Los místicos indios sostienen que para pensar con completa claridad en sentido religioso uno debe eliminar primeramente todo deseo físico, inclusive el deseo de seguir viviendo; pero esto no es en modo alguno lo que sucede con el pensamiento poético, pues la poesía arraiga en el amor, y el amor en el deseo, y el deseo en la esperanza de una existencia continua. Sin embargo, para pensar con completa claridad en sentido poético uno debe desembarazarse primeramente de muchos impedimentos intelectuales, incluyendo todas las preocupaciones doctrinales dogmáticas: la pertenencia a un partido político, una secta religiosa o una escuela literaria deforma el sentido poético; por decirlo así, introduce algo que no viene al caso, destructor, en el círculo mágico trazado con una vara de fresno, avellano o sauce y dentro del cual el poeta se aísla para el acto poético. Debe conseguir a toda costa la independencia social y espiritual, aprender a pensar tanto mítica como racionalmente y no dejarse asombrar por los fantásticos animales no zoológicos que se introducen en el círculo; vienen para que se les interrogue, no para alarmar.
Si el visitante es una Quimera («cabra»), por ejemplo, el poeta la reconocerá por la cabeza de león, el cuerpo de cabra y la cola de serpiente como un animal de calendario cario, otra forma de la cabra alada en la que, según Clemente de Alejandría, Zeus voló al Cielo. La Quimera era hija de Tifón, el destructor dios de la tormenta, y de Equidna, una diosa serpiente infernal; los hititas la tomaron de los canos y tallaron su imagen en un templo de Carquemis, a la orilla del Eufrates. Cerbero, una perra llamada impropiamente perro, es probable que también aparezca en el círculo: es un animal afín, con las habituales tres cabezas: de leona, de lince y de cerda. El lince es un animal otoñal, aparentemente mencionado por Gwion en su Cea Y Meirch, aunque puede referirse al Gato Palug, la Deméter Gato de Anglesey: «He sido un gato de cabeza moteada en un árbol bifurcado».
El unicornio puede dejar perplejo al poeta. Pero el unicornio descrito por Plinio —representado en el unicornio heráldico del escudo real británico, excepto que el cuerno es una espiral blanca perpendicular— tiene, buen sentido relacionado con el calendario: representa el año solar de cinco estaciones del alfabeto Boibel-Loth. El cuerno está en el centro de los días caniculares y es símbolo de poder: «Ensalzaré tu cuerno». Representa a la estación E, que comienza entonces; como jefe de los venados representa a la estación en la que se cazaban los venados; el cuerpo del caballo a la estación A, al comienzo de la cual era sacrificado en Roma el Caballo de Octubre; las patas del elefante a la estación O, en la que la tierra muestra su mayor vigor; la cola (Ura) del león a la estación U. El animal del cuerno era originalmente, según parece, el rinoceronte, que es el animal más formidable del mundo —«el que hace frente al rinoceronte macho, hace lo que no se atreve a hacer la pantera»—, pero a causa de la dificultad de obtener cuernos de rinoceronte, los mercaderes de la época de Plinio entregaban fraudulentamente como tales los largos cuernos negros y curvos del órix o antílope abisinio. Plinio, que sentía la aversión y la desconfianza habituales en los romanos por los animales fabulosos y menciona al unicornio como un ejemplar zoológico auténtico, tuvo que haber visto tal cuerno. En Britania, no obstante, el cuerno de narval, llegó a ser el tipo aceptado, a causa de su color blanco y mayor dureza, porque se encorva en la espiral de la inmortalidad, y porque el Dios del Año de diversos nombres sale siempre del mar, como dice Gwion en su Angar Cyvyndawd: «Desde el fondo del mar vino en persona». Al narval se le llama, en consecuencia, el «Unicornio marino». Sin embargo, unos pocos mitógrafos británicos, como Thomas Boreman de comienzos del siglo XVII, aceptaban la opinión de Plinio y anotaban: «Su cuerno es duro como el hierro y áspero como una lima, retorcido y rizado como una espada llameante, muy recto, aguzado y completamente negro, con excepción de la punta». Una variedad interesante del unicornio es el onagro, al qué Herodoto consideraba auténticamente zoológico; el onagro es el animal de Set, cuya quinta parte del año se concentra en el solsticio de verano y cuyo cuerno se ensalza de este modo. Pero no se debe olvidar que el historiador Ctesias del siglo V a. de C., el primer griego que escribió acerca del unicornio, describe su cuerno, en Indica, como blanco, rojo y negro. Éstos son los colores de la diosa Luna Triple, como lo muestra la fábula de Suidas citada hacia el final del capítulo IV, en la que compara a la novilla con la mora; el Dios del Año estaba sometido a esa diosa.
