Llew Llaw Gyffes («el León de la mano firme»), un tipo de Dioniso o Hércules Celestial adorado en la antigua Britania, es identificado generalmente con Lugh, el dios solar goidélico, que ha dado su nombre a las ciudades de Laon, Leyden, Lyons y Carlisle, (Caer Lugubalion). Al nombre «Lugh» se le puede relacionar con las palabras latinas lux (luz) o lucus (soto, arboleda) e inclusive se puede derivar de la palabra sumeria lug, que significa «hijo». «Llew» es una palabra diferente, relacionada con leo (león), una denominación de Lugh. En Irlanda se le llamaba «Lugh el de la mano larga», vencedor de los africanos, los más antiguos colonizadores de Irlanda; poseía una lanza mágica sedienta de sangre y que llameaba o rugía fuertemente en la batalla; y fue el primero que utilizó el caballo en la guerra. Cuando se acercó desde el Oeste en la batalla de Moytura, Breas (¿Bóreas?) Balor, el rey tuerto de los viejos dioses, llamado posteriormente abuelo de Lugh, exclamó: «Me pregunto si el Sol ha salido hoy por el Oeste en vez de por el Este.» Sus druidas respondieron; «¡Ojalá no fuera más que el Sol! Es el rostro resplandeciente de Lugh, el de la mano larga», al que nadie podía mirar sin quedarse deslumbrado. Otra explicación de esta ascendencia citada por d’Arbois de Joubainville en su monumental Cycle Mythologique irlandais lo hace hijo, no de Ethne, la hija de Balor, y un tal Cian, sino de Clothru (que es, al parecer, una forma única de la Diosa Triple Eire, Fodhla y Banbha) y de los tres nietos de Balor; Brian, luchar e Iuchurba: una hilera de círculos rojos en su cuello y su vientre marcaba las partes de su cuerpo que cada padre había engendrado. Su muerte en el primer domingo de agosto —llamado Lugh nasadh («Conmemoración de Lugh»), más tarde modificado en «Lugh-mass» o «Lammas», festividad del primero de agosto— era observada todavía recientemente en Irlanda con un duelo como el del Viernes Santo y guardada como una fiesta de los parientes difuntos, y la procesión de duelo era encabezada siempre por un joven que llevaba una guirnalda en forma de aro. La fiesta del primero de agosto era también observada como de duelo en muchas partes de Inglaterra en la época medieval, lo que explica las extraordinarias demostraciones populares que se hicieron cuando el cadáver de William Rufus fue transportado desde New Forest para enterrarlo. Los campesinos lloraban un Lugh mítico cuando pasaba el cadáver de su rey pelirrojo conducido en una carreta. Actualmente, la única fiesta del primero de agosto que se celebra en Inglaterra es la Semana de la Velación en el Lancashire, el significado lúgubre de la cual ha sido olvidado entre las distracciones festivas de Blackpool.
Los famosos Juegos Tailteanos de Irlanda, originalmente juegos fúnebres al estilo etrusco, con carreras de carros y esgrima, se realizan el primero de agosto.
La tradición irlandesa de que se realizaban en memoria de Tailte, la madre adoptiva difunta de Lugh, es reciente y engañosa. Los juegos, que en los primeros tiempos medievales eran tan frecuentados que los carros ocupaban seis millas de camino, se caracterizaban por los casamientos tailteanos (o teltownianos) en honor de Lugh y de su novia caprichosa Eran casamientos de prueba y duraban «un año y un día», es decir, 365 días, y sólo se podían disolver por medio de un acta de divorcio redactada en el lugar donde se habían celebrado. Entonces el hombre y la mujer se daban la espalda en el centro del Black Rath y se separaban caminando el uno hacia el Norte y el otro hacia el Sur. Lugh se había encarnado en el famoso héroe del Ulster Cuchulain: voló a la boca de Dechtire, la madre de Cuchulain, en la forma de una mosca de mayo. Cuchulain tenía tanto de dios solar que cuando se metía en un baño frío el agua silbaba y comenzaba a hervir. El hecho de que el arma mágica de Lugh fuera una lanza indica que pertenece a los más antiguos invasores de Irlanda en la Edad del Bronce; los posteriores estaban armados con espadas. Se le puede identificar con Gerión, rey del Occidente, «con tres cuerpos en uno», a quien Hércules despojó de su ganado rojo guardado por un perro bicéfalo y mató en Eriteia («isla roja»).
