LANZADORES DE LAZO

Mientras Pete echaba a correr hacia el caballo, Holly dio un grito de sorpresa y cayó de espaldas. Pero quedó sentada sobre la mullida hierba. Mientras Pete y Pam ayudaban a su hermana a levantarse, Dan dio un penetrante silbido.

«Duke» se detuvo en seco, dio media vuelta y, al trote, volvió junto a su amo.

—No debiste ponerte en marcha tan de prisa —reprendió Dan al caballo—. ¡Holly no está acostumbrada a los rayos de cuatro patas!

«Duke» inclinó la cabeza y escarbó en el suelo, mientras Carol añadía:

—¿No estás avergonzado?

El caballo movió repetidamente la testuz de arriba abajo, con tanta gracia que Holly, olvidando el golpe que se había dado, se echó a reír.

—La verdad es que fue culpa mía, por no escuchar lo que Carol estaba diciéndome. Además, no sujeté las riendas con fuerza —confesó Holly, al tiempo que palmeaba la cabeza del animal.

—Vuelve a montar a «Duke», Holly —invitó Carol, que no quería que Holly sintiese temor del hermoso caballo.

Al cabo de un momento Holly volvía a estar sobre la montura. «Duke» se puso en marcha lentamente. Luego emprendió un trote y, por fin, un galope, bien montado por Holly. Al volver junto a los demás niños y desmontar, Holly estuvo largo rato hablando con entusiasmo de «Duke».

—Me gustaría ser una niña vaquera, con tal de poder tener un caballo como «Duke» —dijo, alegremente.

Ya era casi la hora de la cena, tanto para los caballos, como para los Thomas y sus invitados. Los niños ayudaron a dar de comer la avena y la hierba a los caballos y jacas, y llevaron agua a los pesebres.

Cuando terminaron aquel trabajo, Carol enseñó a los Hollister la habitación donde guardaban las monturas y las bridas, colgadas ordenadamente de clavos, a lo largo de la pared. En una esquina había un armario donde se encontraban guardados trajes de seda de variados colores. Carol explicó que sus padres llevaban aquellos trajes cuando tomaban parte en exhibiciones equinas.

—Nosotros tenemos un traje de gala para la fiesta del Día del Pony —informó Carol a los Hollister.

—Estoy deseando verlos —dijo Holly.

Sue, que no había dormido la siesta, estuvo bostezando mientras cenaban y se acostó en cuanto hubo acabado. Pero, a la mañana siguiente, fue la primera en levantarse. Después de vestirse a toda prisa, despertó a los demás.

—¡A levantarse, dormilones! —decía, riendo, al tiempo que daba pellizcos a sus hermanos y golpeaba, luego, la puerta de sus padres.

Luego, mientras aguardaba a que todos se vistieran y fuesen a la casa grande para desayunar, Sue se encaminó a la cerca del prado más próximo al establo y trepó a lo alto. Apoyando la barbilla en las manos y los codos en el borde de la cerca, la chiquitina contempló, amorosamente, los caballos y jacas que pastaban en la verde hierba.

De repente, la pequeña se llevó tal sorpresa que estuvo a punto de caer de la cerca.

—¡Ooooh! —exclamó—. ¡No puede ser! Pero si es…

Bajó a toda prisa y, tras cruzar el camino, entró en la casita de invitados, gritando:

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Venid a verlo!

—¿Qué quieres que veamos, hijita? —preguntó la señora Hollister, viendo entrar en el dormitorio a Sue, más veloz que un rayo.

—«Muchacho Misterioso» se ha vuelto vivo —anunció, sin aliento.

—¿Cómo dices? —inquirió el padre, mientras se ponía una chaqueta deportiva.

—¡Es un caballo! Un caballo de balancín que está vivísimo —fue la explicación que dio Sue.

—Me temo que nuestro pequeño grillo no está del todo despierto —dijo, riendo, el señor Hollister.

—Estoy «despiertada» —protestó la pequeña, asiendo de la mano a su padre y tirando de él—. Ven, te lo enseño, papito.