El unicornio tenía probablemente un significado espacial, así como, temporal, aunque el espacio se ha dividido siempre en cuatro partes del horizonte y no en cinco. La cruz cuadrada, simple o convertida en esvástica, ha representado desde tiempo inmemorial el grado supremo de la soberanía; era un símbolo principal en la Creta minoica, sola o encerrada en un círculo, y estaba reservada a la diosa y a su hijo real, el Rey. En algunas partes de la India donde se adora a Kali, con ritos que se parecen mucho a los de la Gran Diosa cretense y pelasga, como la más poderosa del grupo de cinco deidades, a saber: Siva, Kali, Vishnu, Surya y el dios elefante Ganesa —que corresponden aproximadamente a las cinco egipcias, Osiris, Horus, Isis, Set y Nephthys—, el cinco tiene un significado espacial concreto. En la coronación ritual de un rey indio, cuando el sacerdote oficiante inviste al rey con el manto sagrado llamado «el Útero» en una ceremonia de renacimiento, le entrega cinco dados y dice: «Tú eres el amo; ojalá que estas cinco regiones tuyas te caigan en suerte». Las cinco regiones son las cuatro partes de la tierra y el cénit.
Por consiguiente, el ensalzado cuerno único del unicornio representa «el polo superior» que va directamente desde el rey hasta el cénit, el punto más caluroso que alcanza el sol. El cuerno del unicornio en la arquitectura egipcia es el obelisco, que tiene base cuadrada y termina en punta piramidal; expresa el dominio sobre las cuatro partes del mundo y el cénit. En forma rechoncha es la pirámide, y el dominio que expresaba originalmente no era el del dios Sol, que nunca brilla desde el norte, sino el de la Diosa Triple, cuyo triángulo de mármol blanco encierra por todas partes la tumba de su hijo regio.
Kali, como su equivalente Minerva, tiene al cinco como su número sagrado. Por eso su místico, el poeta Ram Prasad, le dice mientras ella danza alocadamente sobre el cuerpo tendido de Siva:
Mi corazón es cinco lotos. Tú haces de los cinco uno, bailas y te dilatas en mi mente.
Se refiere a los cultos de cinco deidades, todos los cuales son en realidad cultos de Kali. Se recordará que Dioniso y la vaca blanca sagrada, lo de Argos, quien finalmente se convirtió en la diosa Isis, hacían visitas a la India.
En los misterios dionisíacos el hirco-cervus, cabraciervo, era el símbolo de la resurrección, de la esperanza de inmortalidad del hombre, y parece que cuando los druidas[42] hiperbóreos iban a Tesalia reconocían a la cabra-ciervo, asociada con las manzanas, como su inmortal ciervo o cierva blanca, asociada también con las manzanas. Pues el manzano, ut dicitur, es el refugio de la cierva blanca. De ella deriva su barba ocasional, el unicornio de la heráldica y del arte medien val; pero entre los místicos cristianos la cabra-unicornio griega de la visión de Daniel ha dado belicosidad a este animal en otro tiempo pacífico.
En Britania y Francia el ciervo o cierva blanca no fue desalojado por el unicornio; perduró en la tradición popular y figuraba en los romances medievales como, símbolo del misterio. El rey Ricardo II adoptó «un ciervo blanco alojado» como insignia personal; y ahora es el animal que se ve en las muestras de las posadas británicas. A veces tenía una cruz entre las astas, como se había aparecido a San Huberto, patrono de los cazadores, quien lo había perseguido sin descanso a través de la densa selva, y a San Julián el Hospitalario. Por consiguiente, el unicornio del desierto y el ciervo blanco del bosque tienen la misma significación mística; pero durante la moda hermética de comienzos del siglo XVII se les distinguía atribuyéndoles, respectivamente, el significado del espíritu y del alma. Los herméticos eran neoplatónicos que remendaban sus mantos filosóficos con retazos de ciencia barda medio olvidaba. En el Book of Lambspring, un raro opúsculo hermético, un grabado muestra a un ciervo y un unicornio juntos en un bosque. El texto dice:
Los Sabios dicen en verdad que hay dos animales en este bosque: uno glorioso, bello y veloz, un ciervo grande y fuerte; el otro es un unicornio… Si aplicamos la parábola de nuestro arte, llamaremos al bosque el cuerpo… El Unicornio será el espíritu en todos los tiempos. El ciervo no desea otro nombre que el del alma… Al que sabe domarlos y dominarlos con el arte, aparearlos, introducirlos en el bosque y sacarlos de él se le puede llamar con justicia Maestro.
Al poeta un animal anónimo se le puede aparecer con cabeza de ciervo y corona de oro, cuerpo de caballo y cola de serpiente. Aparece en un poema gaélico publicado por Carmichael en Carmina Gadelica, en un diálogo entre Bride y su hijo innominado:
BRIDE: | Negra aquella ciudad, |
negros los que están en ella; | |
Yo soy el Cisne Blanco, | |
Reina de todos ellos. | |
HIJO: | Viajaré en nombre de Dios, |
con la apariencia de un ciervo, la apariencia de un caballo, | |
la apariencia de una serpiente, la apariencia de un rey. | |
Más poderoso será conmigo que con todos los otros. |
El hijo es evidentemente un dios del año menguante, como muestra la serie de ciervo, caballo y serpiente.
