Estremecido de miedo, un ratón almizclero dio una sacudida y corrió fuera del túnel. Mientras Pete observaba la huida del animal, Joey y Will se internaron más en el gran conducto.
—Esperadnos —ordenó Dave.
—¿Qué pasa? ¿Es que tenéis miedo de que encontremos pistas antes que vosotros?
Aún no habían tenido tiempo de alcanzar a los chicazos, cuando Pete y Dave oyeron gritar a Joey:
—¡Eh, mira aquí! ¡Hay una abertura en este lado de la tubería!
Dejaron de oírse pasos, porque Joey se había detenido a investigar. Pero, de repente, sonó un grito.
—¡Hay algo aquí! ¡Lo he visto moverse! —gritó Joey.
Pete y Dave no se precipitaron. Con cautela se aproximaron al negro orificio abierto en un lado de la tubería de hormigón. Incluso en la oscuridad pudieron ver que la abertura tenía, aproximadamente, metro y medio de altura por un metro de ancho.
Los chicos se detuvieron a escuchar. No se oía otra cosa más que el gotear de agua que, lentamente, iba cayendo en alguna parte del agujero.
—Puede que sea un túnel. Vamos a entrar —propuso Pete.
—Cuidado —advirtió Dave—. Está demasiado oscuro.
Pete avanzó, palpando con ambas manos los laterales del orificio.
—¡Zambomba! Ya lo creo que es un túnel. Está recubierto de ladrillo —informó.
Avanzó dos pasos más y tocó la parte de encima. Los ladrillos de la techumbre arqueada estaban medio desprendidos. Uno de ellos cayó y le golpeó en un pie.
—¿Y si todo el túnel se derrumba sobre nosotros? —dijo Dave, inquieto—. Creo que no debemos seguir adelante.
Pete, aunque lamentando suspender la exploración, tuvo que admitir que su amigo tenía razón. Siempre palpando el túnel por donde caminaban, los dos muchachitos volvieron a la tubería y pronto estuvieron en la salida.
—Qué mala suerte que Joey y Will hayan encontrado una pista tan importante —masculló Pete.
—Seguramente empezarán a contarlo todo, y la gente vendrá a husmear.
—Y así nos quitarán la posibilidad de solucionar el caso —se lamentó Pete—. Tengo la corazonada de que el túnel conduce a la Casa Antigua. Puede que sea así como entra el «fantasma» sin ser visto, y si Ja gente conoce la existencia del pasadizo, el «fantasma» se asustará y no volverá.
Los dos amigos salieron entonces, parpadeando, a la luz del sol.
—¿Qué habéis averiguado? —preguntó Joey, que estaba esperándoles—. ¿Es un túnel?
—¿A dónde conduce? —inquirió Will.
—¿Qué era lo que se movía dentro? —quiso saber Joey, que no dio ni tiempo de contestar a los otros.
—No lo sé —replicó entonces Pete. Y con voz grave, añadió—: Oíd una cosa, muchachos. No conviene que se propague esta noticia.
—De acuerdo —repuso Joey, dándosela de persona muy formal—. Ya nos conoces. Somos de los que saben guardar un secreto, ¿verdad, Will?
—Si lo guardáis, nosotros os contaremos todo lo que descubramos en ese túnel —prometió Pete.
De camino a la ciudad, Dave invitó a Pete a comer en su casa.
—Gracias —respondió Pete—. Me gustaría comer contigo. Además, esta tarde podríamos hacer una cosa.
—¿Qué? —preguntó Dave.
Pete contestó que el ingeniero de la ciudad de Shoreham era el encargado del alcantarillado y los desagües para tormentas.
—Puede que sepa algo sobre ese viejo túnel.
—Iremos después de comer —replicó, entusiasmado, el otro.
Dave Meade vivía con sus padres en una bonita casa de una sola planta. Su madre, que había sido maestra de cocina en la Escuela de Enseñanza Media de Shoreham, estaba en la cocina, ocupada en hacer «éclairs» de chocolate.
—Me alegra que te quedes a comer con nosotros, Pete —dijo la señora Meade, con una amplia sonrisa—. Parece que los dos tenéis mucho apetito, y tengo una buena comida: bocadillos de asado de buey. —Mientras preparaba dos platos para los chicos, la señora añadió—: Si esperáis una media hora, tendré los «éclairs» preparados.
—Pero, señora Meade, es que nosotros tenemos…
La madre de Dave interrumpió a Pete, diciendo, tajante y sonriente:
—Cualquier cosa que tengáis que hacer, se esperará a que yo tenga preparado este postre. Sé que os va a gustar.
—¡Es fantástico! —afirmó Dave—. Será mejor que nos quedemos.
