LA HISTORIA DE LA MAESTRA

Al oír las últimas palabras de la señorita Nelson los Hollister contuvieron una exclamación de asombro. ¡Traver Nelson, el desaparecido criador de perros esquimales, era su hermano gemelo! Entonces, no tenía nada de extraño que ella estuviera muy triste.

—¿Tiene usted idea de dónde está? —preguntó Pam.

Con un suspiro, la señorita Nelson replicó:

—¡Ojalá tuviera alguna idea! —Y después de una pausa, añadió—: Si queréis saberla, os contaré toda la historia.

—¡Sí, sí! Cuéntela —insistió Pam.

Y toda la familia movió afirmativamente la cabeza.

—Hace varios años, mi hermano se trasladó al Canadá para ocuparse de lo que había sido toda la vida nuestra especialidad: la cría de bellos ejemplares de perros esquimales, en especial de los que se dedican a carreras.

Como la maestra hizo una pausa, Ricky la aprovechó para decir:

—Eso está bien.

La maestra sonrió agradablemente y repuso:

—Sí, Ricky. Todo estuvo muy bien hasta el año pasado.

Y siguió contando a los Hollister que el año anterior había ocurrido algo muy extraño. Traver participó en la carrera de trineos del Carnaval de los Tramperos y perdió porque alguien le hizo una mala jugarreta.

—¿Se refiere usted a la carrera donde «Fluff» era el perro favorito? —quiso saber Pam, que estaba emocionadísima—. Nosotros la vimos por televisión.

—Sí. Y ése era el trineo de mi hermano.

—La pobrecita «Fluff» se hizo mucha pupa —dijo Sue, compasiva.

La señorita Nelson asintió, volviendo a suspirar.

—Sí. La nieve se tornó blanda y mi hermano tuvo que poner botas a «Fluff». Pero, mientras él estaba distraído, alguien se las quitó. Por eso a «Fluff» se le metió nieve entre las uñas, resbaló y perdió la carrera.

Los Hollister se miraron unos a otros, anonadados. ¿Cómo podía haber alguien tan malo, capaz de hacer daño a un animal tan hermoso y bueno como «Fluff»?

—Fue una lástima —añadió la señorita Nelson—. «Fluff» era un perro rey tan magnífico…

—¿Un perro rey? —repitió Pete—. Yo creí que «Fluff» era una señora. Bueno… Una perra.

Estas palabras hicieron que la maestra, a pesar de todas sus preocupaciones, se echara a reír.

—Desde luego, es una perra. Pero al animal que va en cabeza en un grupo de perros esquimales se le suele llamar perro rey o perro jefe.

—Entonces, «Fluff» es una reina-rey —reflexionó Sue, provocando la risa de todos.

—Desde luego, a Traver le dolió mucho perder la carrera —continuó la señorita Nelson—. Pero lo que todavía le molestó más fue que, para impedirle ganar la carrera, hubieran hecho sufrir a «Fluff». Y lo raro es que mi hermano no había tenido en su vida un enemigo.

—¿Qué sucedió luego? —preguntó Pam.

—Pues que Traver y sus perros —murmuró lentamente la maestra, con la cara entristecida— desaparecieron en el bosque. Nadie ha vuelto a verle ni ha sabido de él desde entonces.

—Entonces, ¿se «pirdieron»? —preguntó la vocecita chillona de Sue.

—Me temo que sí.

—¿No podría encontrarle la Policía Montada? —preguntó Ricky, esperanzado, recordando las hazañas de la policía del Canadá.

La señorita Nelson le contestó que los «casacas rojas» del Canadá habían estado buscando a su hermano. Pero aunque encontraron en la nieve muchas huellas que podían ser de Traver, a él no se le localizó en parte alguna.

Holly se acercó a la maestra y, mirándola a los ojos, dijo:

—No se preocupe, señorita Nelson. Puede que su hermano esté entrenando perros esquimales para asegurarse de que este año va a ganar la carrera.

