La poesía —en el sentido del conjunto de casos de los que cada poeta nuevo deduce la idea poética— se ha ampliado cada vez más durante muchos siglos. Los casos son tan numerosos, variados y contradictorios como los del amor; pero así como «amor» es una palabra que posee una magia lo suficientemente potente para hacer que el verdadero enamorado olvide sus usos más viles y falsos, así también es la palabra «poesía» para el verdadero poeta.
Originalmente, el poeta era el jefe de una sociedad totémica de bailarines religiosos. Sus estrofas —versus es una palabra latina que corresponde a la grieta strophe y significa «una vuelta»— eran bailadas alrededor de un altar o en un recinto sagrado y cada estrofa iniciaba una nueva vuelta o un nuevo movimiento en la danza. La palabra «balada» tiene el mismo origen: es un poema bailado, del latín bailare, bailar. Todas las sociedades totémicas de la Europa antigua se hallaban bajo el dominio de la Gran Diosa, la Señora de las Cosas Silvestres; las danzas eran estacionales y se ajustaban a una norma anual de la que surge gradualmente el único gran tema de la poesía: la vida, muerte y resurrección del Espíritu del Año, el hijo y amante de la diosa.
A este respecto se preguntará: «¿Es el cristianismo ¡una religión adecuada para el poeta! Y si no lo es, existe alguna alternativa?».
Europa ha sido oficialmente cristiana durante los últimos mil seiscientos años, y aunque las tres ramas principales de la Iglesia Católica están desunidas, todas pretenden derivar su mandato divino de Jesús como Dios. Esto parece, en vista de ello, muy injusto con Jesús, quien hizo claras repudiaciones de divinidad: «¿Por qué me llamas dios? Nadie es dios, excepto el Padre», y «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Además han renunciado a la obediencia a la Ley Mosaica, tal como la depuraron Hillel y los otros fariseos, y que Jesús consideraba esencial para la salvación; y mientras conservan el código ético fariseo, han incorporado en el cristianismo todos los antiguos festivales paganos que conmemoraban el Tema, y la adoración de Jesús como la «Palabra de Dios encarnada», en el sentido gnóstico precristiano, y como el Sol de la Rectitud, el hombre-dios crucificado del paganismo prehistórico.
Pero aunque Jesús negó el Tema con su inflexible lealtad al único Dios contemporáneo que había desechado toda asociación con diosas y con su declaración de guerra a la Mujer y todas sus obras, el culto cristiano puede ser justificado históricamente en gran parte. Jesús era de estirpe regia, había sido coronado secretamente Rey de Israel con la fórmula antigua, conservada en el Salmo Segundo, que lo hacía hijo titular del dios Sol y terminaba diciendo que estaba destinado a ser el Mesías. En la Ultima Cena, con el propósito de cumplir una profecía paradójica de Zacarías, se ofreció a sí mismo como un sacrificio eucarístico por su pueblo, y ordenó a Judas que apresurase los preparativos para su muerte. En el acontecimiento fue crucificado como un Tammuz de la cosecha, y no traspasado por una espada como estaba destinado a serlo el Mesías; y como la maldición de Jehová sobre el hombre crucificado le privaba de la participación en el otro mundo hebreo, no hay razón para que no se le adore ahora como un Dios gentil; y en realidad muchos poetas y santos, sin darse cuenta de su judaísmo inflexible, lo han adorado como si fuera otro Tammuz, Dioniso, Zagreo, Orfeo, Hércules u Osiris.
ACHAIFA, OSSA, OURANIA, HESUCHIA e IACHEMA —las cinco situaciones estacionales por las que pasaba el Espíritu del Año en el Culto del Hércules Canópico— podrían expresarse en esta fórmula:
Él será encontrado. |
Él hará milagros. |
Él reinará. |
Él descansará. |
Él se irá. |
El siguiente dicho, citado por Clemente de Alejandría del Evangelio según los hebreos, parece ser una adaptación de esta fórmula a las necesidades de la mística cristiana:
Que el que busca continúe hasta que encuentre. |
Cuando haya encontrado se admirará. |
Cuando se haya admirado reinará. |
Cuando haya reinado descansará. |
Como el místico, al hacerse uno con el Jesús solar en el Sacramento, compartía su triunfo sobre la muerte, se le eximía de la quinta situación; Jesús era igualado con HESUCHIA (descanso), la cuarta estación en la que los árboles dejan caer sus hojas y descansan hasta las primeras incitaciones de la primavera. Es probable que una fórmula transmitida por los mistagogos a los iniciados del culto de Hércules anteriores al cristianismo fuese parecida a esta:
Busca al Señor, él amado de la Gran Diosa. |
Cuando sea traído a tierra, lo encontrarás. |
Cuando realice grandes proezas, te admirarás. |
Cuando reine, compartirás su gloria. |
Cuando descanse, descansarás también. |
Cuando se vaya, te irás con él |
a la Isla del Occidente, paraíso de los bienaventurados. |
En este Evangelio según los hebreos, que se ha perdido, hay un pasaje conservado por Orígenes:
Ahora mismo mi madre el Espíritu Santo me tomó por el cabello y me llevó al gran monte Tabor.
Tabor, como se ha dicho, era un antiguo centro del culto del Becerro de Oro; el Becerro de Oro era Atabirio, el Espíritu del Año, hijo de la diosa lo, Hathor, Isis, Altea, Deborah o como quiera llamársela. Por consiguiente, la relación entre el cristianismo greco-sirio y el tema poético único era muy íntima a comienzos del siglo II, aunque posteriormente el Evangelio según los hebreos fue suprimido como herético, al parecer porque dejaba la puerta abierta para la vuelta a la religión orgiástica.
El cristianismo es ahora la única religión europea importante. El judaísmo es para los judíos solamente, y la abortada restauración por parte de Ludendorff de la religión teutónica primitiva fue un asunto de mera política nacional alemana. El paganismo grecorromano había muerto antes que terminara el primer milenio d. de C., y el paganismo del noroeste de Europa, todavía vigoroso a comienzos del siglo XVII, y que incluso había arraigado en Nueva Inglaterra, fue destruido por la revolución puritana. El triunfo eventual del cristianismo quedó asegurado tan pronto como el emperador Constantino hizo de él la religión oficial del mundo romano. Hizo eso a regañadientes, bajo la presión de su ejército, reclutado entre las masas señales que habían respondido a la buena acogida que concedía la Iglesia a los pecadores y proscritos, y de los funcionarios de la administración pública que admiraban la energía y la disciplina de la organización eclesiástica. La doctrina ascética, que era el elemento principal del cristianismo primitivo, fue perdiendo fuerza sólo gradualmente, y hasta el siglo XI la antigua diosa virgen Rea —madre de Zeus y ahora identificada con la madre de Jesús— no comenzó a ser honrada con todos sus viejos títulos y atributos y restablecida como Reina den Cielo. La restauración no fue completa hasta el siglo XII, aunque la había anticipado en el siglo V el emperador Zenón, quien dedicó el templo de Rea en Bizancio a la Virgen María.
