SORPRESA DEL OFICIAL CAL

—Elaine —dijo el señor Hollister, entrando en el comedor con una lata abierta en su mano—, ¿desde cuándo las guindas se trasforman en cebollas?

Su esposa contuvo una exclamación de sorpresa. El bote, con una etiqueta de guindas, estaba repleto de blancas y pequeñas cebollas.

—Vaya, vaya. Tengo que decírselo al tendero —dijo la madre.

Holly y Sue se miraron de reojo, pero no dijeron nada.

—Abre una lata de peras, John —pidió la señora Hollister—. A todos nos gustan las peras.

Su marido dejó la lata de cebollas en el estante de la despensa, buscó otra con la etiqueta de peras y la abrió. Su exclamación de incredulidad dejó atónito al resto de la familia. Esta vez la señora Hollister se levantó y corrió a ver qué sucedía. Sus hijos la siguieron.

—¡Judías! —exclamó el padre—. ¿Qué ocurre aquí, Elaine?

—Puede que el tendero nos haya querido gastar una broma —dijo Pete.

—Lo sabremos dentro de un minuto —afirmó la señora Hollister acercándose, muy resuelta, al teléfono.

—Espera, mamita. Ha sido culpa mía —dijo Holly.

La madre volvió a colgar el auricular, y miró a su hija con gran extrañeza.

—¿Cómo puede ser culpa tuya?

En ese momento la chiquitina Sue corrió a los brazos de su madre y, hundiendo la carita en su regazo, se echó a llorar. Sus hombros se estremecían debido al gran desconsuelo con que lloraba.

—Pero ¿a qué vienen estas lágrimas? —preguntó la madre, levantando en vilo a la pequeña y abrazándola.

—¡Las «itiquetas» se cayeron! —dijo Sue, entre hipidos.

—Sí. Y yo le ayudé a pegarlas sin saber de qué botes eran —añadió Holly—. Perdona, mamita.

Pronto se puso en claro lo que había ocurrido.

—¡Canastos, vaya equivocación! —se lamentó Ricky, sin conseguir otra cosa más que una mirada severa de Pam.

—No os apuréis ninguna de las dos —dijo la madre, que abrazó a Sue y a Holly, y les dio las gracias por haber tenido la buena ocurrencia de ayudar a su hermana mayor.

Y entonces los labios del señor Hollister se abrieron en una amplia sonrisa.

—Vaya, vaya, otro gran misterio resuelto. Podemos llamarlo el caso del postre que se esfumó.

Todos los niños rieron. Y hasta en las mejillas húmedas de Sue se formaron dos lindos hoyuelos.

—Bien. ¿Qué lata convendrá que abramos ahora? —dijo el señor Hollister.

—Prueba las espinacas —dijo Ricky, bromeando.

El señor Hollister cogió la lata en cuestión y, antes de que su esposa tuviera tiempo de protestar, ya había hundido en ella el abrelatas. ¡Zis, zas! La tapa quedó levantada. Dentro, en un líquido apetitoso, flotaban las rosadas guindas.

—¡Un hurra por papá! —pidió Holly, palmoteando y dando saltos—. ¡Él ha resuelto el misterio!

—Pero ¿qué pasará con los demás botes? —preguntó la señora Hollister con los ojos muy abiertos, mientras vertía las frutas en una gran fuente. Luego, echándose a reír, añadió—: Me temo que tendremos que comer a capricho de la suerte, hasta que los hayamos terminado.

Todos rieron con ella y no concluyeron las bromas sobre lo ocurrido hasta que el último plato estuvo seco y recogido.

—Qué día tan emocionante hemos tenido —dijo Pam, cuando se disponía a meterse en la cama.

En aquel momento, Holly asomó la cabeza en la habitación de su hermana mayor, para decir:

—Puede que mañana, en cambio, no suceda nada.

El día siguiente amaneció despejado y lleno de sol. Se terminó el desayuno rápidamente y ya parecía que la predicción de Holly iba a ser verdad…, hasta que llegó el cartero.

Pam tomó el puñado de cartas que le alargó el empleado y corrió a casa. Por el camino fue ojeando los sobres, con la esperanza de que hubiera noticias de sus primos. Pero la mayor parte del correo eran anuncios y alguna factura.

Luego sus ojos se fijaron en un sobre poco corriente. Iba dirigido «A LOS HOLLISTER», y cada una de sus letras había sido recortada con cuidado de un periódico y pegada luego en el sobre.

Pam llamó a Pete y luego a la madre. Después de enseñarles la carta, dijo:

—Será mejor que la abras tú, mamá, porque va dirigida a toda la familia.

Pete fue a buscar el abrecartas y se lo ofreció a su madre. Ella abrió el sobre y sacó un pedazo de papel blanco. También en el papel había letras recortadas. Se trataba de un mensaje que decía:

«AVISO: PERMANECED APARTADOS DE LA CASA ANTIGUA».

—¡Cielo santo! —exclamó la señora Hollister—. ¡Esto es terrible!

—Puede ser una broma. A lo mejor es cosa de Joey Brill —dijo Pete.

Pero Pam no estaba de acuerdo con su hermano mayor.

