UNA PISTA AMARILLA

Pam Hollister fue lanzada a un lado del camino hasta caer entre un montón de altas hierbas. Por un momento quedó atontada. Luego, al reanimarse, se dio cuenta de que su padre la estaba levantando.

—¿Estás bien, Pam? —preguntó el señor Hollister, con ansiedad, llevando a su hija al camino—. Has salido de mis brazos como un rayo.

Pam se puso en pie y parpadeó, cuando los rayos de las linternas cayeron sobre ella.

—Creo… creo que estoy bien, papá —repuso.

Pat Mitchell dijo que había sido una suerte que la niña estuviera completamente relajada cuando cayó. Eso le evitó resultar herida.

Entre los cuatro hombres sacaron las ruedas del hoyo, llevando el camión al centro del camino. Pat Mitchell condujo muy lentamente, para tratar de evitar otro accidente.

Era casi medianoche cuando los largos haces amarillos de los faros se filtraron entre los árboles, revelando el campamento de los Hollister, donde chisporroteaba una gran hoguera. Pete, Pam y su padre salieron los primeros del camión.

¡No se veía a nadie en tomo a la hoguera!

Un escalofrío de miedo recorrió a Pam. ¿Habrían ido al campamento los forasteros para secuestrar a su familia?

—¡Elaine! —gritó el señor Hollister—. ¡Holly, Sue, Ricky! ¿Dónde estáis?

Desde detrás de los árboles surgió un gruñido y apareció «Zip» corriendo. Le seguían los niños y su madre.

—¡Papaíto! —exclamó Holly, corriendo a abrazar a su padre—. ¡Qué contentos estamos de que seas tú!

—Sí. Gracias a Dios —murmuró la señora Hollister, abrazando a su marido.

Luego explicó que, no sabiendo quién se aproximaba al campamento, los niños y ella habían decidido esconderse hasta estar seguros de que todo iba bien. El jefe del servicio de incendios presentó al guardabosques y al policía. Luego, entre todos, descargaron las tiendas, las provisiones y los neumáticos del camión.

Mientras los hombres ajustaban los neumáticos a las ruedas del coche, Pete y Ricky prepararon la tienda más grande y la señora Hollister y las niñas dispusieron unos bocadillos. Sentados en torno a la hoguera, comieron los bocadillos y hablaron del misterio que parecía existir en el bosque.

—Buscaremos a los cazadores furtivos tan pronto como sea de día —aseguró el jefe de bomberos—. Doy las gracias a todos los Hollister por haber buscado tantas pistas y venir a comunicármelas.

Y el señor Sharp masculló:

—Me gustaría poner las manos sobre ese impostor que ha adoptado mi personalidad.

La señora Hollister, mientras servía otra taza de café al oficial Barrett, dijo:

—Me siento orgullosa de que, entre todos, hayamos podido ayudarles. Pero pienso que ahora es mejor volver a Shoreham, mientras ustedes atrapan a esos peligrosos criminales.

Pete, al oír aquello, estuvo a punto de derramar su chocolate.

—¡Pero, mamá! —protestó—. No podemos hacer eso. Nosotros queremos estar cuando capturen a esos hombres.

—Claro, claro —concordó Pam—. Acuérdate, mamá, de que tenemos que encontrar a Jim Blake y a «Espantapájaros».

—Y las cosas que robaron en nuestra tienda y aquí, en nuestro campamento —añadió el señor Hollister.

Su esposa le sonrió, preguntando:

—¿Qué opinas, John?

—Ya sé que es peligroso, Elaine, pero ahora contamos con la protección de la policía.

El oficial Barrett intervino, diciendo:

—Puede usted confiar en nosotros, señora. Además, creo que, para hacer la redada, necesitaremos la ayuda de ustedes. Cuanta más sea la gente que busque a esos hombres, mayores serán las probabilidades de encontrarles.

—Está bien —accedió la señora Hollister—. Haremos cuanto podamos.

Al oír a su madre, Ricky sonrió complacido, y Holly declaró:

—Mamá, tú también eres una buena detective.

Sue llevaba largo rato silenciosa. Cuando su madre miró en su dirección, vio que su hijita pequeña estaba tumbada en el suelo, junto a «Zip», profundamente dormida. Tenía la cabeza apoyada en el lomo del hermoso perro pastor y sonreía beatíficamente.

—La pequeñita ha tenido un día muy agitado —comentó Pat Mitchell.

El señor Hollister tomó en brazos a la niñita y la llevó a la tienda, que era bastante grande para toda la familia. El policía y sus compañeros dormitarían en el camión, turnándose para que siempre hubiera uno haciendo guardia.

A pesar de no haber dormido más que seis horas, al día siguiente los Hollister se levantaron con grandes ánimos, preparados para la búsqueda. Después del sabroso desayuno, Pat Mitchell dijo:

—El sargento Barrett, el guardabosques Sharp y yo hemos estado hablando sobre cómo organizamos. Nos dividiremos en dos grupos.

El hombre sugirió que el señor Hollister, el guardabosques Sharp y el policía buscasen a los cazadores furtivos, mientras el resto de la familia buscaba más pistas en la casa de «Espantapájaros».

