1843-1844

El rayo de sol que se pasea por la celda del prisionero puede ser visto como enviado por el cielo para preservar la dicha y la vida de su alma. Siempre hay, en las circunstancias más lúgubres, algo equivalente a este rayo, como esas flores que, metafóricamente originarias del Paraíso, alumbran la oscura habitación de una muchacha muy pobre. Dios no nos deja vivir en ninguna parte y de ningún modo sin poner a nuestro alcance una porción de Paraíso que, si la empleamos bien y apreciamos en su justo valor, hará que se desvanezcan las sombras y los problemas de este mundo.

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Un filósofo moralista compra un esclavo, o bien toma posesión de algún otro ser humano, para llevar a cabo un experimento y observar en sí mismo los efectos de un vicio.

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Una caverna como alegoría del corazón humano: en la entrada brilla el sol y crecen flores. Apenas ingresar, uno se ve rodeado de terribles sombras y variados monstruos. Desconcertado, uno camina un rato, desesperadamente. Por fin se ve una luz. Medio a tientas, uno continúa avanzando hasta llegar a una zona de absoluta perfección, que parece reproducir las flores y la hermosa luz que había en la entrada. Ésas son las profundidades del corazón y de la naturaleza humana, radiantes y serenas; las tinieblas y el terror pueden extenderse bien lejos, hacia el fondo, pero más profundo aún reina esta belleza eterna.

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Un hombre, al mismo tiempo que progresa en la vida, va recogiendo a su paso diversas cosas: pecados, problemas, costumbres, bienes, etc., hasta que ya no puede proseguir sino tambaleando por el lastre de tan pesado fardo.

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Desear toda la vida un objeto que nos parece esencial a nuestra felicidad. Este objeto se vuelve por fin accesible, pero resulta totalmente secundario con respecto a lo que tanto nos interesaba. Por ejemplo, durante todo el invierno soñé que, al caer el sol, me sentaba al lado de mi mujer, cerca de la llama vacilante del hogar, en vez de estar ante un siniestro calentador. Cuando esto por fin sucedió fue a raíz de que ella había enfermado y no tenía yo para instalarla una habitación adecuada, con una buena estufa.

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«La generosidad es la flor de la justicia» (Sophia A. Hawthorne).

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La esposa de Calderón de la B. (en Vida en México) habla de ciertas mujeres a las cuales se les inoculó veneno de serpiente cascabel, picándolas en varios puntos con el colmillo del reptil. De esta forma ellas resultaron protegidas para siempre de la mordedura de todo reptil venenoso. Tienen el poder de atraer a las serpientes; les da placer manipularlas y jugar con ellas. Su mordedura es peligrosa para las personas no inmunizadas de igual modo. Se diría que les fue infundida parte de la naturaleza de la serpiente.

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En una especie de «feria de las vanidades» se rematan cargos, títulos, honores y todo tipo de cosas que la humanidad estima codiciables, así como también otras, eternamente preciosas, que la mayoría de la gente considera sin valor.

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Un libro encuadernado con piel de becerro. Podría tratar sobre la cría de bovinos o algún tema afín.

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Una muchacha hereda un pequeño camposanto familiar. Podría ser cuanto le ha tocado de las riquezas familiares.

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Todas las partes traseras de una casa son mucho más pintorescas y reales que lo existente en su fachada y que fue concebido para ser visto. Siempre hay mucho que aprender del fondo de una propiedad. Cuando un cambio en el trazado de una ruta nos obliga a flanquear los fondos de las granjas en vez de pasar por delante, descubrimos aspectos más que curiosos.

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La huella sangrante de un pie recorre la calle principal de una ciudad.

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La imponencia de la muerte representada en los rasgos de un mendigo que, tras haber sido visto, servil y humilde, durante largos años en las calles de cierta ciudad, es admitido a la postre, por una razón u otra, en la morada de un millonario que acaba de morir. Entonces empieza a provocar sentimientos de majestad y terror en el corazón de aquellos que lo miraban con desprecio.

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El relato de un sueño cuyo hilo conductor sigue el curso usual de los sueños verdaderos, con todas las incoherencias, las curiosas transformaciones, las extravagancias y la falta de dirección que hay en los sueños; pero también con una idea central que lo recorre de punta a punta. Hasta el día de hoy y desde que el mundo es mundo, una historia así no fue contada nunca.

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Alegoría de la vida bajo la forma de un baile de disfraces donde la humanidad está representada por diversos personajes travestidos. Aquí o allá podría aparecer algún rostro al descubierto.

