1845-1849

Un joven campesino sin ninguna educación, creyendo tener un sapo en el estómago, se puso a estudiar medicina a fin de curar su mal y terminó siendo un eximio médico. De modo que cualquier desgracia, física o moral, puede servir para instruirnos y hacemos mejores.

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La naturaleza a veces manifiesta cierta ternura ante nuestra vanidad, pero nunca le presta la menor atención a nuestro orgullo. Acepta que exhibamos un aire ridículo a ojos de los demás, pero en cambio nos oculta nuestras pequeñas barbaridades.

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Una niña tan dulce y hermosa que Dios crea especialmente para ella flores nuevas.

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En los ojos de un niño u otra criatura inocente se ve la imagen de un querubín; y en la de alguien poseído por el mal, la de un demonio.

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La manera más elegante que tiene un hombre de dar a entender que se siente viejo y que lo acepta consiste en adoptar la moda indumentaria de la época en que empieza a sentir esto. Años más tarde se encontrará, en consecuencia, tranquilamente separado de la multitud de jóvenes.

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Nuestro más íntimo amigo no es aquel a quien le contamos los peores aspectos de nuestra naturaleza, sino, al contrario, los mejores.

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El caso de dos mujeres que, a causa de una decepción amorosa, hacen la promesa de no ver más la luz del sol. Ambas cumplen su palabra y mueren más tarde, tras varios años a la penumbra de las velas, en hogares totalmente clausurados. Una de ellas, según parece, habría vivido en la oscuridad más completa.

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Las enfermedades que nos vienen con la edad son los intereses de la deuda que tenemos con la naturaleza, y que más vale pagar en el momento oportuno. A menudo, el interés es de un monto mayor que el capital.

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En 1761, en Inglaterra, un hombre y su esposa, que habían vivido en la opulencia, murieron tan pobres que su funeral fue costeado por la parroquia. Esto llegó a oídos de sus amigos de los buenos tiempos, quienes consiguieron que se abriese la tumba y se volviera a enterrarlos de forma mucho más digna.

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Ideas insólitas para los monumentos funerarios en los cementerios: por ejemplo, un reloj solar, o un gran banco de piedra con una inscripción grabada como «Reposa y sueña», y muchos más, cómicos o serios.

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Una muchacha, en Inglaterra, envenenada por una flecha que su hermano trajo de las Indias a modo de curiosidad.

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Una vieja mansión en la colina de Browne fue trasladada de la cima a la llanura, casi al pie de la colina. El coronel Putnam, del servicio de aduanas, se acuerda de haberla visto: aunque no estaba habitada, conservaba todos sus muebles. Parece que podía visitársela, si uno así lo deseaba. En ese entonces la poseía Richard Derby, un ancestro de los actuales Derby, quien ejercía ese derecho gracias a su mujer, una Browne. El propietario de la casa había escapado durante la Revolución y parece que Derby conservó el lugar en el mismo estado que cuando el dueño debió abandonarla. Había un armario al que nadie osaba entrar, porque se creía que el diablo estaba ahí encerrado. Un buen día, hace más de cincuenta años (hace sesenta, en rigor), Putnam y otros niños que jugaban en la casa decidieron espiar dentro del armario. Aunque estaba bajo llave, Putnam forzó la puerta con gran esfuerzo y no sin temblar. La abrió por fin de un solo golpe y una montaña de cuadros de familia cayó con gran estrépito: rostros de hidalgos caballeros con pelucas y de damas con muy extraños peinados se esparcieron boca arriba por el parquet, llenando a los niños de un terror insensato. Huyeron todos, pero volvieron más tarde, reordenaron los retratos y cerraron con clavos la puerta del armario.

La casa, según la misma persona, no fue alquilada nunca más después del terremoto de 1755; y en esta misma ocasión fue desplazada de la cumbre de la colina, dado que el sismo la sacudió con violencia. Pasó varios años al pie de la colina y después fue movida otra vez, sólo que ahora dividida en tres partes que dieron origen a tres hogares distintos, aún localizables en Danvers.

