Mientras el peligroso perrazo corría hacia los niños, ladrando furiosamente, «Betsy», el mapache, subió a la copa de un árbol. El doctor Wesley gritó:
—¡Quieto, «Dan»! ¡Quieto! ¡Vuelve a tu caseta!
Pero el indignado perro no le hizo el menor caso. Casi todos los niños habían echado a correr en distintas direcciones, huyendo del animal. Cuando el perro se lanzó a morder los zapatos de una niña pequeña, Pam Hollister, que no se había movido ni un centímetro, dijo al perro con voz calmosa:
—¡Vamos, «Dan», sé un perro bueno!
Y alargó una mano hacia el animal, en actitud amistosa. Ante la sorpresa de todos, el perro dejó de morder los zapatos de la pequeña y se acercó a Pam. Cuando estuvo cerca, ella le acarició la cabeza. Un momento después, «Dan» empezaba a menear la cola.
El doctor Wesley y la señorita Nelson se miraron con incredulidad, y luego contemplaron a Pam con admiración. La niña continuó hablando dulcemente al perro y a los pocos momentos metió los dedos entre el collar de «Dan» y le condujo a su jaula. Cuando el perro estuvo dentro, Pam cerró la puerta y echó el pestillo.
Pete, Ricky y Holly miraron orgullosamente a su hermana, mientras el doctor Wesley decía:
—Eres una niña muy valiente.
—¿Cómo has podido mantenerte tan calmada? —preguntó la señorita Nelson.
—No me he asustado —repuso Pam, con una sonrisa—. A mí me gustan los animales y creo que ellos se dan cuenta.
—Eso demuestra que has aprendido el secreto de domar animales —observó el veterinario.
A Pam le hicieron feliz aquellas palabras. Uno de sus sueños más hermosos era el imaginar que algún día criaría perros y caballos.
Entre tanto Joey Brill intentaba deslizarse, sigiloso, fuera del patio de casetas para perros. Pero la señorita Nelson le descubrió.
—¡Un momento, Joey! —llamó—. ¿Has dejado tú salir a «Dan»?
Todos los ojos se volvieron hacia el molesto chicazo.
—Es… es que… No lo hice a propósito. Estaba jugueteando con el pestillo y me resbaló la mano.
La señorita Nelson dijo que aquélla era una torpe excusa. Joey debería haber permanecido con el grupo. Muy enfadada, la maestra amenazó con que había de pasar mucho tiempo antes de que Joey fuese con el Club de Animales a alguna visita o excursión. Volviéndose a los otros añadió que ya era hora de marcharse.
—Pero antes debemos rescatar al pequeño mapache —dijo Holly, preocupada por el animalito.
—Tienes razón —dijo el doctor Wesley, mirando al animal que había subido a la rama más alta del árbol.
—¿Cómo vamos a conseguir que baje? —preguntó Donna Martin.
Ricky tuvo una idea.
—Yo treparé a buscarlo y lo bajaré en mis hombros —ofreció el pecosillo.
—Gracias, pero no hará falta tanto —contestó, sonriendo, el doctor Wesley—. En el garaje guardo una escalera para solucionar estos incidentes.
Entre Pete y Ricky ayudaron al veterinario a llevar al patio la gran escalera. El doctor Wesley la colocó al pie del árbol, tiró de una cuerda y a escalera se alargó hasta tener el doble de su altura inicial. Los últimos peldaños llegaban a las ramas más altas, donde se encontraba el mapache que miraba al grupo fijamente.
—Parece que «Betsy» se está riendo de nosotros —dijo Holly, con una risilla.
Ricky, que estaba contemplando la escalera, pidió al veterinario:
—¿Puedo ser yo quien suba la escalera, para recoger a «Betsy»?
El doctor Wesley sonrió ampliamente, contestando:
—Puedes subir.
Ricky trepó por la escalera igual que un mono. Y muy pronto llegó a las ramas más altas. Entonces, afirmando los pies, alargó los brazos y cogió al mapache.
Con mucho cuidado se lo colocó sobre los hombros. Cuando el pelirrojo llegó al suelo, los otros niños aplaudieron alegremente.
Y mientras metía a «Betsy» en su jaula, el doctor Wesley le dijo:
—¡No vuelvas a escaparte otra vez!
Acababa de encerrar al animalito cuando sonó el teléfono exterior. Entrando en la cabina que se encontraba junto a un cobertizo de herramientas, el doctor Wesley cogió el auricular. Los niños escucharon la conversación en silencio.
El veterinario hablaba de perros esquimales. Al parecer, alguien preguntaba dónde podía comprarse un pura sangre. El doctor Wesley repuso que el mejor criador de perros pura sangre esquimales había desaparecido hacía cerca de un año.
En ese momento, Pam se fijó en que la señorita Nelson se apresuraba a separarse del grupo de niños, volvía la cabeza, como si no quisiera que nadie la mirase, y se llevaba un pañuelo a los ojos. Luego entró a toda prisa en la oficina del veterinario.
¿Por qué la señorita Nelson se ponía tan triste, cada vez que se hablaba de perros esquimales?, se preguntó Pam, a quien le habría gustado poder ayudar a la maestra.
El doctor Wesley concluyó la conversación, diciendo:
—Si vuelvo a oír hablar de ese Traver, se lo comunicaré.
Pam, entre tanto, había seguido a la señorita Nelson que se encontraba sentada en una de las grandes butacas, secándose los ojos.
—¿Le… ocurre algo? —preguntó Pam, amablemente.