Según los mitógrafos, Hércules navegó hacia Occidente desde Grecia, con naves de Creta, y siguió la ruta del Norte de África, el Estrecho de Gibraltar, Tarteso y la Galia (donde engendró a los celtas). Es la misma ruta que siguieron los milesios, y el Décimo Trabajo de Hércules parece un relato más de la derrota de los invasores de la Nueva Edad de Piedra —la gente de Partholan y Nemed— por los de la Edad del Bronce provenientes de España; pero Eriteia es quizá Devonshire, famoso por su brillante tierra roja y su ganado del mismo color, que los hombres de la Edad del Bronce conquistaron también a los de la Nueva Edad de Piedra Fue durante este trabajo cuando Hércules se apropió de la copa de oro del Sol, y se convirtió en maciolo del loto. Gerión parece haber sido una versión occidental del dios védico Agni, la trinidad india más antigua, que había nacido tres veces en tres cuerpos. Como nacido en el agua, Agni era un ternero que anualmente se convertía en «un toro que afila sus cuernos», como nacido de dos palos (la parrilla) era un glotón con una lengua ígnea; y como nacido en el cielo superior, era un águila. Los himnos védkos lo celebran también como sostenedor del firmamento, es decir como la columna de nubes que se alza cuando se encendían fogatas en su honor, y como un inmortal omnisciente que ha elegido su residencia entre los mortales. Por consiguiente, cuando Hércules mató a Gerión y se llevó su ganado, lo que hizo en realidad fue lograr una victoria sobre uno de sus yoes.
En algunas partes de Gales se celebra todavía primero de agosto como una feria. Sir John Rhys recuerda que en la década de 1850 las colinas de Fan Fach y South Barrule en el condado de Carmarthen estaban llenas de gente que lloraba por Llew Uaw en el primer domingo de agosto y la excusa que daban era que «iban a llorar a la hija de Jephthah en la montaña». Ésta, cosa curiosa, era la misma excusa que las muchachas judías de después del destierro habían utilizado, cuando se hicieron las reformas deuteronómicas, para disimular su lamentación por Tammuz, el equivalente palestino de Llew Llaw. Pero cuando se produjo el renacimiento galés se consideró pagana esa práctica y se la interrumpió.
He aquí la leyenda de Llew Llaw (traducida por Lady Charlotte Guest) la que forma la segunda parte del Romance de Math el hijo de Mathonwy. Aunque no es una saga en gran estilo, como la de Cuchulain, y en parte la falsifica la intrusión del dios Woden (Gwydion) en un territorio que no era originalmente el suyo, es uno de los mejores resúmenes que existen del Tema poético único.
La primera parte de este romance se refiere al robo por Gwydion de los cerdos sagrados de Pryden, el rey de Annwm en el condado de Pembroke, en beneficio de Math, el hijo de Mathonwy, rey del Norte de Gales. Math es descrito como un rey sagrado del tipo antiguo cuya virtud residía en los pies. Excepto cuando su reino era atacado y se veía obligado a intervenir en la batalla, Math estaba obligado por un convenio a mantener su pie en el regazo de una sacerdotisa. El ministerio de sostén de los pies recios sobrevivió en las cortes principescas de Gales hasta comienzos de la Edad Media, pero entonces se asignaba a un hombre, no a una mujer. El de Math era un reino matrilineal y sus herederos los hijos de su hermana, es decir, los maridos de las hijas de su cuñada. Uno de ellos, Gilvaethwy, trata de usurpar el trono seduciendo a la reina, la sostenedora de los pies de Math, mientras éste se halla lejos dedicado a la campaña. Math emplea todos sus recursos mágicos, elimina a su rival y decide casarse con su sobrina Arianrhod. La tenencia del pie era sin duda protectora, pues el talón era la única parte vulnerable de los reyes sagrados, como lo atestiguan el talón de Aquiles atravesado por la flecha de Paris; el talón de Talos atravesado por el alfiler de Medea; el talón de Diarmuid atravesado por la cerda del jabalí Benn Gulban; el talón de Harpócrates picado por el escorpión; el talón de Balder (en la versión danesa del mito) atravesado por el muérdago lanzado por el dios Holder por instigación de Loki; el talón de Ra picado por la serpiente mágica enviada por Isis; el talón del lapita Mopso picado por la serpiente negra de Libia; y el talón de Krishna en el Mahabharata, atravesado por una flecha disparada por su hermano el cazador Jara. Talos se relaciona estrechamente con Aquiles en la versión del mito debida a Apolodoro, donde la causa de su muerte se atribuye a una herida en el pie producida por una flecha disparada por Poeas, el heredero de Hércules.
