UN CONDUCTOR PELIGROSO

Joey Brill, inclinado sobre el manillar, pedaleó con toda la rapidez de sus piernas. No se atrevió, ni por asomo, a volver la cabeza para mirar a la casa, en cuyo porche estaban las dos siluetas blancas.

Cuando Joey estuvo lejos, los fantasmas se quitaron sus sábanas, y aparecieron Pete y Ricky Hollister.

El hermano menor reía con tantas ganas que las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

—¿Qué te ha parecido? —preguntó Pete, también entre risas—. El valentón de Joey tiene miedo a los fantasmas.

—Ni siquiera ha esperado a encontrar el tesoro —añadió Ricky, mostrando el reloj de juguete que estuvo haciendo el papel de tesoro.

—Y hemos averiguado que no sospecha que Graham Stone fuese a la Isla Zarzamora, sino que tomó el tren. Hemos hecho un buen trabajo esta mañana.

—No sé si sería Graham quien tomó el tren cuando mamá y las niñas le vieron. Qué difícil está resultando encontrarle. Bueno. Ahora que hemos dado una lección a Joey, podemos ir a la Granja de la Colina de la Jaca.

—Joey ha tenido lo que se merecía —comentó Pete.

Tras doblar las sábanas y colocárselas bajo el brazo, los chicos fueron a la parte trasera de la casa, donde habían escondido sus bicicletas, entre unos arbustos. En cuanto llegaron a casa, los dos hermanos explicaron a lo demás lo que había ocurrido. Todos rieron alegremente, menos Sue, que dijo:

—Lo malo sería que Joey se hubiera hecho daño cuando se cayó.

—Por su modo de correr hacia la bicicleta, estoy seguro de que no se hizo daño —opinó Pete.

Al cabo de un rato los niños salieron de la casa para ir a jugar a orillas del agua. Pocos minutos después llegaba corriendo Donna Martin paira ver a Holly. La graciosa Donna, con ojos castaños y hoyuelos en las mejillas, tenía la edad de Holly y era su mejor amiga.

—¿A que no sabes una cosa? —dijo Donna, sin aliento—. A Joey Brill le han perseguido unos fantasmas.

Holly miró a sus hermanos y contuvo una risilla. Pete le hizo un guiño y movió la cabeza de uno a otro lado, aconsejándole que guardase el secreto.

—¿De verdad? —preguntó Holly—. ¿Dónde?

—En la casa del viejo señor Stone —repuso Donna—. Joey no piensa volver más por allí y todo el mundo evitará ir por esa casa.

Varias veces, durante el día, los Hollister oyeron hablar de aquel pavoroso acontecimiento. Pero ninguno de ellos explicó que habían sido Pete y Ricky quienes asustaron al camorrista. Más adelante se lo contarían a sus amigos y también a Joey, pero de momento era mejor callar para evitar que Joey se vengase.

Los preparativos para el viaje a la Granja de la Colina de la Jaca tuvieron ocupada a la familia durante varios días. El señor Hollister arregló las cosas para que su negocio quedase a cargo de Indy Roades y Tinker. Jeff y Ann Hunter se ofrecieron para cuidar a «Domingo», «Morro Blanco» y los cinco mininos. «Zip» haría el viaje con sus amos.

Por fin llegó la mañana de la marcha de los Hollister. La parte posterior de la furgoneta quedó atestada de maletas. Sue y su madre se instalaron en el asiento delantero con el señor Hollister. Él y su esposa se turnarían para conducir. Los demás se colocaron detrás, y «Zip» con ellos.

—¡Vivaa! ¡Ya nos vamos! —gritó Ricky, mientras su padre conducía por el camino del jardín.

—No nos llevará muchas horas llegar a ese rancho —dijo el señor Hollister, mientras embocaban la carretera.

—¿A qué distancia está? —preguntó Pete.

—A unas doscientas cincuenta millas.

Había tantas cosas que ver por el camino, en aquel tibio día de últimos del mes de junio, que la mañana se pasó en un soplo. Después de detenerse a tomar unos bocadillos a un lado de la carretera, los Hollister prosiguieron el viaje.

Pete consultaba con frecuencia el mapa de carreteras que había extendido sobre sus piernas. El señor Hollister, que iba entonces al volante, le preguntó:

—¿Qué hacemos ahora, capitán?

Su hijo contestó que debía girar a la derecha en el próximo cruce.

—Hay una carretera que debemos seguir durante varios kilómetros. Luego tomaremos un camino sin asfaltar que lleva hasta el rancho.

