LA MITAD DE UN TESORO

Pete miró, atónito, al animal. Luego se agachó, sujetó la marmota y le sacó el billete de la boca. Cuando soltó al animal, éste se metió en la caja de cartón, cercana a su nido.

Pete estaba tan nervioso que apenas se dio cuenta. A toda prisa se arrodilló junto al agujero, metió el brazo y sacó un puñado de papel moneda.

Mudo de asombro, Pete lo estuvo contemplando largo rato. Mezclado con los billetes se veía serrín húmedo.

—No me extraña que la marmota grande no pudiera entrar —dijo al fin, Pete, hablando solo—. ¡La entrada está llena de dinero!

Apresuradamente volvió a meter los billetes en el agujero y tapó éste con una gran piedra. Bajó corriendo hasta la vieja iglesia, pero no encontró a nadie allí. Siguió bajando, a toda prisa, hasta la Posada. Allí vio a Holly y Ricky que esperaban en el porche, acompañados de Indy. Su hermana se puso en pie de un salto, diciendo:

—Lo sabemos todo. No nos lo tienes que explicar.

—Habéis encontrado la colcha —añadió Ricky—. Lo sabemos porque el alcalde ha telefoneado al señor Marshall para que vaya al Ayuntamiento y por eso…

—¡Escuchad! —le interrumpió Pete—. ¡Acabo de encontrar el dinero robado!

Sin dar tiempo a que los otros dijesen nada, empezó a contar los detalles de su descubrimiento. Cuando terminó, Indy entró a toda prisa para telefonear a la policía.

Quince minutos más tarde llegaba un grupo de hombres de la policía, provistos de picos y palas. Todos se pusieron en camino detrás de Pete. El muchachito les condujo hasta el nido de las marmotas y quitó la piedra. Indy, Ricky y Holly contemplaron, atónitos, cómo el jefe de policía se inclinaba y empezaba a sacar dinero.

Los oficiales cavaron con los picos alrededor del agujero y Ricky encontró un gran palo con el que estuvo ayudándoles. Uno de los policías esperaba cerca, con un gran saco preparado. Él e Indy iban llevando la cuenta de dinero que caía dentro. Seguían apareciendo billetes y billetes, a medida que los otros cavaban la tierra.

De repente, uno de ellos anunció:

—¡Hay otro agujero aquí, jefe!

Holly y Pete acudieron a ver.

—Debe de ser la salida del nido de las marmotas —dijo Pete.

Algunos hombres se acercaron y excavaron por aquel trecho. De repente, se oyó un fuerte silbido. Por el agujero asomaron la marmota madre y sus pequeñuelos.

—¡Huy! ¡Están asustados! —exclamó Holly, apenada.

Recogió la caja de cartón y la colocó cerca de los animalitos. Todos salieron y se acurrucaron en un rincón de la caja. Detrás de todos iba «Cojito».

Los oficiales continuaron horadando. Había corrido la noticia del descubrimiento por todo Foxboro, y la gente se iba amontonando alrededor del nido de marmotas, para observar. Pete descubrió entre el grupo a Wally y le llamó.

Viendo al hijo del tendero que corría hacia Pete, Ricky acudió a su lado. Le seguía Holly, que llevaba en su mano a «Cojito».

Cuando Wally contempló el contenido del saco, sus orejas se movieron vertiginosamente, arriba y abajo.

—¡Grandes sapos saltarines! —exclamó—. ¿Y por qué los ladrones esconderían el dinero bajo tierra?

—Tendrían miedo de no poder escapar llevándolo encima —razonó Pete—. Como hay un cordón de policía alrededor de esta zona…

El jefe de policía, un hombre robusto, de cabello gris, que estaba cerca de los niños, comentó:

—Tienes razón. Hay patrullas de policía incluso en el río, en motoras.

—Pero si los ladrones robaron una embarcación en alguna parte, han podido escapar entre los campos inundados.