Como recientemente tuve la mala suerte de pisar una víbora pirenaica —una variedad de la que se dice que es ocho veces más letal que la inglesa— puedo llevar más adelante el razonamiento y afirmar confiadamente que la «Isla de Plata», o «Isla Blanca», o «Isla Giratoria» a donde los reyes sagrados iban al morir era vista proféticamente por ellos cuando les mordía el talón la serpiente o el escorpión, o se lo punzaba una flecha presumiblemente envenenada. Poco después de haber sentido el primer dolor y vomitado, mi vista comenzó a fallar. Un puntito plateado apareció en el centro de mi campo de visión, el cual se fue agrandando gradualmente hasta convertirse en una isla con baluartes claramente definidos; las costas se extendían cada vez más, como si fuera acercándome a ella por el mar. Cuando comencé a caminar no podía ver por dónde iba, y luego la isla comenzó a girar lentamente en la dirección de las agujas del reloj. No puedo decir si habría girado las canónicas cuatro veces si el veneno hubiera sido más virulento, o si yo hubiese estado más obsesionado por la sensación de la próxima muerte como estaban esos reyes; la ilusión desapareció mucho antes de que me dieran una antitoxina. Yo estaba agradecido a que, a diferencia de mi hijo menor, a quien llevaba en hombros en aquel momento, no había nacido el día del solsticio de invierno. Mi pie siguió tan hinchado durante un par de meses que tenía que renquear. Por fin un médico catalán me prescribió fomentos calientes de hojas de oleastro, los que redujeron la hinchazón al cabo de tres días. Este remedio tradicional tiene un sentido mitológico así como un valor práctico: el oleastro u olivo silvestre era la madera con que estaba hecha la clava de Hércules, y por consiguiente el mejor expulsivo del veneno lento.
Debía haber recordado, por supuesto, el edicto especial del emperador Claudio registrado por Suetonio: «No hay nada mejor para la mordedura de una víbora que el zumo de tejo.» Éste era el tratamiento homeopático correcto, como el oleastro era el alopático. Descubro que Topsell, en su Serpents (1658) recomienda el zumo de la pervinca; éste es otro remedio homeopático, pues la pervinca es «la flor de la muerte».
EL ROMANCE DE LLEW LLAW GYFFES
… Math, el hijo de Mathonwy, dijo: «Aconséjame qué doncella debo pretender.» «Señor —contestó Gwydion, el hijo de Don—, es fácil aconsejarte. Pretende a Arianrhod, la hija de Don, tu sobrina, la hija de tu hermana.»
Y ellos se la llevaron, y la joven entró. «Hola, doncella —dijo él— ¿eres virgen?». «No sé, señor, sino que lo soy.» Entonces él tomó su vara mágica y la inclinó. «Pasa sobre esto —dijo él— y yo sabré si eres virgen.» Ella pasó sobre la vara mágica y apareció inmediatamente un niño rubio bello y regordete. Cuando oyó llorar al niño, ella se dirigió a la puerta. Y en aquel momento se vio una forma pequeña; pero antes que alguien pudiera vislumbrarla por segunda vez, Gwydion la había tomado y envuelto en una faja de terciopelo, ocultándola. El lugar donde la ocultó era el fondo de un arca al pie de su cama.
«En verdad —dijo Math, el hijo de Mathonwy, refiriéndose al bello niño rubio—, haré que éste sea bautizado, y Dylan es el nombre que le daré.»
Así, pues, bautizaron al niño, y mientras lo bautizaban se sumergió en el mar. E inmediatamente que estuvo en el mar tomó su naturaleza y nadó tan bien como el mejor pez que había allí. Y por esa razón lo llamaron Dylan, el hijo de la Ola. Debajo de él ninguna ola se rompía nunca. Y el golpe con el cual llegó a su muerte se lo dio su tío Govannion. Lo llamaron el tercer golpe fatal.
Cuando Gwydion se hallaba una mañana despierto en su cama, oyó un grito en el arca colocada a sus pies; y aunque no era fuerte, era tal que podía oírlo. Se apresuró a levantarse y abrió el arca: y cuando la abrió vio a un infante que sacaba los brazos de los pliegues de la faja y arrojaba ésta a un lado. Tomó al niño en sus brazos y lo llevó a un lugar donde sabía que había una mujer que podía amamantarlo. Y convino con la mujer en que ella se haría cargo del niño. Y ese año fue amamantado.
Y al final del año parecía por su tamaño que tenía dos años de edad. Y al segundo año era un niño grande que podía ir solo a la Corte. Y cuando llegó a la Corte lo vio Gwydion, y el niño se hizo amigo de él y lo amó más que a cualquier otro. Luego el niño fue criado en la Corte hasta que tuvo cuatro años de edad, cuando era tan grande como si hubiera tenido ocho.