La revolución puritana fue una reacción contra el culto de la Virgen, el cual en muchos distritos de Gran Bretaña había adquirido un carácter de desenfrenada alegría orgiástica. Aunque fieles a la doctrina mística del parto virginal de María, los puritanos consideraban a María como una persona completamente humana, cuya importancia religiosa terminaba en el parto, y anatematizaban todo ritual o doctrina religiosos tomados del paganismo más bien que del judaísmo. El desenfreno iconoclástico, la tristeza pecaminosa y la aflicción sabataria que trajo consigo el puritanismo disgustaban mucho a los católicos. Era para ellos una advertencia para que reforzasen en vez de debilitar el aspecto festivo de su culto, para que se atuviesen a la Virgen Santísima como la fuente principal de su felicidad religiosa, y para que hiciesen el menor hincapié posible en el judaísmo ortodoxo de Jesús. Aunque la «familia dividida» de la Fe y la Verdad, es decir la tentativa de creer lo que uno sabe que es históricamente falso, ha sido condenada por los Papas recientes, los católicos cultos desvían en la práctica sus ojos del Jesús y la María históricos y los fijan devotamente en Cristo y en la Virgen Santísima: se contentan con suponer que Jesús hablaba de sí mismo, y no que profetizaba en nombre de Jehová, cuando dijo: «Yo soy el Buen Pastor» o «Yo soy la Verdad», y profetizaba la vida eterna para quienes creyeran en él. Sin embargo, hace tiempo que han puesto su casa en orden; aunque gran parte del clero medieval no sólo toleraba el paganismo popular, sino que lo adoptaba activamente, la Reina del Cielo y su Hijo se han liberado decisivamente de los ritos orgiásticos que en otro tiempo se realizaban en su honor. Y aunque todavía se cree oficialmente que el Hijo perturbó el infierno como Hércules, Orfeo y Teseo, y aunque el casamiento místico del Cordero con una princesa Blanca identificada con la Iglesia sigue siendo una doctrina ortodoxa en todas las profesiones cristianas, el episodio de Sansón y Dalila no es admitido en el pito, y el viejo diablo con pezuñas de cabra, su enemigo mortal, ya no es representado como su mellizo. La vieja religión era dualista: en un relieve de mármol del siglo XIV a. de C. descubierto en Ras Shamra aparece la diosa con vestimenta minoica, un haz de tres tallos de cebada en cada mano, dividiendo sus favores entre un carnero de rostro humano, el dios del año Irredente, a su izquierda, y una cabra, el dios del año menguante, a su derecha. La cabra bala protestando porque la cabeza de la diosa está desviada e insiste en que a ella le toca ahora ser mimada. En el cristianismo se favorece permanentemente a las ovejas a expensas de las cabras y se mutila el Tema: la disciplina eclesiástica se hace antipoética. La cruel, caprichosa e incontinente Diosa Blanca y la benigna, constante y casta Virgen no se reconcilian sino en el contexto de la Natividad.
La brecha que ahora separa al cristianismo de la poesía les, en verdad, la misma que dividió al judaísmo y al culto de Ashtaroth después de la reforma religiosa posterior al destierro. Varias tentativas de salvar esa brecha realizadas por los clementinos, coliridianos, maniqueos y otros herejes cristianos primitivos y por los peregrinos y trovadores adoradores de la Virgen en la época de las Cruzadas han dejado su huella en el ritual y la doctrina de la Iglesia, pero siempre los ha sucedido una fuerte reacción puritana. Se ha hecho imposible combinar las funciones en otro tiempo idénticas del sacerdote y el poeta sin hacer violencia a una de las dos profesiones, como se puede ver en las obras de los ingleses que han seguido escribiendo poesía después de su ordenación: John Skelton, John Donne, William Crashaw, George Herbert, Robert Herrick, Jonathan Swift, George Crabbe, Charles Kingsley y Gerard Manley Hopkins. El poeta seguía poseyendo un vigor natural solamente cuando se despedía al sacerdote, como cuando Skelton, para mostrar su independencia de la disciplina eclesiástica, llevaba el nombre de tal musa Calíope bordado con seda y oro en su sotana, o cuando Herrick probó su devoción al mito poético haciendo libaciones de cerveza de cebada en el condado de Devon con una copa de plata a un cerdo blanco mimado. Donne, Crashaw y Hopkins libraron la guerra entre el poeta y el sacerdote en un alto plano místico; pero los Divine Poems de Donne, escritos después de la muerte de Ann More, su única Musa, ¿pueden ser preferidos a sus Songs and Sonnets amorosos? ¿O puede el autotorturado Hopkins ser alabado por haber sometido humildemente sus éxtasis poéticos al confesionario?
Observé en el capítulo primero que a los poetas se les puede juzgar bien por la exactitud de su descripción de la Diosa Blanca. Shakespeare la conocía y la temía. Uno no se debe dejar engañar por la juguetona simpleza de los pasajes amorosos de su Venus y Adonis, o la extraordinaria mezcolanza mitográfica de su Sueño de una noche de San Juan, donde Teseo aparece como un ingenioso galanteador isabelino; las Tres Parcas —de cuyo nombre se deriva la palabra «hada»— como las caprichosas hadas Chicharillo, Telaraña, Polilla y Mostaza; Hércules como un travieso Robin el Buen Chico; el León de la Mano Firmé como Berbiquí el ebanista; y, lo más monstruoso de todo, el onagro Set-Dioniso y la Reina del Cielo con diadema de estrellas como el Oberón de orejas de asno y Titania adornada con oropeles. La muestra con mayor sinceridad en Macbeth como la triple Hécate que maneja la caldera de las brujas, pues es su espíritu el que se apodera de Lady Macbeth y le inspira el asesinato del rey Duncan; y como la magnífica y lasciva Cleopatra por cuyo amor muere Antonio. Su última aparición en los dramas es como la «maldita bruja Sycorax» en La tempestad[45]. Shakespeare, en la persona de Próspero, pretende haberla dominado por medio de sus libros de magia, destruido su poder y esclavizado a su monstruoso hijo Calibán, aunque no anees de haberle arrancado sus secretos por medio de una amabilidad aparente. Pero no puede ocultar el derecho de Calibán a la isla ni el color azul original de los ojos de Sycorax, aunque en la jerga isabelina «ojos azules» significaba también «con cercos azules causados por el libertinaje». Sycorax, cuya relación con Cerridwen se ha señalado al comienzo del capítulo VIII, fue a la isla con Calibán en una barca, como Danae fue a Serifos desde Argos con el infante Perseo; o como Latona fue a Delos con el todavía no nacido Apolo. Era una diosa que tenía el poder de controlar la Luna visible «y hacer menguar y crecer las mareas a su antojo». Shakespeare dice que fue desterrada de Argel (¿era en realidad Argos?) «a causa de numerosas fechorías y de terribles embrujamientos». Pero es poéticamente justo con Calibán, pues pone en su boca la más verídica poesía de la obra:
Tranquilízate. La isla está llena de rumores, de sonidos, de dulces aires que deleitan y no hacen daño. A veces un millar de instrumentos bulliciosos resuena en mis oídos, y a instantes son voces que, si a la sazón me he despertado después de un largo sueño, me hacen dormir nuevamente. Y entonces, soñando, diría que se entreabren las nubes y despliegan a mí vista magnificencias prontas a llover sobre mí; a tal punto que, cuando despierto, ¡lloro por soñar todavía!
