UNA CABALGATA PELIGROSA

—¿Dónde está el Gran Pantano? —preguntó Graham, después de enterarse de que el caballo era llevado en aquella dirección.

—A unas diez millas al sur de aquí —contestó Dan.

—Exacto —dijo Chuck—. Y es muy poca la gente que conoce el camino que cruza por el pantano.

—Estoy seguro de que Sam Dulow sí lo conoce —dijo Dan.

—Sí —concordó su padre.

—Papá y yo conocemos muy bien todo eso. Pero es muy peligroso, lo mismo para hombres que para caballos, si se sale uno del camino —explicó Dan.

Chuck habló de las traidoras arenas movedizas y añadió:

—Los hombres que quisieron detenemos pueden estar escondidos en el Gran Pantano. Eso será un riesgo para Sam y «Princesa».

El coronel Townsend dijo que tal vez conviniera llamar a la policía para pedir ayuda en la búsqueda.

—Quisiera hacerlo —repuso Chuck—. Pero no me gustaría meter a Sam Dulow en mayores aprietos de los que ya está ahora. Sus padres son personas buenas y trabajadoras.

El coronel estuvo de acuerdo y dijo que la búsqueda de su caballo debía iniciarse en seguida.

—¿Podemos ir todos, papá? —preguntó Pam, oprimiendo la mano de su padre.

—¡Eso, eso! —aplaudió Ricky—. A ver si tenemos una aventura de verdad. Yo quiero ayudar a encontrar a «Estrella»…, a «Princesa».

—No sé, no sé… —murmuró Chuck—. Si salimos a estas horas, puede que tengamos que pasar fuera toda la noche.

—¡Hurra! ¡Iremos de camping! —gritó Dan, alegremente.

Los mayores se miraron entre sí.

—No estaría mal —opinó la señora Hollister.

—Creo que podríamos arreglarlo —dijo Ruth, consiguiendo con ello que los niños prorrumpieran en gritos de alegría.

—Entonces, que todo el mundo se dé prisa —aconsejó Chuck—. Haremos una comida rápida y nos iremos. —Dirigiéndose a sus hijos, añadió—: Vosotros, niños, ya sabéis dónde está el equipo de camping.

Los Hollister corrieron tras Dan y Carol. Por el camino, Pam dijo:

—¿Cómo voy a ir yo? Me he quedado sin la jaca…

—Después que recojamos el equipo, te ensillaré un caballo cruzado —ofreció Dan.

El chico condujo a los Hollister al cuarto de aparejos. Los chicos descolgaron alforjas y sacos de dormir, mientras las niñas recogían utensilios para cocinar e iban a la cocina a buscar provisiones.

Al cabo de media hora ya habían comido y Ben les tenía ensillados los caballos. A él y a Melinda les habían explicado el motivo de tan rápida marcha y el matrimonio quedó al cargo del rancho. Luego, por segunda vez en aquel día, el grupo de jinetes se puso en marcha.

Dan abría el desfile, con Pete y Ricky a su lado. El coronel Townsend y Graham, montados en caballos cruzados, conversaban con los Hollister durante el camino. Chuck marchaba detrás de todos, para evitar que alguien se quedase rezagado. Fueron subiendo y bajando por las colinas, deteniéndose de vez en cuando a descansar. Por fin vieron una gran extensión verde, con algunos árboles, altas hierbas y eneas.

—Eso es el pantano —anunció Dan.

Su padre explicó que había varios caminos que lo atravesaban.

—En la mayoría de ellos la tierra es baja y fangosa —añadió—, pero a varias millas de aquí hay una extensión de terreno más elevado que se llama Isla. Dan y yo fuimos allí el año pasado a poner trampas para cazar.

El grupo se colocó ahora en fila de a uno, siguiendo a Dan, que se abría paso entre las altas hierbas, por un sendero estrecho y lodoso. La tierra fue firme durante un trecho; pero luego fue apareciendo tan húmedo que el agua acabó por cubrir por completo las pezuñas de los caballos. Estaban pasando por un trecho lodoso, cuando Pete dijo:

—¡Pisadas de caballo!

—Tienes razón. Y son recientes —observó Dan—. Apostaría algo a que éste es el camino que ha seguido Sam con «Princesa».

Cuando pasó la noticia a lo largo de la hilera de jinetes, todo el mundo se sintió muy emocionado y se aceleró la marcha.

—El camino es mejor por aquí —orientó Dan, embicando un trecho cubierto por troncos de árbol. Y explicó que por allí se llegaba al otro lado del pantano. Habían construido aquel sendero los primeros colonos de la región, pero ya nunca se utilizaba—. En algunos trechos, el camino queda invisible. Los troncos se han podrido.

Ahora, en lugar de marchar de uno en uno, los expedicionarios se colocaron en fila de a dos. De pronto, Pam que iba detrás de sus padres, preguntó:

—¿Qué es eso tan raro que veo entre las hierbas?

Todos fueron deteniéndose, y Chuck avanzó desde detrás, para ver qué era lo que Pam señalaba.

—Pero si parece… ¡Per Don Tiburcio, si es eso! —gritó.

—¿Qué es? —preguntaron los demás.

Chuck desmontó y se abrió camino entre la maleza.

—¡Es una furgoneta de caballos, abandonada! —anunció.

Los demás desmontaron también, para agolparse en torno al vehículo que Pam había descubierto. La señora Hollister comentó:

—¡Si parece aquella con la que nos cruzamos en el camino!

