—¡Ay, mi pobre hijita! —gritó Sue, aterrada, viendo el humo que ascendía por la falda de su muñeca.
En dos saltos, Pam llegó junto a su hermana. Tomando la muñeca, corrió al borde del agua y la sumergió en ella. ¡Siiiss! El fuego se apagó instantáneamente. El alboroto había hecho acudir a la señora Hollister y a «Espantapájaros».
—Bien hecho, Pam —aplaudió la madre—. Has actuado de prisa.
—Gracias, Pam —dijo Sue, que empezó a examinar a la muñeca y, viendo que el vestido estaba destrozado, murmuró—: Le pondré otro.
Holly, orientada por «Espantapájaros», fue apilando leña sobre el fuego. Las ramitas encendidas, al convertirse en ascuas, iban cayendo al fondo del hoyo.
—¡Magnífico! Eso es precisamente lo que necesitamos —dijo el anciano.
Cuando las judías estuvieron preparadas en la cazuela, el hoyo se encontraba lleno de ascuas. «Espantapájaros» cogió la cazuela, se cercioró de que la tapadera quedaba herméticamente cerrada y, con cuidado, la metió en el agujero.
—Ahora hay que cubrirlo todo con la tierra que Holly ha sacado antes —dijo Espantapájaros.
Holly tomó la pala y empezó a echar la tierra sobre la cazuela de las judías.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó la niña, luego.
—Ya está todo hecho —sonrió «Espantapájaros»—. Ahora dejaremos que se vayan cociendo lentamente todo el día, y esta noche, cuando vengan los muchachos y vuestro padre, tendremos un banquete regio.
El sol estaba muy alto y hacía calor.
—Una temperatura ideal para nadar —dijo la señora Hollister—. Vamos a darnos todos un remojón.
Las tres niñas fueron a la tienda a ponerse los trajes de baño. Poco después la señora Hollister se reunió con ellas.
—Una, dos y tres. ¡Va! —gritó Holly, que fue la primera en echarse al agua.
Todos los Hollister eran excelentes nadadores, a excepción de Sue. La pequeñita, cada vez que se metía en el agua, se ponía un chaleco salvavidas color naranja.
«Espantapájaros», sentado en una silla plegable, cerca del lago, estuvo contemplando a la señora Hollister y las tres niñas bracear en el agua. Al poco rato, Holly salió para ir a buscar a su tienda una gran pelota de plástico azul. La arrojó con fuerza al agua y Pam corrió a buscarla.
—Juguemos un partido de pelota —propuso Holly.
Las niñas empezaron a pasarse la pelota de una a otra. Cada pérdida significaba un punto en contra de la perdedora. El juego resultaba tan entretenido que ninguna se dio cuenta de que «Espantapájaros» se levantaba sigilosamente de la silla, cogía el hacha de Pete y desaparecía en el bosque.
—Mirad esto —gritó Holly, danzando la pelota con fuerza.
¡Plof! La pelota fue a parar a la cabeza de Sue, rebotando y llegando a la orilla. Entonces fue cuando los Hollister se apercibieron de la desaparición de «Espantapájaros».
—¿Adónde ha ido? —preguntó Pam, saliendo del agua.
—Señor «Espantapájaros». ¡Señor «Espantapájaros»! ¿Dónde estás? —llamó Sue a grititos.
El profesor no aparecía, pero las niñas pudieron oír que alguien estaba cortando leña. Poco después se presentaba el anciano, llevando un delgado tronco, de unos dos metros de largo, bajo cada brazo.
—¿Va usted a construir una casa de troncos? —preguntó Holly.
El profesor sonrió.
—No. Algo que os gustará más. Esperad aquí, que voy a traer el resto de la madera.
«Espantapájaros» hizo varios viajes al bosque, para traer otros seis troncos y un puñado de zarzas. A Pam le chispearon los ojos al decir:
—¿Va usted a construir una balsa, «Espantapájaros»?
—Eso es. Y vosotras y vuestra madre me ayudaréis.
El anciano enseñó a las niñas a unir los troncos entre sí y en media hora tuvieron preparada la plataforma flotante.
—¡Estupendo! —exclamó Pam, con deleite.
—¿Podemos subir en ella? —preguntó Holly, palmoteando.
Con un chapoteo la balsa fue echada al agua. Pam y Holly la empujaron con una mano, mientras usaban la otra como remo y movían rítmicamente los pies. Por fin, las dos subieron a la balsa.
—¡Muchísimas gracias, señor Lehigh! —dijo la madre de las niñas—. Les ha proporcionado usted un juego extraordinario.
—Yo «tamién» quiero subir —dijo Sue, chapoteando y sacudiendo las manos, en un esfuerzo por alcanzar a sus hermanas.
La señora Hollister llevó a la pequeña hasta el borde de la balsa y Pam le dio la mano para que subiera. La pequeñita se puso en pie, y colocó la mano sobre los ojos, a modo de visera, para mirar al otro lado del lago.
—¡Yo soy un pirata «piligroso»! —declaró, haciendo reír a sus hermanas.
—Me gustaría que Pete y Ricky pudieran vemos —dijo Holly, sacando un pie hasta el agua, por un lateral de la balsa—. Ellos… ¡Ayyy! ¡Me ha mordido un cangrejo!
Holly levantó el pie y detrás del pie apareció Pam que había nadado por debajo de la balsa y se le ocurrió hacer cosquillas en el pie a su hermana.
—¡Qué mala eres! —dijo, riendo, Holly.
Sue estaba muy contenta de poder ir sentada en el centro de la balsa y contemplar cuanto la rodeaba. De repente, mientras ella observaba, un extraño ser asomó la cabeza por encima del agua.