Y un día Gwydion salió, y el niño lo siguió, y fue al Castillo de Arianrhod, llevando al niño con él; y cuando entró en la Corte Arianrhod se levantó para salir a su encuentro y le saludó y dio la bienvenida. «Que el Cielo te haga prosperar», dijo él. «¿Quién es el niño que te acompaña?», preguntó ella. «Este joven es tu hijo», contestó él. «¡Ay!» —exclamó ella—. «¿Qué te ha sucedido para que me avergüences así, para que busques mi deshonra y lo hayas retenido tanto tiempo?». «A menos que sufras una deshonra mayor que la de haber criado yo un niño como éste, será pequeña la deshonra.» «¿Cómo se llama el niño?», preguntó ella. «En verdad —contestó él— no tiene todavía un nombre.» «Bueno —dijo ella—, le impongo este destino: nunca tendrá un nombre hasta que reciba uno de mí.» «El Cielo es testigo —replicó él— de que eres una mujer malvada. Pero el niño tendrá un nombre por desagradable que sea para ti. Y lo que te aflige a ti es que ya no te llaman doncella.» Y dicho eso salió airado, y volvió a Caer Dathyl, y allí pasó la noche.
Y al día siguiente se levantó y llevó al niño con él, y fueron a pasear por la orilla del mar entre ese lugar y Aber Menei. Y allí vio él unos juncos y algas marinas y los transformó en una nave. Y con unos palos y juncos secos hizo cordobán en gran cantidad y lo coloró de tal manera que nadie vio nunca un cuero más bello. Luego hizo una vela para la nave, y él y el muchacho fueron al puerto del Castillo de Arianrhod. Y comenzó a hacer zapatos y a coserlos, hasta que lo vieron desde el castillo. Y cuando se dio cuenta de que los del castillo le observaban, cambió de aspecto, se dio otra apariencia a sí mismo y al muchacho, para que no pudieran conocerlos. «¿Qué hombres son los que están en aquel barco?» —preguntó Arianrhod—. «Son zapateros», le contestaron. «Id a ver qué clase de cuero tienen y qué clase de trabajo pueden hacer.»
Fueron, pues, adonde estaban ellos. Y cuando llegaron, él estaba pintando un cuero cordobán, y dorándolo. Y los mensajeros volvieron y se lo dijeron a ella, «Bueno —dijo ella—, tomad la medida de mi pie y decidle al zapatero que haga zapatos para mí.» Y él hizo los zapatos para ella, pero no de acuerdo con su medida, sino más grandes. «Éstos son demasiado grandes —dijo ella—, pero recibirá su precio. Decidle que me haga unos más pequeños.» Él le hizo otros que eran mucho menores que su pie y se los envió. «Decidle que éstos no se ajustan a mis pies», dijo ella. Y ellos se lo dijeron. «En verdad —replicó él— no volveré a hacerle zapatos a menos que vea su pie.» Y esto le dijeron a ella. «En verdad —respondió— yo iré adonde está él.»
Descendió hasta el barco, y cuando llegó él hacía zapatos y el muchacho los cosía. «Ah, señora —dijo él—, buenos días tengas.» «Que el cielo te haga prosperar —contestó ella—. Me asombra que no puedas hacer zapatos a mi medida.» «No podía —replicó él—, pero ahora podré hacerlos.»
En aquel momento vio un reyezuelo posado en la cubierta de la embarcación, y el muchacho disparó contra él y le hirió en la pata entre el tendón y el hueso. Ella sonrió. «En verdad —dijo—, con una mano firme le apuñeó el león.» «Que el Cielo no te lo recompense, pero ahora ya tiene un nombre. Y es un nombre bastante bueno. En adelante se llamará Llew Llaw Gyffes.»
Entonces, la obra desapareció, convertida de nuevo en algas y juncos, y no siguió haciendo ese trabajo. Y por esa razón fue llamado el tercer Zapatero de Zapatos de Oro. «Por supuesto —dijo ella—, no prosperarás más por hacerme daño.» «Yo no te he hecho daño todavía», dijo él. Luego devolvió al muchacho su propia forma. «Bueno —dijo ella—, le impondré a este muchacho el destino: nunca tendrá armas y armadura hasta que yo le invista con ellas.» «Por el Cielo —replicó él—, sea cual fuere tu malignidad, él tendrá armas.»
Luego fueron a Dinas Dinllev, y allí educó a Llew Llaw Gyffes hasta que pudo manejar cualquier caballo, y era perfecto en facciones, fuerza y estatura. Y luego Gwydion vio que el muchacho se entristecía porque no tenía caballos ni armas. Lo llamó y le dijo: «Joven, mañana iremos juntos a hacer una diligencia. Muéstrate, por consiguiente, más alegre que lo que estás». «Eso deseo», contestó el muchacho.