La señorita Nelson se alegró un poco oyendo a Holly.

—Puede que tengas razón, hijita. ¡Si Traver me hubiese mandado aviso diciendo que todo iba bien…!

—Me estaba preguntando —murmuró la señora Hollister— si aquellos dos hombres que fueron a verle a usted al colegio, el día en que yo la sustituí, no tendrían algo que ver con la desaparición de su hermano.

Durante unos momentos la señorita Nelson no respondió. Pero acabó diciendo, pensativa:

—No lo había imaginado, pero podría ser que fuesen los responsables de la desaparición de Traver. Estuvieron en mi casa para preguntarme dónde estaba Traver.

—¿Le dijeron para qué querían saberlo? —preguntó Pam.

—Sí. Dijeron que querían comprar a «Fluff» —fue la asombrosa respuesta de la señorita Nelson.

—¿Comprar a «Fluff»? —repitió Pam.

La maestra asintió, añadiendo que los hombres le habían dicho que deseaban dedicarse a la cría de cachorros esquimales.

—Explicaron que, como «Fluff» se había herido las patas, ya nunca volvería a servir para participar en carreras.

—¡Pero eso no es verdad! —exclamó Pam—. A «Fluff» pueden curársele las patas.

—No lo sé —repuso la señorita Nelson.

Pete hizo chasquear los dedos, diciendo:

—¡Ya sé! ¡Puede que esos hombres fuesen los que quitaron las botas a «Fluff»!

—¡Canastos! —gritó Ricky—. Seguro que lo hicieron ellos, para que «Fluff» se hiriese.

—Y para que, así, su hermano tuviera que venderla barata.

La señorita Nelson quedó un momento reflexionando.

—No había pensado en eso —dijo luego—, pero me inclino a pensar que podéis tener razón.

—¿Cómo se llaman esos hombres? —preguntó el señor Hollister.

—Me dijeron que eran el señor Gates y el señor Stockman —repuso la maestra.

—¿Y viven por aquí? —preguntó Pete.

La señorita Nelson no estaba segura, de modo que Pete fue a buscar el listín telefónico. Pasó el dedo por toda la G y toda la S y no encontró más que una señorita Gates y un señor Paul Stockman.

—Llamaré primero a la señorita Gates —decidió Pete.

Marcó el número y habló a media voz con la mujer que contestó. Ella le dijo que no vivía ningún señor Gates en aquella dirección y que no tenía parientes en Shoreham.

Entonces, Pete telefoneó al señor Stockman que, por su tono de voz, parecía muy viejecito. Este señor Stockman declaró que no era la persona a quien los niños buscaban.

—Bien —dijo el mayor de los Hollister, yendo a sentarse otra vez a la mesa—. Si esos dos hombres viven en la ciudad, no deben de tener teléfono.

Y Pam opinó que sería muy difícil encontrarles sin saber nada de ellos. Pero se le había ocurrido una buena idea.

—Cuando vayamos al Canadá, podremos hacer averiguaciones sobre su hermano, señorita Nelson.

—¡Qué idea tan estupenda! —aplaudió Holly—. De paso podremos jugar a ser de la Policía Montada.

—¡Zambomba! —exclamó Pete, con entusiasmo—. ¡Incluso podremos montar a caballo, como ellos!

Al oír aquello la señorita Nelson pareció alegrarse.

—Tengo entendido que vosotros, los felices Hollister, habéis resuelto algunos misterios antes de ahora. Si encontraseis a mi hermano, mientras estáis en el Canadá, os lo agradeceré toda la vida.

Mientras el señor y la señora Hollister hablaban de sus planes de vacaciones con la señorita Nelson, Ricky y Holly pidieron permiso para ausentarse y corrieron escaleras arriba: Los demás les oyeron reír alegremente. Mirando a la maestra, la señora Hollister dijo:

—Esos diablillos están tramando algo. Pronto lo sabremos.

