UN EXTRAÑO APODO

Los Hollister quedaron asombrados al oír aquello. Todo quedó silencioso unos momentos. Luego, la voz repitió:

—¡Marchaos, hay peligro en el Bosque de los Abetos!

—Será mejor que nos volvamos —dijo Holly, muy nerviosa.

Pete miró desafiante a la extraña persona que se encontraba en medio del camino.

—Nadie nos va a asustar —dijo—. Anda, papá. Vamos a ver quién es ese hombre estrambótico.

Los padres estuvieron de acuerdo en que no debían marcharse hasta saber qué autoridad tenía el hombre harapiento para echarles.

—Tenemos permiso del señor Tucker para acampar aquí —dijo el señor Hollister—. Pete, saca los gemelos de su estuche.

El muchachito buscó en el asiento trasero de la furgoneta y desató la bolsa de viaje azul de su padre. Los gemelos estaban encima de todo. Pete se los dio al señor Hollister. Éste los utilizó en seguida para observar al hombre del camino. Los niños observaban con atención y quedaron extrañados al ver aparecer una sonrisa en el rostro de su padre, que dejó los gemelos echándose a reír.

—No es un hombre. Es un espantapájaros.

Todos rieron, pero Holly preguntó:

—¿Cómo puede hablar un espantapájaros?

—Será que alguien nos ha gastado una broma —dijo Pete.

—¿Y por qué lo habrán hecho? —preguntó Pam.

Nadie supo qué contestar a semejante interrogante.

El señor Hollister inició la marcha, lentamente, en dirección al espantapájaros. Al acercarse, vio que el camino era lo bastante amplio para poder pasar bordeando la figura harapienta. Mientras lo hacía, Pete pidió:

—Papá, detente para ver si podemos averiguar de dónde salía la voz.

El señor Hollister detuvo la furgoneta y todos salieron. «Zip» saltó al suelo, ladrando alegremente. Pete y Pam. examinaron el viejo espantapájaros que estaba relleno de paja. No tenía encima ningún disco ni cinta magnetofónica.

—Puede que haya un altavoz escondido entre los árboles —dijo Ricky, explorando los alrededores.

En vista de que nada se encontraba, la señora Hollister llamó a los niños y a «Zip» para que volvieran al vehículo. Sue fue la última en llegar y, mientras cerraba la puerta, Pam notó que la pequeña llevaba un pedazo de alambre en la mano.

—¿Dónde has encontrado esto? —preguntó la hermana mayor.

—Al lado del camino —repuso Sue, que ya había estado dando al alambre forma circular, para convertirlo en pulsera.

—Sue ha encontrado otra pista —dijo Pete—. Vamos a seguir buscando.

La familia dio una vuelta de inspección por toda la zona, pero no pudo encontrar ninguna otra pista relativa a una grabadora. La señora Hollister opinó que podía haber sido alguien que pronunciara por radio aquella advertencia y desapareciese luego en los bosques.

—Pero el señor Tucker dijo que aquí no vivía nadie —objetó Ricky, mientras la furgoneta volvía a ponerse en marcha.

—Creo que estamos mezclados en un grave misterio —dijo el padre.

—Ojalá podamos resolverlo antes de marchamos del Bosque de los Abetos —murmuró Pete.

Mientras la señora Hollister consultaba el mapa, su marido condujo con precaución a lo largo del camino, que cada vez estaba más atestado de árboles y zarzas. Por fin llegaron a una elevación llena de pinos. Ahí terminaba el camino. Un poco más allá se extendía el lago.

—¡Qué sitio más estupendo para acampar! —dijo Pete.

Su padre estuvo de acuerdo en que era un lugar bonito y fresco y parecía bastante elevado para que se deslizase el agua.

—¿Qué te parece, Elaine?

—Un lugar perfecto —contestó la señora Hollister.

Al bajar, los niños encontraron el suelo cubierto de pinochas. Ricky y Holly se deslizaron pendiente abajo, hasta la orilla del lago, seguidos de «Zip».

—Aquí ha acampado alguien —anunció Holly, al ver cerca los restos de una hoguera.

Los dos pequeños volvieron junto a los demás y les dieron la noticia. El señor Hollister arrugó el ceño, mientras decía:

—No cabe duda de que otras personas andan por este bosque.

La señora Hollister asintió, pero dijo con calma:

—Probablemente fue el mismo señor Tucker. No hay por qué preocuparse.

Con la emoción de preparar su campamento, los niños olvidaron momentáneamente todo misterio. El aire olía deliciosamente a pinos. Aunque el sol despedía mucho calor, los grandes árboles proporcionaban sombra.

Las tiendas y sacos de dormir fueron desempaquetados rápidamente. Entre el señor Hollister y Pete eligieron un lugar bajo los árboles para colocar las tiendas. Mientras tanto, la madre y las tres niñas se ocuparon de descargar los alimentos y ropas, en tanto que Ricky colocaba el fogón portátil ante la tienda de sus padres.

