Todos se echaron a reír a carcajadas al imaginarse a «Estrella de Polvo» apareciendo por televisión en Central City. Cada uno de los presentes se volvió a mirar a Ricky y Holly que habían sido quienes comprometieran al animal para el acontecimiento.
—Pero, vamos a ver. ¿Por qué habéis hecho eso? —preguntó la señora Hollister, atónita.
—Queremos encontrar al dueño de la jaca —dijo Ricky—. Ésa es una buena manera de encontrarle.
—Además, es un caballo parlante —declaró Holly, muy seria— ya todos los niños les gustará oírle.
—¿Traerán las cámaras de televisión a nuestro rancho? —quiso saber Carol.
—No. Dijimos que llevaríamos a «Estrella de Polvo» a la emisora —contestó Ricky—. Claro que primero tenemos que consultar a Chuck, porque él tendrá que ir con nosotros. ¿Irás, Chuck?
Chuck no cesaba de reír.
—Claro que sí —dijo—. Supongo que habréis llamado al programa «Exhibición Caballuna Hollister».
—Y también «Payasada Thomas» —añadió Ruth, con una sonrisa.
Holly y Ricky contaron cómo habían telefoneado a la emisora de televisión, explicando toda la historia sobre el extraviado caballo apalache, El que contestó al teléfono se mostró muy interesado y pidió que la llevasen. Si realmente el animal era un buen artista se le dedicaría un espacio «en el aire».
—Y nosotros también vamos a salir por televisión —anunció Ricky, muy orgulloso— en el programa «Sea Bueno con los Animales».
—Bien. Creo que lo mejor será que Chuck esté con vosotros en todo momento, durante el programa —dijo Ruth, que parecía preocupada.
—Sí —concordó Dan—. Y convendrá que salgáis muy temprano hacia la emisora de Central City. Está a unas veinte millas de aquí.
—¿Podemos ir Carol y yo? —preguntó Pam.
—¡Claro que sí! —repuso resueltamente, Ricky.
Y Chuck asintió. Luego, para que todos se tranquilizasen, dijo que había hablado personalmente con el realizador del programa para asegurarle que no era ninguna superchería. La jaca realmente hablaba.
Más tarde, Chuck y los niños fueron al establo para preparar a «Estrella de Polvo» para el gran acontecimiento. Chuck explicó al animal lo que iba a suceder y en respuesta se oyeron estas palabras:
—Me parece muy bien. Gracias, Ricky y Holly. Me comportaré lo mejor que pueda en televisión.
—¿Veis? Está muy contenta de hacer una exhibición por la «tele» —dijo Ricky con gran alegría.
¡Cuántas veces se peinó y cepilló al animal, a lo largo de la tarde! Al oscurecer, Pam marchó con la jaca a hacer prácticas a un lugar donde nadie podía verla.
A la mañana siguiente, muy temprano, el caballo volvía a estar cepillado y peinado. Chuck enganchó una furgoneta a la parte posterior de su coche y dio marcha atrás, con objeto de dejarlo ante la puerta del establo.
«Estrella de Polvo» fue conducida por Pam desde su pesebre a una rampa que subía hasta la furgoneta. Al principio, el animal relinchó e intentó retroceder, Pero Pam le habló con dulzura, diciendo:
—No te preocupes. Sólo te llevamos a que hagas felices a muchos niños.
Tranquilizada por el tono de la cariñosa Pam, la jaca se acomodó en la furgoneta, cuya portezuela quedó cerrada en seguida.
—Vamos —llamó Chuck—. Subid todos. ¡En marcha!
Pete y Dan hicieron un guiño a Chuck, quien ya había puesto en marcha el coche.
—Todos estaremos pegados delante del televisor, papá —dijo Dan, sonriendo—. Espero que «Estrella de Polvo» no se olvide de hablar cuando esté delante de las cámaras.
—Estoy seguro de que no se olvidará —dijo el padre, entre carcajadas.
Chuck Thomas se despidió, sacudiendo la mano. Por el camino, Carol explicó a los Hollister que, para llegar a la carretera central que llevaba a Central City, debían antes recorrer un camino angosto que atravesaba el Gran Pantano.
—Es un poco misterioso aquel trecho —añadió Carol.
—Se lo parece a ella, sólo por las historias que ha oído contar —aclaró Chuck—. Durante la Guerra Civil algunos soldados enemigos estuvieron ocultos en el Pantano largo tiempo, antes de ser descubiertos.
—En el Gran Pantano fue donde el señor Jessup vio la furgoneta para caballos —recordó Ricky, a quien luego se le ocurrió que tal vez los hombres del vehículo estuvieron buscando un rincón del pantano en donde esconderse.
