VISITANTES «SORPRESA»

Los espectadores gritaron y los Hollister corrieron a la pista, al tiempo que Sue y Holly se veían lanzadas fuera del coche. Pero, por suerte, las dos fueron a aterrizar en la pila de paja. Por un momento, las dos desaparecieron de la vista pero, poco después, asomaron sus cabecitas entre las briznas amarillentas. A los dos segundos ya habían perdido el miedo.

—¡Bah! Si no estamos heridas —dijo, valerosamente, Sue, cuando sus padres y hermanos llegaron a su lado.

—No, no. Yo tampoco —aseguró Holly.

Mientras se arrastraban entre la paja, las pequeñas fueron quitando las briznas que se adherían a sus lindos trajes de época. La señora Hollister las abrazó y Ruth llegó jadeando, diciendo:

—¡Cuánto me alegra que no estéis heridas! De lo contrario no me habría perdonado el haber insistido para que participaseis en los espectáculos del Día del Pony.

El señor Hollister y Chuck examinaron los rotos arneses.

—Alguien anduvo descomponiendo esto —dijo, malhumorado, el señor Thomas, mostrando dos cortes en el cuero—. ¿Pudo hacerlo Sam?

—A lo mejor lo hizo el hombre que estuvo en el establo la otra noche —opinó Pete.

—¡Quienquiera que haya sido se merece una buena lección! —declaró Chuck, indignado.

Dan, que había salido en persecución de los desbocados caballitos, regresó con «Pat» y «Mike», que ya se habían tranquilizado. Chuck, entre tanto, había hecho una reparación momentánea en las correas rotas, y pudo enganchar de nuevo los caballos al coche. En ese momento, por el altavoz sonó la voz del presidente, diciendo:

—Mención honorífica para las hermanas Hollister, que se han presentado con una pareja de jacas.

El público aplaudió calurosamente a Holly y Sue, que volvieron a la pista e hicieron mil reverencias.

—Y ahora, el espectáculo sorpresa —dijo el presentador, despertando un murmullo ronco entre los presentes—. Pam Hollister y su jaca apalache, que baila el vals.

¡Qué asombrada quedó toda la familia! ¿De modo que ése era el secreto que había estado guardando Pam? La niña llevó a «Estrella de Polvo» hasta la tribuna de los jueces. La banda empezó a tocar un dulcísimo vals de Strauss.

Guiando los movimientos del animal con ligeras presiones, primero en el flanco izquierdo, luego en el derecho, y después un suave apretón con las rodillas, Pam ayudó a «Estrella de Polvo» a efectuar su exhibición. El hermoso caballo se balanceaba de un lado a otro al compás de la música. De vez en cuando levantaba las pezuñas delanteras en un gracioso movimiento.

—¡Es igual que un caballo de circo! —se entusiasmó Ricky—. ¿Cómo habrá aprendido Pam a hacer eso?

Cuando concluyó el número, la ovación fue enorme. «Estrella de Polvo» no cesaba de hacer reverencias. El presidente hizo subir a Pam al estrado.

—Esto exige un premio especial —dijo, ofreciéndole un trofeo: un caballito de plata, montado sobre un pie metálico.

—¡Muchas gracias! —exclamó Pam y, al mismo tiempo, «Estrella de Polvo» dobló sus patas delanteras en tierra, como si también quisiera dar las gracias al juez.

Sonó otra vez un aplauso atronador.

No bien hubo cesado el aplauso cuando los espectadores prorrumpieron en exclamaciones. En la pista acababa de aparecer una niña, con ropas de caballista, colocada de pie sobre los lomos de los dos caballitos Shetland de los Thomas. La niña avanzaba a galope tendido.

—¡Por el amor de Dios, si es Holly! —exclamó la señora Hollister, viendo flotar al viento las trenzas de su hija.

—Otra ocurrencia del diablillo de nuestra familia —dijo, riendo, el señor Hollister.

Holly se había quitado el traje de época, quedando con la ropa de montar que llevaba debajo. Cuando pasó cerca de su familia, todos los Hollister la vitorearon y aplaudieron.

Pam, que todavía montaba a «Estrella de Polvo», y Pete, habían quedado algo distanciados de los demás.