Aunque la comida era muy apetitosa, Pete no podía prestar mucha atención a lo que comía porque le parecía que, si querían resolver el misterio de la casa embrujada, debían explorar el túnel. ¿Cuánto tiempo guardarían Joey y Will el secreto? Quizá ni media hora.
Cuando los dos muchachos estaban acabando los bocadillos, la señora Meade metió en el refrigerador los «éclairs», todavía calientes, para que se enfriasen. Pete procuró no pensar en sus problemas, mientras esperaba. Por fin, la señora sirvió el postre.
—Humm. Humm… ¡Son deliciosos! Tenías razón, Dave —dijo Pete—. Gracias, señora Meade.
Después de comerse dos estupendos dulces de chocolate por cabeza, los dos chicos volvieron a montar en sus bicicletas y pedalearon hacia el centro de Shoreham. Cerca de la zona comercial estaba la plaza mayor. A un lado se encontraba la Escuela Superior y la biblioteca de Shoreham. En frente, formando un gran cuadrángulo, se veía el edificio del Ayuntamiento.
Los chicos subieron corriendo las escaleras de piedra y entraron en un pasillo. El ascensorista les dijo que el ingeniero de la población tenía las oficinas en el segundo piso.
—Es el señor Cramer —informó, cuando Pete y Dave salían del ascensor.
Los dos amigos recorrieron medio pasillo hasta llegar a una puerta en la que se leía: «Ingeniero del Municipio de la Ciudad».
Al entrar, se encontraron en una gran estancia. De las paredes colgaban mapas y diagramas y, a un lado, había varios hombres sentados ante unas mesas de dibujo. Uno de ellos se puso en pie y se acercó a los niños, preguntando:
—¿Puedo serviros en algo, amigos?
—Buscamos al señor Cramer.
—Yo soy vuestro hombre —fue la respuesta.
Pete había esperado que se tratase de una persona de edad. Pero el ingeniero municipal de Shoreham resultó ser un hombre de la edad del señor Hollister, no tan alto, y muy delgado. Tenía el cabello negro y ondulado y llevaba lentes.
—Tenemos asuntos secretos que tratar —le dijo Dave.
—En tal caso, entremos en mi oficina privada.
Llevó a los dos chicos hasta otra puerta que daba a una habitación más pequeña. Allí había un escritorio, varias sillas y un archivo.
—Se trata de la tubería que hay en la orilla del lago, cerca de la Casa Antigua —explicó Pete, cuando todos se hubieron sentado.
—Es un conducto para el agua de las lluvias —contestó el señor Cramer—. Se instaló hace varios años, para evacuar el agua de lluvia de la zona norte de la población.
—¿Ayudó usted a instalarlo? —preguntó Pete.
—Sí. Yo era ingeniero ayudante, por entonces. —El ingeniero sonrió, al preguntar—: ¿Cuál es vuestro secreto?
Pete le habló del descubrimiento que habían hecho.
El señor Cramer frunció el ceño y repuso:
—Sí. Ya recuerdo aquel pasadizo. Tuvimos que hacer un corte transversal en él cuando tendimos la tubería, que lo corta justamente por el centro.
—¿Conduce a la Casa Antigua? —preguntó Dave, muy interesado.
El ingeniero se reclinó en su silla giratoria, mientras respondía:
—Eso supongo. No hay otro lugar más próximo a donde pueda llevar. Muchas de esas casonas antiguas tenían entradas subterráneas.
—¿No entraron ustedes en el túnel? —se maravilló Pete.
El señor Cramer sonrió.
—Entramos, pero sin llegar muy lejos. Los ladrillos estaban desprendiéndose y resultaba peligroso. Además, yo estaba demasiado ocupado en las tareas de alcantarillado, y no podía dedicar tiempo a lo demás.
Luego el señor Cramer agradeció a los chicos, que le hubieran puesto al corriente de su descubrimiento. Y mientras les acompañaba a la puerta, añadió:
—Lo primero que haré el lunes por la mañana será enviar un par de obreros para que cierren ese orificio. Entretanto, muchachos, no os acerquéis por allí.
Al salir de la oficina, los dos amigos se miraron con desaliento. Pete acabó exclamando:
—¡Vaya equivocación hemos cometido! Cuando los obreros cierren el agujero, habrán espantado al «fantasma».
—Como no sea que nosotros le descubramos antes —sugirió Dave, mientras se encaminaban al ascensor.
—Pero hoy ya es viernes —le recordó Pete—. No nos queda mucho tiempo. Y ahora, cuando más falta nos hacía, se nos ha marchado Charles.
Bajaron a la planta primera, abandonaron el edificio y, montados en sus bicicletas, emprendieron el camino a casa, silenciosos y preocupados.
