ESCALOFRÍOS A MEDIANOCHE

—¿De qué tienes miedo? ¿De los ruidos extraños? —preguntó Pete.

—No puedo decíroslo ahora —contestó Larry—. Os veré mañana, si es que puedo.

Y sin decir nada más, el hijo del pescador echó a correr hacia la playa.

Pete y Ricky le vieron empujar una barca de remos desde la hierba hasta el agua, entrar en ella y empezar a remar hacia Santabella. Entonces, los dos hermanos fueron a reunirse con su familia en el campamento.

Al entrar en la cabaña, encontraron a Charlie encendiendo una lámpara de gasolina. El semínola sonrió, al decir:

—En cuanto oscurezca del todo nos acostaremos.

Cuando los viajeros tuvieron organizadas sus pertenencias, Charlie apagó el farol y todos se prepararon para dormir. Cada persona tenía una linterna bajo la almohada.

Los rumores nocturnos fueron como una nana que meció a los niños y les ayudó a dormirse en seguida. Pero Pam, que no tenía el sueño tan profundo como los demás, se despertó en plena noche, creyendo haber oído un ruido extraño. Levantando la cabeza de la almohada, la niña escuchó con atención.

«Alguien ronca», se dijo. «¿Quién será? ¿Papá? ¿Charlie?».

Al fin se dio cuenta de que el ruido procedía del exterior de la cabaña. Inmediatamente alargó una mano hasta el catre inmediato y tocó la mano a Clementina. La niña india se despertó en seguida.

—Hay alguien durmiendo fuera —le cuchicheó Pam, al oído—. ¿Oyes cómo ronca?

—No es una persona —replicó Clementina en un susurro.

—Entonces, ¿qué es?

En medio de las sombras, la niña india contestó:

—No me creerás, si te lo digo. Será mejor que vayas a verlo. Levántate y ven conmigo.

Pam no tenía idea de lo que Clementina quería decir, pero confiaba en su nueva amiga. Sentándose sin hacer ruido, Pam se calzó y cogió la linterna. Con las manos enlazadas, las dos niñas bajaron de la plataforma de madera que formaba el suelo de la cabaña. Ninguna encendió la linterna hasta que creyeron estar a bastante distancia de la cabaña.

—¿Qué es lo que haces, Clementina? —preguntó Pam, tomando fuertemente de la mano a la india.

Ahora los ronquidos sonaban mucho más fuertes.

—No tengas miedo —dijo, con voz tranquila, Clementina, dirigiéndose directamente a la maleza de donde salía el ronquido.

Moviéndose con sigilo llegaron a una pequeña charca. Clementina dirigió el haz de su linterna a la superficie de la charca. Al momento, apareció una cabecita minúscula con ojos saltones.

—¡Una rana! —se asombró Pam—. ¿Era ella?

Clementina rió apagadamente y repuso:

—Es la rana roncadora. Los que vienen del Norte confunden muchas veces su croar con un ronquido.

—¡Qué miedosa soy! —sonrió Pam.

La rana dio un salto y desapareció en el agua, dejando un círculo de ondas que se extendieron hasta los bordes de la pequeña alberca.

—Vámonos. Tenemos que darnos prisa, si no queremos que los demás nos echen de menos —dijo Clementina.

No habían recorrido mucho trecho, cuando Clementina se detuvo en seco.

—¡Escucha! —dijo.

—¿Otra rana roncadora? —cuchicheó Pam.

—No. Creo que eso es un motor.

Las niñas apagaron las linternas y se volvieron de cara a la playa. A mitad de camino entre Cabo Tortuga y Santabella, una luz se movía sobre el agua, acompañada del apagado zumbido de un motor.

—¡De prisa! Hay que decírselo a papá —opinó Clementina.

Las dos niñas echaron a correr, tropezando repetidamente en los matorrales, y llegaron a la cabaña sin aliento.

Después de dar la alerta a sus padres despertaron a todos los demás.