Se observará que la serie ilógica de tiempos crea una perfecta suspensión del tiempo.
Donne adoraba ciegamente a la Diosa Blanca en la persona de la mujer de la que hizo su Musa, tan incapaz de recordar su aspecto exterior que lo único que podía registrar de ella era la imagen de sus propios ojos enamorados reflejados en los de ella. En A Fever la llama «el alma del mundo», pues si ella lo abandona el mundo no es más que su cadáver. Y:
Tu belleza y todas tus partes |
forman un firmamento inmutable. |
John Clare dijo de ella: «Estos sueños de una presencia bella, de una diosa, dieron a mi imaginación las ideas de belleza más sublimes; y habiendo estado anoche con la misma presencia, la señora deidad dejó una imagen tan vívida de sus visitas en mi sueño, en mi soñar con sueños, que ya no podía poner en duda su existencia. En consecuencia, los puse por escrito para prolongar la felicidad de mi fe en creerla mi genio guardián».
Keats vio a la Diosa Blanca como la Belle Dame Sans Merci. Su cabello era largo, su pie leve, y sus ojos huraños, pero Keats transfirió característicamente el lirio de su frente a las frentes de sus víctimas e hizo que el caballero la montase en su corcel en vez de montarse él en el de ella, como Oisin había montado en el corcel de Niamh del Cabello Dorado. También escribió compasivamente de Lamia, la diosa Serpiente, como si fuera una Gretchen o Griselda angustiada.
El caso de la Belle Dame Sans Merci exige una consideración detallada a la luz del Tema. He aquí el poema tal como se publicó por primera vez, con unos pocos comentarios burlones al final, copiado de una carta enviada a George, el hermano de Keats residente en América. Las palabras tachadas no están en bastardilla y aparecen entre paréntesis:
Miércoles por la noche[46]
LA BELLE DAME SANS MERCI
O What can ail thee Knight at arms |
O Alone and palely loitering? |
The sedge is withered from the Lake |
And no birds sing! |
O Wath can ail thee Knight at arms |
So haggard and so woe begone? |
The squirrels granary is full |
And the harvest’s done. |
I see death’s a lily on thy brow |
With anguish moist and fever dew, |
And on thy cheeks a fading rose |
Fast Withereth too — |
I met a Lady in the Wilds Meads |
Full beautiful, a faery’s child |
Her hair was long, her foot was light |
And her eyes were wild |
I made a Garland for her head, |
And bracelets too, and fragrant Zone, |
She look’d at me as she did love |
And made sweet moan — |
I set her on my pacing steed |
And nothing else saw all day long, |
For sidelong would she bend and sing |
A faery’s song — |
She found me roots of relish sweet |
And honey wild and honey manna dew, |
And sure in language strange she said |
I love the true — |
She took me to her elfin grot |
And ther she wept (and there she sighed) |
and sighed full sore, |
And there I shut her wild wild eyes |
With kisses four — |
And there she lulled me asleep |
And there I dream’d ah Woe betide! |
The latest dream I ever dreamt |
On the cold hill side. |
I saw pale Kings, and Princes too |
Pale warriors death pale were they all |
Who cried La belle dame sans merci |
The hath in thrall |
I saw their starv’d lips in the gloam |
(All tremble) |
With horrid warning (wide agape) gaped wide. |
And I awoke, and found me here |
On the cold hill’s side |
And this is why I (wither) sojourn here |
Alone and palely loitering: |
Trough the sedge is withered from the Lake |
And no birds sing—… |
[Oh, ¿qué puede afligirte, caballero, — que vagas solo y pálido? — Ya los juncos del Lago están marchitos — ¡y no cantan los pájaros!
Oh, ¿qué puede afligirte, caballero, — que tanto te desvela? — Está lleno el granero de la ardilla, — terminada la siega.
Veo en tu frente el lirio [de la muerte] — por rocío de fiebre humedecida — y en tus mejillas una rosa ajada, — pronto también marchita.
En la pradera conocí una Dama — muy bella, hija de un hada; — su cabello era largo, el pie ligero — y huraña su mirada.
Una guirnalda le hice, brazaletes — y un cinturón fragante; — me miró ella como si me amara — y gimió suavemente.
La subí en mi corcel de paso lento — y no volví a ver nada, — pues hacia mí inclinada iba cantando — una canción de hadas.
Me encontró raíces de sabor muy dulce, — rocío y miel silvestre — y en un lenguaje extraño me decía: — «Te amo sinceramente».
A su gruta de duendes me condujo — y [allí lloró, allí suspiró] y allí hincharon su pecho — los suspiros; sus ojos muy huraños — cerré con cuatro besos.
Con sus arrullos me dejó dormido — y horrible pesadilla — fue mi último sueño en la ladera — de la fría colina.
Veía reyes, príncipes, guerreros — con palidez de muerte. — «La Belle Dame sans merci gritaban — como esclavo te tiene».
Los famélicos labios en la sombra — [todos temblorosos] con horrible advertencia se entreabrían. — Me desperté y halléme en la ladera — de la fría colina.
Por eso estoy aquí [mustio] y a solas — y me paseo pálido —. ¡Y los juncos del Lago están marchitos — y no cantan los pájaros!]
¿Por qué cuatro besos —preguntaréis—, por qué cuatro si quiero refrenar la temeraria impetuosidad de mi Musa? Se habría conformado si hubiera dicho «veinte» sin estropear la rima, pero debemos moderar la Imaginación, como dicen los críticos juiciosos. Estaba obligado a elegir un número que procediera lealmente con ambos ojos, y para decir la verdad creo que dos para cada uno eran suficientes: Si hubiera dicho siete, habría habido tres y medio para cada uno, asunto muy peliagudo y una buena manera de sacar ventaja por mi parte.
