A Ricky le temblaba el labio inferior, mientras miraba fijamente al director del colegio.
—Señor Russell, yo no lo he hecho. Ni siquiera he estado cerca de la fuente hoy.
El director descolgó el teléfono y llamó a la maestra de Ricky, para preguntarle si el niño había salido de la clase alguna otra vez, aparte de la hora del recreo.
—No, señor Russell.
Luego preguntó si Ricky había vuelto directamente desde el patio, al terminar el recreo.
—Sí, señor.
El director colgó y miró a Ricky.
—No comprendo en qué momento has podido estropear el grifo. Espérate un momento que llamaré a Alma.
El señor Russell telefoneó a la maestra de Alma y esta última se presentó al poco en la oficina. Cuando la niña entró, el señor Russell le señaló una silla junto a la de Ricky. El director le dijo que debía haberse equivocado al acusar al chiquillo de la pequeña inundación.
Alma parecía muy nerviosa y no cesaba de retorcer el dobladillo de su vestido, mientras miraba al suelo, fijamente.
—Pues… Puede que no fuese Ricky. Pero debió de ser alguien que se parecía a él.
—¿Por qué te inventaste esa historia, Alma? —preguntó con severidad el señor Russell.
Alma se echó a llorar, y murmuró:
—Joey Brill dijo que había sido Ricky. ¡Pero creo que lo hizo el mismo Joey!
El señor Russell dijo a la niña que no era justo culpar a un inocente. Luego la envió a su clase. Después que Alma se marchó, el señor Russell dijo a Ricky qué lamentaba lo ocurrido y el pequeño volvió a su aula muy tranquilizado. Un poco más tarde Pete se dio cuenta de que llamaban a Joey a la oficina del director. Al regresar, Joey parecía enfurruñado. Además tuvo que quedarse en la escuela una hora más, después de sonar el timbre de salida. Por el camino a casa, Pete explicó a Pam lo que había ocurrido.
—Le está muy bien empleado a Joey por querer que Alma metiese en apuros a Ricky —declaró Pam.
Ella y Pete confiaban en que Joey se portase bien con ellos, después de aquel incidente, al menos durante un tiempo. Pam quedó muy sorprendida cuando, a las cuatro y media, vio al chico entrar en su jardín, donde ella estaba jugando con «Zip». El chico tenía una expresión maligna y triunfal y se acercó a Pam, sonriendo.
—Acabo de enterarme de que, finalmente, no eres presidente del Club de Animales. ¡El presidente soy yo y puedo probarlo! —dijo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Pam con asombro—. Se contaron las papeletas y yo gané, por un voto.
—Las papeletas no estaban bien contadas —masculló Joey—. Tu amiga Donna no sabe sumar.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, inmediatamente, Pam—. ¿Has abierto el cajón de la señorita Nelson y has vuelto a contarlas?
Joey se puso más encarnado que una amapola.
—No. Claro que no. Lo que he hecho ha sido preguntar a cada uno de los que votaron. ¡Yo saqué, por lo menos, quince votos!
Pam quedó atónita. Posiblemente Donna se había equivocado. ¡Qué apuro!
—Yo dirigiré la primera reunión —anunció Joey, antes de marcharse, muy erguido.
¡Pobre Pam! Tenía muchísimas ganas de llorar, pero procuró contenerse y, entrando en la casa, corrió al teléfono para marcar el número de la señorita Nelson. Oyó sonar el timbre varias veces, pero nadie contestó.
«¡Qué lástima!», pensó la niña.
Pero en seguida se tranquilizó. Si la señorita Nelson no estaba en casa debía ser porque se encontraba mejor y seguramente iría a la clase al día siguiente. Pam decidió que al día siguiente estaría en el colegio muy temprano, para hablar con la profesora.
Después de colgar, Pam fue a la cocina, donde su madre estaba preparando la cena. Cuando la señora Hollister supo la noticia rodeó con un brazo los hombros de su hija.
—No te preocupes, hija, si no eres la presidente —dijo—. Si se cometió un error y, realmente, fue Joey el elegido, él se merece ese puesto.
—Ya lo sé, mamá —dijo Pam, tristemente—. Pero no comprendo cómo Donna ha podido equivocarse así.
Mientras preparaba la mesa, Pam seguía preocupada. En la sala, los más pequeños estaban viendo la televisión. Ante un gran mapa, el locutor estaba dando noticias del tiempo. Hubo un momento en que señaló el bajo Canadá para decir que la temperatura estaba disminuyendo mucho en aquella zona.
—Allí es donde están los abuelitos —dijo Ricky—. De modo que cuando vayamos tendremos que ponernos ropas de abrigo.
—¡Escucha! —dijo Holly.
—Se espera una ola de frío en la región dentro de una semana. Los residentes en Shoreham y sus proximidades deben prepararse a soportar nieves y temperaturas extremadamente bajas.
En la pantalla proyectaron el dibujo de un hombre cubierto de carámbanos y los niños se echaron a reír.
—¡Brrrr! —hizo Holly, encogiendo los hombros y apretando los brazos contra su cuerpo, como si estuviera tiritando.
—Soy una niña carámbano —hizo saber Sue.
—¡Cuidado! ¡No vayas a derretirte junto al radiador! —bromeó el pecoso.
Pam no prestaba mucha atención ni al estado del tiempo, ni a las bromas de sus hermanos. Seguía preocupada con la noticia sobre el Club de Animales. Al día siguiente ella fue la primera en levantarse, la primera en acabar el desayuno y la primera en marchar al colegio.
—Veo que estás rebosando energías hoy —comentó la señora Hollister, mientras su hija mayor se despedía de ella con un beso.