La casa, antaño habitada por el reverendo Paris, y escenario de los primeros episodios de brujas en 1692, existe aún al norte de Danvers. Hace mucho fue movida de su primer emplazamiento. En un principio a los obreros les costó un poco transportarla; un anciano les dijo entonces que la casa quizá continuaba bajo influencia del diablo y que esto seguiría ocurriendo hasta tanto no le quitasen el techo. Los obreros acataron la propuesta y sólo así lograron trasladar la casa. Putnam tuvo conocimiento personal de estos hechos.

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Un viejo gobernador francés de Acadia (el predecesor de Aulney) dio, como pago por cierta mercadería comprada al capitán de un buque inglés, quinientos o seiscientos (o acaso setecientos) botones de oro macizo que arrancó de sus uniformes. (Mass. Hist. Coll).

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Unas flores inmortales: para un cuento infantil.

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«Mamá, veo un pedazo de tu sonrisa». (Una a su madre, que se tapaba parcialmente la boca con la mano).

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Por más inocentes o débiles que sean mientras se encuentran en el diccionario, las palabras, para bien o para mal, se vuelven realmente potentes en las manos de quien sabe combinarlas.

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El capitán Burchmore cuenta la historia de una inmensa tortuga vista en el mar durante un viaje a Batavia. Era tan grande que el vigía, desde lo alto del mástil, la tomó por un arrecife. El barco pasó muy cerca del animal que, al parecer, era mayor que el más grande de los botes de salvamento, con una cabeza «más voluminosa que la de un perro» y el dorso lleno de espinas que medían un pie de largo. Al llegar a Batavia, el capitán contó esta historia y un viejo marino exclamó: «¡Vaya! ¿Así que viste a Bellysore Tom?» (Tom barriga-dolorida). Según parece los marinos conocían a esta tortuga desde hacía al menos doce años y tropezaban con ella en la misma latitud. No la trataban mal, sino al contrario: tenían el hábito de arrojarle grandes porciones de carne que ella aceptaba encantada, al punto que entre los marinos y Bellysore Tom existía una amistad recíproca. El viejo Lee confirmó esta historia diciendo que había oído hablar a otros comandantes acerca del mismo monstruo. Pero como él es un notorio mentiroso, y como al capitán Burchmore le gusta contar, sin escrúpulos, toda clase de anécdotas interminables y aventuras inverosímiles, el testimonio carece de valor. Los marinos estimaban, por su lado, que la tortuga medía menos de veinte pies de largo.

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El caso de la propiedad de los Grey. La señora Grey y su hija de tres años fueron raptadas por los indios en 1756, en el valle de Tuscarora, Pennsylvania. El padre movió cielo y tierra para hallarlas y, ya exhausto, volvió a su casa para morir, legando la mitad de sus bienes a su hija, si es que continuaba viva. La madre (su esposa) pronto fue liberada tras el pago de un rescate, y acudió en Filadelfia a una presentación de varios niños que habían sido prisioneros de los indios. Deseaba reconocer entre ellos a su hija de tres años, de la cual la habían separado en pleno cautiverio. Su hija no se encontraba entre ellos, pero para tomar posesión de la propiedad de su difunto esposo fingió reconocer a su hija en una niña de igual edad. La niña creció, maleducada, fea, ingrata, una «holandesa indolente, gorda y morocha que no se parecía en absoluto a la bella Jenny Grey» y que, para colmo, mantuvo una conducta reñida con la moral. La verdadera hija, según los rumores, se había casado, vivía en el estado de Nueva York y era «una mujer hermosa, con una casa hermosa y unos hijos hermosos». De cualquier modo, como su familia jamás la reencontró, su vida adulta resulta incierta. En 1789, los herederos de John Grey, el padre, advirtieron que la niña no era la niña perdida y acudieron a la justicia para recuperar la propiedad de John Grey, que consistía en una granja de trescientos o cuatrocientos arapendes. El juicio prosiguió hasta 1834, cuando se dictaminó que la identidad de la niña recobrada no era la exacta. (Sherman Day, Hist. Coll. Of Penn).