Del contexto del poema se trata extensamente en la Vida de Keats de Sir Sidney Colvin. Keats había leído una traducción, atribuida entonces a Chaucer, de La Belle Dame sans Merci de Alain Chartier, donde «un caballero al que no perdona una dama muere de pena». En esa traducción aparecen estos versos:
I came into a lustie green vallay |
Full of floures… Riding an easy pass |
I fell in thought of joy full desperate |
With great disease and paine, so that I was |
Of all lovers the most infortunate. |
[Me introduje en un valle exuberante y verde — rebosante de flores… y cabalgando al paso — iba reflexionando en la dicha perdida — con gran dolor y pena, de modo que yo era — de todos los amantes el más infortunado.]
Se han descubierto otras fuentes literarias de la balada. En Faerie Queene (II, 6), de Spenser se ve a la maga Fedria en una barca de remos junto al caballero Cymcchiles que se pasea por la orilla del río. El acepta su invitación a embarcarse con ella y pasan juntos un rato agradable. Ella canta, bromea, se enguirnalda la cabeza y se pone flores alrededor del cuello con gran satisfacción del caballero. Desembarcan en una isla del «Lago Ocioso», donde ella lleva a su «siervo desdichado» a un valle umbroso, lo arrulla hasta dejarlo profundamente dormido con la cabeza apoyada en su regazo y luego lo abandona. Igualmente, en Morte d’Arthur de Malory (IV, 1) el poeta profético Merlin es tratado de la misma manera por la maga Nimue, que lo atrae a una gruta y lo deja allí emparedado.
Amy Lowell ha descubierto otra fuente del poema en la novela Palmerin de Inglaterra que, como se sabe, Keats leyó ávidamente. Palmerin está locamente enamorado de Polinarda, a la que teme haber ofendido, y se lamenta por ello bajo los árboles a la orilla del agua. «Y su sentimiento era tan fuerte que le falló el corazón, y tal era el poder que ejercían en él esos pensamientos fantásticos que con la apariencia de un muerto yacía al pie de los sauces.» En otro episodio ve a una dama que cabalga hacia él en un palafrén blanco, con el cabello suelto sobre los hombros y las ropas al parecer muy estropeadas. Mientras cabalga lanza muchos gritos y penosas lamentaciones, llenando el aire con sus lloros. Es una emisaria de la hechicera Eutropa, enviada para atraerlo. Y hacia el final de la novela hay una descripción de reyes y princesas embalsamados en un templo funerario de la Isla Peligrosa, que parece explicar lo de «los reyes y príncipes pálidos».
En la Belle Dame sans Merci hay también reminiscencias de Kubla Khan de Coleridge, con sus doncellas cantoras y su dulce rocío poético («miel silvestre y rocío de maná» en la versión de Keats); y de un verso de Wordsworth, «Sus ojos son huraños», y otro de Pastorals de William Browne, «Que ningún ave cante»; pero la fuente más importante de todas es la Ballad of Thomas the Rhymer, una versión de la cual publicó Sin Walter Scott en su Border Minstrelsy y otra Robert Jamieson en sus Popular Ballads. Thomas de Erceldoune es obligado por la reina de Elfland a montar en su corcel blanco como la leche y llevado a un jardín donde ella lo alimenta con pan y vino, lo hace dormir en su regazo y le concede el don de la intuición poética, pero le advierte que puede estar destinado al infierno como un sacrificio sabático si va por el camino «que se desvía de nuestro frío páramo» (o «ladera fría»).
Keats tenía entonces veinticuatro años y se hallaba en un momento crítico de sus amoríos. Había abandonado la medicina por la literatura y cada vez dudaba más de que pudiera mantenerse con ella; últimamente se había apoderado de él una «indolencia haragana». Sentía una pasión celosamente posesiva por la «bella y elegante, graciosa, tonta, ajustada a la moda y extraña… MINX», Fanny Brawne. A ella le halagaban evidentemente sus solicitudes y dejaba que él la cortejara, aunque sus maneras frívolas le causaban un dolor creciente; tanto más porque él no se hallaba en situación de ofrecerle el casamiento o de insistir en que siguiera siéndole fiel. Los «cuatro besos» del poema son probablemente autobiográficos, más bien que una modificación, para ajustarse a la rima, de los convencionales «tres besos» de las baladas. Pero parece que con frecuencia Fanny lo trataba despiadadamente, reseñada por sus maneras dominantes, e inclusive, como él se queja en una carta, había jugado con su «corazón coqueteando con Brown», su amigo. Por consiguiente, la Belle Dame era, en un aspecto, la traviesa Fanny Brawne, a la que metafóricamente colocó delante de él en la silla de su Pegaso; y es cierto que ella admiraba sus poemas lo suficiente para copiar uno o dos en un libro manuscrito propio.
Cuando Keats escribía a su hermano George, que se hallaba en dificultades y lejos del hogar, se esforzaba por ocultar tanto la fuerza de su pasión por Fanny como el grave estado de su salud, que complicaba sus otras desgracias. Se hallaba en las primeras etapas de una tuberculosis producida seis meses antes por una excursión agotadora por Escocia de la que volvió para encontrar a su hermano mayor Tom moribundo de la misma enfermedad. Como exestudiante de medicina sabía que todavía no se había descubierto el modo de curarla. Había visto el lirio en la frente de Tom, la rosa hética en sus mejillas, sus labios exangües entreabiertos en horrible advertencia, y cerrado sus ojos muy huraños con monedas y no con besos.
En la carta que contiene la Belle Dame Sans Merci dice Keats que acababa de encontrarse con Coleridge, que se paseaba por los estanques de Highgate con Green, quien había sido su maestro de medicina. Se ha conservado el relato de Coleridge acerca del encuentro. Keats le pidió permiso, para estrecharle la mano, para llevarse el recuerdo de su encuentro con él, y cuando se fue, Coleridge dijo a Green: «Está la muerte en esa mano». La caracterizó como «calor y humedad», pero la descripción de Keats es «rocío de fiebre». Por consiguiente, la Belle Dame Sans Merci era, en otro aspecto, la tuberculosis, las víctimas de la cual le advertían que era ahora una de ellas. Si bien pasó casi otro año antes que recibiera su «sentencia de muerte» en la forma de un violento flujo de sangre arterial en los pulmones, Keats tuvo que darse cuenta de que, aunque fuera financieramente posible mantener a Fanny, no podía honorablemente pedirle que se casara con él; sobre todo porque agravaba la tuberculosis-la enfermedad venérea que había contraído dos años antes en Oxford cuando visitaba a su amigo Bailey, estudiante de teología. Por tanto, las facciones de la Belle Dame eran bellas de una manera extrañamente pálida y tenue como las de Fanny, pero siniestras y burlonas: representaban la vida que él amaba —en sus cartas a Fanny la identificaba con la Vida y el Amor— y la muerte que temía.