—¡Oooh! —exclamaron a un tiempo Pam y Carol, al oír al pecoso.
Pero Chuck les aconsejó que no se preocuparan.
—El pantano no ha sido utilizado como escondite desde hace años.
Continuamente se volvían los niños a mirar a «Estrella de Polvo», para asegurarse de que estaba bien. Pronto descendieron por la falda de una montaña y embocaron el camino del pantano. A uno y otro lado crecían altas eneas y el terreno era lodoso. Se oía el croar de ranas y el graznido de patos.
—Será difícil que por aquí pasen dos coches a la vez, ¿verdad, Chuck? —preguntó Ricky.
—Sí. Pero hay varios apartaderos para evitar problemas. Hay uno en frente de nosotros, en una curva del camino.
Avanzaban lentamente por la curva, cuando Chuck y sus acompañantes prorrumpieron en una exclamación de sorpresa. ¡Una barricada de madera atravesaba el camino!
Mientras el coche de los Thomas se aproximaba, dos hombres, con el rostro oculto por pañuelos, aparecieron, haciendo señas a Chuck para que se detuviera. Holly y Carol chillaron, asustadas.
—¡Cielo santo! ¿Qué haremos? —se lamentó Pam.
—¡Pasa a toda prisa, para atravesar la barricada, Chuck! —aconsejó Ricky, a quien le castañeteaban los dientes.
—No creo que sea preciso —replicó Chuck—. ¡Tendré que enseñar a esos individuos un par de cosas!
La barricada estaba colocada en el principio del apartadero y Chuck, al aproximarse, viró bruscamente a la derecha.
—¡Cuidado! ¡Vamos a ir a parar al pantano! —gritó Carol.
Pero su padre condujo con tal pericia que las ruedas del lado derecho se deslizaron continuamente sobre el camino. Coche y remolque pasaron tranquilamente por el costado de la barricada. Al ver aquello, los dos hombres gritaron, ordenando a Chuck que se detuviera, y uno de ellos se cogió, como pudo, a la portezuela del remolque.
—¡Estupendo, Chuck! —aplaudió Ricky, viendo lo que estaba sucediendo.
El primo Chuck emprendió una rápida marcha y el hombre de la portezuela cayó al camino.
—Nos hemos librado de ellos —exclamó Pam, con un suspiro de alivio.
Chuck sonreía alegremente. Sin embargo, no dijo nada, para no distraer su atención de llevar una rápida marcha, hasta que hubieron recorrido un buen trecho. Luego, volvió a reducir la velocidad.
—Querían quitarnos a «Estrella de Polvo» —declaró Ricky.
Chuck opinaba lo mismo que el pequeño.
—Pero hemos tenido suerte —dijo—. Si esa barricada hubiera estado en otra parte, habría sido fácil que nos quedáramos sin la jaca.
Los niños miraron atrás repetidamente, pero nadie les seguía. Media hora más tarde llegaban a Central City. Chuck condujo directamente al cuartel de la policía e informó de lo sucedido. El capitán que estaba de guardia prometió enviar inmediatamente dos hombres al camino del Gran Pantano para buscar a los enmascarados.
Mientras tanto, Pam había ido a preguntar a un transeúnte dónde se encontraba la emisora de televisión y el hombre señaló un alto edificio a poca distancia de allí. Cuando el coche y su remolque se detuvieron ante la puerta, una multitud de curiosos se aproximó.
—¿Ésta es la jaca que habla? —preguntó un chico, mientras los niños bajaban del coche.
—Claro que sí —contestó Ricky, muy orondo.
—Déjale que hable con nosotros —pidió el chico.
—Id a conectar vuestro televisor —aconsejó «Estrella de Polvo», que ya no volvió a pronunciar una palabra.
Los curiosos estuvieron mirando hasta que Chuck sacó a «Estrella de Polvo» del remolque. Entonces todos corrieron a sus casas para no perderse el programa de televisión.
Un recepcionista apareció en la puerta principal de la emisora. Chuck se presentó a sí mismo y a los niños y preguntó:
—¿Cómo meteremos a este animal en el estudio?
—Por aquí —repuso el hombre, abriendo la marcha por un callejón lateral—. Le subiremos en el montacargas. Los estudios están en el piso onceavo.
El hombre opinó que cabrían todos en el montacargas, por lo que los niños siguieron a Chuck y a «Estrella de Polvo» a la parte posterior del edificio.
¡Clip, clop, clip, clop! El hermoso caballo fue conducido por una rampa hasta la puerta posterior del edificio. Un gran montacargas, con los laterales almohadillados, les aguardaba. «Estrella de Polvo», seguida de los niños, entró en él.