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Bethuel Vincent acababa de casarse cuando fue secuestrado por los indios en Canadá. Cuatro años más tarde, un hombre de aire tristón conoció por azar, en una taberna, a un grupo de gente que daba un paseo en trineo, y les preguntó si conocían a una tal señora Vincent. Le indicaron a esta persona. El hombre le dio noticias de su marido y se unió al grupo del trineo. Luego empezó a mostrar excesiva confianza con la señora Vincent, deseando que ella se sentara en sus rodillas. La mujer se resistió, pero entonces resultó que el sujeto de aire tristón era su esposo largamente desaparecido. Hay ciertos puntos de interés en esta historia.

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Entre los sobrevivientes de un naufragio se cuentan dos acerbos enemigos. Los adversarios —después de pasar varios días sin comer— deciden hacer un sorteo para saber quién será matado y comido por los demás. El elegido es uno de los enemigos. El otro podrá devorarle literalmente el corazón.

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Un gobernador del estado de Nueva York visitó hace poco, de incógnito, a un condenado en su celda con la intención de averiguar si en verdad era digno de ser indultado. Su decisión fue que la justicia debía seguir su curso.

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Un ángel baja del cielo con la misión de recoger y llevarse en una canasta todas las cosas buenas que no fueron mejoradas por el hombre, aun cuando fueron concebidas para su provecho. Redistribuye después esos objetos donde serán más valorados.

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Las memorias de una cocina.

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Una persona de nobles intenciones parte a recorrer el mundo haciendo el bien. Con ese fin le da, por ejemplo, un par de anteojos a un ciego, y con igual impericia lleva a cabo toda suerte de acciones.

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Un hombre que llega al límite máximo de su vejez se vuelve nuevamente joven, al mismo ritmo con que envejeció. Marcha atrás, rehace el camino recorrido y tiene una visión inversa de las cosas. Esto podría, según creo, dar origen a extraños encadenamientos.

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Unos gnomos diminutos viven dentro de un diente hueco. Uno descubre que el diente fue empastado con oro y lo explotan como si fuese una mina.

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El brujo Michael Scott solía ofrecer a sus amigos un festín donde los manjares provenían de las cocinas de distintos príncipes de Europa, traídos por unos pobres diablos que acataban sus órdenes. «Ahora vamos a probar un plato que procede de la cocina del rey de Francia, etc». Podría escribirse un cuento más moderno, en el que los distintos platos procederían de diferentes restaurantes.

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Cuento infantil: imaginar toda clase de juguetes maravillosos.

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Un cuento donde el personaje principal siempre parece a punto de entrar en escena. Sin embargo, jamás lo hace.

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Un mago moderno fabrica una criatura con aspecto de ser humano, empleando los materiales más groseros y más baratos: dos tablas de madera en vez de piernas, un zapallo como cabeza, etcétera. Un sastre le ayuda después a poner fin a su obra y transforma el espantapájaros en un personaje a la moda. Al final de esta historia, tras haber engañado al mundo por un buen rato, el hechizo se rompe y todos notan que el dandi lleno de canas no era sino un traje con trozos de madera en su interior. Durante toda la existencia de este supuesto ser humano, ciertas particularidades y ciertos signos podrían haber revelado a cualquier hombre perspicaz que se trataba tan sólo de un ente hecho de maderas y ropas, sin corazón, ni alma, ni inteligencia. Esa vieja cosa miserable podría constituir el símbolo de una amplia gama de seres humanos.

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En el New Statistical Acct. de Escocia (en el tomo que habla de las islas Hébridas) se cuenta que un niño nació con un ojo en la parte trasera de la cabeza, me parece, aparte de los habituales en la cara. Era evidente que veía con el otro ojo, ya que cuando se lo cubrían con un gorro él trataba de descubrirlo.

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Julian: —Mamá, ¿por qué el almuerzo no es la cena?

Mamá: —¿Por qué una silla no es una mesa?

Julian: —Porque es una tetera.

(4 de octubre de 1849).

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Heredero de una gran fortuna. Heredero de gran mala fortuna.