—¡Canastos! —exclamó el pequeño, al acabar aquella importante tarea. Y volviendo a la furgoneta, sacó la canoa plegable y la apoyó en unos arbustos. A continuación buscó sus aparejos de pesca—. ¿Quién quiere pescado para la cena? —preguntó a gritos, mientras echaba la caña al agua.

—A ver si pescas un lucio. He oído que este lago está lleno de ellos —repuso el señor Hollister.

Después de haber ayudado a su madre tanto como pudo, Sue dio un paseo entre los pinos. Dos minutos después daba un grito, volvía corriendo junto a los demás y chillaba, sin aliento:

—¡Un espantapájaros! ¡Un espantapájaros vivo, vivísimo!

—¿Cómo? —preguntó la madre, mientras su aterrada hijita menor se oprimía contra ella.

—¡He visto un espantapájaros que andaba!

Los demás miraron en la dirección indicada por Sue. Toda la familia contuvo una exclamación al ver un hombre que aparecía entre los árboles. Se parecía mucho al espantapájaros que habían visto en el camino. Los calzones y camisa muy desaliñados y el raído sombrero de paja le daban un aspecto muy mísero.

—¿Lo ves? —cuchicheó Sue—. ¡Ya te he dicho que es un espantapájaros que anda!

El hombre no dijo nada y continuó avanzando, lentamente.

—¿Quién es usted? —le preguntó el señor Hollister.

El hombre se quitó el sombrero, lo sostuvo entre ambas manos y repuso.

—Soy «Espantapájaros». Al menos, así me llaman todos.

La señora Hollister le dijo amablemente:

—Pero ¿cuál es su verdadero nombre, señor «Espantapájaros»?

—Eso no le importa a nadie —repuso al anciano, mirando con gesto agrio a cada uno de los restantes.

—¿Podemos ayudarle? —ofreció, siempre con dulzura, la señora Hollister—. Traemos comida, si quiere usted cenar.

Sin contestar al ofrecimiento, «Espantapájaros» miró directamente al señor Hollister y dijo:

—Si se quedan aquí, corren mucho peligro. Les aconsejo que se vuelvan.

—Eso es lo que nos dijo usted antes, ¿verdad? —preguntó el señor Hollister.

Al oír aquello, «Espantapájaros» se mostró asombrado.

—Yo no les he visto a ustedes antes de ahora.

—¿No habló usted desde detrás del espantapájaros? —inquirió Pete.

—¿Qué espantapájaros? —quiso saber el anciano, que seguía perplejo.

Pete le contó lo que había sucedido al llegar.

—No sé nada de todo eso —masculló el hombre.

—Nos gustaría ayudarle, si tiene usted problemas —insistió la señora Hollister y su amabilidad acabó impresionando al tosco «Espantapájaros».

—Muchas gracias —contestó—. No necesito ayuda. Sólo les hago una advertencia. Vuélvanse por donde han venido, antes de meterse en líos.

Y sin más, el anciano dio media vuelta y desapareció en los bosques.

—Es un hombre muy raro —dijo Pete, mientras el hombre se alejaba.

La señora Hollister parecía más preocupada que su marido.

—John, tal vez estemos realmente en peligro. Tal vez sea aconsejable que volvamos a casa.

Su marido movió negativamente la cabeza.

—No creo que ese pobre viejo vaya a hacemos ningún daño —dijo—. Probablemente no es más que un ermitaño excéntrico.

—De todos modos, convendrá que estemos prevenidos —aconsejó la señora Hollister—. Puede que el anciano nos haya querido advertir de otro tipo de peligro.

Pam se encogió de hombros.

—Todo va a ser muy misterioso si ese señor «Espantapájaros» anda merodeando por aquí —opinó.

Ricky hizo chasquear los dedos.

—¿Qué os parece si le seguimos y averiguamos dónde vive? —propuso.

Sin embargo, a sus padres no les pareció sensato que los niños se marchasen.

—Si «Espantapájaros» es un ermitaño, probablemente desea estar solo —dijo el padre—. Si él no nos molesta, no debemos seguirle.

Mientras los demás niños hacían comentarios sobre el hombre extraño, Holly caminó hasta la orilla del lago, donde Ricky había dejado su caña de pescar. Cogió la caña para tirar del hilo que estaba muy hundido en el agua. Instantáneamente se oyó un chapoteo. Holly sintió como si estuvieran a punto de arrancarle la caña de las manos.

—¡He pescado un pez! —gritó, e intentó enrollar el hilo para subir la gran pieza que tiraba con fuerza hacia el fondo.

Pero el pez era tan poderoso que siguió tirando, desenrolló todo el hilo del carrete y, con su peso, hizo inclinarse la caña.

—¡No sueltes, Holly! —aconsejó Pete, echando a correr hacia su hermana—. ¡Has pescado un monstruo!

—¡Es un lucio! —terció el señor Hollister—. ¡Sujeta fuerte, Holly!

Holly estaba tan emocionada que cogió la caña con ambas manos y empezó a sacar el gigantesco pez. Antes de que hubiera llegado Pete, el hilo se le enredó en la muñeca. El lucio dio un fuerte tirón.

—¡Ayudadme! —pidió Holly, al verse arrastrada al agua.