—¡No puede ser nadie más que los cazadores furtivos! —dijo Charlie.

El indio corrió a su camión y volvió con dos grandes linternas. Él y el señor Hollister se encaminaron inmediatamente a la playa, seguidos de todos los demás, a excepción de Sue y su madre.

Ninguno de los dos hombres encendió las potentes linternas hasta que llegaron a orillas del agua.

Entonces enfocaron los haces de las linternas sobre las crestas de las olas; pero no podía verse otra cosa que la blanca espuma que era empujada hacia la playa arenosa.

—¿Estáis seguras de haber visto esa luz? —preguntó Charlie a las niñas.

—Sí, sí, papá —repuso Clementina.

Apagaron las linternas y todos quedaron silenciosos, escuchando y mirando hacia las dos islas que aparecían como dos negros bultos a la ligera claridad de la luna.

—Puede que hayan desembarcado y estén escondidos —dijo Pete.

Charlie «Rabo de Tigre» comentó que los cazadores furtivos obrarían con el máximo secreto. En cuanto supieran que alguien les buscaba desaparecerían y esperarían a tener la oportunidad otra noche.

Ya volvían hacia la cabaña, cuando todos se sintieron sobrecogidos por un extraño sonido. El grupo de detuvo en seco para escuchar.

—¡Alguien grita! —exclamó Pam.

—No. Más bien parece el aullido de un animal salvaje —dijo Pete.

—Canas… tos —murmuró Ricky, estremeciéndose.

El fantasmal rumor produjo escalofríos en todos los componentes del grupo. Era algo que se transmitía a través del agua, desde las islas.

—Ése es el sonido de que les hablé —dijo Charlie «Rabo de Tigre» en voz muy baja—. Proceda de la isla Cautiva. Estoy seguro.

—Puede que lo hagan los hombres de la embarcación —sugirió Holly.

—No —replicó el indio—. Viene de bastante lejos.

Al cabo de unos pocos momentos, desapareció el escalofriante sonido y todos se encaminaron rápidamente a la cabaña. Allí, la chiquitina Sue estaba abrazada a su madre. También ellas dos habían oído el terrorífico sonido.

—¿Qué crees que ha sido? —preguntó la señora Hollister a su marido.

—No lo sé. Nunca hasta ahora había oído nada parecido.

Cuando se disponían a acomodarse de nuevo en las camas de campaña; Ricky habló en secreto con Pete.

—Nosotros podríamos averiguar lo que es ese ruido extraño.

—¿Cómo? —preguntó Pete.

—Larry conoce muy bien estas islas —siguió diciendo en voz baja el pequeño—. A lo mejor él puede guiarnos por la isla.

—Buena idea —murmuró Pete—. Mañana se lo preguntaremos.

Los niños se despertaron con el olor del tocino que se freía en la hoguera y, cuando todos estuvieron vestidos, el apetitoso desayuno ya se encontraba a punto.

Al concluir los últimos bocados del desayuno, que los niños comieron con gran apetito, Charlie «Rabo de Tigre» acompañó a los chicos a un arroyuelo cercano a la cabaña. Pete y Ricky fueron con un cubo cada uno, y lo llenaron de agua para que las niñas pudieran fregar los platos.

—Charlie y yo iremos a inspeccionar a lo largo de la costa en la barca de propulsión —dijo el señor Hollister—. Volveremos tarde.

Pete habló a su padre de los planes que tenían para ir a visitar a Larry Lebuff en Santabella.

—Allí podríamos buscar conchas marinas y, al mismo tiempo, hacer algún trabajo detectivesco.

El señor Hollister miró interrogativamente al semínola.

—Me parece bien —dijo Charlie—. Pueden llevarse la barca de remos. El agua, entre las dos islas, está bastante calmada hoy.

La señora Hollister y las niñas se apresuraron a preparar bocadillos para todos.