Al poco se oyeron pasos en las escaleras y en seguida, Ricky y Holly se presentaron en el comedor. Cada uno de ellos llevaba una chaqueta roja que había formado parte del disfraz de payaso que usaran en la pasada fiesta de la Noche de Difuntos. Se cubrían la cabeza con grandes sombreros de labrador.

—¡Somos la Policía Montada! ¡La Policía Montada! —vociferó Ricky.

Él y Holly recorrieron la estancia fingiendo que cabalgaban, y luego desaparecieron en la cocina.

—¿Qué se les habrá ocurrido ahora? —dijo el padre, con una risilla.

De repente se oyeron mía serie de cuchicheos y algunos maullidos. Y luego, ¡una extraña escena apareció en el umbral!

La gatita «Morro Blanco» y sus cinco hijitos estaban unidos con arneses de cuerda. Todos avanzaron, corriendo, por el comedor, arrastrando una cesta de mimbre. Dentro de la cesta iba sentada Anne, la muñeca de Holly. Detrás de este singular conjunto corrían Ricky y Holly, gritando:

—¡Miss! ¡Miiiss!

Todos rieron de buena gana. Los gatos corrían y corrían por el comedor. Pero, al dar una de las vueltas, lo hicieron tan de prisa que la muñequita pasajera saltó por los aires y fue a parar a la alfombra.

—¡Ayúdame, valiente Policía Montado! —pidió Holly a Ricky—. ¡Salva mi muñeca del ventisquero!

Ricky, el Policía Montado del Canadá, se echó al suelo sobre manos y rodillas, se arrastró por debajo de una silla y sacó a Annie.

—¡Mira, no ha sufrido ninguna herida! —dijo, muy orgulloso, volviendo a colocar la muñeca en el cesto.

Pero ahora la gata y sus mininos estaban completamente enredados en sus pobres arneses. Tropezaban y caían unos sobre otros, maullando y arañando el cordel, en un esfuerzo por quedar libres.

—Hay que libertarles. Deben volver a las montañas —dijo, muy gravemente, Ricky.

Y entre él y Holly desataron a los animales. En un abrir y cerrar de ojos, los seis gatos volvieron a la cocina, y se enroscaron, felices, en su cajón.

—Si en el Canadá se divierten ustedes la mitad de lo que se divierten aquí, van a pasar unos días inolvidables —dijo la señorita Nelson.

Al cabo de un rato la maestra dijo que debía marcharse ya. Después que Pam le hubo llevado el abrigo y el sombrero, la invitada dio repetidamente las gracias a los Hollister por la magnífica velada que había pasado.

—Ha sido un alivio hablar con ustedes de mi hermano. Se han renovado mis esperanzas —añadió.

Toda la familia Hollister prometió a la maestra intentar por todos los medios localizar al señor Nelson, mientras estuvieran en el Canadá. Cuando se acercaban al porche, Pete propuso que Pam y él acompañasen a la maestra a su casa.

—Me encantaría —dijo ella.

Los dos hermanos corrieron a buscar abrigos y gorros y salieron con la señorita Nelson. En seguida estuvieron cerca del apartamento donde vivía la señorita Nelson. Y en aquel momento Pete murmuró:

—En la acera de enfrente, debajo del árbol, hay dos hombres que nos vigilan.

—¡Señorita Nelson, parecen los dos hombres que fueron a buscarla a usted al colegio! —dijo Pam, muy nerviosa.

Mientras pensaban en lo que convendría hacer, los dos hermanos vieron pasar a Cal Newberry, un amable policía que había ayudado a los Hollister en sus primeras aventuras.

—Iré a decírselo —decidió Pete.

—Pam y yo esperaremos en mi casa —dijo la señorita Nelson.

Pete se acercó rápidamente al policía y dijo en voz baja:

—Oficial Cal, hay dos hombres sospechosos en la acera de enfrente. Creo que se llaman Gates y Stockman.

El policía se volvió hacia el lugar que el muchachito indicaba.

¡Ahora no había nadie bajo el árbol!