Hay un tercer elemento componente de esta figura de pesadilla: el espíritu poético. El principal consuelo de Keats en sus cuitas, su pasión dominante y el arma principal con que esperaba abrirse camino hasta el amor de Fanny era la ambición poética. Ahora bien, la Poesía demostraba ser una señora poco amable. En el estado perturbado de su corazón y de su mente no podía sentarse a escribir las epopeyas románticas que, en emulación de Milton, esperaba que fuesen la base de su fama. Recientemente había dejado de trabajar en Hyperion después de escribir dos libros y medio, y confesó a su amigo Woodhouse que se sentía tan descontento con esa obra que no podía continuarla.
Que la Belle Dame representaba el Amor, la Muerte de Tuberculosis (la lepra moderna) y la Poesía al mismo tiempo lo puede confirmar un estudio de los romances partiendo de los cuales desarrolló Keats el poema. Parece haber sentido intuitivamente, más bien que sabido históricamente, que todos ellos se basaban en el mismo mito antiguo. La Reina de Elfland en Thomas the Rhymer era la sucesora medieval de la Diosa Blanca precéltica que llevó al rey sagrado al final de su reinado de siete años a sil isla Elíseo, donde él se convirtió en un héroe oracular. La leyenda del profeta Merlín y la maga Nimue tenía el mismo origen; e igualmente la de Palmerín y la hechicera montada en el caballo blanco; y la de Cymochiles y la hechicera Fedria. Ella era la Muerte, pero concedía la inmortalidad poética a las víctimas que había seducido con sus hechizos amorosos.
El caso de Tomás el Rimador o versificador, por otro nombre Thomas de Erceldoune, es notable. Era un poeta de comienzos del siglo XIII que pretendía haber recibido la intuición poética de la reina de Elfland, o Elfame, quien se le apareció de pronto cuando se hallaba acostado a la orilla del Huntlie y lo eligió como amante; por eso sus vaticinios eran tan apreciados por los escoceses. (Thomas Chambers dijo en 1870 que «todavía eran muy populares entre los campesinos».) Aunque a primera vista parece que Thomas se había limitado a apropiarse el mito gaélico de Oisin y Niamh la del Cabello Dorado, la variante arturiana del cual es el romance del danés Ogier[47] y Morgan le Faye, y a aplicarlo caprichosamente a sí mismo, es improbable que así sea. Lo que parece haber sucedido es que en la orilla del Huntlie se le acercó, no un fantasma, sino una mujer viviente, la titular «Reina de Elfame», la encarnación contemporánea de Hécate, diosa de las brujas. Le hizo renunciar al cristianismo y le inició en el culto de las brujas con el nuevo nombre bautismal de «Verdadero Thomas».
Como sabemos por los procesos de brujas escocesas, la misma aventura les sucedió a otros escoceses, probablemente jóvenes, tres o cuatro siglos después. Por ejemplo, en Aberdeen, en 1597, Andro Man confesó sus tratos carnales con la entonces Reina de Elfame, que «dominaba todas las artes» y había asistido a la reunión de la cosecha de ese año en Binhill y Binlocht montada en un rocín blanco. «Es muy agradable y puede ser vieja o joven a su voluntad. Hace rey a quien le place y se acuesta con quien le place.» (Vieja y joven, naturalmente, porque representaba a la diosa Luna en sus fases sucesivas.) William Barton de Kirkliston se convirtió igualmente en el amado de una Reina posterior, como confesó en su proceso de 1655, renunció al cristianismo, recibió el nuevo nombre de Juan Bautista y la marca del Diablo. Pero ya en el siglo XIII no se insistía al parecer en el sacrificio del rey en el año séptimo o sabático, o sólo se realizaba simbólicamente, pues en el jardín al que la reina llevó a Thomas de Erceldoune se le advirtió bajo pena de muerte que no debía coger las manzanas que se daban allí y que eran el alimento tradicional de los difuntos oraculares. Si Thomas las hubiera comido no habría vivido para relatar su aventura y conservar sus «zapatos de terciopelo verde y su chaqueta del mismo paño» que habían sido su librea como servidor de la Reina. El relato de sus experiencias místicas concuerda con lo que se sabe de las ceremonias de iniciación del culto de las brujas. Cómo el danés Ogier, la había tomado al principio por la Virgen, error perdonable, pues (según la confesión de la bruja Marión Grant de Aberdeen, compañera de Andro Man) las brujas la llamaban «Nuestra Señora» y aparecía como una bella dama vestida con un «manto blanco».
Keats, en sus cartas a Fanny, dice claramente que para llegar a ser su amante en un sentido tan completo como Thomas de Erceldoune llegó a serlo de la Reina de Elfame, recibiría de buena gana la Marca y firmaría el pacto de sangre que luego entregaría su alma al infierno. Él no era cristiano. «Mi religión es el Amor y tú eres su único dogma», le escribió. Pero Fanny no estaba bien preparada para el papel que él le imponía. Aunque al principio, como la reina que William Barton encontró en el camino al Queen’s Ferry, simulaba sentirse «enojada y muy circunspecta» cuando él la galanteaba, y más tarde se compadeció de sus angustias y le complació hasta cierto punto, es evidente que nunca «le permitió que hiciera aquello de lo cual los oídos cristianos no deben oír hablar».
Coleridge, en sus momentos mejores, tenía una conciencia poética más severa que Keats. Aunque la segunda parte de Christabel desmiente la magia lunar del primero, su descripción en Ancient Mariner de la mujer que juega a los dados con la Muerte en el barco fantasma es el retrato más fiel que existe de la Diosa Blanca:
Sus labios eran rojos, su mirada era franca. |
su cabello amarillo como el oro, |
y su piel era blanca como la lepra. |
Era la Pesadilla de la Vida en la Muerte, |
que la sangre del hombre condensa con el frío. |
Los autores anónimos de baladas inglesas celebran constantemente la belleza y el terrible poder de la diosa. Tom o’Bedlam’s Song está inspirada directamente por ella:
The Moon’s my constant mistress |
And the lonely owl my marrow, |
The flaming drake |
And the night-crow make |
Me music to my sorrow. |
[La Luna es mi querida constante — y el búho solitario mi tuétano, — el ánade flamante — y el cuervo nocturno — hacen música para mi aflicción.]
