tom, se sintieron muy tranquilizados viendo que los visitantes tenían permiso para llevarse las copias.
—En estos momentos se encuentran en la caja fuerte de la policía, por razones de seguridad —explicó la señora Hollister, y relató lo que había ocurrido durante la noche.
Lisa y Gregory quedaron muy impresionados al enterarse del intento de robo que se había llevado a cabo en casa de los Hollister.
—Parece que nuestras películas no son tan emocionantes como las cosas que ocurren en Shoreham —comentó Lisa, sonriendo.
La señora Hollister dijo a los actores que llevaría un poco de tiempo ir a recoger las copias de los bocetos; de modo que, muy amablemente, invitó a cenar al matrimonio. Ellos aceptaron y Pete dijo:
—Iré en la bicicleta hasta el cuartelillo, para recoger las copias.
—Yo te acompaño —dijo Pam—. Necesitarás ayuda si alguien te detiene y quiere quitarte las copias.
Los dos hermanos se encaminaron, pedaleando, al cuartelillo de policía. Habían recorrido muy pocos metros cuando Carol, una compañera de clase de Pam, corrió a su encuentro moviendo las manos, para pedirles que se detuvieran.
—¿Es verdad? ¿Tenéis artistas de cine en vuestra casa? —preguntó.
Pam dijo que era cierto y Carol murmuró, con un suspiro:
—¡Cómo me gustaría conocerles!
Pam se ofreció para concertar una entrevista de la niña y los actores y en seguida se disculpó, diciendo que tenía prisa.
Pero los dos hermanos se vieron acosados así durante todo el trayecto. Cada dos segundos aparecían niños que les preguntaban:
—¿Es verdad que Gregory Grant y Lisa Sarno están en vuestra casa?
—¡Cómo corren las noticias! —exclamó Pam, con asombro, cuando ella y su hermano se aproximaban al centro de la ciudad.
Desmontaron de sus bicicletas, subieron corriendo los peldaños del cuartelillo y entraron en la habitación donde, con frecuencia, estaba Cal. En cuanto entraron pudieron ver al oficial sentado a una mesa, redactando un informe. Al fijarse en los niños, Cal dijo, con una sonrisa:
—¡No puede ser que ahora tengáis actores de cine en vuestra casa! ¿Qué será lo próximo que hagan los Hollister?
Los niños rieron alegremente y explicaron luego a Cal todo lo que ocurría.
—Y ahora querríamos recoger las copias —añadió Pam—, porque Lisa y Gregory quieren llevárselas a Orient Harbor.
Cal descolgó el teléfono para hablar con el jefe, en cuya caja fuerte estaban guardadas las copias de los bocetos. A los pocos minutos otro policía acudió a entregárselas.
—Muchas gracias —dijo Pete.
—No las perdáis —aconsejó Cal, y al momento, con una sonrisa, anunció—: Tengo una idea. ¿Qué os parece si os envío con una escolta hasta vuestra casa?
Los dos hermanos quedaron un momento tan sorprendidos que no encontraban voz con que contestar. Por fin, Pete dijo:
—¿Va a ir un coche patrulla detrás de nuestras bicicletas?
—Claro. ¿Por qué no? Vais a ser portadores de algo valioso.
—¡Vamos! ¡Vamos! —contestaron Pete y Pam, aceptando.
Cal se levantó de la mesa, cogió su gorra de policía y se dirigió a una puerta trasera.
—Nos encontraremos en la fachada del edificio.
El oficial eligió el coche patrulla que acostumbraba a llevar siempre, y lo condujo fuera del aparcamiento. Se detuvo un momento ante la fachada y llamó a los Hollister.
—¡Seguidme! —les dijo.
Pete llevaba las copias de los bocetos y Pam pedaleaba a su lado. Todo el trayecto se mantuvieron a unos tres metros detrás del coche policial, que hacía sonar su sirena suavemente, mientras avanzaba con lentitud.
Una vez embocó la carretera de Shoreham, Cal fue algo más de prisa y los niños pedalearon con más ánimos. Algunos niños que pasaban en grupos se detenían a mirar la extraña comitiva. ¡Nunca habían visto que un coche policial se ocupase de abrir la marcha a dos ciclistas!
Cuando llegaron ante la casa de los Hollister, Cal les dijo adiós y los niños corrieron a la puerta.
—¡Ya tenemos los bocetos! ¡Ya tenemos los bocetos! —anunció Pete.
Gregory estaba jugando al escondite con Sue y no les respondió. Lisa, que hablaba con Ricky y Holly sobre famosos maquilladores de artistas, sonrió, diciendo:
—¡Magnífico!
¡Cuánto se divirtieron todos durante la cena! Los actores eran dos personas simpáticas y sencillas, que se encontraban a sus anchas con los Hollister. Los niños hablaron de la última película del Oeste que habían visto, en la que Gregory era un héroe y Lisa la hija de un ranchero pobre, a la que secuestraban.
—¿Fue verdad que se cayó usted desde el acantilado, Greg? —quiso concretar Ricky.
—Confieso que no —declaró el actor, francamente—. El que cayó era un muñeco.
—¡Vaya! —murmuró Ricky, desencantado—. ¿Y también fue mentira aquel salto que dio usted desde el caballo, para atrapar al «malo»?
Cuando Gregory aseguró que aquella escena la había representado él, sin truco alguno, Ricky quedó complacido.
—¿Querrán hacer películas para nosotros, esta noche? —preguntó, esperando.
La petición dejó atónitos a Gregory y Lisa.
—Pero si no tenemos director… —se excusó Lisa.
—Yo les diré lo que tienen que hacer —contestó, tranquilamente, el pecoso.
Aquella decisión produjo muchas risas y los amables actores se avinieron a hacer una película siguiendo las órdenes del travieso pequeño.
Después de la cena, Pete bajó de la buhardilla el equipo de filmar y lo instaló en la sala. Tinker les había enviado un foco nuevo, del Centro Comercial, así que todo estaba en orden.
—Debemos hacer alguna escena verdaderamente dramática —dijo Lisa, dispuesta a colaborar de firme en la diversión—. ¿Qué puede ser?
Sue contestó inmediatamente:
—Yo «querería» que Greg fuese mi caballo. Yo voy a ser una niña vaquera.
El actor reía con tantas ganas que casi le faltaban fuerzas para sostenerse sobre los pies y rodillas. Por fin, cuando la pequeñita estuvo montada a su espalda, empezó a saltar de un lado a otro y a dar sacudidas, igual que un potro salvaje, mientras Pete filmaba la escena.
En las otras escenas, los actores aparecieron junto a los Hollister, cantando alrededor del piano.
Luego, mientras Pete recogía el equipo, Lisa dijo:
—Ahora nosotros tenemos una sorpresa para los Hollister.
—¡Olé! ¡Viva! ¿Qué es? ¿Qué es? —preguntó Sue, empezando a dar saltitos.
Todos los niños escucharon atentamente, mientras la actriz añadía:
—¿Os gustaría venir a Orient Harbor y trabajar como «extras» en la película del clíper?