—Cuando Holly acabe, tendremos que ayudarla a desmontar —dijo Pam, bajando de la jaca, a la que pidió con ternura que se estuviera quieta.

Entonces, ella y Pete corrieron hacia Holly, que había reducido la marcha de «Pat» y «Mike». Pero la pequeña no necesitaba ayuda alguna. Saltando ágilmente, Holly bajó a tierra y corrió hasta sus hermanos, riendo.

—Ha sido precioso, Holly —afirmó Pam.

—Dan me enseñó a hacerlo —repuso Holly con una risilla traviesa—. Y a ti, Pam, ¿quién te enseñó a bailar el vals con «Estrella de Polvo»?

—Nadie. Sucedió que un día, mientras yo estaba tarareando, ella empezó a moverse como si bailara. Y se me ocurrió probar. Supongo que su dueño le había enseñado a hacer algo así.

De repente, Holly dio un grito, al tiempo que extendía un brazo, señalando:

—¡Mirad! ¡Se llevan a «Estrella de Polvo»!

—¡Es Sam Dulow! —gritó Pete, echando a correr tras el chico, mientras Sam saltaba a la montura de «Estrella de Polvo»—. ¡Espera!

Pero ya era demasiado tarde. Antes de que nadie hubiera acabado de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Sam presionó los ijares del caballo con sus tacones y el animal se alejó de la pista de competición.

—¡Ha robado a «Estrella de Polvo»! —gritó Pam con desespero.

A los pocos segundos, Sam y montura habían desaparecido de la vista. Pete y Dan saltaron a sus caballos y salieron tras el chico. Chuck, que lo había visto todo desde alguna distancia, siguió a los muchachos. Antes de dos minutos, Sam se perdía en un espeso bosque.

—Será mejor que no nos internemos allí —opinó Chuck—. Es peligroso cabalgar por el bosque. Nuestros caballos podrían romperse una pata. Sam no hará correr demasiado a la jaca, pero si sabe que le perseguimos, puede forzarla.

Los dos muchachos obedecieron, aunque consideraban que Sam no debía salirse con la suya.

—No creo que cause ningún perjuicio con esto —reflexionó Chuck—. Sam hace estas tonterías porque se deja llevar por su excesivo amor a los caballos. Iremos a la granja donde vive y recogeremos la jaca.

Cuando, unos minutos más tarde, repetía aquellas palabras a su esposa, ella contestó:

—Primero volveremos a nuestro rancho, para comer. De todos modos, queda de paso.

—Dios quiera que Sam no le haya hecho ningún daño al pobre animal —murmuró Pam, preocupada, mientras regresaban a casa.

—Estoy segura de que no —replicó Ruth—. Aunque se porta de un modo raro con la gente, Sam suele ser afectuoso con los caballos.

Cuando el grupo de jinetes llegó al rancho, quedó sorprendido al encontrarse con un desconocido y un muchacho que esperaban juntó a su carro, delante del establo. Al aproximarse, todos los niños Hollister gritaron, con alegría:

—¡Graham Stone!

Desmontaron apresuradamente y corrieron hacia su amigo. Pete exclamó:

—¡Zambomba! Me alegro mucho de verte.

—Te estuvimos buscando por todas partes —explicó Holly.

Y Ricky preguntó:

—¿Cómo nos has encontrado?

Sin dar tiempo a que Graham contestase, Sue le cogió la mano para decirle:

—Tenemos una «surpresa» para ti.

—Y yo tengo otra para vosotros. Pero antes quiero presentarles a mi amigo, el coronel Townsend.

El hombre alto y atractivo, con ondulado cabello gris y bigote espeso, estrechó la mano de todos los Hollister, quienes le presentaron a los Thomas. Graham explicó luego que vivía y trabajaba en la granja del coronel Townsend.

—Pero, antes que nada, quiero pedir disculpas por no haber ido a su casa de Shoreham aquella noche. El abogado me entretuvo hasta muy tarde y me quedé a pasar la noche en su casa. Pero, de todos modos, debí telefonearles.

—¿Te dijo Joey Brill que no queríamos verte? —preguntó Pete.