Y también Holy Land of Walsinghame:
Such a one did I meet, good sir, |
Such an angelic face |
Who like a nymph, like a queen, did appear |
In her gait, in her grace. |
She hath left me here alone, |
All alone, as unknown, |
That sometime did me lead with herself |
And me loved as her own. |
[Me encontré con una, buen señor, — de un rostro tan angelical — que una ninfa, una reina, parecía — por su porte y por su gracia.
Me ha dejado aquí solo, — completamente solo, como un desconocido, — la que en otro tiempo me llevaba consigo — y me amaba como suyo.]
La Holy Land of Walsinghame recuerda la tierna descripción de la diosa en el antiguo Sickbed of Cuchulain (El lecho de enfermo de Cuchulain) irlandés, que hace Laegh después de visitar el túmulo fortificado de Sidhe:
Hay una doncella en la noble casa |
que supera a todas las mujeres de Irlanda. |
Avanza con la cabellera rubia, |
bella y con muchos dones. |
Su plática con cada hombre por turno |
es bella, maravillosa, |
el corazón de cada uno estalla |
de anhelo y de amor por ella. |
Pues aunque le gusta destruir, la diosa destruye sólo para vivificar.
La mención de la lepra por Coleridge es extrañamente exacta. La blancura de la diosa ha sido siempre un concepto ambivalente. En un sentido es la grata blancura de la cebada perlada, o del cuerpo de una mujer, o de la leche, o de la nieve sin mácula; en otro es la blancura horripilante de un cadáver, o de un espectro, o de la lepra. Así en Levítico, XIV, 10, la ofrenda de gracias del leproso después de su curación, hecha originalmente a la Diosa Madre, era una medida de harina de cebada. Alfito, como se ha visto, combinaba los dos sentidos: pues alphos es la lepra blanca, la vitiliginosa que ataca al rostro, y alphiton es la cebada, y Alfito vivía en las cimas de los riscos de Nonacris entre nieve perpetua. Pausanias relaciona la lepra, que significa «escamosidad», una característica dé la verdadera lepra, con la ciudad de Lepreo, que se halla cerca del río Alfeo en el distrito de Trifilia («trébol»), que era una colonia de leprosos fundada por una diosa llamada Leprea; posteriormente quedó bajo la protección de «Zeus del Álamo Blanco», pues otro nombre de la lepra es leuce, que significa también «el álamo blanco». Esto ata varios cabos sueltos del razonamiento. Los tréboles blancos que brotan donde pisa la diosa del Amor Olwen puede decirse que son «blancos como la lepra». Y podemos suponer que las hojas del álamo blanco (el árbol del otoño del Beth-Luis-Nion), que siguen dándose en el valle del Estigia, eran profilácticas contra rodas las formas de la lepra: pues albus y albulus tienen en latín todas las connotaciones de la palabra griega alphos. Cuando Evandro fue a Italia desde Arcadia llevó consigo el nombre del río Alfeo: Albula era el nombre antiguo del Tíber, aunque sus aguas amarillas le habrían merecido el nombre de «Xanthos» o «Flavus» si la Diosa Blanca no hubiera patrocinado la emigración.
Es probable que en la Antigüedad las sacerdotisas de la Diosa Blanca sé pusiesen riza en el rostro para imitar el disco blanco de la Luna. Es posible que la isla de Samotracia, famosa por sus Misterios de la Diosa Blanca, tomase su nombre de la lepra escamosa, pues es sabido que Samo significa blanco y que la palabra del goidélico antiguo para esta clase de lepra era samot-hrusc. Estrabón garantiza esta sugerencia en sus Geórgicas: cita a Artemidoro como habiendo escrito que «hay cerca de Britania una isla donde se realizan en honor de Ceres y Perséfone los mismos ritos que en Samotracia».
En el Ancient Mariner, cuando la Pesadilla de la Vida en-la-Muerte gana la partida de dados:
«El juego ha terminado, he ganado, he ganado». |
dice ella y silba tres veces. |
Silba para provocar la brisa mágica que luego salva la vida del marinero. Aquí también Coleridge es bellamente exacto. La Diosa Blanca Cardea, como se ha dicho, estaba a cargo de los cuatro vientos cardinales; el más importante mitológicamente era el Viento Norte, detrás del cual tenía ella su castillo estrellado, cerca del gozne polar del Universo. Era el mismo viento que sopló en respuesta al enigma final de Gwion en el romance y ayudó a liberar a Elphin, y el viento que, según Hecateo, dio su nombre al sacerdocio hiperbóreo de Apolo. Silbar tres veces en honor de la Diosa Blanca es el modo tradicional de las brujas de provocar el viento; de aquí la proverbial mala suerte que causan «una gallina que cacarea y una doncella que silba», «Te daré un viento». «Y yo otro», dicen las brujas en Macbeth. La íntima relación de los vientos con la diosa se pone también de manifiesto en la difundida creencia popular de que solamente los cerdos y las cabras (ambos consagrados desde la Antigüedad a ella) pueden ver el viento, y en la creencia de que las yeguas pueden concebir únicamente volviendo sus cuartos traseros hacia el viento.
La referencia clásica más antigua a esta creencia acerca de las yeguas se encuentra en la Iliada, donde Bóreas se enamora de las tres mil yeguas del dardanio Erictonio; las encuentra paciendo en las llanuras que rodean a Troya y preña a doce de ellas. Los eruditos en literatura clásica se han limitado a interpretar esto solamente como una alegoría de la velocidad de los doce caballos sagrados nacidos de Bóreas, pero el mito es mucho más complejo. Bóreas vivía con sus tres hermanos, los otros vientos cardinales, en una cueva sagrada del monte Hemo en Tracia, que se halla al norte de Troya, pero se le adoraba también en Atenas. Los atenienses le daban el honorable título de «cuñado» y su antiguo respeto por él aumentó a causa de su súbito descenso del Hemo durante la invasión persa de Grecia, cuando hundió a la mayoría de las naves de Jerjes frente al cabo Sepias. Bóreas estaba representado en la famosa arca tallada de Cipselo como medio hombre y medio serpiente, un recordatorio de que los vientos estaban a cargo de la diosa de la Muerte y salían de cuevas o agujeros oraculares en la tierra. Se le mostraba en el acto de llevar a la ninfa Oritia, hija de otro Erictonio[48], el primer rey de Atenas (que introdujo allí los carros de cuatro caballos) a su residencia montañesa en Tracia.
