Mientras tanto, en la Granja de la Colina de la Jaca, Pete y Dan estaban tumbados boca abajo en el suelo de la sala, frente al aparato de televisión. Detrás, acomodados en sillas, estaban la prima Ruth y el señor y la señora Hollister, que reían hasta retorcerse. Sue se había instalado en el regazo de su madre.
—¡Creo que es el programa más gracioso que he visto en mi vida! —declaró Ruth, entre risas.
En ese momento, el «actor» Ricky asomó su cabecita por el aparato de televisión y saludó con la mano al invisible auditorio. Inmediatamente, Sue bajó al suelo y corrió hasta la pantalla.
—Voy a dar un beso a Ricky —decidió.
Pero, cuando estuvo junto a la pantalla, se encontró con que Ricky había desaparecido y estaba besando el morro de «Estrella de Polvo».
En ese momento, el hermoso animal estaba pidiendo que su amo fuese a buscarle. A los pocos momentos el programa concluía.
Una hora más tarde, toda la familia se reunía en el exterior para acudir a saludar a las «estrellas» de televisión, como llamaba la señora Hollister al grupo. Chuck condujo el coche con el remolque hasta la puerta del establo, donde frenó. Ricky y Holly saltaron a tierra, seguidos de Carol y Pam.
—¡Ha sido más divertido! —exclamó Holly con entusiasmo—. Por poco nos atacan los ladrones, y nos quedamos parados en el ascensor, y un montón de cosas…
—Desde luego, los Hollister nos habéis traído muchas emociones —comentó Ruth, después de haberse enterado de todas las aventuras. Pero se sintió muy preocupada al pensar en los hombres enmascarados.
—¡Bah! Pudimos huir de ellos fácilmente —dijo Ricky, con gran suficiencia.
Después de comer, Dan y Carol recordaron a los Hollister que al día siguiente era la fiesta.
—Siempre sucede algo emocionante en las celebraciones del Día del Pony —profetizó Carol.
La mención del Día del Pony hizo que todos los niños corrieran al establo para acicalar a los animales. Se utilizaron almohazas (esa especie de peines para limpiar los caballos). «Estrella de Polvo» quedó más hermosa, después de que Pam la hubo cepillado. «Pat» y «Mike», los caballitos Shetland, quedaron flamantes, lo mismo que «Duke» y los demás caballos que habían de participar en la exhibición.
Después de la cena, Melinda acudió a la casita de los invitados, llevando los sombreritos antiguos que Holly y Sue llevarían haciendo juego con los trajes.
—¡Qué coquetones! —exclamó Pam, mientras ayudaba a sus hermanas a probarse todo el conjunto.
—Botones, festones, frunces… —murmuró la señora Hollister, admirativa.
—¡Y pantalones de dama antigua! —añadió Pam, contemplando a las dos pequeñas, que hacían mil extrañas piruetas para lucir su ropa.
Holly y Sue no eran las únicas que habían de lucir vestidos especiales el Día del Pony. A la mañana siguiente, los niños entraron en el cuarto de los aparejos para seleccionar su vestuario. Pam eligió una camisa de ante y chaqueta con franja dorada en las mangas y en el dobladillo de la falda. A Ricky le gustó una camisa roja de vaquero, un pañuelo verde para el cuello y chaparreras de cuero.
—¿Qué tal me sentaría esta blusa blanca? —dijo Carol, poniéndose la prenda por encima, a la altura de los hombros.
—¡Muy bien! —dijo Pam—. Y este pañuelo verde combina muy bien con ella.
Pete y Dan decidieron llevar camisas de grandes cuadros, sombreros de ala ancha y ajustados pantalones de montar.
—Esto será lo mejor para mi exhibición a caballo —dijo Dan a su primo.
Aún quedaba otra sorpresa. Cuando los niños, ataviados con sus ropas de montar salieron del establo, se encontraron con que sus padres les esperaban, vestidos con prendas de caballista.
—¡Qué guapa estás, mamá! —dijo Pam, corriendo junto a sus padres.
—Fue idea de Ruth —dijo, sonriendo, la señora Hollister—. Tengo entendido que éste es un acontecimiento que requiere ropas especiales.
—¡Monten! —ordenó Chuck.
Y todo el mundo marchó a buscar su caballo. El viejo Ben enganchó a Pat y Mike al carruaje y en él se instalaron Sue y Holly. Dan montaba a «Duke» y Pam a «Estrella de Polvo».
—¿Vas a presentar a la jaca en algún espectáculo especial? —preguntó Pete a su hermana.
Ella sonrió y repuso, tan sólo:
—Es un secreto. Ya te enterarás más tarde.
Cinco minutos después la hilera de jinetes y amazonas se ponía en marcha. Atravesaron los campos, marchando en fila de a uno, con Chuck en cabeza. Fue una cabalgada de tres millas hasta la gran pista donde todos los años se celebraba la fiesta.
