EL INFORME DE JOEY

—Tenemos que encontrarle —afirmó Pete Hollister—. Este invento puede proporcionarle mucho dinero.

El señor Hollister se dirigió a su esposa y sus hijas al preguntar:

—¿Estáis seguras de que era Graham quien se marchó en el tren?

—Por lo menos era igual que él, papá —dijo Pam, mientras las demás asentían.

—Entonces, tal vez todavía podamos encontrarle —anunció el padre—. Tengo una idea.

Sugirió que se podía telefonear a la estación ferroviaria de la primera ciudad importante del itinerario del tren. El jefe de estación, con la ayuda del revisor, podría localizar a Graham, cuando el tren se detuviera allí.

—¿Puedo telefonear yo, papá? —pidió Pete.

—Desde luego.

Pete pidió conferencia y explicó al jefe de estación por qué necesitaba que se transmitiera un mensaje a Graham Stone.

—¿Querrá usted ponerle en contacto con nosotros, si es que está en el tren de Shoreham? —pidió Pete.

El jefe de estación prometió hacerlo y aseguró que, si Graham no estaba en el tren, se lo comunicaría a los Hollister. Pete quiso saber a qué hora llegaría el tren, y el hombre le dijo que dentro de una hora.

Las manecillas del reloj parecían haberse encallado, mientras los cinco niños esperaban a tener noticias de aquel nuevo amigo. Una hora y media más tarde sonaba el teléfono. Pete corrió a contestar. Quien llamaba era el jefe de estación.

—Hemos llamado a Graham Stone por todo el tren, pero nadie de ese nombre ha contestado —dijo al chico.

—¿No estaba en el tren?

—Eso parece, de no ser que estuviera y no haya querido identificarse.

Cuando Pete hubo dicho esto a su familia, Pam contestó en seguida:

—Graham parece una persona demasiado honrada para hacer eso.

Todos quedaron desencantados y llegaron a convencerse de que el muchacho no había salido de Shoreham.

—¡Pues la persona que subió al tren se le parecía lo bastante como para ser su hermano gemelo! —declaró la señora Hollister.

Pete prometió investigar aquel caso.

—Si Graham sigue en la ciudad, lo averiguaremos mañana —afirmó.

A la mañana siguiente, Pete y Ricky, montados en sus respectivas bicicletas, se encaminaron al cuartelillo de la policía. Buscaron directamente al oficial Cal, el joven y simpático policía que había colaborado con los Hollister para resolver varios misterios. Pete le contó lo que ocurría y luego preguntó:

—¿Querrá ayudarnos a intentar localizar a Graham Stone?

—¡Claro que os ayudaré! —dijo Cal.

Los dos hermanos hicieron una descripción de las señas personales del joven y el oficial Cal prometió hacer indagaciones en los hoteles, moteles y casas de huéspedes de la ciudad.

—También los coches patrulla le buscarán —añadió, sonriente—. Si Graham Stone se encuentra en la ciudad, le hallaremos.

El oficial pidió a los dos hermanos que se comunicaran con él al cabo de una hora para ver si había noticias; Pete y Ricky prometieron volver al cuartelillo pasado ese tiempo.

—Vamos a ayudar a papá en el Centro Comercial, mientras transcurre esa hora —propuso Pete.

—Muy bien.

Dos minutos más tarde se encontraban en la tienda de su padre. En el escaparate se veían juguetes y diversos artículos de ferretería y deportes. Al cruzar la puerta principal, Pete dijo:

—¡Hola, papá! He venido a trabajar para ir devolviéndote el dinero que me prestaste para el caballito.

—Yo también —anunció Ricky, queriendo tomar parte en aquello, ya que la compra del caballo había sido idea suya.

El señor Hollister sonrió al contestar que llegaban en el momento más oportuno.

—Precisamente ahora estaba en el almacén, desembalando un paquete de patines —dijo—. ¿Qué os parece si acabáis vosotros ese trabajo?

Antes de ir a hacerlo, los dos hermanos fueron a charlar con los dos empleados del Centro Comercial. Eran éstos Indy Roades, un verdadero indio del Oeste, y Tinker, un anciano. Los dos eran grandes amigos de los Hollister y les habían ayudado a resolver muchos misterios.

—¿Tenéis nuevas aventuras? —preguntó Indy. contrayendo el rostro en una sonrisa.

Ricky le habló de Graham y el indio se ofreció en seguida, diciendo:

—Avisadme, si puedo ayudaros.

—Lo haremos. Gracias.

Pete, que ya se encaminaba al almacén, llamó:

—Vamos, Ricky. Hay que desembalar esos patines.

Su hermano le siguió y pronto se encontraron los dos sacando las cajitas de patines de una gran caja de cartón. El pelirrojo no pudo resistir la tentación de abrir una de las cajitas y sacar un par.