—Eso es cierto —dijo el policía—. Pero hemos recorrido el área varias veces. ¿Dónde podían estar escondidos esos hombres?

—¿No podría ser en el viejo molino? —apuntó Pete.

El policía movió negativamente la cabeza.

—Mis hombres lo han registrado centímetro a centímetro. Es uno de los lugares en donde primero se buscó.

Mientras hablaba, sus ojos contemplaban el nido de las marmotas que iba quedando destruido. Muchos de los hombres habían dejado de cavar. Uno de ellos se acercó y dijo:

—Creo que hemos encontrado todos los billetes que estaban escondidos ahí, jefe.

—Pero todavía falta dinero —informó el oficial que cuidaba del saco.

—No hay más que la mitad de lo que robaron —informó Indy.

—Pues no tendríamos ni eso, de no ser por Pete Hollister —dijo el jefe—. Eres muy observador, muchachito.

Los otros niños aplaudieron, muy contentos y orgullosos de Pete. El jefe de policía miró a los dos hermanos pequeños, comentando:

—Y vosotros fuisteis los descubridores del mapa. Sois unos buenos detectives.

Ricky se puso muy encarnado, de placer, y Holly no hizo más que mirar fijamente al animalito que tenía en las manos.

—Estamos muy contentos de que hayan encontrado el dinero —dijo al fin—. Pero ahora las marmotitas no tienen casa…

—Puede cavarse un nido en cualquier otra parte —contestó Indy—. Ahora, lo mejor será que os despidáis de ellos.

—¡Oh! ¿No puedo tenerle un ratito más? —suplicó Holly.

Indy movió negativamente la cabeza.

—No creo que el propietario del motel quiera en su casa una caja de cartón llena de marmotas.

Holly puso una carita muy tristona y rozó con su mejilla el cuerpecito suave de la marmota coja.

—Seguro que el señor Marshall nos dejará tenerlas en su granero —opinó Ricky—. Como Pete y yo le llevamos la carreta de bueyes llena de turistas…

—Podemos dejar allí las marmotas, cuando pasemos en la furgoneta —opinó Pete—. Y luego iremos a recoger a Pam al Ayuntamiento.

Media hora más tarde, los Hollister, Wally e Indy se encontraban con Pam y el director del museo, que salían del Ayuntamiento. Antes de que Pete tuviera tiempo de hablarle de las marmotas, el señor Marshall le cogió una mano y se la estrechó con afecto.

—Tengo que daros las gracias —dijo—. Habéis salvado mi puente.

—¡La firma del testamento de Paciencia Jones es la misma que hay en la colcha! —informó Pam, muy feliz—. Eso quiere decir que el testamento es verdadero y que el señor Marshall puede comprar el puente.

—Ya he pagado y hecho los trámites. Mañana empezarán los trabajos —dijo el director del museo—. En cuanto sea posible, el puente será trasladado al museo.

—¡Estupendo! —exclamó Holly.

Y antes de que nadie más hablara, Ricky dio la noticia del dinero que Pete había encontrado.

Pam aplaudió, diciendo:

—Éste ha sido un día de sorpresas.

El señor Marshall sonrió y posó una mano en la cabeza de Ricky.

—Habéis sido todos muy útiles —dijo—. Quisiera poder hacer algo por vosotros.

Holly aprovechó el momento para decir:

—¿No podríamos dejar las marmotas en el granero de usted, hasta que volvamos a casa?

El director del museo sonrió.

—Jovencita, puedes llevar hasta un elefante, si lo deseas —dijo.

Cuando terminó el día y los Hollister se metieron en la cama, Pam estaba tan nerviosa que no podía dormir. No hacía más que pensar y pensar en el misterio del indio robado y del dinero desaparecido. Era medianoche cuando la niña empezó a adormilarse, preguntándose dónde estarían escondidos los asaltantes del tren. De repente se despertó, sobresaltada.

¡Alguien estaba llamando a la puerta!