O bien un fénix puede introducirse en el círculo. El 6 fénix, aunque los romanos creían literalmente en su Inexistencia —supongo que porque sus visitas a On-Heliópolis eran, según se decía, tan breves y espaciadas que nadie podía refutar su existencia— era también un animal del calendario. Los egipcios no tenían un año bisiesto; cada año el fragmento de un día que sobraba en el Año Nuevo quedaba reservado, hasta que finalmente, al cabo de 1460 años, a lo que se llamaba el Año Sótico, los fragmentos sumaban un año entero, y los festivales de fecha fija que se habían desplazado cada vez más en el transcurso de los siglos (con la misma clase de inconvenientes que ocasiona a los neozelandeses su Navidad en el solsticio estival) volvían a las fechas en que se celebraban originalmente; y en los anales se podía intercalar un año entero. Ésta era una ocasión para grandes regocijos, y en On-Heliópolis, el principal Templo del Sol egipcio, un águila con las alas pintadas era, según parece, quemada viva con especias en un nido de ramas de palmera para celebrar el acontecimiento.
Esta águila representaba al dios Sol y la palmera estaba consagrada a su madre la Gran Diosa; el Sol había terminado su gran revolución y el águila solar volvía en consecuencia al nido para inaugurar una nueva Era del Fénix. Según la leyenda, de las cenizas del Fénix nacía un gusanito que poco después se convertía en un verdadero Fénix. Este gusano era las seis horas y pocos minutos más que sobraban al final del Año del Fénix; en cuatro años sumarían un día entero, un pollo de Fénix. De la información confusa de Herodoto acerca del Fénix se deduce que en On-Heliópolis se conservaba, siempre un águila sagrada, y que cuando moría la embalsamaban en un huevo de mirra redondo que la preservaba indefinidamente; luego consagraban otra águila. Probablemente esos huevos de mirra eran incluidos en el holocausto final. Que el Fénix llegara volando desde Arabia no tenía por qué significar más que, para los egipcios, el sol salía del desierto de Sinaí. Es una ironía que los cristianos primitivos siguieran creyendo en un Fénix real, del que hicieron un símbolo del Cristo resucitado, mucho tiempo después que el Fénix hubiera sido matado. Lo mató sin saberlo el emperador Augusto en el año 30 a. de C. cuando estabilizó el calendario egipcio.
O una jauría de perros de Gabriel grandes, blancos, con orejas rojas y hocicos rosados, puede aparecer a la vista corriendo en persecución de un alma no bautizada. A pesar de su apariencia espectral y su siniestra reputación en el mito británico, esos animales son decentemente zoológicos. Son los antiguos perros de caza egipcios representados en las pinturas de las tumbas, los que, aunque extintos en Egipto, se crían todavía en la isla de Ibiza[43], adonde fueron llevados originalmente por los colones cartagineses. La casta también pudo haber sido introducida en Britania a fines del segundo milenio a. de C. juntamente con los abalorios azules egipcios descubiertos en los cementerios de la llanura de Salisbury. Son más grandes y veloces que los galgos y cazan valiéndose del olfato tanto como de la vista; cuando ven la presa lanzan el mismo gañido que los gansos silvestres migrantes —especialmente el bárnacla— cuando vuelan a gran altura por la noche; es un sonido que en el norte y el oeste de Inglaterra consideran como un agüero de próxima muerte. Anubis, el dios embalsamador que llevó el alma de Osiris al infierno, era originalmente un chacal merodeador, pero llegó a ser representado como un perro de caza noble, y sólo le quedó la cola peluda como testimonio de su época de chacal.