—Lo dijo —repuso, sonriendo, Graham—. Pero no le creí.

—¿Estabas escondido en la Isla Zarzamora? —inquirió Ricky.

—No, no. ¿Eso os dijo Joey?

—Sí. Eso dijo —contestó Holly—. Oye, Graham, ¿no nos viste cuando subiste al tren?

—No, Holly. Creí oír mi nombre, pero no vi a nadie conocido y pensé que me había equivocado.

—Pedimos que el revisor te llamase por todos los vagones en la primera ciudad importante —explicó Pam a Graham.

—No fui lejos. Sólo dos estaciones después de Shoreham, para ver un caballo para el coronel Townsend. Siento haberos causado tanta preocupación. Y ahora os hablaré del coronel y de la sorpresa.

—¿Qué es? —preguntó Holly, impaciente.

—Vuestra jaca apalache parlante —dijo Graham, entre carcajadas— es propiedad del coronel Townsend.

—¡Qué! —exclamaron a coro, los niños.

—Es cierto —concordó el coronel, con un simpático acento sureño—. Se llama «Princesa». La robaron de mi rancho.

Graham explicó que el coronel y él habían estado buscando al animal por todas partes, sin encontrar la menor pista, hasta que vieron el programa de televisión.

—Entonces salimos hacia aquí lo más rápidamente posible.

El coronel sonrió al preguntar:

—Ahora, decidme, ¿cuándo aprendió «Princesa» a…?

En ese momento, Carol, que había estado jugueteando con el lazo, intentó ensartarlo en un poste. Pero le resbaló la mano y el lazo… ¡fue a caer alrededor del sombrero del coronel para quedar descansando sobre sus hombros!

Carol se puso roja como un pimiento y en seguida pidió disculpas. Sin embargo, todos los demás, incluido el coronel, se rieron.

—Habrías hecho un gran papel en la captura de los ladrones de caballos —dijo.

La pregunta que había dejado sin concluir, quedó sin contestación porque los hermanos Hollister estaban ansiosos por hablar a Graham del invento que habían encontrado dentro del caballo de balancín.

—¡Eso es estupendo! —exclamó el muchacho, después de oír las explicaciones—. Por cierto, me enteré de que mi abuelo me lo dejaba todo a mí. Pero era muy poco.

El coronel Townsend pasó un brazo sobre los hombros de Graham, diciendo:

—Eso no importa. El invento de tu abuelo me da una idea. Pero antes que nada, deseo saludar a «Princesa».

—No la tenemos aquí —murmuró Holly.

Entonces Pam tuvo que contar cómo Sam Dulow se había llevado al animal.

—Pues vamos en seguida a la granja de Dulow —apremió Graham.

—¿Qué os parece si antes yo telefoneo el padre del muchacho? —propuso el señor Hollister.

—¡Buena idea! —aplaudió Chuck, caminando hacia la casa, seguido por los otros.

Pocos minutos después el señor Hollister estaba hablando con el señor Dulow.

—Me hago cargo de que un muchacho puede tener la ocurrencia jocosa de huir con un caballo —dijo el padre de los Hollister—. Si Sam promete no volver a hacer una cosa así, no se le castigará. Iremos a buscar a «Princesa» después de comer.

El señor Hollister escuchó la respuesta del señor Dulow y, tras lo cual, frunciendo el ceño, preguntó:

—¿Eso ha hecho?

Algo más le dijeron desde el otro extremo de la línea. Al fin el señor Hollister colgó.

—¿Qué pasa, papá? —preguntó Pam, cuando su padre se volvió hacia los demás—. ¿Acaso Sam Dulow ha herido a «Princesa»?

El señor Hollister movió negativamente la cabeza.

—El muchacho de los Dulow es un verdadero problema. Por lo visto se ha presentado con «Princesa» en casa de su padre, ha metido algo de comida en las alforjas y se ha marchado sin permiso de nadie.

—¿A dónde ha ido? —preguntó Pete.

—En dirección al Gran Pantano —respondió el señor Hollister.

—¡Al Gran Pantano! —repitió Dan—. ¡Eso es mala señal!

—¡Saldremos en seguida en su persecución! —decidió Chuck, sombríamente.