—¡Basta! ¡Basta! —gritó Ricky, viendo que entre Joey y sus tres amigos estaban machacando a Pete.
Cuando el pecoso corrió en ayuda de su hermano, otros niños le imitaron, ayudándole a salvar a Pete. Al ver su inferioridad en número, los cuatro chicazos se alejaron corriendo, pero Joey aún se volvió para gritar:
—¡Supongo que esto te habrá servido de lección, Pete!
—¿Quiénes eran esos chicazos que iban con Joey? —preguntó Ricky, mientras Pete se levantaba del suelo, sacudiéndose la ropa.
—No sé sus nombres.
De repente Pete hizo chasquear los dedos. ¡Tres chicos! ¡Tres votos! ¿No se habría valido de aquellos tres amigos para escribir su nombre en tres papeletas en blanco y dejarlas en la mesa de la señorita Nelson? Pete decidió averiguarlo.
Sin hablar de ello con su familia, comentó con Dave Meade lo que sospechaba, al salir de la escuela.
—Joey dijo que había preguntado a todos los que votaron. ¿Por qué no hacemos tú y yo lo mismo?
—De acuerdo —repuso Dave—. Y confío en que Joey no sea el presidente.
Los dos amigos fueron a buscar sus bicicletas y acudieron a la casa de cada uno de los compañeros que suponían habían votado por Pam. Todos habían votado por ella. Media hora más tarde, los dos amigos habían terminado el recorrido.
¡Pam tenía trece votos!
—¡Ella es el presidente! —exclamó Dave—. Vamos a buscar a Joey y le daremos una lección por esto.
También Pete habría querido ir a escarmentar al chico, pero creyó que primero debía hablarse con la señorita Nelson. De todos modos, había que decírselo en seguida a Pam.
¡Qué emoción sintió ella al enterarse de la buena noticia! Pero insistió en que había que estar completamente seguros y guardar el secreto hasta que la señorita hubiera contado los votos.
A la mañana siguiente, Pam y los dos chicos fueron temprano al colegio. La señorita Nelson estaba corrigiendo cuadernos.
—Buenos días —saludó.
Los recién llegados le dieron, también, los buenos días, y Pam le explicó luego, lo que los dos chicos habían averiguado.
La maestra quedó muy sorprendida y preguntó, incrédula:
—¿Queréis decir que puede haber tres votos de más?
—Sí. Para Joey.
Apresurándose a abrir el cajón, la maestra contó los votos. ¡Quince para Joey y trece para Pam!
—Pero esto suman veintiocho y yo recuerdo que sólo eran veinticinco los que se inscribieron en el Club —murmuró, perpleja, la señorita Nelson.
—Yo creo que los amigos de Joey escribieron el nombre de él en tres papeletas en blanco y luego Joey las metió en él cajón —dijo Pete, mientras miraba atentamente los papeles—. ¿Ve usted? Estos tres no son exactamente iguales a los otros.
—Creo que esta prueba es suficiente —dijo la señorita Nelson—. Gracias por avisarme. Pam, se te había hecho una gran injusticia. Yo me ocuparé de que todo quede en claro esta mañana. Sólo quiero pediros una cosa. Dejad que sean los directivos de la escuela quienes castiguen a Joey. No queráis vengaros vosotros.
Inmediatamente salió del aula y al volver, un poco más tarde, cuando ya todos los alumnos estaban reunidos, la señorita Nelson anunció que Pam era la presidente del Club de Animales. En una reunión general, el señor Russell hizo la misma declaración y todos los amigos de Pam sonrieron a la niña.
—Los miembros del Club —añadió— quedan invitados a venir a la biblioteca del colegio, hoy, después de la clase, para estudiar sobre sus animales preferidos. La señorita Allen, nuestra bibliotecaria, les ayudará.
Pete, Pam, Ricky y Holly se reunieron en la biblioteca al terminar sus clases. Todo estaba silencioso. La señorita Allen, una mujer de rostro bondadoso y cabello gris, había colocado varios libros de animales sobre una mesa larga del centro de la habitación. Ricky y Holly eligieron un gran libro con muchas ilustraciones de mapaches. Pete y Pam buscaron uno sobre perros esquimales.
—Pete —murmuró Pam, al cabo de un rato—, ¿sabías que hubiese tantas clases de perros en el Ártico?
—Y todos tienen gruesa piel y patas fuertes. ¡Vaya! Aquí dice que sus ojos parecen de lobo.
—Oh, entonces no pueden ser muy mansos —dijo Pam, que sin embargo, al poco rato leía—: Los perros de trineo son muy mansos y fieles.
Pam estaba tan interesada en la lectura que no se fijó en una niña que entraba, sigilosa, en la biblioteca y se aproximaba a ella. Cuando una manecita tocó la suya, Pam se volvió a mirar, asombrada.