—De acuerdo, capitán —dijo el señor Hollister, mientras seguía las indicaciones de su hijo.

Un rato más tarde, Pete anunció:

—Ahí está el camino sin asfaltar, papá. ¡Vira a la izquierda!

—La verdad es que es estrecho —dijo la señora Hollister, mientras embocaban aquel sendero—. Y muy polvoriento.

—¡Canastos! ¡Qué pronto vamos a llegar! —exclamó Ricky.

—¡Mirad! —exclamó, de pronto, Holly.

Frente a ellos, una nube de polvo indicaba que un automóvil avanzaba a toda velocidad. Un momento después, pudieron ver un vehículo que se abalanzaba hacia ellos.

—¡Y lleva a remolque una furgoneta con caballos!

—¡Pobres animales! —comentó Pam, viendo cómo la furgoneta se bamboleaba de un lado a otro.

—Voy a parar a un lado del camino —decidió el padre—. No me fío de ese conductor. Conduce como un loco.

Con toda rapidez el señor Hollister llevó la furgoneta hacia la derecha, a la sombra de un gran roble, y ordenó que se cerrasen las ventanillas para que no entrase polvo en el vehículo.

—Ahora el señor Prisas es el dueño del camino —comentó.

Cuando el coche pasó ante ellos, los Hollister pudieron ver que, por suerte, el remolque estaba vacío. Desde luego, seguía oscilando peligrosamente y envió una rociada de polvo y piedrecillas contra la furgoneta.

—¡Zambomba! ¡Ni he podido ver al conductor! —exclamó Pete.

El hombre iba inclinado de tal modo sobre el volante, que no se le distinguían las facciones. A su lado se sentaba otro hombre que se cubrió el rostro con la mano al pasar junto a los Hollister.

—A lo mejor huyen de alguien —se le ocurrió decir al pelirrojo—. ¿Será que les persigue la policía?

—No lo sé, pero pronto lo averiguaremos —dijo el padre.

Sin embargo, no apareció ningún coche de la policía y, al poco rato, el señor Hollister llevó de nuevo la furgoneta al camino. Cinco minutos más tarde, Pete anunciaba:

—Sólo faltan tres millas.

Esta noticia entusiasmó tanto a los demás niños, que se pusieron a cantar alegremente:

—¡A la granja de la Colina de la Jaca voy, ji-ja-ji-ja-jo!

Y al poco, Ricky anunciaba:

—¡Ahí veo el rancho!

Frente a ellos, a la derecha del camino, había un gran letrero, pintado en vistosos colores, que decía: «Entrada a La Granja de la Colina de la Jaca». Una flecha pintada encima señalaba un estrecho sendero.

El señor Hollister siguió la curva y llevó la furgoneta por una suave cuesta. Al fin pudieron ver las cercas blancas que rodeaban el rancho.

—¡Qué hermoso lugar! —comentó la señora Hollister.

A la izquierda del sendero se veía una coquetona casita con persianas verdes y en el lado opuesto varios establos con recuadros de hierba detrás.

—¡Mirad cuántos caballos! —gritó Sue, admirada, señalando varios hermosos animales que pastaban en un prado.

—Ahí están los primos —dijo Pam, al ver que la puerta de la casa se abría y salían cuatro personas.

Delante iba Chuck, que corrió al encuentro de los Hollister. Detrás iba, sonriente, una señora de cabello oscuro, ondulado y muy corto. Junto a ella caminaban dos niños de mejillas sonrosadas.

El señor Hollister detuvo el coche y todos salieron apresuradamente. «Zip» empezó a dar saltos y ladridos de alegría. Se hicieron las presentaciones y la señora Hollister abrazó cariñosamente a su prima Ruth.

—Elaine, cuánto me alegra que hayas podido venir con toda tu familia —dijo Ruth, con ojos brillantes de alegría.

—Dan y yo también nos alegramos —dijo Carol, que era un poco más alta que Holly, pero más baja que Pam. Vestía pantalones téjanos y botas bajas de montar.

Dan, que tenía la edad de Pete, iba vestido como su hermana. No era tan ancho de hombros como el mayor de los Hollister, pero sí algo más alto. Su cabello era castaño y estaba salpicado de pecas. Tanto él como Carol tenían la piel tostada por la vida al aire libre.

—Os llevaremos a nuestra casa para invitados —dijo Ruth.

—¡Qué agradable sorpresa! —dijo, riendo, la señora Hollister—. No dirás en serio que tenéis una casa para invitados.