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Descripción de un personaje que con maldad actúa de brujo y, como tal, ejecuta actos maléficos, aunque sólo por medios naturales: destroza historias de amor, inculca el vicio a los niños, arruina a los ricos, etcétera.

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Tarea infligida a un demonio domesticado: recoger todas las hojas muertas caídas en el bosque durante el otoño, clasificarlas y volver a colocarlas en las ramas donde colgaban previamente.

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Varios malhechores, desconocidos hasta ese momento para el resto de la gente, salen de sus escondites debido a un hecho que se condice con la naturaleza de sus actos. La Revolución francesa, por ejemplo, hizo surgir a tales miserables.

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Jorge I le había prometido a la duquesa de Kendall, su amante, que de ser posible la visitaría tras su muerte; y, en efecto, un enorme cuervo entró por la ventana de la mansión de ella, en Isleworth. La duquesa pensó que era el alma del difunto y, a partir de ese día, le profesó un respeto y una ternura que duraron hasta su muerte o hasta la del pájaro. (Recuerdos de Walpole).

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Historia del hospicio de un pueblo, desde su fundación. El registro de todos sus ocupantes destacados. Extractos de las partes más jugosas de sus anales. Los ricos de una generación podrían, en la generación siguiente, andar en busca de un refugio. El hijo y el heredero del fundador podrían no encontrar un mejor refugio. Habría que dejar que se filtre algún rayo de sol en esta historia; por ejemplo, la buena suerte de algún hijo de padres desconocidos: es educado allí y descubre a la postre que tenía padres millonarios.

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Mientras sitiaba a la ciudad de Florencia, Ladislao, rey de Nápoles, aceptó mostrarse clemente a cambio de que le fuera entregada cierta virgen famosa por su belleza, hija de un médico de la ciudad. Cuando la joven iba a ser conducida ante el rey (habiendo todos, con regalos, contribuido a ataviarla con las prendas más maravillosas), su padre le entregó un pañuelo con perfume y ricamente adornado, lo que por ese entonces era un accesorio popular en todo el mundo. El pañuelo había sido envenenado con sumo talento y desde su primer contacto físico el veneno penetró en los poros de las pieles dilatadas por el calor, transformando su sudor ardiente en sudor frío. Casi enseguida ambos murieron, uno en los brazos del otro.

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Diálogo entre los diferentes campanarios de una ciudad, un domingo al repicar: los de las iglesias calvinista, episcopalista, unitarianista, etcétera.

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Una moneda de oro es considerada como una suerte de talismán, o contiene todas las formas de placer que ella misma podría comprar, a tal punto que, mediante alguna fabulosa alquimia, estas formas se vuelven perceptibles, como visiones.

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Personificar «si», «pero», «y», «aunque», etcétera.

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La fuente de las lágrimas. Un viajero la descubre, así como otros lugares parecidos.

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Un hombre parte en busca de algo perfecto, pero de un modo equivocado y con un ánimo erróneo, y en su defecto se topa con algo horrendo. Por ejemplo: mientras busca la fortuna, halla un cadáver; mientras intenta dar con un tesoro oculto, comete mil y un pecados.

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El mágico rayo de sol, cuento infantil. El sol atraviesa la cárcel de un prisionero, desde su alta y estrecha ventana. Símbolo de la alegría, permite a los desgraciados conservar toda su dicha; y cuando el prisionero al fin es liberado, recoge el rayo de sol y se lo lleva con él. Así descubre tesoros en todo el mundo, aun en rincones donde nadie pensaba ir a buscarlos.

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Un joven descubre parte de un esqueleto de mamut y poco a poco se le mete en la cabeza la idea de completarlo. Recorre el mundo en busca de las partes faltantes; la pesquisa absorbe su juventud y su madurez, y al fin, ya anciano, no puede mostrar de su vida otra cosa que el esqueleto.

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En «la colección de un aficionado»: la pluma que Fausto usó para firmar su pacto, todavía con una gota de sangre seca.

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En la alegórica Grub Street se espera con toda impaciencia la aparición del gran escritor norteamericano. O tal vez allá imparten la orden de buscarlo. En el primero de los casos, se lo descubre de la forma más impensada. O bien se supone que vivió y murió en la más absoluta oscuridad.

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Un anciano promete a un joven un tesoro de oro y, para cumplir su promesa, le enseña una «regla de oro».

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Una valiosa joya enterrada en la tumba de un ser amado, o arrojada al mar junto con un cadáver, o colocada bajo la piedra basal de un edificio. Su primer propietario la redescubre, más tarde, en manos de otra persona.