—Vamos a mirar la portezuela trasera —propuso Pete, nerviosísimo—. ¡Zambomba, está rota!

—¡Y le falta una astilla! —añadió Pam—. Debe de ser ésta la furgoneta en la que se llevaron a «Princesa».

El coronel fue el último en llegar allí. Al ver la furgoneta gritó:

—¡Es mía! Es la furgoneta que se llevaron de mi rancho cuando robaron a «Princesa».

—¡Canastos! Estamos sobre la pista. Esos hombres estarán por aquí —dijo Ricky.

—Es indudable que han hecho un buen trabajo en lo que se refiere a ocultar las pruebas —comentó el señor Hollister.

—¿Qué quiere hacer con esa furgoneta? —preguntó Pete al coronel.

—Dejarla aquí hasta que regresemos. Por lo que se refiere a ese Sam, creo que corre serio peligro, por estar tan cerca de esos ladrones.

Tras volver por el sendero de troncos, todos montaron de nuevo y siguieron el viaje. No habían recorrido mucho trecho cuando el caballo de la señora Hollister retrocedió de un salto y luego se desvió a un lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó Chuck.

—Una serpiente de agua acaba de cruzar por delante de mi caballo —dijo la señora Hollister, estremeciéndose.

Para entonces, la serpiente ya había desaparecido en el pantano. Pero cuando quiso guiar a su yegua hasta el sendero, la señora Hollister se encontró con que el animal tenía las patas hundidas en el lodo. ¡Se hallaba en una ciénaga!

—¿Qué haré? —exclamó la señora Hollister, con desaliento.

Aunque no habían tenido tiempo los hombres de desmontar, Pete, Ricky y Graham estuvieron junto a ella, preparados a ayudarla. Graham calmó al enloquecido caballo, mientras Pete y su hermano ayudaron a su madre a bajar al suelo seco.

Para entonces ya Chuck había sacado un lazo que arrojó, y con él rodeó el cuerpo del caballo. Luego, entre él y Dan tiraron del animal y le ayudaron a volver al sendero.

—Ha sido una suerte que el caballo no te arrojase fuera de la silla —dijo Ruth, mientras la señora Hollister volvía a montar.

—¡Carambola! Esto ya ha sido una aventura —dijo el pecoso.

—Estoy deseando encontrar a Sam y a «Princesa» —comentó Pam, preocupada, mientras avanzaba hacia el centro del pantano.

—Si están aquí, les encontraremos —dijo Chuck, muy convencido.

Pero ni el joven jinete, ni la hermosa jaca aparecían por parte alguna. El sol había ido descendiendo.

—Chuck, ¿no te parece que podríamos acampar pronto? —propuso el señor Hollister.

—Sí. Eso creo.

—Algo más adelante, hay un trecho de terreno alto —dijo Dan—. No estamos lejos de la Isla.

Todos detuvieron un momento a sus respectivos caballos, mientras se hacían planes. Y se acordó que, toda vez que podía suceder que no llegasen a la Isla antes de anochecido, lo mejor era acampar en aquel trecho alto que estaba cerca.

—Convendrá que no encendamos hoguera —aconsejó Ruth—. De lo contrario, delataríamos nuestra posición a esos hombres.

—Tienes razón, Ruth. Pero yo ya había previsto ese problema —dijo Chuck, sonriendo—. He traído un pequeño hornillo de campaña que no da claridad que pueda verse a distancia.

—¡Magnífico! Tendré que comprar unos cuantos de ese modelo para venderlos en el Centro Comercial —dijo el señor Hollister.

Dan condujo al grupo hasta una elevación del terreno. Poniéndose de puntillas, podían ver desde allí la Isla, pero habrían tenido que recorrer todo un largo kilómetro para llegar a ella.

Cuando todo el equipo de camping quedó desempaquetado y se desensilló a los caballos, la señora Hollister, la prima Ruth y las niñas se ocuparon de hacer la cena. Se encendió el fogoncito portátil y muy pronto olfatearon los niños el rico olorcillo de cacao caliente.

—¡Haaaamm! ¡Tengo un hambre! —exclamó Holly.

Y todos los demás asintieron, diciendo que también ellos tenían apetito. Mientras chirriaban las sabrosas hamburguesas en la parrilla, Pete inspeccionó el lugar que había elegido.

—Si quieres tener una buena vista de la Isla, ponte de pie en el caballo y mira hacia allí —sugirió Dan.

Pete hizo lo que Dan decía. Y de pronto soltó un silbidito.

—¡Dan! —dijo con voz ronca—. En la Isla parpadea una luz.

—¡Sapos y cangrejos! —gritó Dan, echando a correr hacia sus alforjas. Un momento después regresaba con los prismáticos que entregó a Pete, diciendo—: Echa un vistazo con esto a ver si distingues algo más.

Colocándose los prismáticos ante los ojos, Pete captó un claro panorama de la Isla, a la parpadeante luz.

—Desde luego es una hoguera. Veo que sube humo de ella.

Ya todos se habían reunido en torno al mayor de los Hollister. Pete dijo que le parecía ver una persona entre la maleza de la Isla.

—¡Debe de ser Sam! —exclamó Pete.

—¡Eso espero! —dijo Dan, mirando con preocupación al coronel.

Ricky empezó a dar alegres zapatetas.