Mitchell había llevado un «walkie-talkie». En caso de complicaciones, podría comunicarse con su oficina y pedir ayuda.

Tan pronto como se hubo ajustado el radiorreceptor a la espalda, se pusieron en camino hacia la casa de «Espantapájaros». El señor Hollister dijo adiós al grupo y tomó la dirección opuesta.

«Zip», indeciso sobre el grupo al que prefería unirse, acabó corriendo al lado de Holly. Al llegar a la casa del anciano profesor la niña mostró a Pat Mitchell dónde habían encontrado las huellas que conducían al lago.

Mitchell se inclinó a examinarlas atentamente.

—¿«Espantapájaros» cojeaba? —preguntó.

—Sí.

—Estas huellas pertenecen a dos personas que andaban normalmente. No puedo comprender qué ha sido de «Espantapájaros».

—Puede que le llevasen en brazos —apuntó Ricky.

—Lo dudo —contestó el hombre—. Las pisadas no son muy profundas.

Pam quedó pensativa unos momentos. Luego murmuró:

—A lo mejor todo ha sido una trampa para confundirnos, y lo que hicieron fue llevarse a «Espantapájaros» a los bosques.

Pat Mitchell estuvo de acuerdo con la sensata deducción de la niña. En seguida se dedicaron a buscar otras huellas, alrededor de la casita. Pam se fijó en un gran tronco colocado desde la parte posterior de la casa hasta un grupo de árboles.

—Pudieron caminar por encima del tronco sin dejar huellas —sugirió, corriendo tronco adelante.

Al llegar al final dejó escapar un gritito y se inclinó a coger un disco amarillo.

—«Espantapájaros» llevaba el bolsillo lleno de discos amarillos, ¿os acordáis? —gritó.

—Creo que hemos encontrado la verdadera pista —dijo Pat Mitchell internándose en la maleza. Un momento después anunciaba—. ¡Aquí hay otro disco!

Ahora todos imaginaron claramente lo que había sucedido. «Espantapájaros» fue conducido a través de los bosques. Sin que sus captores se dieran cuenta, el anciano había ido dejando los discos amarillos para señalar su camino. Pat Mitchell aconsejó a los Hollister que se movieran con toda la cautela posible.

—No sabemos cuándo nos tropezaremos con esos malhechores. Nos mantendremos siempre juntos.

Ricky, Pete, Pam y Holly se habían adelantado algo. Habían recorrido medio kilómetro y ya tenían recogidos quince discos amarillos.

—¡Buen trabajo! —dijo Mitchell.

Al llegar a un trecho de grandes peñascos, combinados con nudosos troncos de nogales muertos, Pat Mitchell dio el alto.

—Ahora debemos calcular qué dirección han seguido esos hombres.

Mientras él buscaba por aquel trecho huellas de pisadas, Holly se subió a un peñasco y contempló la enmarañada maleza que se extendía abajo. De repente oyó ruido.

«A lo mejor es un ciervo», se dijo, saltando al suelo. Separó las hierbas con ambas manos y se encontró con la entrada de lo que parecía una cueva. Un momento después daba un grito desaforado y echaba a correr.

—¡Un oso! ¡Un oso! ¡Me ha amenazado! —chilló, despavorida.

Los Hollister miraron hacia Pat Mitchell, buscando protección. El hombre parecía más perplejo que alarmado.

—No ha habido un oso por estos lugares desde hace diez años —comentó—. ¿Dónde lo has visto, Holly?

—Por… Por allí.

—Enséñame dónde.

Holly trepó por el peñasco, seguida por el hombre. Señalando el bosque, la niña dijo:

—Está ahí.

Desde aquel lugar surgió un gruñido y luego la cabeza de un oso apareció entre los matorrales. Luego, dos garras que se sacudieron en el aire, en dirección al grupo.

—¡Retrocedan! —ordenó el hombre.

Avanzó cauteloso hacia el follaje y, en ese momento, la cabeza del oso desapareció y se produjo un chasquido.

Mientras Ricky corría al lado del hombre, vio alguien tendido en el suelo, detrás de ellos.

—¡Canastos! ¡Mire ahí!

A poca distancia de ellos se veía una piel de oso. Su gran cabeza marrón quedaba inclinada en una postura ridícula.

—¡Es un oso de mentira!

Mitchell se inclinó a examinar la piel, mientras todos los Hollister le rodeaban. Levantando la cabeza, el hombre sonrió y dijo:

—Alguien intentaba asustarnos. Quizá no suponía que venían con la protección de una autoridad y, al verme, se ha asustado y huido.

—¿Quién puede haber hecho tal cosa? —comentó la señora Hollister.

El hombre contestó que cualquiera que tuviese idea de que los Hollister habían ido a la ciudad a buscar ayuda, regresando rápidamente.

—Mamá —dijo Pam—, ¿crees que puede ser Jim Blake quien intenta asustarnos?

Antes de que la madre tuviera tiempo de contestar, Mitchell dijo:

—Si ha sido él, le descubriremos. Pero hay que darse prisa.