LA PISTA DE COLA

—¡Canastos! —exclamó Ricky—. ¡Pero si es el oficial Cal!

—No le conocíamos, vestido de paisano —dijo Pete.

Pam sonrió, muy contenta de ver a su buen amigo.

Cal Newberry se echó a reír cuando Holly corrió a abrazarle.

Cuando todos estuvieron cómodamente sentados, el policía dijo:

—Ya sabéis que he estado haciendo investigaciones sobre los robos de piedras preciosas ocurridos aquí y en Shoreham, pero este viaje mío de hoy es secreto. No quiero que mencionéis a nadie que me habéis visto aquí.

—No lo diremos, no —prometió Pam—. ¿Ha averiguado algo ya?

El oficial Cal contestó que tenía informaciones sueltas que había ido recogiendo en los escenarios de cada robo, y las cuales le habían hecho pensar que los ladrones habían marchado a Stony Point.

—Esos maleantes deben de tener un escondite por aquí y ese escondite es lo que yo intento descubrir —dijo Cal.

Pete pensó, inmediatamente, en los dos hombres de la motora y habló de ellos al oficial. Cuando Cal hubo hecho las anotaciones oportunas, Pete le informó de la carta amenazadora que su familia había recibido. El policía frunció el ceño y murmuró:

—Eso, lo mismo puede ser la obra de un bromista, como tratarse de una verdadera amenaza. Llevadme esa nota al cuartelillo. Veremos si podemos encontrarle la pista. Y vosotros, niños, de ahora en adelante, sed muy precavidos.

Entonces Pam preguntó al señor Shaffer si podía recordar algo sobre las casas antiguas de Shoreham.

—Sí. Aunque no tuve tiempo de examinar bien los bocetos. Recuerdo que había tres casas, en vuestra ciudad, construidas a principios del 1800. Una de ellas es el hogar de los Keene. Hay una casa de las del tipo de Cabo Cod, rodeada de grandes campos. Los actuales propietarios crían caballos allí. La otra casa es conocida como el Castillo Adams, a causa de sus torretas de piedra. Y la tercera es la vieja mansión Miller. Ahora se la conoce como la Casa Antigua.

—Ya hemos estado mirando por allí, pero no hay ninguna puerta como la que se ve en la foto de Kerry —dijo Pam.

—Muchas gracias —dijo Pete al señor Shaffer—. Nos ocuparemos en seguida de esas otras dos casas.

Poco después los niños oían el claxon de su furgoneta, y se despidieron.

—Podéis decirles a vuestros padres que me habéis visto aquí —dijo el policía—. Pero a nadie más.

Holly se llevó un dedo a los labios y prometió:

—Guardaremos el secreto.

Luego dio un fuerte abrazo al policía y ella y sus hermanos se marcharon.

—¿Qué habéis averiguado? —preguntó la madre, cuando todos volvieron a instalarse en el coche.

Pam le habló de las dos nuevas mansiones que pensaban visitar. La señora Hollister sabía dónde estaban, tanto el hogar de los Keene como el castillo de los Adams. Ambos lugares se encontraban en la parte más antigua de la población, cerca de la región de los bosques.

La señora Hollister puso en marcha la furgoneta y condujo por el camino arenoso que llevaba hasta la carretera. La familia llegó a casa al atardecer. Después de cenar, Pam y Pete pidieron permiso para ir a visitar las viejas casas que mencionara el señor Shaffer.

Cuando la señora Hollister les dijo que podían ir, se decidió que Pam y Ricky irían a la finca de los Keene, y Pete y Holly visitarían el castillo de los Adams. En bicicleta había un trayecto bastante corto a cualquiera de las dos casas, y los niños prometieron volver antes de que anocheciera.

Los cuatro recorrieron un trecho pedaleando juntos, pero no tardaron en separarse. Pam y Ricky tomaron el camino de la finca de los Keene.

La finca resultó tener una hermosa casa blanca, situada al final de la carretera. El camino que llevaba allí estaba bordeado de altos álamos.

—Creo que lo mejor será preguntar si podemos entrar a mirar —dijo Pam, buscando en su bolsillo la fotografía.

Los niños dejaron las bicicletas apoyadas en un árbol y llamaron al timbre varias veces, pero no les abrieron.

—No hay nadie en la casa —dijo, convencido, Ricky.

Pam abrió la marcha y los dos hermanos avanzaron junto a la pared lateral de la casa. En la parte posterior había un granero y al fondo un prado que lindaba con el bosque.

—Veo a un hombre allí —anunció Ricky, señalando los campos.

Mientras se alejaban del granero, los dos hermanos volvieron la cabeza y contemplaron la parte trasera de la casa, pero no encontraron ningún parecido entre aquel umbral y el de la fotografía. Estaban en mitad del césped cuando les sorprendió a los niños el estruendo de cascos de caballo a sus espaldas. Al volverse, vieron un caballo que galopaba en línea recta hacia ellos. Los dos hermanos echaron a correr.

—¡Socorro! —gritó Ricky.

Pero el animal estaba a muy poca distancia de los Hollister. Pam tuvo que buscar una solución. Se volvió, levantó las manos en alto y gritó:

—¡Eeeh!

El caballo retrocedió y se detuvo a muy pocos centímetros de Pam.

Mientras tanto, el hombre que habían visto en el campo llegó corriendo.

—¡Quieto, «Campeón»! —ordenó. Y luego preguntó a los niños quiénes eran.

Cuando Pam se lo dijo, él se presentó, diciendo que era el señor Fuller, capataz de la propiedad.

—Un chico mal intencionado hirió una vez a «Campeón» —explicó—. Desde entonces, el animal es agresivo con todos los jovencitos.