O el visitante puede ser un Querubín. El Querubín mencionado en el primer capítulo de Ezequiel es también claramente un animal como los del calendario. Tiene cuatro partes que representan los «cuatro Años Nuevos» de la tradición judía: el León representa la primavera; el Águila, el verano; el Hombre, el otoño, el Año Nuevo principal; y el Buey, el invierno, la estación de la labranza judía. Ezequiel identifica a este Querubín con una rueda ardiente, que es evidentemente la rueda del año solar, así como el dios al que sirve es claramente el Sol de la Rectitud, una emanación del Anciano de los Días. Además, cada querubín —son cuatro— es una rueda del carro de Dios y avanza directamente hacia adelante sin desviarse. Y el resumen de Ezequiel: «Las ruedas parecían de turquesa, eran todas iguales y cada una dispuesta como si hubiese una rueda dentro de otra rueda», se ha hecho proverbial por lo ininteligible. Pero su significado relacionado con el calendario es sencillo. Cada rueda del carro de Dios es el ciclo, o rueda anual de cuatro estaciones; y la llegada del carro inauguraba un ciclo, o rueda, de cuatro años. Cada año, en efecto, gira dentro de una rueda de cuatro años desde el comienzo hasta el final del período; y el Auriga Eterno es el Dios de Israel. Al hacer que las ruedas Querubines mismas proveyeran la fuerza motriz del carro, Ezequiel evitó el tener que poner un caballo angélico entre las varas; recordaba que los carros votivos tirados por caballos que había colocado el rey Manasés en el Templo de Jerusalén habían sido retirados como idólatras por el buen rey Josías. Pero el águila de Ezequiel seria en realidad un carnero o una cabra y su hombre una serpiente feroz con rostro humano; con alas de águila para cada uno de los cuatro animales. Sus razones para esta tergiversación aparecerán en el último capítulo de este libro.
El color de estos Querubines llevados por nubes brillantes era el ámbar apolíneo, lo mismo que el del Hombre al que servían. Podían ser muy bien ministros del Apolo hiperbóreo, el dios Sol, cuya joya sagrada era el ámbar. Lo que es más, cada rayo dorado de la rueda terminaba en la pata de un becerro, y el becerro de oro era el animal sagrado del dios que, según el rey Jeroboán, Israel había llevado de Egipto, como lo era también del dios Dioniso, la parte cambiante del inmutable Apolo.
Esta aparente identificación de Jehová con Apolo pa-1 rece haber alarmado a los fariseos, aunque no se atrevían a rechazar la visión. Consta que un estudiante que reconoció el significado de hashmal (ámbar - hashmal es la palabra hebrea moderna que significa electricidad; «electricidad» se deriva de la palabra ámbar en griego) y la discutió imprudentemente fue muerto por un rayo (Haggada, 13, B). Por esta razón, según la Mishnah, la Ma’aseh Merkabah («Composición del Carro») no se debe enseñar a nadie a menos que sea no solamente sabio, sino también capaz de obtener conocimientos por medio de su propio discernimiento («gnosis») y nadie más puede estar presente durante la enseñanza. Y «el que habla de las cosas que están delante, detrás, arriba y abajo, sería mejor que no hubiera nacido». En general se consideraba más seguro dejar en paz a la Merkabah, sobre todo porque se había profetizado que «en la plenitud de los tiempos Ezequiel volverá y abrirá para Israel las cámaras de la Merkabah» (Cant. Rabbah, 1, 4).
En consecuencia, sólo unos pocos rabinos conocidos enseñaban el misterio y solamente a los más selectos de sus discípulos; entre ellos se hallaban el rabino Johanan ben Zakkai, el rabino Joshua (vicepresidente del Sanhedrin bajo Gamaliel), el rabino Akiba y el rabino Nehunia. El rabino Zera decía que ni siquiera los títulos de los capítulos de la Merkabah debían ser comunicados, excepto a una persona que presidiera una academia y tuviera un temperamento cauteloso. El rabino Ammi decía que se podía confiar la doctrina solamente a quien poseía las cinco cualidades enumeradas en Isaías, III, 3: «el jefe de cincuenta, el grande y el consejero, el artífice excelente y el hábil orador.» Aumentaba la creencia en que las exposiciones del misterio de la Merkabah causarían la aparición de Jehová. El rabino Johanan ben Zakkai cabalgaba en su asno a lo largo del camino y su discípulo Eleazar ben Arak lo seguía a pie. El rabino Eleazar dijo: «Maestro, instrúyeme acerca de la Composición del Carro». El rabino Johanan se negó. El rabino Eleazar preguntó: «¿Puedo repetir en tu presencia algo que ya me has enseñado?» El rabino Johanan asintió, pero desmontó de su asno, se envolvió en su túnica y se sentó en una piedra bajo un olivo. Declaró que era impropio que cabalgara mientras su discípulo conversaba acerca de un misterio tan tremendo, y mientras la Shekinah («la Brillantez») y los Malache ha-Shareth («los Ángeles de servicio») los acompañaban. Inmediatamente el rabino Eleazar comenzó su exposición y del Cielo descendió un fuego que los rodeó a ellos y a todo el campo. Los ángeles se reunieron para escuchar, como los hijos del hombre se reúnen para presenciar las festividades de una boda, y se oyó un canto en los terebintos: «¡Alabad al Señor desde la tierra, vosotros los dragones y todos los abismos, árboles frutales y todos los cedros, alabad al Señor!» A lo que un ángel respondió desde el fuego, diciendo: «¡Ésta es la Composición del Carro!» Cuando Eleazar terminó, el rabino Johanan se levantó y le besó en la cabeza. Dijo: «Alabado sea el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, pues ha dado a nuestro padre Abrahán un hijo sabio que sabe cómo conversar acerca de la gloria de nuestro Padre Celestial.»