Eso da una clave del origen del culto del Viento Norte. Las yeguas de Erictonio eran en realidad las yeguas de Bóreas mismo, pues Erictonio era también medio hombre y medio serpiente. De Erictonio, llamado autóctono, es decir «el que brota de la tierra», se decía al principio que era hijo de Atenea y el demiurgo Hefestos, pero posteriormente, cuando los atenienses insistían en la virginidad inmaculada de Atenea como una cuestión de orgullo cívico, se le hizo hijo de Hefestos y Gea, la diosa Tierra. El nombre de Oritia, la ninfa que lo llevó, significa «la que se enfurece en las montañas», evidentemente la diosa del Amor de la tríada, divina en la que Atenea era la diosa de la Muerte; lo que explica que Bóreas fuera su cuñado, y por consiguiente el cuñado de todos los atenienses, cuya antigua amistad con el sacerdocio de Bóreas de los hiperbóreos menciona Hecateo. Pero como el Viento Norte no puede soplar hacia atrás, la leyenda del rapto de Bóreas por Oritia, que lo llevó a Tracia, tiene que referirse a la difusión hasta la Tracia del culto orgiástico ateniense de la triple diosa Cabra y su amante Erictonio, llamado también Ofión, y su adaptación allí, como en la cercana Troya, a un culto orgiástico de la triple diosa Yegua; los doce caballos sagrados de Bóreas le proporcionaban tres carros de cuatro caballos. Como Erictonio poco tiempo después de su nacimiento se refugió de sus perseguidores en la égida de Atenea —el saco hecho con el cuero de la cabra Amaltea— tuvo que haber venido de Libia con ella. En Libia habría sido más amado que en Grecia; las brisas del norte refrescan en la madrugada toda la costa libia durante el verano, por lo que Hesíodo llama a Bóreas hijo de Astreo («estrellado») y de Eos («aurora»); Que las yeguas portuguesas eran fecundadas por el céfiro —según Varrón, Plinio y Columela— es un error evidente debido a la extrema situación occidental de Portugal. El filósofo Ptolomeo atribuye con razón solamente al planeta Zeus (Júpiter), que gobernaba el Norte, «vientos que fertilizan» y Bóreas era uno de los títulos de Zeus[49]. Lactancio, Padre cristiano de fines del siglo III, hace de esta fecundación de las yeguas una analogía de la misteriosa fecundación de la Virgen María por el Espíritu Santo (literalmente «aliento o soplo»), comentario que en esa época no era considerado de mal gusto.
Según la Odisea, la sede de los vientos, es decir el centro del culto de Bóreas y sus hermanos, no estaba en el monte Hemo, sino en una isla eolia; tal vez era la isla egea de Tenos, que se halla inmediatamente al norte de Delos, donde se mostraba un megalito como el monumento conmemorativo erigido por Hércules a Calais y Zetes, los hijos heroicos de Bóreas y Oritia. Pero el culto de Bóreas se extendió hacia el Oeste así como hacia el Norte desde Atenas —se sabe que los Turios de Italia lo adoraban— y es probable que llegara a España con otros colonos griegos. Al final de la época clásica se creía que la «isla eolia» de Homero era Lípari, que había sido colonizada por eolios; Lípari se halla al norte de Sicilia, donde probablemente se originó la creencia.
Un poema irlandés pagano, ligeramente cristianizado, publicado en el volumen II de Ossianic Society’s Publications, 1855, da las características nativas de los cuatro vientos cardinales. No sólo muestra la relación de los vientos con el Destino, sino que ademas presenta al niño que nace cuando el Viento Norte sopla como un tipo de Hércules.
VIENTOS DEL DESTINO
El niño que nace cuando el viento proviene del oeste |
conseguirá ropas, conseguirá alimentos; |
obtendrá de su señor, yo afirmo, |
nada más que alimentos y ropas. |
El niño que nace cuando el viento proviene del norte |
obtendrá la victoria, pero sufrirá la derrota, |
será herido, y otro será herido |
antes que ascienda a un Cielo angélico. |
El niño que nace cuando el viento proviene del sur |
conseguirá miel, conseguirá frutos, |
en su casa agasajará |
a obispos y buenos músicos. |
Cargado con oro está el viento del este, |
el mejor viento de los cuatro que soplan; |
el niño que nace cuando sopla ese viento |
no experimentará privaciones durante toda su vida. |
Siempre que el viento no sople |
sobre la hierba de la llanura o el brazo de la montaña |
quienquiera que nazca entonces, |
sea varón o hembra, será tonto. |
Ahora podemos resolver uno o dos enigmas importantes. Si los atenienses adoraban al Viento Norte en épocas muy primitivas y habían llevado el culto con ellos desde Libia, entonces los hiperbóreos originales, «la gente de detrás del viento norte», un sacerdocio interesado por el otro mundo nórdico, eran libios. Esto explicaría la idea equivocada de Píndaro de que Hércules fue a traer el olivo silvestre o acebuche del norte lejano; en realidad lo trajo del sur, tal vez de un sur tan lejano como la Tebas egipcia, donde seguía dándose con robles y perseas en la época de Plinio, así como la «gorgona» que Perseo mató durante su visita a los hiperbóreos sacrificadores de asnos era la meridional diosa Neith de Libia. Éste no era el Hércules héroe del roble, sino otro Hércules, el pulgar fálico, jefe de los cinco Dáctilos, que, según la tradición que Pausanias encontró en la Elide, llevó tal abundancia de olivos silvestres desde la Hiperbórea que, después de haber coronado al vencedor de la carrera pedestre realizada por sus hermanos, todos ellos durmieron acostados en montones de sus hojas frescas. Pausanias, si bien nombra a los competidores, no dice quién venció, pero fue evidentemente Peonio, el dedo índice, que siempre llega el primero cuando se hace correr los dedos por una mesa como si disputaran una carrera, y además el pean o peón era el canto de victoria. Por otra parte, Pausanias dice que Zeus luchó con Cronos en esa ocasión y le venció; Zeus es el dios del dedo índice y Cronos el del dedo del medio, o del tonto. El Dáctilo que llegó segundo en la carrera era evidentemente Epímedes, «el que piensa demasiado tarde», el tonto, pues Pausanias cita los nombres en este orden: Hércules, Peonio, Epímedes, laso e Idas.
Por consiguiente, era de acebuche la corona de Peonio, el dedo índice, lo que significa que la vocal de ese dedo, o sea la O, que se expresa con el aulaga Onn en el Beth-Luis-Nion, se expresaba con el acebuche en el alfabeto de árboles griego. Esto explica el empleo del olivo en el festival de primavera en el mundo antiguo; que continúa en España en el Domingo de Ramos; y la clava de madera de olivo de Hércules; el Sol se arma por primera vez en el equinoccio de primavera; y la rama de olivo en el pico de la paloma de Noé que simboliza el descenso de las aguas del invierno a causa del sol primaveral. Explica también a Peonio como título de Apolo Helios, el dios del Sol nuevo, el que, no obstante, parece haber tomado de la diosa Atenea Peonía, que fue la primera que llevó el olivo a Atenas; y el nombre de la peonía, paeonia, una flor silvestre mediterránea que brota solamente en el solsticio de primavera y se desprende rápidamente de sus pétalos.