—¡Sue! ¿Qué estás haciendo aquí?
En la carita rosada de Sue se formaron dos hoyuelos cuando la pequeña sonrió y dijo:
—Me gusta la escuela. Mamá dijo que yo podría volver. ¿Puedo quedarme contigo?
—Muy bien —repuso Pam, sonriendo a su hermanita.
—Escuchad esto —dijo Pete—. Se cree que los perros esquimales proceden de Siberia y que fueron traídos a este continente hace dos mil años.
—¿Cómo puede haber perros de dos mil años? —preguntó Sue, a grandes voces.
Pam y Pete sonrieron y la hermana mayor dijo:
—¡Chist, Sue! Aquí debes hablar bajo o tendremos que irnos a casa.
A la hora de la cena todos hablaron sobre los perros esquimales que Pete y Pam estaban estudiando.
—Yo también he estado en la biblioteca —informó Sue, con un hilillo de voz.
—¿Dónde dices que has estado? —preguntó el padre—. Habla más alto, que casi no te oigo.
—Papaíto —dijo Sue, todavía hablando en murmullos—, cuando se habla de la biblioteca hay que decirlo todo en voz bajita.
Todos rieron. Luego, Ricky preguntó si los abuelitos Hollister tenían algún perro esquimal.
—No —dijo el padre—, pero algunos de sus vecinos sí tienen. Constituye un gran honor poseer un grupo de perros ganadores en un Carnaval de Tramperos. La Policía Montada del Canadá cría algunos cachorros de estos perros de Alaska.
—¿Para que arrastren los trineos de la Policía? —preguntó Holly.
—Exacto. La Policía Montada necesita los perros más veloces de todo el Canadá.
En ese momento sonó el timbre.
—Yo abriré —se ofreció Pete, que un momento después anunciaba—. ¡Es una carta urgente de Froston!
Y al entrar corriendo en el comedor, dijo:
—Va dirigida a Pam. Ábrela tú.
Los Hollister aguardaron, sin aliento, a escuchar las noticias de los abuelitos. Pam abrió el sobre y sacó la carta, diciendo:
—Es de la abuela. Y dice:
«El abuelo y yo estuvimos muy contentos al tener noticias vuestras y saber que os divertisteis viendo el Carnaval de los Tramperos por televisión. Nos encantaría que vinierais a visitamos en el fin de semana de la fiesta de Acción de Gracias. Por suerte, las personas que habían alquilado nuestro apartamento más grande han cancelado la reserva. De modo que podéis contar con ese apartamento.».
—¡Viva, viva! —gritó Holly, entusiasmada, empezando a dar saltos en su asiento.
—Aún no he terminado la carta —dijo Pam. Y continuó leyendo:
«Que os traigan vuestros padres en el día que prefieran de la semana de Acción de Gracias. Nos divertiremos mucho juntos.
»Con todo el cariño del abuelo y mío».
—¡Zambomba! Estoy deseando que llegue el día de marcharnos —exclamó Pete.
—¡Canastos! —gritó Ricky—. ¡Ahora podremos ver la carrera de trineos!
—Me gustaría que «Fluff» corriera este año —dijo Pam.
—Hemos sido muy afortunados en eso de que haya sitio libre en el campo Copo de Nieve —sonrió la madre.
A los niños les resultó difícil dormirse, pensando en el estupendo viaje que tenían por delante. Pero, al fin, todos fueron conciliando el sueño. A la mañana siguiente Pam habló a la señorita Nelson de la invitación de sus abuelos.
—¡Espléndido! —dijo la maestra, con entusiasmo.
—Ahora podré ver perros esquimales de verdad.
Al oír estas palabras de Pam, la señorita Nelson dejó de sonreír, y en su voz sonó una nota de tristeza cuando dijo:
—Ésa es, desde luego, la mejor manera de estudiar los perros esquimales.
—Señorita Nelson, ¿no le gustan a usted los perros esquimales?
—Pues claro que sí, hijita —repuso la maestra—. Es que…
Sin acabar aquella frase, la señorita Nelson añadió, en seguida, en tono más alegre:
—Tengo una sorpresa para ti. Los miembros del Club de Animales han sido invitados a visitar el hospital de animales del doctor Wesley. Es un veterinario. Ya sabes…
—¡Estupendo! ¿Cuándo podremos ir?
—Esta tarde —contestó la señorita Nelson, que luego pidió a Pam que diese la noticia a los demás miembros del Club—. Nos reuniremos en mi aula, después de la clase.
A la hora acordada casi todos los miembros del Club, incluido Joey Brill se reunieron con los hermanos Hollister delante de la clase de la señorita Nelson. En seguida se pusieron en camino del despacho del doctor Wesley, que estaba cerca del colegio.