—No es eso, mamá. Lo que pasa es que quiero averiguar si Joey no está equivocado en eso de la elección.
Pam llegó ante la escuela antes de que hubieran abierto las puertas y, en cuanto el señor Logan dejó entrar a los que esperaban, Pam corrió a su clase. La señorita Nelson todavía no estaba allí y Pam fue a su asiento, preguntándose si sería preciso volver a llamar a su madre, como sustituta. Pero un momento antes de que sonase el timbre se presentó la maestra y Pam se alegró de ver que parecía estar otra vez completamente normal. Sin embargo, no tuvo tiempo de hablarle antes de que empezara la clase.
Pam aguardó, pacientemente, hasta la hora del recreo. Y entonces, cuando estaba a punto de hablar con la profesora, Joey Brill entró a toda prisa en el aula.
—¡Señorita Nelson! ¡Señorita Nelson! —llamó el chico, muy nervioso. Y a continuación habló en voz bajita.
La maestra abrió su cajón y sacó dos pilas de papelitos.
¡Eran los votos para su Club de Animales!
Pam no pudo soportar más aquella incertidumbre y se acercó a la maestra.
—Señorita Nelson, Joey dice que yo no soy presidente del Club. ¿Es eso cierto?
En ese momento, Joey cogió una, de las pilas de papeles.
—Éstos llevan mi nombre —dijo el chico—. Míralos y cuéntalos tú misma, Pam.
Con manos temblorosas, Pam cogió el montoncito, miró el nombre anotado en cada papel y los fue contando. ¡Quince votos para Joey Brill! Eso quería decir que Pam había tenido sólo diez, y no trece votos.
—¡Ja, ja! Ya te lo dije —rió Joey, mientras volvía a dejar los papeles en el cajón y salía de la clase.
A Pam se le llenaron los ojos de lágrimas. Mordiéndose los labios, volvió a su asiento y hundió la cabeza entre los brazos. La señorita Nelson se acercó a ella y le apoyó una mano en un hombro.
—No te preocupes, mujer. Todos cometemos equivocaciones. Puedes estar casi segura de que Donna se disgustará aún más que tú.
Pam sabía que eso era cierto, pero estaba tan triste que ni siquiera quiso salir al recreo. A la hora de la comida apenas pudo tomar un bocado, a pesar de que su familia hizo lo que pudo por alegrarla. Pronto se corrió la voz por toda la escuela de que Donna había contado mal los votos y que Joey Brill era el presidente del Club de Animales.
—No sabes cómo lo siento —dijo Donna cuando se encontró a Pam diez minutos antes de que empezaran las clases de la tarde.
Pam se dio cuenta de que la otra niña había estado llorando.
Entonces Pete se unió a ellas, diciendo:
—Creo que no ha sido más que un truco de Joey. Yo estaba muy cerca cuando Donna contaba los votos. Estoy seguro de que ganaste tú, Pam. ¿Volvió a contar los votos la señorita Nelson?
Pam no creía que los hubiera contado, pero ¿qué falta hacía? No había más que veinticinco papeletas.
Pam y Donna marcharon cada una a su clase, pero Pete corrió al patio de la escuela para jugar unos minutos, antes de que empezasen las clases de la tarde. El primero con quien se encontró fue a Joey Brill.
—¡Ja, ja, tu hermana quiso que Donna hiciera trampa con los votos! —dijo Joey, ofensivo—. Pero Pam no ganó la elección.
Pete se sintió furioso.
—¡Rectifica ahora mismo! —exigió—. Si hubo una equivocación al contar no fue porque Pam sea una tramposa.
—Sí, lo es. Lo es. Y tiene malas intenciones —insistió el chicazo.
Pete apretó los puños.
—¡Rectifica! ¡Di que no es cierto eso!
—No quiero.
Sin poder contenerse, Pete dio un puñetazo a Joey en la nariz. El otro, más robusto que Pete, se tambaleó de espalda, pero en seguida recobró el equilibrio y se abalanzó hacia Pete con los dos puños cerrados. Por unos momentos se formó un amasijo de brazos y piernas.
Luego, los dos cayeron a tierra, aferrados el uno al otro. Primero fue Pete quien quedó encima; después Joey se movió y pudo quedar en posición ventajosa.
Otros niños que estaban en el patio, incluido Ricky, rodearon a los dos que luchaban. La chaqueta de Peté estaba rasgada y Joey tenía roto un puño de la camisa. Los dos tenían el cabello revuelto y la cara sucia.
—¡Rectifica! ¡Rec… tifica! —exigió Pete, jadeando.
—¡No quiero! —masculló el otro, consiguiendo, al fin, ponerse en pie.
Aunque Pete no era tan robusto como su rival, sí era más rápido. Con un ágil movimiento se lanzó de cabeza contra Joey y lanzó al camorrista a tierra. Luego, se sentó sobre el chico, atenazándole los brazos con sus piernas de manera que Joey no podía moverse.
—¿Has tenido bastante? —preguntó Pete, mirando al rostro de Joey.
Éste lanzó un gemido y movió la cabeza, diciendo que sí.
—¿Retiras lo que has dicho de Pam?
—Sí, sí…
—Entonces di que no es una tramposa.
—Está bien. No es una tramposa —murmuró Joey.
En ese momento, tres chicos mayores salieron del edificio del colegio y se abrieron paso a codazos entre el círculo de pequeños espectadores. Pete les reconoció inmediatamente como amigos de Joey. Éste también les vio y pidió, a gritos:
—¡Chicos, ayudadme!
Los tres corrieron hacia Pete que, a toda prisa, dejó a Joey para hacer frente a los otros.
¡Mientras los demás se abalanzaban sobre Pete, Joey le golpeó por la espalda!