Después de amenazarles de aquel modo, Sam Dulow se alejó camino abajo. Ricky y Dan espolearon a sus monturas y continuaron en dirección a la Granja de la Colina de la Jaca.
—¿Podrán hacernos algo malo esos amigos de Sam? —preguntó Ricky, un poco asustado.
—No lo creo. Deben de ser bravatas de Sam, porque no me parece que tenga muchos amigos.
—A lo mejor por eso está siempre tan furioso —razonó el pecoso.
Dan movió la cabeza, asintiendo.
—Mi madre cree que Sam es un pobre chico que se siente solo, pero tiene demasiado orgullo para confesarlo. Y, además, hay otra cosa. A Sam le entusiasman los caballos, lo mismo que a todos los que vivimos por aquí. Siempre habla de que va a tener uno, pero nunca lo tiene. ¿Te has fijado en lo bien que montaba a «Duke»?
—Sí, pero eso no tiene que ver para que quisiera dejarme sin caballo —rezongó el pequeño—. ¿Por qué no tiene un caballo suyo?
Dan contestó que sus padres no podían permitirse el lujo de comprarle uno.
Cuando Dan y Ricky llegaron al rancho, los demás niños ya estaban allí. Ninguno había podido conseguir una sola pista sobre la furgoneta de caballos y estuvieron muy interesados al saber que los recién llegados habían averiguado que la furgoneta no llevaba matrícula de aquel estado.
El señor Thomas fue inmediatamente al teléfono para hablar con la policía del estado y pedir que estuvieran pendientes de cualquier furgoneta de caballos que pudieran ver, con matrícula de otro estado. También habló al capitán sobre la pista relativa a la astilla que «Estrella de Polvo» tenía clavada en un flanco. Una vez que el oficial prometió mantener vigilancia, Chuck colgó y volvió al establo. Explicó lo que había hablado con la policía y después cambió de tema.
—No falta más que una semana para la celebración del Día del Pony —dijo a sus invitados—. Creo que vosotros, los niños Hollister, deberíais participar en las celebraciones.
—¡Qué bien! —palmoteo Sue.
—A mí me gustaría montar a «Estrella de Polvo» —dijo, entusiasmada, Pam—. La prima Ruth opina que mañana ya se podrá ensillar. Entonces podría practicar.
Durante los días siguientes, los Hollister hicieron poca cosa, aparte de practicar para las fiestas del Día del Pony. Y llegaron a olvidarse casi por completo de la amenaza de Sam Dulow y de la furgoneta de caballos vacía.
Pete y Dan pasaron muchas horas ensayando equilibrios hechos a caballo. Dan enseñó a su primo a mantenerse de pie sobre la montura, mientras marchaba a galope. Y Chuck ayudó a Pete a ensayar el mejor modo de inclinarse por un lado de la montura para recoger un pañuelo del suelo, sin que el animal interrumpiera su carrera.
Entre tanto, Carol y Ricky preparaban una exhibición de echar el lazo. Los dos niños se pasaban largo rato haciendo girar unos lazos, que primero formaban una curva pequeña, la cual iba luego aumentando hasta ser lo bastante grande para que cada uno de ellos saltase de uno a otro lado de su circunferencia.
—¡Es maravilloso! —aplaudió Pam, admirada.
Sue y Holly decidieron participar en el concurso de trajes de época. Melinda estuvo yendo a la casa de los Thomas todos los días para ayudar a la señora Hollister a confeccionar unos alegres vestidos del siglo diecinueve. Por fin, estuvieron preparados para la prueba. Cuando Holly y Sue se colocaron delante del espejo, los ojos castaños de Melinda chispearon alegremente, mientras ajustaba los pliegues de uno de los elegantes trajes.
—Las dos vais a estar lindísimas —declaró—. ¿Iréis montadas a caballo?
—No —contestó Holly a Melinda—. Iremos en un carruaje.
—«Pat» y «Mike» tirarán del coche —añadió Sue.
—¡Qué bonito será! —exclamó Melinda, que en ese momento levantaba la aguja hacia la luz, para enhebrarla—. Las dos con jacas y vestidos haciendo juego… Apuesto algo a que ganáis un premio —añadió al oído de las dos hermanas.
Mientras Melinda y la señora Hollister continuaban cosiendo, las dos pequeñas se entretuvieron jugando con los retales de la tela. Holly confeccionó un gracioso perrito de trapo. Sue anudó varias diminutas corbatas que pensaba reservar para los vestidos de sus muñecas.