El ascensorista sonrió y dijo:
—No creí que fuera posible. Un caballo parlante… Ahora lo veo con mis propios ojos.
Pam contuvo la risa y Chuck le hizo un guiño, mientras el montacargas se ponía en marcha. Había ascendido cuatro pisos cuando, de repente, la luz se apagó y el montacargas se detuvo.
—¿Qué ha pasado? —gritó Ricky.
—Todos tranquilos —aconsejó el ascensorista—. Creo que hemos fundido un plomo.
—Déjame salir de aquí —suplicó Carol, llorosa, tirando de la mano de su padre.
—Me temo que estamos entre dos pisos, hija —repuso Chuck—. Pero no hay por qué preocuparse. Pronto saldremos de aquí.
El ascensorista golpeó la puerta para llamar la atención, pero no respondió nadie al aviso.
—¡No podremos hacer el programa! —lloriqueó Holly, con desespero.
Todos prorrumpieron en voces, pero siguieron sin obtener respuesta.
—¡Por todos los sapos del mundo! —exclamó Chuck—. ¡No podemos pasarnos aquí el día entero!
—¡Claro que no! —concordó «Estrella de Polvo»—. Yo necesito avena.
Todos se echaron a reír y entonces, desde arriba, una voz preguntó:
—¿Qué ocurre ahí?
—Nos hemos quedado inmovilizados —gritó el ascensorista—. Tenga la bondad de decirle al vigilante que localice la avería.
Unos momentos más tarde, un hombre gritaba por el hueco del montacargas:
—Llevas demasiado peso. Se ha fundido un fusible. Pero lo arreglaremos en un minuto.
Durante aquel tiempo, «Estrella de Polvo» permaneció calmada, gracias a las caricias que Pam le hacía en el morro.
—Eres la jaca más buenísima del mundo —le dijo Holly.
De pronto, la luz volvió a encenderse y el montacargas reanudó la marcha. Cuando llegó al piso decimoprimero, el ascensorista abrió la puerta. Pam condujo a la jaca fuera del montacargas.
—Por aquí. ¡De prisa! —dijo un hombre—. Es casi la hora de estar en el aire.
El hombre les condujo hasta un estudio, que había sido alfombrado con una tarlatana. La jaca caminó sobre ella hasta las dos cámaras, mientras el director y los demás empleados la rodeaban.
Chuck cuchicheó algo al presentador, quien asintió, inclinando la cabeza. Luego dijo:
—Ésta es la primera jaca que hemos tenido nunca en televisión. ¿Quieres colocarte a su derecha? —pidió a Pam.
Después que «Estrella de Polvo» estuvo colocada exactamente donde el director deseaba, las cámaras le enfocaron el morro.
—Ahora vosotros dos, niños, quedaos aquí. Nuestro programa empezará dentro de cinco minutos. No hay tiempo para ensayar.
—¿Quién va a hacer las preguntas al caballo? —preguntó el presentador.
Después de celebrar una breve conferencia se decidió que Pam se encargaría de las preguntas.
—Muy bien —dijo Chuck—. Lo mejor será que yo me quede junto a vosotros y sujete a «Estrella de Polvo» para que no se mueva.
Los. Hollister y sus amigos no tuvieron que esperar mucho rato. A los pocos minutos el presentador levantó una mano y se encendió una luz roja. El presentador miró directamente a las cámaras.
—Hoy, en nuestro programa sobre animales, tenemos una jaca apalache que habla.
A continuación presentó a Chuck y a todos los niños, explicando que se habían quedado estancados en el ascensor. Luego, el presentador se volvió a Pam para preguntar:
—¿Está preparada «Estrella de Polvo» para responder a algunas preguntas?
—Lo está. —Pam empezó por preguntar a la jaca su nombre y obtuvo una pronta respuesta. Tras esto, la niña añadió—: «Estrella de Polvo», hoy has tenido una aventura, al venir hacia aquí. ¿Con quién te has tropezado en el camino?
—¡Con unos bandidos!
—¿De qué intentaban apoderarse?
—De mí.
—¿Estás segura? —preguntó Pam.
Como respuesta, «Estrella de Polvo» sacudió vigorosamente la cabeza de arriba abajo, con lo que todos los presentes en el estudio se echaron a reír.
—¿Qué es lo que más te gustaría en el mundo? —preguntó Pam.
—Quiero volver a casa —se oyó responder.
—¿Dónde vives? —inquirió Pam.
—No me acuerdo —repuso «Estrella de Polvo»—. ¿Querrá mi amo venir aquí a buscarme?