—¡Mamita! ¿Qué es eso? —gritó Sue, poniéndose en pie. La cabeza desapareció, pero volvió a presentarse a los pocos minutos. Sue, inquieta, preguntó—: ¿Nos hará daño?
—No —contestó, risueña, la señora Hollister—. Es una nutria. Veamos a dónde va.
El animal, sorprendido por el chapoteo de las Hollister, nadó hacia la orilla. Luego, valiéndose de sus patitas, palmeadas y en forma de garra, la nutria fue a instalarse en un montículo de arena, junto al agua.
Las Hollister, fascinadas, observaron cómo otras dos nutrias salían a la superficie. Éstas se reunieron con la primera en el montículo de arena. Luego, ante el entusiasmo de las niñas, los tres animalillos volvieron al agua.
—Están haciendo un juego —afirmó Sue, con emoción.
—Yo quiero verlas mejor —declaró Holly, bajando de la balsa y nadando hacia la orilla.
Entre tanto, Pam y su madre empujaron la balsa hasta que tocó la orilla, a poca distancia del terreno de juegos de las nutrias. Madre e hija salieron a tierra, pero Sue prefirió quedarse a verlo todo desde la balsa.
Holly había ido a hablar a «Espantapájaros» de las nutrias, y el anciano acudió a verlas.
—No os acerquéis demasiado o las obligaréis a ocultarse en su casa, bajo el agua.
Todos se acercaron de puntillas para poder observar mejor a los graciosos animales.
—Las nutrias son seres muy curiosos —dijo «Espantapájaros», que se echó a reír cuando Pam dijo que parecían dragones marinos—. Sí. Y les gusta mucho patinar —añadió el profesor, explicando que se deslizaban sobre la nieve en invierno y sobre el fango, en verano.
—¡Mirad! —exclamó Holly—. ¿Verdad que son guapísimas?
En aquel momento, una de las nutrias se colocó en lo alto del montículo de fango, esperando su turno para deslizarse por el lateral. Su compañera que estaba detrás, la empujó y, al hacerlo, cayó al suelo. Las dos se enzarzaron en una afectuosa pelea, mientras chapoteaban en el agua.
—También a los animales niños del bosque les gusta jugar —dijo riendo Holly.
La madre estuvo de acuerdo con Holly y después de asentir con la cabeza, se volvió a mirar a Sue. La pequeña se había tumbado en la balsa y sacando los brazos por el borde, remaba con las manos, apartándose de la orilla.
—¡Vuelve, Sue! —llamó la madre.
En ese momento, una grande y negra nube oscureció el sol y empezó a soplar una brisa bastante fuerte, que empujó la balsa a su capricho.
—¡Ay, Dios mío! —se lamentó la señora Hollister.
Inmediatamente se zambulló en el agua y nadó con toda la rapidez que pudo hacia la balsa, fugitiva ahora. Pam y Holly la siguieron.
Sue no se daba cuenta de lo que ocurría. En aquel momento se puso de pie, mirando más allá del agua. Con eso su cuerpo hizo las veces de una vela, y la balsa avanzó aún más rápidamente lago adentro. La superficie del lago empezó a rizarse y surgieron penachitos de espuma. La señora Hollister ordenó, a gritos:
—¡Sue, túmbate boca abajo en la balsa! ¡Y no te muevas!
Pero el viento era demasiado fuerte y no permitía que su voz llegase hasta la pequeña. Holly y Pam miraron, asustadas, a su madre.
—¡Nosotras la salvaremos! —resolvió Holly, avanzando por el agua con las trencitas chorreando.
La señora Hollister se detuvo el tiempo preciso para dar instrucciones a sus hijas:
—Vosotras volved en seguida a la orilla y ved si ya ha regresado papá. Yo sigo a buscar a Sue.
A regañadientes regresaron Pam y Holly, mientras la madre braceaba con determinación hacia la pequeña. Sue, sin preocuparse por nada, estaba pensativa, ideando un juego. Y empezó a dar saltitos en la balsa, mientras palmoteaba, diciendo:
—¡A que no me atrapas, mamita!
La señora Hollister empezó a sentirse cansada. Asustada, se dio cuenta de que tenía que llegar junto a su hijita en pocos momentos o no podría salvarla. Ganando nuevas energías, acentuó la velocidad de nado a través de las aguas espumosas.
Por fin, con un nuevo esfuerzo, tendió el brazo y su mano derecha alcanzó la balsa. Cuando hubo recobrado el aliento, la señora Hollister subió a la balsa, junto a su hija. La orilla del lago parecía muy lejana.
«¿Cómo volveré, Dios mío?», pensó, con angustia.
Sue, entre risillas, exclamó:
—Me has atrapado, mamá. Me has cogido.
—Ha sido una suerte —repuso la madre, todavía jadeando—. Por favor, que no vuelva a ocurrírsete alejarte en la balsa.
Viendo lo preocupada que estaba su madre, Sue prometió no volver a hacerlo nunca.
—¿Podremos volver, mamita?
—Lo intentaremos.
La señora Hollister bajó al agua y, situándose a sotavento, se cogió a la balsa y nadó furiosamente con los pies. Pero no fue capaz de avanzar frente al fuerte viento.
Volviendo a subir a la balsa, dirigió la vista a la orilla y pudo distinguir, borrosamente, a Pam y Holly que sacudían pañuelos blancos.
Atisbando, la señora Hollister advirtió que las niñas señalaban al sur, hacia el fondo del lago. Miró en aquella dirección. ¿Señalarían a aquella canoa…? ¿Y quién la conducía?