Ya estaban en la calle de Dave cuando Pete comentó:
—Lo que me da más rabia es que el señor Cramer no ha podido decirnos nada que no supiéramos ya.
Los dos chicos se despidieron y Pete continuó hacia su casa.
Al embocar el sendero del jardín, vio algo que cambió su expresión ceñuda en una sonrisa alegre. Sentado en la hierba, con Pam, Ricky y Jeff Hunter estaba Charles Belden. Pete bajó de su bicicleta y corrió hacia el grupo, pero aún no había tenido tiempo de decir una palabra cuando Pam le preguntó:
—¿Ya sabes la noticia?
—¿Qué noticia? —inquirió Pete, notando que los demás estaban muy serios.
—Joey y Will han descubierto un túnel secreto en la tubería que está cerca de la Casa Antigua —gritó Ricky, hablando atropelladamente.
—Se lo están contando a todo el mundo —añadió Jeff—. A mí me lo ha dicho el chico del puesto de refrescos que hay en el «drugstore». Los dos le han contado cómo estuvieron haciendo exploraciones.
—¡No lo han hecho ellos! —protestó Pete, contando en seguida la verdad de todo lo ocurrido, así como la visita al ingeniero—. Ahora ya no nos queda tiempo ni siquiera hasta el lunes para resolver el misterio —se lamentó.
—Si el «fantasma» oye algo de eso o ve chicos por allí, no se acercará —concordó Pam.
Y Ricky masculló, sombríamente:
—Puede que a estas horas ya se haya enterado y se haya ido.
Los ojos de Pete se posaron entonces en Charles que, sentado en silencio, intentaba leer en los labios de todos.
—¡Zambomba! Me alegro de verte.
El muchachito sordo, entendiendo la frase, sonrió. Pete le contó en pocas palabras, pero con mucha claridad, todo lo ocurrido, y luego le preguntó dónde había estado él. Charles contestó que su abuelo se había puesto enfermo, pero últimamente iba mejorando; por eso él ya estaba de regreso en casa de los Johnson.
Finalmente, tendió a Pete una fotografía que tenía en la mano. En ella se veía a Pam, Holly y Ricky sentados en un banco del estudio del señor Fundy.
—¡Qué ojos tan abiertos, Ricky! —exclamó Pete—. Parece que acabes de ver un fantasma.
—Tenías que haber estado allí cuando funcionó el «flash» de magnesio —replicó el pecoso.
Pete se sintió muy contento cuando le hablaron de la colección de negativos que tenía el señor Fundy.
—¿Cuándo iréis a buscar en los archivos? —preguntó.
—Podríamos ir esta noche —propuso Pam.
Pete consideró que era un buen trabajo para que lo hicieran las chicas, puesto que requería mucha paciencia. Luego, usando el alfabeto de los dedos, pidió a Charles que le acompañase aquella noche a hacer guardia en la casa del árbol.
—Muy bien —contestó Charles, y quedaron de acuerdo en reunirse con Pete a las seis.
Durante la cena, Pete pidió permiso para llevarse, prestados, los gemelos de su padre. El señor Hollister no puso inconvenientes. En cuando terminó de cenar, se colgó del cuello la correílla de la que pendían los gemelos, y salió de casa.
Charles le esperaba al pie del roble.
Los dos amigos subieron a la plataforma y miraron hacia el Lago de los Pinos. Se veían unas cuantas embarcaciones, que iban o venían, levantando penachos de espuma. Pero no había nadie en la orilla, en aquel trecho tan fuera de camino.
Los dos muchachos se turnaron en la tarea de observar la tubería, usando los gemelos. Trascurrió una hora.
—No viene nadie —dijo Pete, con los dedos.
Charles se encogió de hombros. Luego señaló el horizonte, donde se estaban acumulando nubes negras. Minutos después, Pete oía un trueno, procedente de la otra orilla. Centellearon varios relámpagos, semejantes a lenguas de víbora.
—Creo que se aproxima una tormenta —pronosticó Charles.
Pete asintió. Sí; iba a ser una gran tormenta, pensó, inquieto. ¿Cuánto rato podían esperar allí? Dentro de poco, cuando los rayos estuvieran más cerca, el árbol sería un refugio muy poco recomendable.
En el preciso momento en que los dos chicos se disponían a bajar del roble, en la boca de la tubería, como por arte de magia, aparecieron dos hombres. Gracias a los gemelos, Pete pudo ver la espalda de uno de ellos y la cara del otro. Estaban hablando.
A toda prisa pasó Pete los gemelos a su amigo y preguntó:
—¿Qué están diciendo?
Charles se ajustó los gemelos a los ojos y miró atentamente a los forasteros.