El rabino José ha-Kohen y el rabino Joshua tuvieron experiencias análogas. Y en una ocasión el rabino Ben Azzai se hallaba sentado y meditaba sobre las Sagradas Escrituras, cuando de pronto lo rodeó una llama. Sus discípulos corrieron a avisar al rabino Akiba, quien acudió y dijo a Azzai: «¿Estáis estudiando los misterios de la Merkabah?».
Los judíos no monopolizaban el misterio. Según Macrobio, el oráculo de Colofón, una de las doce ciudades jonias del Asia Menor, declaró que la naturaleza del dios no inmanente Iao era cuádruple: en el invierno era Hades o Cronos; en la primavera, Zeus; en el verano Helios (el Sol); y en el otoño, Iao o Dioniso. Estos conocimientos debían formar parte de la instrucción, mencionada en el capítulo XV, que dieron a Cipriano de Antioquía en el monte Olimpo sus siete mistagogos. En la religión órfica se conocía también a Iao como el Fano (de phaino, «Aparezco») de cuatro ojos, el primogénito de los dioses. En el fragmento 63 órfico se le describe con alas de oro y cabezas de carnero, toro, serpiente y león. La cabeza de toro estaba pegada a su costado para indicar su naturaleza principal, y llevaba como tocado una gran serpiente «que se parecía a toda clase de fieras».
Aquí podemos atrevernos a identificar al Querubín con la rueda giratoria que guarda los Paraísos de la leyenda céltica, pues según el Génesis, III, 24, los querubines se hallaban estacionados en la Puerta Oriental del Edén. Estaban armados con «la espada flameante de Jehová», la espada con que (según Isaías, XXVII, 1), mató al Dragón, como Marduk había matado a Tiamat, para impedir que alguien entrara. El paraíso de la tradición de Ezequiel (Capítulo XXXVIII, 13-16) es un jardín bien regado al pie de una colina que visitan ocasionalmente los héroes, tales como el rey de Tiro. En él brillan las piedras preciosas y es un lugar donde tocan tambores y flautas. Hemos visto que Gwion lo colocó en el valle de Hebrón. Los serafines, o «serpientes ardientes», asociados con los querubines como guardianes, son evidentemente otra manera de expresar las espirales sagradas talladas como una advertencia en la puerta del recinto sagrado; es probable que los querubines, para distinguirse de ellos, fuesen esvásticas, o ruedas de fuego.
En el relato de Ezequiel se reconoce fácilmente al rey de Tiro como el Hércules Canópico, originalmente un héroe solar egeo que se semitizó como Melkarth, el principal dios de Tiro. Se cree que el islote situado frente a Tiro era el apostadero principal que utilizaban los Pueblos del Mar durante el segundo milenio a. de C. en su comercio con Siria, como lo era Faros en su comercio con Egipto. Ezequiel, que conocía la relación original de los cultos de Jehová y Melkarth, dedaia que ya no es posible el entendimiento religioso entre Jerusalén y Tiro, como en el tiempo de Salomón e Hiram. El rey Hiram de Tiro, como Salomón, a quien igualaba y hasta superaba en sabiduría, era sacerdote de Melkarth, y Jehová admite por boca de Ezequiel: «Tú cerrarás la suma, lleno de sabiduría y perfecto en belleza». Sin embargo, acusa al presente rey de Tiro de haber cometido el pecado de pretender ser un dios, Melkarth como Inmortal, y el castigo por esta presunción es la muerte. Esto es una advertencia indirecta al rey de Ezequiel, Zedequías de Judá, descendiente de Salomón, para que no se deje seducir por los tirios a que presuma igualmente de ser Jehová. (Zedequías no tuvo en cuenta la advertencia y «el príncipe profano y malvado» murió ciego y encadenado en Riblah, la capital de sus enemigos cusitas. Fue el último rey de Judá.) En consecuencia, Ezequiel lamenta que Melkarth, como Adán, haya sido expulsado del Paraíso por el Querubín a pesar de su santidad y su sabiduría originales, y ahora debe ser reducido a cenizas. Éste no era, por supuesto, más que el destino de Melkarth: en el relato griego iba al manzanal del Occidente —el Jardín de las Hespérides—, pero tenía que obedecer al heraldo Copreo y volver del lugar de sus delicias; y terminaba reducido a cenizas en el monte Eta.
La relación poética del Querubín con la muerte en la pira de Hércules-Melkarth consiste en que la pira era encendida por un querubín, es decir por la rotación de la rueda de fuego en forma de esvástica arada a un taladro. Este método de hacer fuego taladrando un sablón de roble sobrevivió hasta el siglo XVIII en la región montañosa de Escocia, pero sólo para encender el fuego necesario de Beltane, al que se atribuía una virtud milagrosa. El espino blanco, la madera de la castidad, se empleaba con frecuencia para el taladro, Sir James Frazer describe extensamente la ceremonia en La Rama Dorada, y dice que originalmente culminaba con el sacrificio de un hombre que representaba al dios Roble. En algunas parroquias escocesas a la víctima incluso se la llamaba «Baal», que era el título habitual de Melkarth.
