1841-1842

Ningún lenguaje puede dar una idea cabal de la belleza y el esplendor de los árboles en este momento preciso. Sería fácil sugerir, mediante un galimatías, una idea vaga de los colores suntuosos, como una masa enmarañada de brillantes hilos de seda; pero no puede transmitirse el verdadero encantamiento que suscita. El esplendor, ya sea de cada árbol como del paisaje todo, es insuperable. La mudanza en los colores de los robles se halla en estado avanzado; y, según su posición respecto del sol, éstos parecen teñirse de un oro intenso y magnífico que varía según haya luz o sombra en sus hojas. Del lado en que los rayos pegan de forma directa, el efecto es de gran riqueza; el resto también es bello, aunque menos luminoso. El colorido del roble es más magnífico aún que el amarillo claro de los arces y los nogales. El paisaje se ve cubierto ahora de esta indescriptible pomposidad; se alcanza a ver a lo lejos, en las alturas; y parece que Blue Hill, a varias millas de distancia, en Milton, refulge con luz suntuosa, o en verdad no refulge, ni siquiera brilla; un resplandor atenuado es lo que acaso más se acerca a la expresión ideal.

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Símbolo para un monumento funerario: un reloj solar con una leyenda apropiada.

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Una enfermedad moral o espiritual, simbolizada por una enfermedad corporal. De esta forma, un pecado provocaría la aparición de una úlcera en el cuerpo del pecador. Idea a desarrollar.

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Un hombre, dotado de una justa percepción de las cosas, siente en lo más profundo de su ser qué es verdadero y qué es falso. Esto podría simbolizarse, como en los cuentos de hadas, con una especie de talismán gracias al cual el héroe logra distinguir entre simulacro y realidad.

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Un hombre de muy férrea personalidad ordena a otro, bajo su dominio, que ejecute cierto acto. El primero muere de pronto; el segundo sigue ejecutando ese acto por el resto de sus días.

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«Un pez que llora». Extraña idea de Leigh Hunt.

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Salomón fallece durante la construcción del Templo, pero su cadáver permanece apoyado en el bastón, como si vigilara, aún vivo, el trabajo de los obreros.

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Parece darnos más pena la muerte prematura de un buen trabajador manual que la de una persona dotada de gran inteligencia, porque los dones intelectuales se pueden cultivar en el más allá, no así los dones manuales.

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Rastrear la influencia de un crimen espantoso y vergonzante que degrada o destruye la personalidad magna y noble del culpable, única persona consciente de este crimen.

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Un hombre de conducta por lo común intachable, pero involucrado en un delito monstruoso —un homicidio, digamos—, no siente ninguna culpa y tiene la conciencia en paz. Probablemente se ha acostumbrado al delito cometido; sin embargo ocurre algo (el descubrimiento del crimen, por ejemplo) que lo vuelve sensible a la gravedad de su acto. Se siente entonces repleto de horror.

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Si pudiéramos percibirlos e imaginarlos de antemano, ¡cuán extraños nos resultarían los hechos que juzgamos normales una vez ocurridos! Soñar, por ejemplo, con un bebé de cuna, e imaginar todas las comarcas del mundo y todas las personas que conocerá algún día.

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Un hombre deglute una pequeña serpiente, símbolo de un pecado que acariciaba.

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Varias preguntas acerca de los puntos oscuros de la historia humana y de los misterios de la naturaleza le son formuladas a un hombre hipnotizado.

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Gordier, un muchacho de la isla de Jersey, le estaba haciendo la corte a una muchacha de Guernesey. Viajó a la isla con la intención de casarse. Desapareció entre la playa y el hogar de su amada, y encontraron su cadáver junto a las rocas. Tiempo después, Galliard, un comerciante de Guernesey, empezó a cortejar a la joven, por más que ella siempre había sentido antipatía por él. Le obsequió un hermoso anillo. La madre de Gordier, al enterarse de esto por azar, recordó que su difunto hijo había comprado un anillo igual con la intención de obsequiarlo a su amada. La muchacha murió apenas haberse enterado de esto; y Galliard, sospechoso de haber matado a Gordier, se suicidó.

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El párroco de Montreux, Suiza, de noventa y seis años de edad, se conservaba sano y fuerte y aún era capaz de decir misa. Para colmo tenía un hermano mellizo, también pastor e idéntico a él. A los forasteros les encantaba conocer a este venerable eclesiástico de pelo blanco y poco menos que centenario; y se azoraban cuando, al cabo de unas millas a caballo, se topaban nuevamente con el mismo personaje.

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Cuando el cuerpo de lord Mohun, muerto en duelo, fue cargado chorreando sangre, lady Mohun montó en cólera porque lo habían «recostado en el mejor lecho de la casa».

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Una aventura protagonizada por el doctor Harris cuando estudiante: necesitado de dinero para comprarse unas camisas y otros objetos que no podía procurarse, viajó de Cambridge a Boston. En el camino cortó una rama con el objeto de hacerse un bastón y, después de un largo trecho, notó algo adherido a un extremo del bastón. Era un anillo de oro con una leyenda labrada: «Que Dios guíe tus pasos, mi amigo».

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Los que usan una peluca u otra clase de postizo suponen que van a engañar así a la muerte, ya que ésta no advertirá que les ha llegado la hora.

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Las abejas se ahogan muchas veces en su propia miel, del mismo modo que ciertos escritores se pierden en el cúmulo de su propia erudición.

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Consejos dados a lady Pepperell por su padre en vísperas de casamiento: no trabajar los sábados tras la puesta del sol, hacer encaje, levantarse siempre al alba, inspeccionar todos los días cada habitación de la casa, desde el sótano hasta el granero, vigilar la fabricación de cerveza y el horneado del pan, e instruir a cada miembro de la familia sobre sus obligaciones religiosas.

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¿Cuánto se paga por una jornada laboral en Laponia, donde el sol no se pone nunca a lo largo de seis meses?

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Un padre confesor reflexiona sobre la naturaleza humana y sobre el contraste entre la realidad interior y exterior del ser humano. Todo esto le pasa por la cabeza mientras observa a sus parroquianos, de quienes conoce hasta los pecados más recónditos.

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Una persona cuya mano derecha es fría como el hielo. Nadie que se la haya estrechado consigue olvidarla jamás.

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Un médico que cura las enfermedades morales.

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Pinel alude al caso, mencionado en la Fisiología de Combe, de un muchacho de gran talento y profundos conocimientos de química que proyectaba un importante y novedoso descubrimiento. En busca de las condiciones ideales para su investigación, se encerró por varios días y recurrió a diversos métodos de excitación: tenía una joven cantante siempre a su lado, tomaba licores fuertes, se impregnaba de esencias penetrantes, rociaba el cuarto con agua de Colonia, etc., etc. Pasaron así ocho días, hasta que sufrió una crisis de delirio que lo llevó a la locura.

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Señorita Polly Syllable, maestra de escuela.

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«Lo que es accidente para el hombre es designio para Dios» (Sophia A. Hawthorne).

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Sentarse a las puertas del Paraíso para observar a quienes allí se presentan y son admitidos o no.

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La esclavitud moral de alguien que se cree un hombre libre.

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Una hoja caída del libro del Destino, recogida en plena calle.