También los niños sintieron curiosidad y Sue condujo a toda su familia hacia el prado.

—¡Dios mío! ¡Sue tiene razón! —exclamó la señora Hollister.

En el centro del prado se veía un espléndido caballo apalache. Era una hembra blanca, con manchas negras, unas muy grandes, otras muy pequeñas.

—¡Qué animal tan bonito! —dijo Pam con admiración.

—No sabía que nuestros primos tenían un caballo de esta raza —comentó Pete—. Ayer no lo vi.

Dan Thomas, que llegó corriendo, dio los buenos días a la familia y miró hacia el prado con asombro.

—¡Una jaca apalache! —exclamó—. Pero ¡si este animal no es nuestro!

—¿No es vuestro? —preguntaron a coro los Hollister.

—No lo había visto nunca.

—Pues ¿cómo ha llegado aquí? —preguntó Ricky.

—Seguramente saltó la cerca. Pero ¿de dónde habrá venido?

Ya el padre y la madre de los Hollister habían llegado junto al grupo y contemplaban, admirados, al hermoso animal. Chuck dijo que era muy valioso y que no sabía que ningún vecino tuviera uno. Tras saltar al otro lado de la cerca, el primo de los Hollister quiso acercarse al animal que, muy nervioso, se alejó de él, al trote.

—Dadme un puñado de paja —pidió el dueño del rancho.

Ricky se apresuró a llevar lo solicitado. Pero ni eso atrajo al nervioso caballo. Por fin, Chuck decidió:

—Tendremos que echarle el lazo y ver qué marca lleva.

—Imagínate que no tenga marca —dijo Dan—. ¿Qué haremos entonces, papá?

Chuck sonrió diciendo:

—No nos preocupemos de eso hasta que sea necesario, hijo. Ahora creo que debemos atraparla para que no huya.

Todos pudieron darse cuenta de que, con mucha frecuencia, el caballo levantaba la pata trasera izquierda e intentaba llegar a ella con la boca.

—Algo molesta a esa jaca —dijo Pam.

—Averiguaremos de qué se trata tan pronto como la atrapemos —repuso Carol.

Chuck apoyó una mano en el hombro de Pete, y dijo:

—¿Qué os parece si Dan y tú os dedicáis a vaqueros y echáis el lazo a nuestra visitante?

—¡Yuuupii! —exclamó Pete, mientras Dan asentía.

Los dos chicos corrieron al establo y, a los pocos minutos, volvían montados a horcajadas sobre dos caballos. Chuck les abrió la portezuela que daba salida al prado y puso en la mano derecha de cada uno un lazo de vaquero.

—Tranquilízate —dijo Dan con voz calmosa, pero cuando él y Pete se aproximaron a la jaca, ésta levantó las pezuñas traseras y galopó hacia el fondo de la valla.

Los dos chicos espolearon a sus monturas y, mientras perseguían a la hermosa jaca, Pete dijo:

—Dios quiera que no salte la cerca.

—Pues parece capaz de hacerlo.

El animal se detuvo bruscamente a pocos palmos de la cerca y giró en redondo. En el mismo instante el caballo de Pete se volvió y el chico tuvo la oportunidad de echar el lazo sobre la cabeza de la jaca.

Después de flotar por el aire, el lazo fue a caer limpiamente sobre su objetivo. Mientras Pete empezaba a tirar de la cuerda, para que quedase tensa, el caballo emprendió a carrera.

—¡Sujeta con fuerza! —gritó Dan.

Pete procuró seguir el consejo, pero no había contado con la rapidez extraordinaria del animal. Antes de haber podido atar la cuerda en la perilla del arzón, Pete se vio lanzado fuera de la silla. Rodó repetidamente por el suelo, más atónito que dolorido. Y tuvo ánimos para agarrarse desesperadamente al extremo del lazo que rodeaba al animal, el cual seguía corriendo y arrastró a Pete por el suelo.