¡Qué habitación tan limpia y deslumbrante! Los niños no tardaron en escuchar ladridos de perros y gatos maullantes. Al cabo de un momento entró el doctor Wesley, que era un señor alto, de cabello gris plateado. Fue estrechando la mano a cada uno de los miembros del Club de Animales y les dijo que celebraba que tuvieran deseosos de aprender mucho sobre los animales.
—Os interesará, de manera especial, un perro que tengo aquí —añadió.
Hizo que el grupo de niños le siguiera hasta una puerta del fondo, en el gran patio posterior en el que había una serie de casetas. Los niños se inclinaron para contemplar a los perros en sus pequeñas casas. En una de ellas vieron un Chihuahua, pequeño perro mexicano. Al lado, aparentando ser aún más grande, junto a su minúsculo compañero, un perro danés.
—¿Y dónde está ese perro especial? —preguntó Holly, mirando al doctor Wesley, mientras se retorcía una de las trencitas.
El doctor Wesley señaló una caseta, en el otro extremo del patio, rodeada por una cerca. Los niños corrieron para mirar al interior. Allí estaba uno de los perros más hermosos que los Hollister vieran nunca.
—Un perro esquimal —dijo Pam, admirativa.
—Sí. Y uno de los mejores de su raza. Se llama «Jack» —dijo el doctor Wesley.
Pam observó que «Jack» era de color amarronado y tenía el rabo peludo y enroscado hacia arriba, tal como había leído que era peculiar en los perros de Alaska.
—No parece que esté enfermo —dijo Ricky, extrañado.
—Tienes razón —contestó el doctor Wesley—. Está tan sano como tú.
El veterinario les explicó que a «Jack» le había dejado su amo hospedado allí, mientras estaba ausente, pasando unas vacaciones de varias semanas.
Entre tanto, Pete ya había calculado que el animal tenía más de sesenta centímetros de alto y se le ocurrió preguntar cuánto pesaba.
—Unos treinta y nueve kilos —contestó el veterinario—. Y todo músculo. Ni un gramo de grasa sobrante.
El doctor Wesley puso a «Jack» una sólida correa y le sacó de la caseta. ¡Qué cariñoso y bonachón fue el perro, mientras todos los niños le acariciaban! Después de que Pete hubo paseado al hermoso animal unas cuantas veces por el patio, el director Wesley llevó a «Jack» a su caseta.
—Espero que los perros esquimales de Froston sean tan hermosos como «Jack» —dijo Pam, que luego habló de la carrera de trineos que ella y sus hermanos verían en la fiesta de Acción de Gracias.
El doctor Wesley contestó que eran muy afortunados. El Carnaval de los Tramperos era una fiesta muy interesante.
—Si hace un día un poco templado y la nieve está viscosa, es conveniente que los perros lleven botas.
—¿Botas? —repitieron todos los niños a un tempo.
El veterinario les dijo que los perros esquimales llevaban diminutas botas de cuero, cuando la nieve empezaba a derretirse. De lo contrario, los trozos de hielo se les podían incrustar entre las uñas y herirles.
—Esto, a veces, puede ser muy grave —dijo a sus visitantes el doctor Wesley—. Más de un perro ha caído y arrastrado consigo a todo el trineo por esta causa.
Dirigiéndose a Pete, Pam cuchicheó:
—Puede que eso hiciera perder la carrera a «Fluff».
—Doctor Wesley, mi hermano Ricky y yo estamos estudiando los mapaches —dijo Holly.
—Celebro saberlo —repuso el veterinario—. Precisamente estoy tratando un pequeño mapache. Lo encontraron unos niños en el campo, el verano pasado. Os lo mostraré.
El veterinario echó a andar hacia otra jaula y todos los visitantes le siguieron. Todos menos Joey Brill, que se rezagó un poco. Cuando el grupo pasó ante una jaula de gruesos barrotes, el veterinario advirtió:
—No os acerquéis demasiado. Hay un perro peligroso y le indigna que la gente se acerque a él.
En seguida se detuvo ante una jaulita y buscó dentro. De allí sacó el más gracioso mapache que los niños vieran jamás. ¡Qué ojitos tan brillantes! ¡Y qué rabo tan peludo! El doctor Wesley lo dejó en el suelo, diciendo:
—Se llama «Betsy». Es capaz de hacer toda clase de truquitos.
Mientras los niños observaban, embelesados, «Betsy» osciló de uno a otro lado y acabó dando un triple salto mortal.
Todos los miembros de Club de Animales, menos uno, aplaudieron con deleite. Quien faltaba era Joey Brill, que no sentía interés por las gracias del animalillo, y se dirigía a la jaula donde estaba encerrado el perro peligroso. Por casualidad Pete volvió la cabeza y vio a Joey abriendo la portezuela. ¡El perro salió veloz, gruñendo amenazadoramente, hacia el grupo de niños!