Vemos, pues, que Ezequiel es un maestro en afirmaciones ambivalentes. Ha hecho del destino de Hércules un símbolo de la próxima destrucción de Tiro por el rey Nabucodonosor de Babilonia, en castigo por el defecto de orgullo que desde que la ciudad alcanzó la prosperidad comercial («la multitud de tus mercaderías, la iniquidad de tu tráfico») ha corrompido a sus gobernantes.
No todos los animales compuestos pertenecen al calendario. La Esfinge, por ejemplo, con su rostro de mujer, su cuerpo de león y sus alas de águila, es la diosa Ura o Urania, con dominio sobre el aire y la tierra y que delega su soberanía en su hijo el Rey. Y el toro alado asirio, con su rostro de hombre, es el equivalente patriarcal de la Esfinge. Es probable que una mala interpretación iconotrópica del toro alado asirio explique los detalles curiosos de la locura del rey Nabucodonosor en el Libro de Daniel:
«—Padre, ¿qué es eso?
—Es una vieja estatua, hijo mío, que representa al rey Nabucodonosor que llevó cautivos a nuestros antepasados hace más de trescientos años porque habían irritado al Señor Dios. Dicen que luego perdió la razón durante cuarenta y nueve meses y anduvo de un lado a otro como una bestia en los bellos jardines de su palacio.
—¿Tenía realmente ese aspecto?
—No, hijo mío. Ésa es una estatua simbólica que significa que participaba de los animales que componen su cuerpo y sus miembros.
—¿Entonces, comía hierba como un toro, sacudía los brazos como si fuesen alas, excavaba cosas con las uñas, permanecía bajo la lluvia toda la noche y no se cortaba nunca el pelo?
—Dios tiene maneras más extrañas de mostrar su desagrado, hijo mío.»
La Esfinge egipcia se hizo masculina como el toro alado asirio, pues el culto faraónico era patriarcal, aunque también matrilineal. Pero la Esfinge pelasga siguió siendo femenina. «Esfinge» significa «ahogadora» y en el arte cerámico etrusco se la representa habitualmente asiendo a hombres o parada sobre sus cuerpos tendidos, porque sólo se manifestaba por completo al término del reinado del rey, cuando lo ahogaba. Cuando fue reemplazada como Gobernante del año por Zeus o Apolo, este convencionalismo artístico llevó a asociarla en Grecia con la enfermedad y la muerte y a que se la hiciera hija de Tifón, cuyo aliento era el siroco malsano. La pretensión de Apolo de ser el gobernante del año fue apoyada por las esfinges de su trono en Amidas, como la de Zeus por las de su trono en Olimpia, interpretadas como un trofeo por su vencimiento de Tifón. Pero Atenea seguía llevándolas en el yelmo, pues en un tiempo ella había sido la Esfinge.
Puede posarse en el círculo una bandada de sirenas con alas de pájaro. Habiéndome aventurado ya, en el capítulo XII, a conjeturar «qué nombre asumió Aquiles cuando se ocultó entre las mujeres, que aunque es una pregunta enigmática no queda al margen de toda conjetura», me siento impulsado poéticamente a responder a la otra pregunta que Sir Thomas Browne vinculaba con ella: «¿Qué canción cantaban las sirenas?». Las Sirenas («Embrolladoras») eran una Tríada —tal vez originalmente un grupo de nueve, pues, según Pausanias, en una ocasión compitieron desafortunadamente con las Nueve Musas— y vivían en una isla del mar Jónico. Según Platón, eran hijas de Forco (es decir, Forcis, la Deméter Cerda) y según otros de Calíope o de alguna otra de las Musas. Ovidio e Higinio las relacionan con el mito siciliano de Deméter y Perséfone. Se las llama con diversos nombres: «Persuasiva», «Rostro brillante» y «Encantadora»; o «Rostro de virgen», «Voz chillona» y «La blanqueada». Sus alas eran quizás alas de lechuza, pues Hesiquio menciona una variedad de lechuza llamada «la Sirena», y porque las lechuzas, según Homero, vivían en la isla de Calipso, la Ogigia rodeada de alisos, juntamente con los cuervos marinos oraculares. En la época clásica todavía había un templo dedicado a ellas en las cercanías de Sorrento.
