SE DESCUBRE QUIÉN ES Y. I. F.

—¡Encaja! —gritó el mayor de los Hollister, apoyando el trocito de cuerno en uno de los del primer reno—. ¡Es el nuestro!

Todos prorrumpieron en exclamaciones, y entonces salió una mujer.

—¿Qué quieres decir con eso de que es el vuestro? Es para mi nieta, que viene a visitarnos esta Navidad.

El grupo se volvió a mirar. Al ver la severa expresión de la señora, todos quedaron algo amilanados.

Pero, un instante después, Pam reaccionó y empezó a explicar a la señora por qué estaban tan seguros de que aquel Papá Noel les pertenecía. En aquel momento se acercó tío Russ y se presentó a sí mismo y a los niños. La mujer dijo que era la señora Stanley.

—Mi hermano es el propietario del Centro Comercial de Shoreham —explicó tío Russ.

—Ah, sí. He estado allí —contestó, sonriendo, la señora Stanley—. Por favor, entren y cuéntenme.

Entre Pete y Pam relataron todo lo ocurrido.

—¿Y decís que uno de los ladrones era alto y llevaba un jersey rojo? —preguntó la señora Stanley.

—Eso es lo que pensamos —fue la respuesta de Pete.

Entonces le llegó a la señora el turno de explicar una historia sorprendente. Dos hombres, uno bajo y el otro alto y con un jersey rojo, se habían presentado en su casa unas noches atrás para explicar que habían leído el anuncio del periódico de Clareton y que tenían un Papá Noel para vender.

—Mi marido les pidió que lo trajesen en seguida, pero ellos contestaron que no podrían hacerlo hasta muy entrada la noche, porque tenían que pedir prestada una camioneta para transportarlo.

La señora Stanley sonrió, apesadumbrada, y luego añadió:

—Me habéis convencido, niños, de que este Papá Noel es el vuestro. Esos hombres nos engañaron a mi marido y a mí. Nos dijeron que eran hermanos y que su familia había tenido este motivo decorativo durante muchos años.

La señora siguió dando explicaciones. Habían pagado un buen precio, que los dos hombres pidieron en efectivo. Ni ella, ni su esposo pidieron a los hombres nombre o dirección.

—Pero ¡casi lo había olvidado! Esos hombres volverán esta noche a buscar el resto del dinero. Mi marido no les pagó todo lo que pedían porque faltaban las cuchillas deslizantes del trineo. Seguramente las quitaron ellos mismos para disimular su robo. Quedaron en traerlas esta noche.

Tío Russ se puso en pie.

—En tal caso, lo mejor será que nos vayamos en seguida —dijo—. Esos hombres podrían reconocernos, y entonces no se acercarían.

La señora Stanley contestó que iba a telefonear a la policía, para que se hiciesen cargo de la captura de los ladrones.

—¿Cuándo nos llevaremos a Papá Noel? —preguntó Ricky.

—Mañana por la mañana. Vendremos Indy y yo a buscarlo, en la camioneta de tu padre —contestó tío Russ.

Les pareció larguísimo el camino de regreso a Shoreham, y en todo el trayecto ninguno de los niños supo hablar de otra cosa que no fuera de los ladrones y de las posibilidades de que les detuvieran. Cuando los pequeños entraban en la casa, en tropel, el señor Hollister les salió al encuentro, sonriendo alegremente.

—¿Qué? ¿Cómo están mis detectives? —preguntó.

—¡Hemos encontrado a Papá Noel! —respondió Holly.

—Y habéis descubierto a los ladrones —dijo el padre.

—¿Cómo? —preguntaron los niños, a coro.

El señor Hollister contestó que acababa de telefonear el oficial Cal. Éste le explicó que había recibido una llamada de la policía de Clareton, notificándole la captura de un hombre alto, con grandes chanclos, y de su compañero, bajo y ancho, vestido con un jersey rojo.

—Les han detenido en la casa de los Stanley. Ahora están en la cárcel. A los señores Stanley les han devuelto su dinero y se han recobrado todos los regalos del trineo.

—Todo ha salido bien —dijo Pam, con los ojos resplandecientes Cuéntanoslo todo, ¿quieres, papá?

El señor Hollister dijo que los dos hombres habían admitido que robaron el Papá Noel aprovechándose de que casi toda la policía de Shoreham se encontraba sofocando el incendio, en el otro extremo de la población. En un camión habían llevado las mercancías robadas hasta la orilla del lago. Allí lo colocaron todo en el trineo y lo transportaron sobre el hielo.

Aquella noche, los hombres se habían ocultado en la Isla Zarzamora, y la siguiente noche estuvieron en la cueva de tierra firme.

—A trechos, llevaron el trineo en vilo, para evitar que se les pudiera seguir la pista. Pero, el oficial Cal me ha encargado de que os diga que vosotros, hijos, habéis sido demasiado listos para esos ladrones.