La maestra sonrió con desgana, pero no contestó directamente a la pregunta. Simplemente dijo:
—Estoy segura de que todo irá bien. Gracias, querida.
Estas palabras no convencieron a Pam. Estaba segura de que ocurría algo. ¿Tendría aquello que ver con la persona llamada Traver, de quien acababa de hablar el doctor Wesley?
Pam salió a hablar de aquello con Pete. Y, cuando todos los miembros del Club de Animales, tras dar las gracias al doctor Wesley, salieron los dos Hollister mayores se rezagaron para poder hablar con el veterinario.
—¿Le importaría decirnos algo sobre ese señor Traver que ha desaparecido? —preguntó Pete.
Al veterinario le sorprendió mucho la pregunta. Pero, sonriendo, respondió:
—El nombre completo de esa persona es Traver Nelson.
¡Traver Nelson! Pete y Pam no podían disimular su nerviosismo.
—¿Es pariente de mi maestra? —inquirió Pam.
El doctor Wesley se frotó la barbilla, pensativo, antes de decir:
—No se me había ocurrido pensarlo, pero lo dudo mucho. Traver Nelson vivía en Canadá. —Mirando a los dos hermanos con extrañeza, el veterinario preguntó—: ¿Es muy importante para vosotros averiguarlo?
Una mirada de Pete indicó a su hermana que era preferible no explicar sus sospechas. Y Pam se apresuró a decir:
—No. Sólo se nos ocurrió pensar por qué habrá desaparecido y si la señorita Nelson lo sabe.
—No puedo contestaros a ninguna de esas dos preguntas.
Después de dar las gracias al veterinario por su información, Pete y Pam se despidieron y salieron del hospital.
—Me apostaría un pastel a que ese Traver Nelson es pariente de tu maestra, Pam —dijo el chico—. ¿Por qué no se lo preguntamos?
Pero Pam no quería que la señorita Nelson volviera a pasar un mal rato.
—Es mejor esperar —dijo—. Además, me gustaría hablar primero con mamá y pedirle consejo.
Pete y Pam alcanzaron pronto a los otros y volvieron a casa con Ricky y Holly. Aquella noche, después de la cena, Pam habló con la señora Hollister de todo lo que habían averiguado. La madre quedó unos momentos pensativa. Luego, dijo amablemente:
—Si la señorita Nelson tiene algún problema en el que podamos serle de utilidad, creo que debemos intentar ayudarla. Podríamos invitarla a comer. Así tendríamos oportunidad de hablar con ella.
A la niña le entusiasmó el plan.
—¿Quieres hacerme una nota de invitación, mamá? Se la daré el lunes.
La señora Hollister se dispuso a hacerlo inmediatamente. De su escritorio cogió una cuartilla y escribió a la señorita Nelson, invitándola a cenar el lunes.
Al día siguiente, que era sábado, los Hollister estuvieron muy ocupados, haciendo diversos trabajos, durante la mañana, y por la tarde vieron en la televisión un partido de fútbol. El domingo todos fueron a la iglesia.
El lunes por la mañana Pam se sentía tan nerviosa, pensando en entregar la nota, que estaba deseando que empezara la clase. Por fin fue a dejar la invitación sobre la mesa de la maestra. La señorita Nelson sonrió, al leerla.
—Muchas gracias por la in… —empezó a decir, pero le interrumpió una voz agresiva que llegaba desde el pasillo, gritando:
—¡Maestra de animales! ¡Maestra de animales!
Pam se volvió y pudo ver que era Joey quien, con aquellas palabras, quería ofenderla. Pero el chico desapareció antes de que la señorita Nelson le viera. La maestra añadió, entonces:
—Es muy amable por parte de tu mamá invitarme a cenar. ¡Aceptaré, encantada!
—Yo me alegro mucho de que acepte —respondió Pam, mientras pensaba: «Espero que podamos ayudarla».
La señorita Nelson escribió una respuesta, prometiendo estar puntualmente a las siete. Aquella tarde, a las siete menos cuarto, Ricky estaba delante del gran espejo del vestíbulo; intentando aplanar un remolino de su pelo rebelde. Pete y las niñas ya estaban limpios y arreglados, esperando con impaciencia la llegada de la señorita Nelson.
Pam acudió a abrir la puerta y entró la profesora. Después que todos hablaron un rato animadamente, la señora Hollister anunció que la cena estaba preparada.
Mientras comían, Pam se sintió complacida, viendo lo contenta que parecía la señorita Nelson. Más adelante se habló del Club de los Animales de la escuela, y los Hollister se enteraron de que la maestra había sido elegida consejera del Club porque entendía mucho de animales. Dijo la señorita Nelson que le gustaban mucho los perros y que su padre se había dedicado a la cría de estos animales.
—¿De alguna raza en particular? —preguntó Pete.
La señorita Nelson quedó pensativa, miró su plato y permaneció un rato silenciosa. Por fin respondió:
—Criábamos perros esquimales.
Los Hollister se dieron cuenta de que lo que la maestra acababa de decir tenía que ver con aquello que la ponía triste con frecuencia. Pam fue la primera en hablar, preguntando:
—Señorita Nelson, ese señor Traver Nelson que ha desaparecido, ¿es pariente de usted?
La profesora quedó asombrada con la pregunta de Pam y su expresión se tornó angustiada. Luego, mirando cara a cara a la mayor de los hermanos Hollister, contestó:
—Traver es mi hermano gemelo.