A la mañana siguiente, cuando amaneció, se levantaron. Siguieron el camino a lo largo de la costa del mar, hacia Bryn Aryen. Y en la cima de Cevn Clydno se equiparon con caballos, y se dirigieron hacia el Castillo de Arianrhod. Y cambiaron de forma y espolearon hacia la puerta con la apariencia de dos jóvenes, pero el aspecto de Gwydion era más grave que el del otro. «Portero —dijo—, entra y di que están aquí unos bardos de Glamorgan.» Y el portero entró. «Que sean bienvenidos, déjalos entrar», dijo Arianrhod.
Fueron recibidos con gran alegría. Y prepararon el salón y fueron a comer. Cuando terminó la comida Arianrhod habló con Gwydion de cuentos y anécdotas. Gwydion era un excelente narrador de cuentos. Y cuando llegó el momento de dejar el banquete les tenían preparado un dormitorio y fueron a descansar.
Antes que amaneciera Gwydion se levantó e invocó su magia y su poder. Y para cuando amaneció ya resonaba en toda la tierra un bullicio de trompetas y gritos. Cuando se hizo de día oyeron que llamaban a la puerta del dormitorio y que Arianrhod pedía que le abrieran. El joven se levantó y abrió, y ella entró acompañada por una doncella. «Señores —dijo—, nos hallamos en mala situación.» «Sí, ciertamente —contestó Gwydion—, hemos oído trompetas y gritos. ¿Qué crees que pueden significar?». «La verdad es —dijo ella— que no podemos ver el color del océano a causa de todos los barcos que están el uno junto al otro. Y se dirigen hacia tierra a toda velocidad. ¿Qué podemos hacer nosotros?» «Señora —contestó Gwydion—, lo único que podemos hacer es encerrarnos en el castillo y defenderlo lo mejor que podamos.» «Así es —dijo ella—, y que el Cielo te recompense. Tú lo defenderás. Y aquí puedes conseguir muchas armas.»
Y al punto fue en busca de las armas, y he aquí que volvió con ellas y con dos doncellas y con armaduras completas para los dos hombres. «Señora —dijo él—, arma tú a este mozalbete mientras yo me armo con la ayuda de tus doncellas. Ya oigo el tumulto de los hombres que se acercan.» «Lo haré de buena gana.» Y armó, al muchacho por completo y muy alegremente. «¿Has terminado de armar al joven?», preguntó Gwydion. «He terminado», contestó ella. «Yo también he terminado —dijo Gwydion—. Y ahora quitémonos las armas, pues no las necesitamos.» «¿Por qué? —preguntó ella—. Hay un ejército alrededor de la casa.». «Oh, señora, no hay aquí ejército alguno.» «¡Oh! —exclamó ella—, ¿quién hacía, entonces, ese tumulto?». «El tumulto no era sino para que se cumpliese tu profecía y obtener armas para tu hijo. Y ahora ha conseguido las armas sin que tenga que agradecértelo.» «Vive Dios —dijo Arianrhod— que eres un hombre malvado. Muchos jóvenes podían haber perdido su vida en el alboroto que has causado hoy en este castillo. Ahora le impondré a esté joven el destino de que nunca tendrá una esposa de la raza que ahora habita en esta tierra.» «En verdad —dijo él—, siempre fuiste una mujer maligna y nadie está obligado a aguantarte. Sin embargo, él tendrá una esposa».
Inmediatamente fueron a ver a Math, el hijo de Mathonwy, y se quejaron ante él muy amargamente de Arianrhod. Gwydion le explicó también cómo había conseguido armas para el joven. «Bueno —dijo Math—, trataremos, yo y tú, por medio de encantamientos e ilusión, de crear para él una esposa con flores. Ahora tiene ya la estatura de un hombre, y es el joven más bien parecido que se vio nunca.» Tomaron, pues, las flores del roble, y las flores de la retama, y las flores de la ulmaria, e hicieron con ellas una doncella, la más bella y más graciosa que vieron nunca los hombres. Y la bautizaron y dieron el nombre de Blodeuwedd.
Cuando ella fue ya su desposada y terminó el banquete, Gwydion dijo: «No es fácil para un hombre mantenerse sin posesiones». «Así es —contestó Math—. Yo le daré al joven la posesión del mejor castillo.» «Señor —preguntó él—, ¿qué castillo es ése?». «El castillo de Dinodig», respondió Math. Ahora lo llaman Eívionydd y Ardudwy. Y el lugar donde habitó era un palacio propio en un lugar llamado Mur-y-Castell, en los confines de Ardudwy. Allí vivió y reinó, y él y su poder eran amados por todos.