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Al encontrarnos en un estado de profundo abatimiento, pensamos qué bueno sería echarse en un rincón apacible y quedarnos allí tumbados para siempre, hasta que la tierra se acumule y nos cubra y el pasto o las flores se pongan a crecer. En tales momentos, no pensamos para nada en la muerte. Ni siquiera tenemos el coraje de enfrentarla; preferimos extinguirnos de la forma más perezosa.

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Un célebre jugador había adquirido semejante autodominio que, en los momentos críticos, nada en su rostro venía a traicionar su juego, salvo una ligera cicatriz en la frente que, en determinados momentos, adquiría un vivo tinte rojo sangre. En consecuencia un rival podía deducir, por medio de esta señal, que él no tenía en verdad tan buenas cartas. Cuando el jugador notó que este indicio lo traicionaba, se cubrió la cicatriz con un jirón de tela verde.

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La otra noche soñé que el mundo estaba tan insatisfecho con la escasa precisión con que se da cuenta de los acontecimientos, que me ofrecían mil dólares a cambio de que narrara todos los hechos de importancia pública tal como ocurrieron realmente.

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Alguien con todos los atributos de un buen amigo, pero que de forma invariable decepciona en el último momento.

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Encontrar toda clase de ocupaciones ridículas para los que no tienen mejor cosa que hacer: por ejemplo, peinar las colas de las vacas, esquilar las ovejas, recoger los granos, etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc.

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Los árboles reflejándose en un río, inconscientes del mundo espiritual tan cerca de ellos. Lo mismo ocurre con nosotros.

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Hay caras menos expresivas que otras partes del cuerpo: la mano de un individuo puede expresar mucho más que el rostro de otro.

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Un hombre muy feo, si es que posee cierto tacto, puede hacer que su figura y su rostro ingrato se vuelvan tolerables o aún más. La fealdad sin tacto es horrible: deberíamos tener el derecho de desembarazarnos de tan miserables criaturas.

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La influencia de los muertos en los asuntos de los vivos. Por ejemplo, un muerto controla cómo se dispone de una fortuna; un muerto forma parte de un tribunal y los jueces vivos no hacen más que repetir sus decisiones. Creemos en una religión establecida por los muertos. Nos reímos de las bromas de los muertos y lloramos lo que tienen de patético. En todas partes, en todas las cosas, los muertos ejercen inexorablemente su tiranía sobre nosotros.

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Un restaurante donde cada plato servido, incluyendo el pan y la sal, fue envenenado por todas las modificaciones que sufrió. La Muerte podría ser el chef de su cocina.

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El retrato de alguien que, sólo por su fuerte temperamento o por diversas circunstancias favorables, ha forzado a otra persona a una dependencia o esclavitud totales. Mostrar después que quien de ambos parece el amo puede ser tanto o más esclavo que el otro. Toda esclavitud es recíproca, en la hipótesis más favorable para los amos.

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De las personas que escriben sobre sí mismas y sobre sus sentimientos, como fue el caso de Byron, puede decirse que brindan al público el festín de su propio corazón, bien sazonado y cubierto por una salsa salida de sus sesos.

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Un individuo abrumado por problemas de toda índole, que le impiden llevar a cabo lo que sea, se halla al borde de la locura por su incapacidad para actuar. Entonces llega la muerte, que lo libera de todos estos conflictos. Con el último suspiro, sonríe y se congratula por haber huido con tanta sencillez de todo aquello.

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¿Qué pasaría si advirtiéramos que nos hemos equivocado y que la gente que desde hace rato suponíamos muerta en realidad no lo está? Byron todavía está vivo, es un hombre de sesenta años; Burns también, aunque es anciano, y lo mismo Bonaparte y muchos otros hombres distinguidos, cuyas vidas continúan. Hasta sus parientes, amigos, enemigos, amantes o esposas que creíamos muertos se encuentran, en rigor, con vida. El desencadenante de esta historia sería un sujeto al que todos toman por loco, o acaso alguien que pasó muchísimos años en una isla desierta, o que regresa del corazón de África o de China, y al que un amigo le cuenta esto con afán de divertirse. O quizás un viajero que, procedente de Europa, corrige ciertos errores populares.

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La vida de una mujer que, según las viejas leyes coloniales, fue condenada a usar la letra A cosida sobre sus ropas, como señal del adulterio cometido.

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Las imágenes literales de las expresiones figuradas: por ejemplo, para «se deshizo en lágrimas», un hombre se transforma de golpe en una lluvia de gotas saladas. Para «explotó de risa», un hombre explota en mil fragmentos que vuelan por los aires. Un hombre con «los ojos clavados en el piso» se vuelve una criatura desprovista de ojos, los cuales, clavados en el suelo, lo observan llenos de inquietud, etc., etc., etc.