Media hora más tarde Ricky entró a toda prisa en la habitación.
—¡Hola a todo el mundo! —dijo a gritos. Y cuando todas contestaron a su saludo, el chiquillo miró a Holly para decir—. Ven conmigo. Tengo que enseñarte una cosa.
—Vamos —dijo Holly, a quien Sue siguió apresuradamente.
—¿Qué pasa? —preguntó la chiquitina, con la esperanza de que se tratase de otro caballo que hubiera entrado en el rancho.
—Quiero hacer un experimento sin que lo sepan los demás —explicó—. Si sale bien, tengo una idea estupendísima.
—¡Dinos en seguida qué es! —exigió Holly, emocionada.
Por toda contestación, Ricky llevó a sus hermanas al establo, y hasta el lugar en que habían instalado al caballo apalache. Todo estaba silencioso. Sólo se oía, de vez en cuando, relinchar algún caballo.
—No estoy seguro sobre eso de «Estrella de Polvo» —murmuró Ricky, acercándose más al pesebre.
—¿Está herida, otra vez? —preguntó Sue, angustiada.
—No es eso. Sólo necesito asegurarme de que habla de verdad. Nunca he oído hablar a otro caballo. Ni siquiera a los que tienen los artistas de cine.
Holly movió de arriba abajo la cabeza. Estaba de acuerdo con su hermano.
—Yo también he estado pensando en eso. Hay que hacerle algunas preguntas a «Estrella de Polvo». Aquí no hay nadie que pueda contestar por ella.
—Yo empezaré —se ofreció Sue, deseosa de hacer la prueba. Acarició al animal y después de reflexionar unos momentos, preguntó—: ¿Cuál es tu color favorito, «Estrella de Polvo»?
Después de relinchar sonoramente, el animal dijo:
—El rosa, como la cinta que llevas en el pelo, Sue.
Los tres hermanos quedaron perplejos.
—¡Sí habla! ¡Sí habla! —gritó Holly, mientras Sue palmoteaba con entusiasmo.
—¿De dónde eres? —preguntó Ricky al animal.
«Estrella de Polvo» piafó repetidamente y al fin, con una vocecilla extrañamente risueña, dijo:
—Eso es un secreto.
Los Hollister habrían seguido preguntando al animal otras muchas cosas, pero en aquel instante sonó el gong que anunciaba la hora de la cena. Salieron a toda prisa del establo y, mientras se dirigían a la casa de los Thomas, no cesaron de hablar de la prodigiosa jaca.
—No cabe duda de que habla —declaró con suficiencia Ricky, que, a continuación, puso a sus hermanas al corriente de un plan misterioso.
Ya estaban todos sentados a la mesa cuando Pete preguntó:
—Pam, ¿tú qué vas a hacer el Día del Pony?
Pam soltó una risilla.
—Tengo una sorpresa —dijo, haciendo un guiño a la prima Ruth.
—¿Qué es? —insistió Pete—. Te he visto esta tarde ir a entrenarte en secreto con «Estrella de Polvo». Anda, dinos qué es, Pam.
—No lo diré hasta el Día del Pony —replicó Pam, con mucho misterio.
—Si encontrásemos al propietario de «Estrella de Polvo», quizá no podrías montar al animal ese día —dijo Dan.
—No digas eso. Dios quiera que pueda daros la sorpresa.
A pesar de todo, Pam no dijo de qué se trataba.
La señora Hollister preguntó si se había adelantado algo en las pesquisas sobre el propietario de «Estrella de Polvo». Chuck contestó que la policía no había encontrado ninguna pista.
—Pero más pronto o más tarde, averiguaremos algo —añadió—. El propietario de un animal tan magnífico no se resignará a perderlo sin hacer gestiones.
—Yo sigo pensando que pudo haber sido robado por los hombres que iban en aquella furgoneta tan veloz —declaró Pete y todos estuvieron de acuerdo con él.
A todo esto, Rick y Holly habían estado extrañamente silenciosos y, una vez, Holly miró de reojo a Ricky y dejó escapar una risilla.
—¿Qué os traéis entre manos? —preguntó Pete.
Holly se sonrió y repuso:
—Ya te enterarás.
Luego, ella y Ricky siguieron mirándose y riendo de tal manera, que su madre tuvo que recordarles que era de poca educación hacer tal cosa en la mesa, delante de los demás.