Un día fue a Caer Dathyl para visitar a Math, el hijo Se Mathonwy. Y el día en que fue a Caer Dathyl, Blodeuwedd paseaba en el patio. Y oyó el sonido de un cuerno. Y después del sonido del cuerno vio pasar a un ciervo cansado, seguido por perros y cazadores. Y detrás de los perros y los cazadores iba una multitud de hombres a pie. «Enviad a un joven —dijo ella— para que pregunte qué puede ser esa gente.» Fue, pues, un joven y les preguntó quiénes eran. «Éste es Gronw Pebyr, el señor de Penllyn», le contestaron. Y el joven se lo dijo a ella.
Gronw Pebyr persiguió al ciervo y junto al río Cynvael lo alcanzó y lo mató. Y mientras desollaba al ciervo y daba de comer a sus perros estuvo allí hasta que la noche comenzó a cerrarse sobre él. Y mientras el día se iba y la noche se acercaba llegó a la puerta del palacio. «En verdad —dijo Blodeuwedd— el Jefe hablará mal de nosotros si dejamos que a esta hora vaya a otra parte sin invitarle a entrar.» «Así es, señora —dijeron ellos—, invitarlo será lo más adecuado.»
Enviaron mensajeros para que lo invitaran a entrar. Y él aceptó la invitación alegremente, y fue al palacio, y Blodeuwedd salió a su encuentro, le saludó y le dio la bienvenida. «Señora —dijo él—, que el Cielo recompense tu bondad.»
Cuando se desvistieron fueron a sentarse. Y Blodeuwedd lo contempló y desde el momento que lo miró se enamoró de él. Y él la miró, y se le ocurrió el mismo pensamiento que a ella, de modo que no podía ocultarle que la amaba y se lo declaró. Ella se sintió muy alegre. Y toda su conversación durante esa noche se refino al afecto y el amor que sentían el uno por el otro y que había surgido en un tiempo no mayor que el de una noche. Y pasaron esa noche el uno en compañía del otro.
Al día siguiente él quiso partir. Pero ella dijo: «Te ruego que no te alejes de mí hoy». Y esa noche se quedó también. Y esa noche consultaron por qué medios podrían estar siempre juntos. «No hay otro medio —dijo él— sino que procures averiguar de Llew Llaw Gyffes de qué manera encontrará la muerte. Y tienes que hacerlo simulando que te interesas por él.»
Al día siguiente Gronw trató de partir. «En verdad —dijo ella— te aconsejo que no te alejes de mí hoy.» «Accediendo a tu ruego no me iré —contestó él—, aunque debo decirlo, existe el peligro de que el jefe dueño del palacio pueda volver a casa.» «Mañana —replicó ella— te permitiré ir ciertamente.»
Al día siguiente él trató de irse, pero ella se lo impidió. «Recuerda —dijo Gronw— lo que te he dicho, y conversa con él extensamente, y con la apariencia de un coqueteo amoroso averigua de qué modo puede morir él.»
Esa noche Llew Llaw Gyffes volvió a su casa. Y pasaron el día conversando, cantando poemas y deleitándose. Y por la noche fueron a descansar, y él habló a Blodeuwedd una y otra vez. Pero, a pesar de eso, no pudo obtener de ella una palabra. «¿Qué te pasa? —preguntó él—. ¿No te sientes bien?». Ella contestó: «Pensaba en que nunca has pensado en lo que me concierne, pues me aflige la idea de tu muerte, por miedo de que te vayas antes que yo». «Que el Cielo recompense tu solicitud por mí —dijo él—, pero hasta que el Cielo me lleve no me matarán fácilmente.» «Por el amor de Dios y por el mío-dime cómo pueden matarte. Mi memoria en guardia es mejor que la tuya.» «Te lo diré de buena gana —dijo él—. No me pueden matar fácilmente, excepto con una herida. Y la lanza, con la que me hieran tiene que estar formándose durante un año. Y nada se debe hacer al respecto sino durante el sacrificio de los domingos.» «¿Es eso cierto?» —preguntó ella—. «Es la verdad —contestó él—, y no se me puede matar ni dentro ni fuera de una casa. Ni a caballo ni a pie.» «En verdad —preguntó ella—, ¿de qué manera se te puede matar?» «Te lo diré —dijo él—. Haciéndome un baño a la orilla de un río, y poniendo un techo sobre la caldera, y bardándolo bien y apretadamente, y llevando un macho cabrío y poniéndolo junto a la caldera. Entonces, si pongo un pie en el lomo del macho cabrío y el otro en el borde de la caldera, quienquiera que me hiera así me matará.» «Bueno —dijo ella—, doy gracias al Cielo porque será fácil evitar eso.»