Un momento después, el lazo de Dan caía en torno al cuello del caballo y le obligaba a detenerse con un fuerte tirón.

—¿Estás bien, Pete? —preguntó Dan.

—Sí, Dan —repuso su primo, levantándose y sacudiéndose el polvo de los pantalones téjanos—. Ahora ya sé cómo se siente el piloto de un avión a reacción.

Dan desmontó y, con una sonrisa afable, se aproximó al animal capturado para decirle con voz calmosa:

—¡Hola, amiguita, hola! No tengas miedo. ¡Tranquila! Estás en buenas manos.

El caballo echó hacia atrás la testuz, mientras Dan intentaba acariciarla. El chico no aceleró las cosas y a los pocos minutos la jaca le había perdido totalmente el miedo. Se dejó llevar por él a través de la portezuela de la cerca y se mostró contenta cuando los demás la acariciaron.

—Habéis hecho una verdadera proeza de vaquero —dijo Chuck a los dos chicos—. ¡Un trabajo espléndido!

—Ciertamente, lo ha sido —alabó la madre de Dan, acercándose a contemplar al caballo. Y fijándose en las esbeltas patas, añadió—: Es un animal valioso.

Otra vez el animal intentó llegar a su flanco izquierdo con la boca. Carol exclamó:

—¡Ya veo lo que tiene! Se le ha clavado una astilla.

—Solucionaremos eso inmediatamente, antes de darle tiempo a infectarse la herida —decidió Chuck.

—¿Veis alguna marca de propiedad en esta jaca? —preguntó Pam.

Dan y Carol examinaron atentamente al animal, pero no pudieron encontrar ninguna marca ni señal alguna que indicase a quién pertenecía.

—Ciertamente es un misterio —comentó Chuck, conduciendo al caballo hasta un pesebre grande del establo. Antes de ir a buscar el pequeño botiquín se lamentó, diciendo—: Quisiera entender más sobre veterinaria.

—Nosotros conocemos a un chico que se llama Graham Stone, que quiere ser veterinario —explicó Holly a los Thomas y, mientras Ruth hacía que el caballo se tendiera en el suelo, Holly contó cómo habían conocido al nieto del señor Stone; concluyó—: Pero ahora no podemos encontrarle.

Chuck regresó y los niños Hollister contemplaron, fascinados, cómo su primo extraía la astilla del flanco de la jaca. Ruth aplicó, inmediatamente, un antiséptico a la herida.

—Me gustaría saber cómo se llama este animal —dijo Ricky.

—Nosotros le pondremos un nombre —resolvió Holly, quien, después de observar detenidamente a la jaca, descubrió—: Tiene una estrellita negra en la frente y…

—Ya «sabo» —le interrumpió Sue—. «Estrella de polvo» sería un buen nombre, porque tiene una estrella, y porque ha levantado un montón de polvo dando coces, mientras Pete y Dan la cazaban.

—Eso es —concordó Ruth, inclinándose para abrazar a la pequeñita—. Es un nombre muy lindo. ¡«Estrella de polvo»!

Holly se aproximó, y mientras acariciaba la estrella de la frente, dijo con una dulce vocecita:

—¡Hola, «Estrella de Polvo»!

La jaca relinchó.

—Creo que debemos dejar que el pobre animal descanse un rato —opinó Chuck, mientras recogía los utensilios del botiquín. De repente, mirando a los niños de reojo, comentó—: Me estaba preguntando si esta jaca será de las que hablan.

—¿Cómo? —preguntó Ricky, arrugando, atónito, la naricilla.

Chuck repitió lo que antes dijera y miró fijamente al animal.

—Yo no sabía que hubiera ninguna jaca que hable —confesó Ricky.

Sin más explicaciones, Chuck dijo a «Estrella de Polvo»:

—¿Cuál es tu nuevo nombre?

—«Estrella de Polvo», señor —se oyó responder.

Los hermanos Hollister miraron a la jaca con ojos redondos como platos. ¡Era increíble!

—¿Lo veis? Esta jaca habla —dijo Chuck a sus invitados.