Mientras se aproximaban, los Thomas y sus invitados se fueron encontrando con otros muchos jinetes y empezaron a oír el murmullo levantado por la multitud. Por fin apareció ante sus ojos el gran campo deportivo. Aunque faltaba una hora para que diese principio el espectáculo, el lugar estaba casi completamente lleno. En el centro se veía un grupo de jinetes que estaban apuntándose para tomar parte en las competiciones.
Vendedores de palomitas de maíz, helados y refrescos deambulaban por todas partes, anunciando su mercancía. Otros hombres vendían globos, molinitos y pajarillos que volaban, sujetos a unas varas. Aunque a todos los niños Hollister les habría gustado comprarse algo de aquello, no pudieron adquirirlo porque debían permanecer con sus caballos.
Cuando llegó el momento de dar principio al espectáculo, un hombre alto con sombrero de copa y chaquetilla roja, con largos faldones, salió a la pista e hizo sonar un cuerno de caza. Esto llamó la atención de todo el mundo. Una orquesta empezó a tocar y todos entonaron «Barras y Estrellas». Al concluir la última estrofa, dieron principio los festejos del día. Primero hubo un desfile con todos los participantes; luego, salieron a la pista los chicos de doce años en adelante, que debían hacer demostraciones de equilibrismo. Dan recibió grandes aplausos, cuando dio un salto mortal desde el lomo de su caballo, avanzando por los aires para seguir la carrera del caballo, y volver a caer sentado sobre el animal. Fue el ganador del concurso.
A continuación se hizo el concurso de lanzamiento del lazo. Ricky y Carol cabalgaron uno junto a la otra, haciendo girar los lazos en sus manos. Otro chico que supo permanecer en su montura, haciendo girar el lazo por encima del caballo y de su cabeza, fue el triunfador. Ricky y Carol recibieron el segundo premio.
Cuando la carrera de caballos cruzados estaba a punto de empezar, Dan cedió su montura a Pete.
—A ver si sacas mucho provecho de él, Pete —dijo Dan, palmeando al caballo.
En ese momento, miró hacia el graderío. Allí había un muchacho que les miraba fijamente. Se trataba de Sam Dulow.
—Me parece que se siente solitario —comentó Pete, conmiserativo.
—Seguro que sí —asintió Dan—. Espero que acabe pudiendo comprarse un caballo para participar en estas competiciones.
Cuando Sam se dio cuenta de que los dos muchachitos le miraban, dio media vuelta y desapareció entre la multitud.
—¡Monta! —apremió Dan a Pete—. Está a punto de empezar.
Los caballos se alinearon, piafando inquietos, en espera de poder iniciar la carrera. De repente, se oyó un grito:
—¡En marcha!
Con un estruendo, los cascos de los caballos emprendieron la carrera.
Pete se sujetó con fuerza, mientras «Duke» galopaba. A los pocos segundos los caballos que corrían a uno y otro lado desaparecieron de la vista de Pete, porque empezaron a rezagarse. ¡Pete iba ahora en cabeza de los competidores!
Los gritos de los espectadores resonaron en los oídos del mayor de los hermanos Hollister. Pete pasó la cinta de la meta, sobre la silla del velocísimo y casi volador «Duke».
—¡Es el caballo más rápido de la región! —dijo el presidente de la Asociación Hípica, al entregar a Pete una copa de plata.
—Creo que sí. Muchas gracias —replicó Pete.
Era digno de ver lo orgulloso y feliz que estaba el chico.
Llegó el turno de los trajes de época. ¡Qué gran hilera de pequeños concursantes se presentó a esto! Se veía a un gaucho argentino, el equivalente al vaquero del Oeste; un indio con la pintura de guerra, montado a caballo; dos lindos caballitos galeses, tirando de un coche en miniatura, en el que se sentaba una dama antigua…
—Es una exhibición muy simpática —dijo Pete, que iba a caballo al lado de Pam.
—Sí. Y ¿verdad que Holly y Sue están bonitas? —observó la niña, cuando las pequeñitas pasaron cerca, acomodadas en el coche tirado por «Pat» y «Mike».
Las dos damitas antiguas, Sue y Holly, saludaron alegremente con la mano, mientras recorrían la pista. Estaban pasando ante el graderío, cuando, de repente, Sam Dulow saltó a la pista y azotó el flanco de «Mike». Sorprendido, el animal se precipitó hacia delante, haciendo que Holly perdiera el equilibrio y soltase las riendas. Los asustados caballitos corrieron, enloquecidos.
—¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Que se aparte todo el mundo! ¡Hay que dominar a esos animales desbocados! —gritaron los espectadores, y la gente se alejó atropelladamente del paso de los aterrados caballos.
Las pequeñas se asieron con fuerza a ambos lados del coche, que se bamboleaba peligrosamente. Luego, de modo inesperado, los enganches se rompieron y cayeron las varas. Los dos caballitos se alejaron a la carrera.
Holly abrazó con fuerza a su hermana menor y cerró los ojos. No sabía lo que había de suceder. El cochecito se detuvo bruscamente junto a una pila de heno.
Sue y Holly saltaron por los aires.