—¡Carambola, Pete, son preciosos! —exclamó.

Y Ricky pasó la palma de su mano sobre las ruedas, haciéndolas girar furiosamente.

—¡Son unos estupendos patines a bolas! —concordó Pete, admirado—. Pero no juegues con ellos. Papá ha dicho sólo que los desembalemos.

—Sólo me probaré un patín —resolvió, a pesar de todo, Ricky.

—Ten mucho cuidado —le advirtió su hermano.

El pequeño se ajustó el patín sobre el zapato y rodó sobre él ligeramente.

—¡Cuánto me gustaría saber cómo se va con los dos! —murmuró, como hablando consigo mismo—. Son tan bonitos…

Mientras Pete continuaba sacando cajas, Ricky se probó el segundo patín. Entonces, tomando impulso desde el mostrador, se dejó resbalar sobre el suelo de madera.

—¡Eh, ven aquí! —le llamó Pete—. Papá tiene que vender esos patines. Si los usas, se harán viejos en seguida.

Pero Ricky había tomado tanto impulso que rodaba a toda velocidad. Iba en línea recta hacia la puerta principal del Centro Comercial.

—¡No puedo pararme, Pete! —gritó, tambaleándose.

Mientras Ricky avanzaba, casi de cabeza, hacia la puerta, por ella entró Dave Meade, el mejor amigo de Pete. Se produjo una colisión y los dos niños cayeron al suelo.

Dave y Ricky se levantaron, riendo.

—Pero ¿qué pasa aquí? ¿Hay una carrera de patines?

Ricky sonrió, algo avergonzado, y empezó a quitarse los patines.

—Son de los más rápidos —dijo, sentencioso.

El guapo y moreno Dave, que vivía cerca de los Hollister, se acercó a Pete.

—¡Oye! —dijo a media voz—, tengo noticias para vosotros. ¿Conocéis a alguien que se llama Graham Stone?

—Claro. Estamos intentando localizarle, Dave.

—Pues, después de lo que Joey Brill le ha dicho, no creo que desee veros.

—¿De qué estás hablando?

Dave explicó que se había encontrado con Joey hacía un rato. El camorrista estuvo presumiendo delante de Dave de haberse vengado de los Hollister porque se quedaron con el caballo de balancín en la subasta.

—Joey se enteró de que habíais invitado a Graham a vuestra casa —dijo Dave—. Se las arregló para verle, aquí en la ciudad, y le dijo que vosotros, los Hollister, le despreciabais. Que no teníais ningún deseo de que fuese a vuestra casa.

—Pero ¡si eso no es verdad! —protestó Ricky.

—Ya lo sé —dijo Dave—. Pero Joey le dijo a Graham que habíais cambiado de opinión respecto a él en cuando supisteis lo pobre que era.

—Entonces, ¿por eso Graham no fue a vernos? —murmuró Pete, que a continuación contó a su amigo todo lo ocurrido.

—Pues Joey ha tenido muy mala intención, diciendo esas mentiras —declaró Dave, indignado.

Pete comentó que posiblemente Graham iba en el tren y no quiso contestar cuando el conductor dijo que se le buscaba por encargo de los Hollister, porque el pobre muchacho estaría muy dolido con ellos.

—¡Me gustaría dar un directo así a ese idiota! —recalcó Ricky, apretando los puños.

Pete corrió a la parte delantera de la tienda para contar a su padre Jo que Joey Brill había hecho. El señor Hollister frunció el ceño, pero acabó diciendo:

—No os preocupéis demasiado. Joey no es digno de confianza. Puede que lo que ha contado a Da ve no sea cierto.

—Es verdad —admitió Pete—. A lo mejor todo son invenciones suyas.

Dave ayudó a sus amigos a desempaquetar los patines. Al acabar, los tres acudieron a ver a Cal.

—Parece ser que vuestro amigo Graham ha salido de la ciudad —les informó el policía—. Hemos hecho averiguaciones por todas partes. No obstante, continuaremos preguntando.

Pete dio las gracias al oficial y los tres chicos volvieron a la tienda. El padre tenía varias tareas para ellos, pero antes de empezar a trabajar, Pete telefoneó a Pam para darle las desalentadoras noticias sobre Graham.

—¡Ay, Señor! A ver si nunca volveremos a encontrarle… —murmuró ella.

Después de colgar el teléfono, Pam se lo contó todo a Holly, que estaba a su lado. Sin embargo, mientras hablaba, sus ojos fueron iluminándose.

—Puede que Joey Brill sepa dónde está Graham.

—Me gustaría hablar yo misma con Joey. Vamos a buscarle —decidió Holly.