—Sue y yo iremos a ver las ranas roncadoras —dijo, alegremente, la señora Hollister, mientras los demás marchaban en tropel, detrás de Charlie, a la caleta.

Los dos hombres salieron los primeros; después Pete y Ricky empujaron la barca hasta las tranquilas aguas y empuñaron los remos. Clementina se colocó delante, como capitana del viaje, y Pam y Holly fueron a sentarse detrás.

Los chicos remaron con movimientos regulares, aunque Pete, de vez en cuando, tenía que dejar que Ricky moviese solo su remo, para evitar el moverse en círculo por las aguas, porque el pequeño no era tan fuerte como él.

Todos se divirtieron mientras cruzaban las aguas. Cuando tuvieron bajo la quilla la arena de la playa de Santabella, Clementina saltó de la barca y ayudó a los demás a bajar. De un bosquecillo de palmeras salió Larry que se dirigió, tímidamente, al encuentro de los recién llegados.

—¡Hola! —saludó.

—Es una isla muy bonita —declaró Pete, mirando a su alrededor.

—¡Qué conchas tan preciosísimas! —exclamó Holly.

—¡Qué murex tan lindo! —añadió Pam, agachándose a recoger uno de aquellos animalitos.

Al cabo de pocos minutos, las niñas ya habían encontrado un perfecto «Alfabeto Chino», un «Alas de Ángel» y una «Zarpa de León».

—¡Me quedaría aquí para siempre! —declaró Holly, con los ojillos brillantes de emoción.

Pete recordó a todos que habían ido allí a hacer un trabajo detectivesco.

—¿Oíste el ruido misterioso anoche, Larry? —preguntó.

—Me hizo estremecer —confesó el chico rubio.

—¿Llegaba desde la isla Cautiva? —fue la pregunta de Ricky.

Cuando Larry dijo que sí, Pete pidió:

—Háblanos de esa gran barcaza.

Larry se inclinó sobre la arena y con una ramita hizo un dibujo, mientras contaba a los Hollister una extraña historia.

—Había un hombre rico a quien le gustaba la isla Cautiva. También le gustaban las barcas ribereñas del Misisipi. De modo que compró una en Nueva Orleáns y la hizo remolcar a través del Golfo.

Luego, siguió explicando el niño, los obreros abrieron un canal de varios metros en la isla. El vapor fue llevado allí y el canal volvió a ser cubierto con arena.

—Y allí se ha quedado el barco —añadió Larry—. Es muy grande y tiene un cerco metálico alrededor.

—¿Y vive allí ese hombre rico? —preguntó Pete.

Larry contestó que el propietario había muerto poco después de que su proyecto quedase completado.

—Ahora crep que el lugar está en venta —añadió Larry—. El único que vive allí es el guarda. Se llama señor Dodd.

—¡Vamos a verlo! —decidió impetuosamente Ricky, mientras Larry se ponía en pie.

Pero el muchachito rubio movió de un lado a otro la cabeza, diciendo:

—A la isla Cautiva, yo no voy.

—Vamos, Larry… —intervino Pete—. Si iremos todos juntos…

—Además —añadió Pam—, tú nunca has oído ese ruido extraño durante el día, ¿verdad?

—No —tuvo que admitir Larry—. Supongo que no pasará nada.

—¿Nos llevamos nuestra barca? —preguntó Pete.

Larry dijo que no.

—Es más corto el camino desde el otro extremo de la isla.

Larry abrió la marcha y todos se pusieron en camino, entre palmeras y árboles nudosos.

Pete y Pam marchaban juntos, llevando la cesta de la comida.

—Puede que ese extraño vapor de río sea una buena pista —dijo Pete a su hermana.

—¿Para encontrar a los cazadores furtivos?

—A lo mejor. Y a lo mejor tiene algo que ver con ese ruido misterioso. ¿Quién sabe lo que…?

—¡Ayyy! —chilló en aquel instante Holly.

Se le había hundido un pie en un hoyo y la pobre Holly fue a parar al suelo de cabeza.