Tan pronto como terminó esta conversación, ella se la comunicó a Gronw Pebyr. Gronw trabajó asiduamente en la construcción, de la lanza y un año después estaba hecha. Y ese mismo día hizo que se lo comunicasen a ella.
«Señor —dijo Blodeuwedd a Llew—, he estado pensando cómo es posible que lo que me dijiste en una ocasión sea cierto. ¿Quieres decirme de qué manera puedes estar al mismo tiempo en el borde de una caldera y en el lomo de un macho cabrío si te preparo el baño?» «Te lo mostraré», contestó él.
Ella mandó llamar a Gronw y le pidió que se emboscara en la colina llamada ahora Bryn Kyvergyr, en la orilla del río Cynvael. Ordenó también que reunieran todas las cabras que había en el Cantrev y las llevaran al otro lado del río, frente a Bryn Kyvergyr.
Y al día siguiente habló así: «Señor, he hecho que preparen el techo y el baño, y ¡mira!, ya están listos». «Bueno —dijo Llew— iremos alegremente a mirarlos.»
Al día siguiente fueron y contemplaron el baño. «¿Quieres entrar en el baño, señor?» —preguntó ella—. «Entraré de buena gana», respondió él. Entró, pues, en el baño y se ungió. «Señor —dijo ella—, mira los animales de que hablaste y que llaman machos cabríos.» «Bueno —dijo él—, haz que cojan a uno de ellos y lo traigan aquí.» Y llevaron el macho cabrío. Entonces Llew salió del baño, se puso los calzones y colocó un pie en el borde de la caldera y el otro en el lomo del macho cabrío.
Entonces Gronw se irguió en la colina llamada Bryn Kyvergyr, puso una rodilla en tierra y disparó la flecha envenenada y le hirió en el costado, de modo que el asta saltó, pero la cabeza de la flecha quedó dentro. Él voló en forma de águila y lanzó un grito espantoso. Y desde entonces no se le ha vuelto a ver.
Tan pronto como él desapareció Gronw y Blodeuwedd fueron juntos al palacio esa noche. Y al día siguiente Gronw se levantó y tomó posesión de Ardudwy. Y después de subyugar al país gobernó en él, de modo que Ardudwy y Penllyn quedaron ambos bajo su mando.
Estas noticias llegaron a conocimiento de Math, el hijo de Mathonwy. Y el abatimiento y el pesar se apoderaron de Math, y mucho más de Gwydion que de él. «Señor —dijo Gwydion—, no descansaré hasta que tenga noticias de mi sobrino.» «En verdad —dijo Math—, ojalá te dé fuerza el Cielo.» Gwydion se puso en marcha y comenzó a avanzar. Y fue a través de Gwynedd y Powys hasta los confines. Y cuando hubo hecho eso fue a Arvon y se dirigió a la casa de un vasallo, en Maenawr Penardd. Y se apeó en la casa y se quedó allí esa noche. El hombre de la casa y su familia se presentaron y el último de todos en presentarse fue el porquerizo. El hombre dé la casa le dijo al porquerizo: «Joven, ¿ha venido tu cerda esta noche?» «Ha venido —contestó el porquerizo— y en este instante ha vuelto a los cerdos.» «¿Adónde va esa cerda?», preguntó Gwydion. «Todos los días, cuando se abre la pocilga, sale y nadie puede verla, y no se sabe si se va en verdad o si se la traga la tierra.» «¿Quieres hacerme el favor, —preguntó Gwydion— de no abrir la pocilga hasta que yo esté junto a ella contigo?» «Lo haré de buena gana», contestó el porquerizo.
Esa noche se fueron a descansar, y tan pronto como el porquerizo vio la luz del día despertó a Gwydion. Y Gwydion se levantó, se vistió y fue con el porquerizo y se quedó junto a la pocilga. Luego el porquerizo abrió la pocilga. Y tan pronto como la abrió la cerda salió de un salto y se alejó a gran velocidad. Y Gwydion la siguió, y ella avanzó en sentido contrario a la corriente de un río y se dirigió a una quebrada, que ahora se llama Nant y Llew. Allí se detuvo y comenzó a comer. Y Gwydion se colocó bajo un árbol y miró para ver qué comía la cerda. Y vio que comía carne podrida y gusanos. Luego miró a la copa del árbol, y vio en la copa del árbol un águila, y cuando el águila se sacudió cayeron de ella gusanos y carne podrida, que devoró la cerda. Y le pareció a él que el águila era Liew. Y cantó un Englyn:
Roble que crece entre las dos orillas, |
oscurecidos están el cielo y la montaña; |
¿No le diré por sus heridas |
que éste es Llew? |
Al oír eso el águila descendió hasta que llegó al centro del árbol. Y Gwydion cantó otro Englyn:
Roble que crece en terreno alto, |
¿no lo humedece la lluvia? ¿No lo han empapado |
nueve veintenas de tempestades? |
¡Sostiene en sus ramas a Llew Llaw Gyffes! |
Entonces el águila descendió hasta que estuvo en la rama más baja del árbol, al ver lo cual Gwydion cantó:
¡Roble que crece bajo el acantilado, |
imponente y majestuoso es su aspecto! |
¿No diré de él |
que Llew vendrá a mi regazo? |
Y el águila fue a posarse en la rodilla de Gwydion. Y Gwydion la golpeó con su vara mágica, y así recobró su propia forma. Nadie vio nunca nada más lastimoso, pues no era más que piel y huesos.