—Acabamos de construirla —repuso la prima—. Y vosotros seréis los primeros invitados que la usen. Venid. Os enseñaré dónde está.

Detrás de la casita del camino, y bastante separada de ella, los Thomas habían levantado un precioso refugio campestre, con cuatro dormitorios, dos cuartos de baño y una salita. Allí fue llevado el equipaje de los Hollister.

Cuando se hubieron lavado para quitarse el polvo de cara y manos, los Hollister hablaron a Chuck y su familia del coche con remolque que pasó junto a ellos a tanta velocidad.

—Ese conductor merecería que se le pusiera una denuncia —declaró el señor Hollister.

Chuck dijo que no creía que el vehículo perteneciese a ningún vecino y añadió:

—Confío en que ese conductor nunca vuelva por aquí. Bien. Ahora os enseñaremos la granja. Primero os presentaré a los bebés de Ruth.

—¡Bebés! —exclamó Sue—. ¡Me gustan los bebés!

Sin embargo, Ruth explicó:

—Yo llamo «mis bebés» a nuestros caballos.

—Primero podemos enseñarles a «Pat» y «Mike» —decidió Carol, abriendo la marcha.

La niña llevó a los visitantes a un establo que tenía varios pesebres a ambos lados. En uno de ellos, Carol señaló a dos caballitos Shetland, de color negro, de la medida del caballo de balancín que tenían los Hollister.

—Son gemelos —dijo la niña.

Y Dan añadió:

—Les estamos entrenando para que tiren de un carrito, en los festejos del Día del Pony.

Todos los hermanos Hollister acariciaron a los animalitos, declarando que eran muy hermosos.

—Deberían ganar un premio —comentó la señora Hollister.

—Mirad lo que tenemos aquí —dijo Chuck, conduciéndoles al otro lado del establo, mientras Dan cerraba la puerta de los caballitos gemelos.

En un pesebre mucho más grande había un hermoso caballo castaño.

—Éste es «Duke». Un animal con espléndidos cuartos.

Al oír aquello, Sue prorrumpió en risillas.

—Eso es una broma, ¿verdad, Chuck?

—¿Una broma?

—Has dicho que tiene cuartos. Y los caballos no tienen dinero.

La ocurrencia de Sue hizo reír a todos. Luego Dan explicó:

—Decir que tiene buenos cuartos un caballo quiere decir que tiene patas muy fuertes. Las patas traseras de este caballo son muy poderosas y le permiten correr a grandes velocidades.

El muchachito añadió que un caballo como «Duke», podía dar principio a una carrera, muy de prisa, y vencer a casi cualquier otro caballo, durante más de un cuarto de milla.

Luego Chuck explicó a los Hollister que un caballo pura sangre podía vencer a un caballo cruzado en una carrera larga, pero que en las regiones ganaderas, para el trabajo, los caballos cruzados eran muy buenos.

—Además, «Duke» es un caballo de circo —afirmó Carol—. Ya lo veréis.

Mientras hacían un recorrido por los prados y establos, Dan habló a sus primos de las emocionantes carreras de caballos que habían celebrado con niños de las granjas vecinas.

—Habrá una estupenda carrera de caballos el Día del Pony —comentó el muchacho.

—¿«Duke» tomará parte en la carrera? —preguntó Pete.

—¡Claro que sí! Y yo voy a ser su jinete —dijo Dan, sonriendo.

—Déjame dar un paseíto, montada en «Duke» —pidió Holly.

—¿Montas bien?

Pete contestó por su hermana, diciendo que todos ellos habían montado a caballo, en un rancho del Oeste. Dan contestó que si había hecho aquella pregunta era porque, a veces, «Duke» resultaba difícil de montar.

—Pero, si ya habéis montado caballos del Oeste, no tendréis ninguna dificultad.

Mientras sus padres visitaban otra parte de la granja, los niños volvieron al establo y, allí, Dan y Carol ensillaron a «Duke». Luego Dan condujo al animal hasta un trecho de verdor, detrás del granero.

—Ten cuidado, Holly —aconsejó Carol, mientras Holly apoyaba un pie en el estribo y montaba—. Este caballo es muy rápido. Haz que eche a andar lentamente.

Pero Holly estaba tan contenta de montar aquel bonito caballo, que antes de que Carol hubiera acabado de hablar, sin apenas darse cuenta, ya había oprimido los ijares de «Duke» con los tacones.

¡Buuum! El hermoso animal emprendió la carrera con tal rapidez que Holly sufrió una sacudida y salió despedida de la montura.