—Al parecer, aquí todo el mundo tiene secretos —rió el señor Hollister—. Creo que yo también voy a tener que buscarme uno.
Holly, temiendo que su padre estuviera resentido y triste por no poder presumir de tener un secreto, se apresuró a decir:
—Ya verás cómo en seguida encuentras uno, papá.
Los niños, que estaban agotados por la agitación de aquel día, se acostaron temprano. «Zip», también cansado de perseguir animales por los campos y bosques, se acostó en el suelo, a los pies de la cama de Pete. De vez en cuando, el hermoso perro levantaba la cabeza y erguía las orejas, como si oyese ruidos inquietantes.
—¿Qué te ocurre, amigo? —le preguntó Pete.
Pero, al fin, el perro se tranquilizó, y Pete acabó durmiéndose. Algo más tarde, «Zip» empezó a ladrar con gran insistencia. En medio de los ladridos pudieron oírse ruidos en el establo. Un instante después, toda la familia Hollister, excepto Sue, estaba despierta y en movimiento. Poniéndose apresuradamente batas y zapatillas, todos salieron a averiguar qué ocurría.
El alboroto despertó también a los primos. Se encendió el gran farol que pendía sobre la puerta principal y un gran espacio de terreno quedó bañado en luz. En aquel mismo instante, alguien salió corriendo por la puerta trasera del establo y corrió entre las sombras de los edificios.
—¡Atrápale, «Zip»! —gritó Pete y al momento el perro se lanzó en persecución del intruso.
Un segundo después, todos pudieron oír el sonido de cascos de caballo y vieron que un caballo y su jinete saltando la cerca por detrás de la cuadra. Desapareció a campo atraviesa, despistando al fiel perro pastor. Cinco minutos después regresaba «Zip», jadeando.
—¡Hay que ver! —se lamentaba Ruth una y otra vez—. ¡Alguien intentaba robar nuestros caballos!
—Puede que vinieran buscando a «Estrella de Polvo» —dijo Pam—. Es un caballo de valor y puede haberse corrido la voz de que está en este rancho.
—¿Os parece que puede haber sido Sam Dulow? —preguntó Ricky, recordando la amenaza del chico malhumorado.
—Desde donde yo estaba, el jinete no me pareció que fuese Sam Dulow —dijo Carol, perpleja.
—¡La policía tendrá noticia de esto! —afirmó Chuck, indignado, y entró en la casa para telefonear al cuartelillo.
Para más seguridad, Pete y Dan suplicaron a sus padres que les permitieran dormir en el establo con «Zip», por si al intruso se le ocurría volver. Chuck Thomas dijo que dudaba que aquella persona volviera tan pronto.
—Sin embargo, si a ambos os interesa ser guardianes hoy, por mí no hay inconveniente. ¿Qué piensas tú, John?
El señor Hollister dio su consentimiento y los dos chicos extendieron unas mantas sobre la paja de un pesebre vacío, cerca de «Estrella de Polvo». «Zip» se acurrucó entre Pete y Dan, pero la noche transcurrió sin nuevas alarmas.
Cuando las dos familias se reunieron para desayunar, se habló mucho sobre quién podía ser el intruso de la pasada noche. Unos pensaban que debía ser una persona de la región; otros que era alguien llegado de lejos.
—He llamado a la policía esta mañana, pero no han encontrado la menor pista de nuestro visitante —dijo Chuck.
En ese momento, entró el anciano Ben con el correo y un ejemplar del «Heraldo de la Ciudad», un periódico que llegaba diariamente al buzón de los Thomas.
Chuck pidió permiso a todos para leer las cartas y los titulares del periódico. Unos momentos después, al leer un pie de página, exclamaba:
—¡No es posible! ¡Mirad esto!
Chuck lo dio a leer, primero a Ricky, luego a Holly, antes de decir en voz alta:
—Una jaca hablará por televisión.
—¡Quéee! —exclamaron los otros.
—Eso no es más que el principio —dijo Chuck—. Escuchad esto: «Una jaca apalache, parlante, de la granja del señor Charles Thomas y esposa, se presentará en la emisora local de TV mañana por la mañana».
Los mayores contuvieron la respiración, guardando un absoluto silencio.
—¡Dios mío! —exclamó Ruth—. ¿Quién ha hecho esto?
—Lo hicimos nosotros —anunciaron, a un tiempo, Ricky y Holly, rebosando orgullo por los cuatro costados.