La Diosa Blanca de Spenser es la artúrica «Dama del Lago», llamada también «la Serpiente Blanca», «Nimue» y «Vivien», a la que el profesor Rhvs, en su Arthurian Legend, identifica con Rhiannon. Es la querida de Merlín (Merddin), a quien sepulta traicioneramente en su cueva mágica cuando, como Llew Llaw a Blodeuwedd, Sansón a Dalila, o Curoi a Blathnat, le ha revelado algunos de sus secretos. Sin embargo, en el relato galés más antiguo, el Diálogo de Gwenddydd y Merddin, ella le dice que salga de su prisión y «abra los Libros de la Inspiración sin temor». En este diálogo ella le llama «hermano mellizo», lo que la revela como Olwen, y a ella se la llama también Gwenddydd wen adlam Cerddeu, «Dama Blanca del Día, refugio de poemas», lo que prueba que es la Musa, Cardea-Cerridwen, que inspira cerddeu, «poemas», en griego cerdeia.
«¿Qué es la inspiración?», es una pregunta que se hace continuamente. La derivación de la palabra proporciona dos respuestas relacionadas. «Inspiración» puede ser la aspiración por el poeta de vapores embriagadores que emanan de una caldera embriagante, los Awen de la caldera de Cerridwen, que contenía probablemente una mezcla de cebada, bellotas, miel, sangre de toro e hierbas sagradas como la hiedra, el eléboro[50] y el laurel, o vapores mefíticos que salían de un pasaje subterráneo como en Delfos, o los vapores que suben a las ventanas de la nariz cuando se mastica setas. Esos vapores producen un arrobamiento paranoico en el que se suspende el tiempo, aunque la mente sigue activa y puede relatar en verso sus aprehensiones prolépticas o analépticas. Pero «inspiración» puede ser también la inducción del mismo estado poético mediante el acto de escuchar al viento, el mensajero de la diosa Cardea, en un soto sagrado. En Dodona se escuchaban los oráculos poéticos en el robledal, y el arrobamiento profético tal vez era producido en las sacerdotisas de la paloma negra que dirigían al principio el oráculo masticando bellotas; en todo caso, un escoliasta de Lucano observa que este método era utilizado entre los druidas galos. En Canaán el principal árbol oracular era la acacia —la «zarza ardiente» de que se habló en el capítulo XV— y hay una referencia a esta clase de inspiración en I Crónicas, XIV, 15:
Y así que oyeres venir un estruendo por las copas de los morales sal luego a la batalla.
Aquí «morales» debería ser «acacias». Jehová mismo estaba en el viento, y el contexto —el ataque de David a los filisteos desde Gibeón hasta Gaza— muestra que soplaba del norte. Esta leyenda data de una época en que Jehová no era todavía un dios trascendental, sino que vivía, como Bóreas, en una montaña del lejano norte; era, en realidad, el dios toro blanco Baal Zefón («Señor del Norte») que había tomado su nombre de la diosa madre Baaltis Zapuna, nombre que consta en una inscripción de Goshen, donde estuvo instalada en un tiempo la tribu de José. Los cananeos lo adoraban como Rey del Otro Mundo del Norte, y los filisteos de Acarón se habían apropiado del culto; era un dios de la profecía y la fertilidad. Otro de sus títulos era Baal-Zebul, «el Señor de la Mansión (del Norte)», que dio su nombre a la tribu de Zebulón; lo adoraban en el monte Tabor. Cuando el rey Ocozías de Israel consultó con su oráculo en Acarón (2 Reyes, I, 1-4), mereció el reproche de Elías por no haber consultado con el oráculo israelita nativo, presumiblemente en el Tabor. I Sospecho que Baal-Zebul era un Dioniso otoñal cuyos devotos se embriagaban con amanita muscaria, que todavía se da en esa región. En la época de Jesús, quien fue acusado de mantener relaciones con Beelzebú, hacía mucho tiempo que los reinos de Israel y Filistia habían desaparecido y los santuarios de Acarón y Tabor habían sido destruidos. El arcángel Gabriel se había hecho cargo de las funciones de Baal-Zebul, quien se había convertido en un simple demonio llamado burlonamente Baal-Zebub, «Señor de las Moscas». Sin embargo, los carniceros levitas mantenían el viejo ritual de volver hacia el norte la cabeza de la víctima cuando la sacrificaban.
La acacia sigue siendo un árbol sagrado en la Arabia Desierta, y si alguien rompe una rama de ese árbol se espera que muera en el término de un año. La representación clásica común de la Musa cuchicheando en el oído de un poeta se refiere a la inspiración en la copa de los árboles: la Musa es la dríada (hada del roble), o mĕlia (hada del fresno), o mēlia (hada del membrillo), o cariátide (hada de la nuez), o hamadríada (hada del bosque en general), o heliconiana (hada del monte Helicón, que tomó su nombre tanto de helicë, el sauce consagrado a los poetas, como del arroyo que corría en espiral a su alrededor).
En la actualidad los poetas raras veces emplean ayudas artificiales para inspirarse, aunque el sonido del viento en los sauces o en una plantación de árboles del bosque todavía ejerce en su mente una influencia extrañamente potente; y la palabra «inspiración» se aplica, por consiguiente, a cualquier medio que sirva para provocar el arrobamiento poético. Pero muchos charlatanes o alfeñiques recurren a la escritura automática y el espiritismo. La antigua distinción hebrea entre, la profecía legítima y la ilegítima —dándole a «profecía» el significado de poesía inspirada en la que los acontecimientos futuros no se predicen necesariamente, pero sí habitualmente— tiene mucho de recomendable. Si un profeta entraba en arrobamiento y luego ignoraba lo que había balbuceado, la profecía era ilegítima; pero si seguía en posesión de sus facultades críticas durante el arrobamiento y después, era legítima. Exaltaba sus facultades el «espíritu de profecía», por lo que sus palabras cristalizaban una experiencia inmensa en una joya poética singular, pero él era, por la gracia de Dios, el vigoroso autor y regulador de su ejecución. Por otra parte, este médium espiritista, cuya alma se ausentaba momentáneamente para que los principados y poderes demoníacos pudieran ocupar su cuerpo y hablar sibilantemente por su boca, no era profeta y «se le aislaba de la congregación» si se descubría que había provocado deliberadamente el arrobamiento. La prohibición se extendía probablemente a la escritura automática.