—No creo que Joey sea tan inteligente como para idear un método así. Lo que seguramente habría hecho Joey sería garabatear unas letras a mano.

—Pam tiene razón —concordó la madre—. Quienquiera que sea el que ha escrito esta nota, quiere cerciorarse de que no reconoceremos su escritura.

—Lo mejor será telefonear al oficial Cal en seguida —decidió Pete, acercándose al teléfono del escritorio.

Pero en el cuartelillo le informaron de que su amigo estaba fuera de la ciudad y no volvería en todo el día. Después de informar de aquello a su familia, Pete dijo:

—El Club de Detectives no debe volver a la Casa Antigua mientras no hayamos informado al oficial Cal sobre esta nota. Bueno. Ahora quedamos un poco inactivos —concluyó, arrugando el ceño.

—¿Y por qué no trabajamos todos, hoy, en el misterio de Kerry «Volteretas»? —propuso Pam—. Podríamos ir a Stony Point a ver al señor Shaffer, el arquitecto.

La señora Hollister dijo a sus hijos que ella tenía una amiga que vivía en Stony Point.

—Podemos hacer todos una salida. Sue y yo visitaremos a la señora Dillon, mientras los demás vais a hablar con el señor Shaffer.

Pete y Pam encontraron estupenda la propuesta de su madre. Pam se ofreció para avisar a los demás hermanos sobre los planes de salida, mientras Pete telefoneaba a los miembros del club, poniéndoles al corriente de la nota que habían recibido.

Media hora más tarde, los seis estaban instalados en la furgoneta. La señora Hollister sonreía, viendo el entusiasmo de sus jóvenes detectives, mientras conducía por la espléndida carretera que bordeaba el Lago de los Pinos.

Al mediodía, cuando llegaron a las afueras de Stony Point, la señora Hollister detuvo la furgoneta ante un puesto de bocadillos y refrescos. Todos comieron bocadillos, leche y helado.

Minutos más tarde se encontraron en la encantadora y pequeña población de Stony Point. Pam pidió a un policía orientación para ir a casa del señor Shaffer y muy pronto se encontraron los Hollister ante una casa moderna y elegante.

—¡Qué bonita! —exclamó Pam.

—Se nota que la ha diseñado un buen arquitecto —observó la madre. Y mientras Pete, Pam, Ricky y Holly bajaban del vehículo, añadió—: Volveré a buscaros dentro de una hora.

Después de ver que un señor acudía a abrir a sus hijos, la señora Hollister puso en marcha el motor y se alejó, con Sue.

En cuanto le vio, Pam sintió gran simpatía por el señor Shaffer. Era un hombre bajo, ligeramente encorvado, con el cabello rubio y una pequeña perilla.

—Me siento encantado de tener visitantes —dijo—. Entrad, hijos. ¿Tal vez las niñas desean que les diseñe una casa de muñecas?

—No, gracias —contestó Holly—. Lo que pasa es que somos detectives y estamos buscando pistas.

Pam hizo las presentaciones y todos, uno por uno, fueron estrechando la mano al señor Shaffer, quien, luego, les hizo pasar a la sala.

—Sentaos y habladme de eso —pidió.

El arquitecto escuchó, en silencio, acariciándose de vez en cuando la perilla, mientras Pete y Pam le daban explicaciones.

Al terminar, Pete se metió la mano en el bolsillo para sacar la fotografía perteneciente a Kerry «Volteretas».

—Ésta es la puerta que estamos buscando, señor Shaffer. ¿Ha visto alguna vez una igual?

El caballero tomó la fotografía y estuvo examinándola atentamente.

—No. Nunca la he visto —dijo, al fin. Y añadió, entre dientes—: Es una lástima. Una lástima.

—¿Qué cosa es una lástima, señor Shaffer? —preguntó Holly.

El arquitecto repuso que, unos meses atrás, había comprado una colección de planos, correspondientes a las casas de la región, construidas antes de la Guerra Civil.

—Pero no tuve tiempo de revisarlos por completo, porque me los robaron, en unión de unas gemas.

—¡Zambomba! ¿Ha dicho usted unas gemas? —preguntó Pete.

—Eso he dicho. Creo que las joyas de mi familia eran el principal móvil del robo. Pero el caso es que también se llevaron esos bocetos de casas antiguas que habrían sido de gran valor para vosotros.

—Y la policía ¿no ha encontrado ninguna pista? —inquirió Pam.

—Nada en absoluto. El ladrón huyó sin dejar huellas.

—Creo que nosotros conocemos a la persona que puede ayudarle —dijo Pete—. El oficial Cal, de nuestra ciudad, está haciendo investigaciones sobre algunos robos de gemas que han ocurrido allí.

—Es muy buen policía —afirmó Holly, gravemente—. Su apellido es…

El señor Shaffer levantó una mano, interrumpiendo a la niña.

—Un momento —dijo.

Entró en la habitación inmediata y volvió a los pocos momentos. Ahora le acompañaba un apuesto joven, que vestía un traje gris.

Unos segundos más tarde, cuando los Hollister se dieron cuenta de quién era, quedaron mirando al joven, más que perplejos.