Luego fue a Caer Dathyl, y allí le llevaron buenos médicos que estaban en Gwynedd, y antes de que terminara el año estaba completamente curado.
«Señor —le dijo a Math, el hijo de Mathonwy—, ya es tiempo de que me vengue de aquel por quien he sufrido todo este infortunio.» «En verdad —contestó Math— él no podrá conservar la posesión de lo que te pertenece.» «Muy bien —dijo Llew—, cuanto más pronto recupere lo que es mío tanto más satisfecho me sentiré.»
Luego visitaron juntos todo Gwynedd y partieron para Ardudwy. Y Gwydion se adelantó y fue a Muty-Castell. Y cuando Blodeuwedd oyó que llegaba hizo que la acompañaran sus doncellas y huyó a la montaña. Y cruzaron el río Cynvael, y se dirigieron a un palacio que había en la montaña, y por temor no avanzaban sino con los rostros mirando hacia atrás, y sin darse cuenta cayeron en el lago. Y se ahogaron todas, excepto Blodeuwedd, a la que alcanzó Gwydion. Y él le dijo: «No te mataré, pero te haré algo peor que eso. Te transformaré en un ave. Y a causa de la afrenta que le has hecho a Llew Llaw Gyffes en adelante nunca mostrarás tu rostro a la luz del día, y eso por temor a todas las demás aves. Pues será natural en ellas atacarte y expulsarte de dondequiera que te encuentren. Y no perderás tu nombre, sino que te llamarás siempre Blodeuwedd.» Ahora Blodeuwedd significa lechuza en el lenguaje actual, y por esta razón la lechuza es odiosa para todas las aves. Y aún ahora se llama a la lechuza Blodeuwedd.
Luego Gronw Pebyr se retiró a Penllyn, y desde allí envió una embajada. Y los mensajeros que mandó preguntaron a Llew Llaw Gyffes si tomaría tierra, propiedad, oro o plata a cambio de la afrenta que había recibido. «No tomaré nada, por mi confesional Cielo —respondió él—. He aquí lo menos que aceptaré de él: que venga al lugar donde yo estaba cuando me hirió con la flecha, y yo estaré donde estaba él, y con una flecha dispararé contra él. Y esto es lo menos que aceptaré.»
Y dijeron eso a Gronw Pebyr. «En verdad —dijo—, ¿es necesario que yo haga eso? Mis fieles guerreros, y mis parientes, y mis hermanos adoptivos: ¿no hay uno entre vosotros que quiera recibir el golpe en mi lugar?» «No hay nadie, ciertamente», le contestaron. Y a causa de su negativa a recibir un golpe por su señor se les llama la tercera tri bu desleal hasta el presente. «Bueno —dijo él—, lo recibiré yo.»
Los dos fueron a orillas del río Cynvael y Gronw se colocó en el lugar donde estaba Llew Llaw Gyffes cuando él le hirió, y Llew en el lugar donde estaba Gronw. Luego Gronw Pebyr le dijo a Llew: «Puesto que a causa de los engaños de una mujer te hice lo que te hice, te suplico por el Cielo que me dejes colocar entre mí y la flecha la losa que ves allí en la orilla del río». «Por supuesto —dijo Llew—, no te negaré eso.» «Ojalá el Cielo te recompense por ello», dijo Gronw. Y tomó la piedra y la colocó entre él y la flecha.
Llew le disparó la fecha, que atravesó la losa y también a Gronw por la espalda. Y así fue muerto Gronw Pebyr. Y todavía se halla la losa en la orilla del río Cynvael, en Ardudwy, con el agujero que la atraviesa. Y desde entonces se la llama siempre Llech Gronw.
Por segunda vez Llew Llaw Gyffes tomó posesión del país y lo gobernó prósperamente. Y según relata la leyenda, después de eso fue también señor de Gwynedd.