—Es una lástima —comentó Pam, acariciando al caballo en el hocico.

—Pero parece que vosotros le agradáis —observó el señor Fuller, con una risilla—. Puede que ya no vuelva a perseguir a los niños.

Ricky dijo que deseaba que así fuera. Entonces sacó la fotografía y se la mostró al hombre.

—Habíamos pensado que a lo mejor esta entrada era la de la casa dé los Keene —explicó.

El capataz movió negativamente la cabeza. Acompañó a Pam y Ricky a la parte trasera de la casa y les mostró todas las entradas que allí había. Ninguna tenía parecido con la fotografía.

Después de dar las gracias al señor Fuller, los dos hermanos montaron en sus bicicletas y tomaron el camino de regreso. A mitad de camino se encontraron con Pete y Holly.

—¿Ha habido suerte? —preguntó el hermano mayor.

—Ni una pizca —contestó Ricky—. ¿Y vosotros?

—También hemos dado un paseo inútil —rezongó Pete.

Era casi completamente de noche cuando llegaron a casa. Su madre salió a recibirles a la puerta y les preguntó:

—¿Habéis visto a Charles Belden?

—No —contestó Pete—. ¿Es que ha estado aquí?

La madre les dijo que el muchachito sordo había pasado por allí y parecía muy nervioso.

—Ha dicho que tenía noticias para vuestro Club de Detectives. Ha prometido volver mañana.

Como ya era demasiado tarde para ir a ver a su amigo, los Hollister estuvieron practicando el alfabeto de los dedos, hasta el momento de acostarse.

A la mañana siguiente, a las nueve, el señor Johnson, el granjero, se detuvo en casa de los Hollister, con Charles.

El muchachito corrió al porche, donde le esperaban los Hollister sentados en los peldaños, Charles quiso articular algunas palabras, pero estaba demasiado nervioso y tuvo que acabar deletreando el mensaje con los dedos.

Charles informó de que, hacia las cinco de la tarde anterior, había estado pescando en el lago y había visto a dos hombres paseando por la orilla, muy cerca de la Casa Antigua. Charles llevó su embarcación a tierra y siguió a los dos hombres. Ellos se detuvieron unos instantes y luego desaparecieron en el follaje. En el lugar donde Charles les vio por última vez, encontró el muchacho un tubo de cola, vacío.

Charles sacó el tubo del bolsillo para mostrárselo a Pam.

—¿Esto es una pista? —preguntó Ricky, poco convencido.

Charles leyó los labios del pecoso y replicó:

—La nota de aviso.

—¡Ya entiendo! —exclamó Pete—. Charles piensa que esos hombres pegaron las letras de la nota con el pegamento de este tubo.

El muchachito sordo dijo que sí con la cabeza y sonrió.

—Holly, ¿quieres hacer el favor de traer la nota? —pidió Pam.

Cuando la pequeña echó a correr, para hacer el encargo, sus trencitas bailaron de uno a otro lado sobre sus hombros. Cuando regresó con el papel solicitado, los demás niños examinaron atentamente la nota.

Pam olió la cola por los bordes de las letras y luego hizo lo mismo con el aplastado tubo. Por fin comentó:

—Tienen el mismo olor.

—Lo probaré —se ofreció la traviesa Holly. Y sin más, pasó la lengua por el tubo y a continuación por la cola del papel.

—¡Son iguales! Tienen el mismo gusto —anunció.

Con una risa divertida, Pete comentó:

—Gran investigación científica para nuestro Club.

—Tengo que irme —dijo Charles, señalando la camioneta del granjero, que estaba esperándole.

Pero, antes de que se marchara, Pete quedó de acuerdo con el muchachito mudo para encontrarse aquel atardecer en el lugar en que Charles había visto a los dos hombres.

Durante la tarde, Pam telefoneó a Kerry «Volteretas» para hablarle del señor Shaffer y de las visitas que habían hecho a las dos casas antiguas.

—Muchas gracias, Pam —dijo el artista—. Pero mi compañía sólo estará otros dos días en el Parque Municipal. Luego nos marchamos. Me parece que mi misterio quedará sin resolver.

Pam pidió a Kerry que no perdiese la esperanza.

—Nosotros seguiremos trabajando en su asunto —prometió.

Después de colgar, Pam quedó pensando sobre lo que podría hacer para localizar la entrada que buscaban. Pero nada se le ocurría y tuvo que acabar admitiendo, de mala gana, que aquél era un misterio que ella nunca sería capaz de resolver.

Poco antes del crepúsculo, Pete marchó a pie a encontrarse con Charles, a orillas del lago, cerca de la Casa Antigua. El agua, que iba y venía en lentos movimientos, tenía un color oscuro, como de plomo.

Pete vio a su amigo, que le esperaba sentado en un gran peñasco.

—Les he visto otra vez —anunció Charles, explicándose con los dedos.

—Y ¿dónde están ahora? —preguntó Pete.

—Han desaparecido.

Charles llevó a Pete al lugar en que había visto a los dos hombres. Sus pisadas aún resultaban bien visibles en la tierra húmeda. Pero las nubes estaban muy bajas y estaba oscureciendo con rapidez, lo cual hacía imposible el seguir buscando.

Pete dijo a Charles, también por señas, que podían ir juntos a la Casa Antigua. Tal vez aquellos hombres estuvieran merodeando por allí en aquel mismo momento.

Mientras los chicos se aproximaban a la vieja mansión, el viento, soplando entre los árboles, producía fantasmales rumores.

De repente, Charles cogió a Pete por un brazo y dejó escapar un grito de alarma. Pete siguió la dirección de los ojos del muchacho, y contuvo, a medias, una exclamación.

¡Por encima de la Casa Antigua se veía flotar un esqueleto!