Todo esto significa que eran un colegio de nueve sacerdotisas de la Luna orgiásticas que actuaban en el santuario de una isla oracular. Su canción, de nueve estrofas, puede ser reconstruida sin recurrir a Ulysses and the Siren, de Samuel Daniel, siguiendo el modelo de canciones análogas de la antigua literatura irlandesa: por ejemplo, «The Sea God’s Address to Bran» en The Voyage of Bran, Son of Febal, y «Mider’s Call to Befind» en The Wooing of Etain. Ambos poemas son versiones ligeramente cristianizadas de un tema antiguo, el viaje del héroe del aliso y el cuervo Bran (Cronos) a su isla Elíseo. En el primer poema el que habla debió de ser originalmente la Reina de la Isla, no el Dios del Mar; en el segundo Befind y Mider han trocado claramente sus papeles, pues la invitación original era de la princesa al héroe, y no viceversa. Le leyenda homérica del danaeno Odiseo y las sirenas indica que Odiseo («enojado», según Homero) era un título de Cronos y se refería a su rostro artificialmente pintado de carmesí con el tinte del aliso sagrado. El origen de la leyenda de que Odiseo se tapó los oídos con cera para no oír los requerimientos de las sirenas es probablemente que a fines del siglo XIII a. de C. un rey sagrado de Ítaca, representante de Cronos, se negó a morir al final de su reinado. Esto explicaría por qué mató a todos los que pretendían la mano de su esposa Penélope después de disfrazarse de mendigo durante la habitual abdicación temporal.
BIENVENIDA DE LAS SIRENAS A CRONOS
Cronos Odiseo, dirige tu nave |
hacia la isla de plata desde la que cantamos: |
aquí pasarás tu vida. |
A través de un espeso bosque de alisos |
vemos claramente, pero no nos ven, |
ocultas en una bruma dorada. |
Nuestro cabello tiene el matiz de la gavilla de cebada |
nuestros ojos el matiz de los huevos del mirlo, |
nuestras mejillas son como asfódelos. |
Aquí florece aún la manzana silvestre, |
los reyezuelos juegan en las ramas de plata |
y te hacen buenas profecías. |
Aquí no se halla nada malo ni desagradable. |
Cronos Odiseo, dirige tu nave |
a través de estos plácidos estrechos. |
Por turno con cada una de nosotras, |
que te esperamos, en el verde césped |
acostado, tu placer hallarás. |
Ni pesar ni tristeza, ni enfermedad ni muerte |
nuestra larga tranquilidad perturban, |
ni tampoco la traición y codicia. |
Comparadas con esto, ¿qué son las llanuras |
de la Elide, donde como rey gobernabas? |
Ciertamente un desierto. |
Corona rutilante espera tu cabeza, |
para ti se prepara un banquete de héroe: |
carne de cerdo, leche y también aguamiel. |
Las Sirenas son las Aves de Rhiannon que cantan en Harlech en el mito de Bran.
Pero si el visitante del círculo mágico es la vieja Pesadilla… Lo que sigue es un poema que relataré en prosa:
Si el visitante es la Pesadilla (en inglés nightmurz, literalmente yegua nocturna), el poeta la reconocerá por las siguientes señas. Aparecerá como una pequeña yegua briosa, de no más de trece palmos de altura, de la raza conocida por los mármoles de Elgin: de color crema, patas bien formadas, cabeza larga, ojos azulados, crin y cola ondeantes. Tendrá nueve potrancas muy parecidas a ella, salvo que sus cascos tienen la forma ordinaria, en tanto que los de ella se dividen en cinco dedos como los del corcel de Julio César. Del cuello le cuelga un petrel brillante de la clase que los arqueólogos llaman lunula, o lunita: un delgado disco de oro de Wiclow tallado en forma de media luna con los cuernos extendidos y vueltos en el borde, sujeto detrás de su cuello arqueado con un alamar de lino escarlata y blanco. Como Gwion dice de ella en un pasaje de su Canción de los caballos[44], incluida por error en la Cad Goddeu (versos 206-209) y destinada a la boca de la Diosa Blanca misma:
Bello es el caballo bayo |
pero cien veces mejor |
es el mío alazán |
veloz como una gaviota. |
Su velocidad cuando echa atrás las orejas es en verdad maravillosa; ningún pura sangre del mundo puede correr parejas con ella durante mucho tiempo, prueba de lo cual es la condición lamentable en que se solía encontrar al amanecer a los caballos en que habían cabalgado las brujas en los establos de los que habían sido robados por la orgía de medianoche: sudando copiosamente, jadeando como fuelles, con los ijares sangrantes y espuma en los labios, casi despeados.
Que el poeta se dirija a ella como Rhiannon, la «Gran Reina», y evite la descortesía de Odin y St. Swithold, saludándola con un respeto tan afectuoso como, digamos, el que Kemp Owyne mostró al Gusano Laidley en la balada: ella responderá con amable complacencia y lo llevará a dar una vuelta alrededor de sus nidos.