Las niñas informaron a su madre del lugar a donde iban y, en seguida, casi a la carrera, se dirigieron a la casa de los Brill. Joey estaba en el patio trasero, jugando con su amigo Will Wilson.

Cuando las niñas se aproximaron a él, Joey frunció el ceño.

—¡Fuera de nuestros terrenos! —ordenó.

—No nos iremos hasta que te hagamos una pregunta —dijo Pam, sin moverse—. ¿Sabes dónde está Graham Stone?

Y para dar más fuerza a su pregunta, repitió todo lo que Pete le había dicho.

—Tú se lo dijiste a Da ve Meade, ¿verdad? —preguntó Holly.

—¡Ja, ja! Vaya bromita más buena… —Joey se esforzaba por hacerse el despreocupado—. Estuve tomando el pelo a Dave cuando le dije eso.

—¿Quieres decir que no hablaste con Graham? —inquirió Pam.

—Claro que le hablé, pero no de los Hollister.

—Por favor, dinos la verdad —suplicó Holly—. Tenemos noticias muy importantes que dar a Graham.

Joey miró de reojo a Will Wilson. Luego dijo:

—Está bien. Os diré el lugar donde se encuentra. Graham vive en una tienda de campaña, en la Isla Zarzamora.

—¡En la Isla Zarzamora! —exclamó Pam—. ¿Y por qué se fue allí, si podía estar en nuestra casa?

Por toda respuesta, los dos chicos se encogieron de hombros.

—Vamos a la Isla Zarzamora a buscar a Graham —pidió Holly a su hermana, mientras se retorcía, nerviosamente, las trenzas.

—No podréis encontrarle —les aseguró Joey—. Está en un sitio secreto. Pero os indicaré qué podéis hacer. Yo puedo llevaros allí en vuestra canoa.

Pam y Holly, temiendo que se tratase de algún truco, dijeron que pensaban ir solas.

—Nunca le encontraréis —dijo Joey.

—Podemos intentarlo —dijo Pam, que a continuación salió del patio, seguida de su hermana.

Los chicos corrieron tras ellas. Cuando llegaron al embarcadero de los Hollister, Joey se apresuró a instalarse en la canoa de la familia.

—Vamos —ordenó.

Aunque las dos hermanas sabían nadar y podían, por lo tanto, ir en barca, no se les pasó por la imaginación dar un paseo tan largo como hasta la Isla Zarzamora, sin decírselo a su madre. Pero tampoco querían dejar solos a Joey y Will. ¡Los dos chicazos eran capaces de irse solos en la canoa!

Pam decidió que era preciso hacer algo. Sí, aparentaría que ella y Holly salían hacia la isla, pero se quedarían en aguas poco profundas. Joey acabaría aburriéndose y marchando.

—Sal de ahí —ordenó Pam a Joey.

—No saldré.

—Está bien. —Pam fingió resignarse a que ellos les acompañaran—. Saldremos hacia la Isla Zarzamora.

Joey se volvió hacia Will para decirle:

—Tú quédate ahí. No tardaré.

«No sabes la razón que tienes», pensó Pam. Casi no podía contener la risa cuando, sentándose en la proa de la canoa, dijo en voz alta:

—Yo remaré contigo.

—¡Ninguna chica idiota remará conmigo! —gritó Joey—. Tú y Holly os sentaréis al timón.

Pam no contestó, pero se sostuvo fuertemente con las manos al embarcadero. De repente, Joey saltó fuera de la canoa. Se inclinó, asió la embarcación y empezó a sacudirla violentamente.

—¡Estate quieto! —pidió Pam, luchando por sujetarse de nuevo—. ¡Nos vas a volcar!

—¡Vete, Will! —gritó Holly, viendo que el amigo de Joey acudía en ayuda del camorrista.

Mientras ellos sacudían la canoa de uno a otro lado, las dos niñas hacían todo lo posible por mantenerse en equilibrio. Pero, al cabo, la embarcación volcó.

¡Plas! Pam y Holly cayeron de cabeza a las aguas del lago.

Joey y Will dieron media vuelta, dispuestos a huir, cuando vieron que un hombre atravesaba corriendo el patio trasero de los Hollister.

—¡Eh, eh! ¿Qué pasa aquí? —gritó el hombre, llegando al embarcadero de madera.

Joey quiso escabullirse, pero el desconocido le aferró por el cuello de la camisa. Entre tanto, Will echó a correr. Un instante después había desaparecido de vista.

—¡He visto que, entre los dos, tirabais a las niñas al agua! —dijo el hombre, severamente—. ¡Eso no se lo hace nadie a mis primas!

Joey, que parecía muy asustado, se movió de un lado a otro. Pam y Holly levantaron la cabeza y miraron al hombre, con extrañeza. ¡Nunca le habían visto hasta entonces!