Al día siguiente, Papá Noel y su trineo volvió a quedar instalado en el tejado del Centro Comercial, deslumbrante de luces.

Se colocaron en el trineo todos los paquetes, tanto los recuperados como aquellos que la gente había adquirido en los últimos días.

Era la Nochebuena. En las heladas calles de Shoreham resonaban villancicos. El Centro Comercial estuvo abierto hasta muy tarde, para que la gente pudiese adquirir los obsequios en los que pensaron en el último instante. El señor Hollister había anunciado por un altavoz que, a las siete, todos los regalos del trineo iban a ser distribuidos.

A las seis y media, Pam y Sue fueron al pesebre para llevarse durante una hora a «Domingo» y poder hacer el reparto con él.

Mientras tanto, los otros niños estuvieron muy ocupados. Pete y Ricky habían ido a casa a buscar el carrito. Teddy, Jean y Holly estuvieron bajando los regalos, desde el tejado del Centro Comercial, utilizando una cesta, que hacían subir y bajar con una gruesa cuerda.

Cuando todo estuvo dispuesto, se enganchó a «Domingo» y se metieron los regalos en el carro. Entonces, Pete y Sue montaron.

Pete tomó las riendas y se pusieron en marcha. Los demás niños corrieron tras el carro. Fueron deteniéndose de casa en casa. ¡Qué felices se mostraron los niños y niñas al encontrarse con su regalo!

Después de haber entregado todos los obsequios, los Hollister volvieron el burrito al pesebre. Mientras quitaban los arneses, un grupo de personas les rodeó.

Entre los observadores estaba Indy. Una vez que «Domingo» volvió a ocupar su puesto en la viviente escena navideña, el indio hizo señas a los niños para que le siguiesen.

—Tengo una sorpresa para vosotros —dijo—. Venid conmigo.

Cuando llegaron a la acera, Indy señaló el carro. Enganchado a él estaba el remolque que los niños habían pedido prestado para trasladar a «Domingo» desde el aeropuerto. En el remolque se veía un extraño paquete.

—¿Qué es? —preguntó Holly.

—Un regalo de Navidad para «Domingo». Un pesebre portátil. Podéis colocarlo ahora mismo en el garaje.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Holly.

Indy contestó que lo había hecho él mismo.

—Indy es «dorable» —declaró Sue, tomando la mano del indio.

Sonriente, él miró a todos los niños y dijo:

—¿Acaso no sabéis que yo soy para vosotros el indio fiel?

De repente, Pam, mirando a Indy a los ojos, dijo entre risas:

—Creo que ya he resuelto el gran misterio.

—¿A qué te refieres?

—¿Sabes algo de las notas misteriosas que encontramos en el burro?

A Indy le brillaron los ojos, pero no contesto.

Entonces, Pam exclamó:

—Y. I. F. quiere decir: «Yo, el indio fiel». ¿No es verdad, Indy?

El bueno de Indy se echó a reír y repuso:

—Eres una chica inteligente, Pam.

—¡Zambomba! ¿Eres tú quien iba dejando esas notas en «Domingo»? —preguntó Pete—. Pero ¿cómo pudiste dejar la primera? ¿Es que estabas en el avión?

El indio contuvo la risa y repuso:

—Sí. Por coincidencia.

—¿Cómo pudo ser? —preguntó Ricky, que sabía que, por lo general, Indy estaba en el Centro Comercial todas las horas laborables.

—Os acordaréis que nos habíamos quedado con pocas existencias de patines, toboganes y trineos, en la tienda. Vuestro padre me envió con un pedido urgente, para que lo trajera en persona. El sábado por la mañana tuve la suerte de poder tomar un avión de carga con las mercancías de vuestro padre.

—¿Y «Domingo» iba en ese mismo avión?

—Has adivinado una vez más, Pam. Imaginaos la sorpresa que me llevé cuando el piloto del avión me dijo que el burro era para mis amigos, los Felices Hollister.

—¿Y entonces fue cuando tuviste la idea de poner esas notas misteriosas? —inquirió Pete.

—Sí. Veréis. En el Oeste, de donde yo procedo, nos gusta tener siempre un burro en el pesebre de Navidad. Consideré que «Domingo» haría un buen papel eh el pesebre de Shoreham, pero, al mismo tiempo, quería preparar un jeroglífico para que vosotros lo resolvierais.

—Pues lo has hecho muy difícil —declaró Ricky.

Todos volvieron al pesebre, para echar un último vistazo al burrito, antes de darle las buenas noches.

Mientras le contemplaban, con ternura, Pam dijo a media voz:

—Ésta es nuestra mejor Nochebuena.

—¡Sí! La mejor —contestaron los otros, todos al unísono.

Y «Domingo» cabeceó varias veces.

—¡Aaaaaiiiih!

Al verle abrir la boca, todos tuvieron la certidumbre de que el burro «Domingo» sonreía, dichoso.