Una pregunta que me gustaría hacerle es personal: si alguna vez se ofreció como sacrificio humano a sí misma. Creo que su única respuesta sería una sonriente sacudida de la cabeza que significaría: «No, realmente», pues los casos de asesinato ritual de mujeres son raros en el mito europeo, y la mayoría de ellos se refieren, al parecer, a la profanación de los santuarios de la diosa por los invasores aqueos. Que había sangrientas matanzas y violaciones de sacerdotisas lo ponen de manifiesto las batallas del Hércules Tirintio con las Amazonas, con Hera misma (la hirió en el pecho) y con la Hidra de nueve cabezas, animal representado en los vasos griegos como un calamar gigantesco con una cabeza en el extremo de cada tentáculo. Cada vez que cortaba una cabeza de la Hidra volvía a crecer, hasta que utilizó el fuego para cauterizar los muñones. Dicho de otro modo, los ataques aqueos a los santuarios, cada una de nueve sacerdotisas orgiásticas armadas, fueron ineficaces hasta que fueron incendiados los sotos sagrados. Hydrias significa una sacerdotisa del agua con una mhydria o aguamanil; y el calamar es un pez que aparece en las obras de arte dedicadas a la diosa no solamente en la Creta minoica, sino también en esculturas bretonas de la Edad del Bronce.
Las fábulas de princesas sacrificadas por razones religiosas, como Ifigenia o la hija de Jefté, se refieren a la siguiente era patriarcal; y el destino supuestamente reservado a Andrómeda, Hesione y otras princesas salvadas en el momento perentorio por héroes se debe probablemente a un error iconotrópico. La princesa no es la futura víctima de la sierpe marina o la fiera, sino que ha sido encadenada desnuda al risco por Bel. Marduk, Perseo o Hércules después de haber vencido él al monstruo que es la emanación de ella. Sin embargo, la prohibición de matar a una sacerdotisa puede haber sido levantada, en teoría, en ciertas ocasiones raras: por ejemplo, al final de cada saeculum de 100 o 110 años, que era cuando la sacerdotisa de Carmenta terminaba su vida, según Dionisio Periergetes, y se revisaba el calendario.
Los cuentos populares alemanes de La bella durmiente y Blancanieves parecen referirse a la misma clase de muerte. En el primer cuento doce mujeres sabias son invitadas a la fiesta de cumpleaños de la princesa; once derraman sobre ella sus bendiciones; una decimotercera llamada Held, que no ha sido invitada porque sólo había doce platos de oro en el palacio, la maldice y le anuncia que morirá al pincharse con un huso cuando cumpla quince años. La duodécima, sin embargo, convierte su muerte en una catalepsia de un siglo de duración, de la que la saca el héroe con un beso después de irrumpir a través de un terrible seto de espinas en el que han perecido otros, conviniendo las espinas en rosas a su paso. Held es la equivalente nórdica de Hera, de cuyo nombre se deriva la palabra héroe, y held significa héroe en alemán. El mes decimotercero es el mes de la muerte, gobernado por las Tres Parcas, o Hilanderas, por lo que el huso tenía que ser de tejo. Quince, como se ha hecho ver, es el número de lo completo: tres veces cinco.
En el cuento de Blancanieves, una madrastra celosa, el aspecto más viejo de la diosa, trata de asesinar a la joven princesa. Primeramente la llevan al bosque para matarla, pero el montero trae de vuelta el pulmón y el hígado de un jabato que hace pasar por los de ella; del mismo modo, según un relato, una gama reemplazó a Ifigenia en Aulide. Luego la madrastra, que se ennegrece el rostro para hacer ver que es la diosa de la muerte, utiliza un ceñidor constrictivo, un peine envenenado y finalmente una manzana envenenada, y Blancanieves es depositada como si estuviera muerta en un ataúd de vidrio en la cima de una colina arbolada; pero poco después la salva el príncipe. Los siete enanos, sus servidores, que trabajan con metales preciosos y la salí van de las primeras tentativas contra su vida, recuerdan a los Telquinos y tal vez representan a los siete árboles sagrados del soto, o a los siete cuerpos celestes. El ataúd de vidrio es el conocido castillo de vidrio al que van los héroes para que los hospede la Diosa de la Vida en la Muerte; y el peine, el espejo, el ceñidor y la manzana que figuran en el cuento son sus conocidas propiedades; la lechuza, el cuervo y la paloma que lloran por ella son sus aves sagradas. Estas muertes son, por consiguiente, muertes ficticias, pues la diosa es evidentemente inmortal, y son puestas en escena tal vez durante el período de días u horas intercalados al final del saeculum sagrado, con el sacrificio de un lechón o una gama; pero luego se reanuda el drama anual, con el príncipe enamorado, como de costumbre, por las restricciones ascéticas del espino blanco, pero en libertad para hacer lo que quiere en el mes del Roble, el mes del seto de rosas, cuando su novia consiente en abrir sus ojos semicerrados y sonreír.