No existía duda, ahora, de que dos hombres, arrastrando un trineo, habían llegado a la isla. Pete y Teddy siguieron las huellas, muy emocionados, aunque algo asustados también.
—Podemos encontrarnos con los ladrones en cualquier momento —dijo Teddy, con voz ronca.
Manteniéndose muy juntos, los dos primos continuaron avanzando. Pero comprobaron, con desaliento, que las huellas atravesaban toda la isla y volvían de nuevo al hielo. Una vez allí, desaparecían.
—Debe de ser que los hombres cargaron otra vez con el trineo, en vez de arrastrarlo —comentó Pete, enfurruñado—. Pero ¿adónde irían?
Aunque habría querido seguir investigando, se dio cuenta, de pronto, de que habían dejado sola a Sue demasiado tiempo. Cuando los dos chicos regresaban corriendo al trineo de Dave, Pete dijo que pensaba telefonear al oficial Cal para decirle lo que habían descubierto.
Al subir al trineo, los dos primos contaron a su amigo lo que habían averiguado. A Dave se le iluminaron los ojos.
—Mañana os acompañaré otra vez aquí, chicos —ofreció.
—Gracias —dijo Pete.
Se acercaban a la orilla cuando Pete observó que sólo unos cuantos pequeños seguían jugando allí. Un momento más tarde, el corazón le daba un vuelco, al comprobar que todos los chicos eran mayores que aquellos con los que Sue se había quedado jugando.
—No veo a mi hermanita por ninguna parte —dijo a Teddy.
Este último sugirió:
—¿Por qué no vamos a ver si se ha ido a casa?
—Eso es —concordó Pete, preocupadísimo.
Agarraron por la cuerda el trineo de Sue, que había quedado allí, dijo adiós a Dave y se encaminó a casa, en compañía de su primo. Entró corriendo en la sala y preguntó a su madre si Sue estaba allí.
—No. ¿Es que se os ha escapado?
Peter explicó todo tal como había ocurrido, y la señora Hollister se sintió muy inquieta.
—Pero ¿a dónde habrá ido Sue, Dios mío?
Llamó a los demás niños y a tía Marge y preguntó:
—¿Alguno de vosotros ha visto a Sue?
De repente, Pam recordó algo y dijo:
—Hace un rato he visto, en la cocina, una bolsa rota de arroz cocido y tostado, y una botella de leche vacía. Puede que Sue viniera a casa porque sintió apetito. Después de comer habrá vuelto al hielo.
Todos, incluidos los vecinos de los Hollister, empezaron a buscar. Pero no se encontró en parte alguna a la pequeñita.
Cuando todos estuvieron reunidos otra vez en la cocina, Ricky dijo, de repente:
—Ya sé. Podemos ir a buscar a Sue con «Zip».
El perro pastor, al oír su nombre, se presentó en la cocina. Holly se inclinó, le rodeó la cabeza con sus brazos y le dijo:
—Sue se ha perdido, ¿sabes? Tienes que ayudarnos a encontrarla.
—¡Vamos, «Zip»! —llamó Ricky cuando todos salían en tropel por la puerta.
El perro corrió de un lado a otro del patio. Luego se acercó al garaje y arañó la puerta con su pezuña.
—¿Cómo no se nos había ocurrido? —dijo Pam, alegrándose inmediatamente—. Sue debe de estar jugando con «Domingo».
Pero, cuando abrieron el garaje, encontraron al burro solo. El animal volvió la cabeza hacia el grupo, con aire interrogador. ¡Y ellos que habían esperado encontrar allí la solución!
De pronto, «Zip» salió corriendo por la orilla del lago. Los niños le siguieron, mientras él olfateaba unas huellas de pies diminutos que se veían en la nieve. Caminando tras el perro, llegaron a la Cala del Pez Rueda.
«Zip» levantó la cabeza y dio unos breves ladridos. Ni Ricky ni los otros pudieron comprender lo que el perro quería decir.
—¡Sigue buscando! —ordenó el pecoso.
El perro bajó el morro hasta el suelo y retrocedió por donde viniera, hasta llegar a la casa.
—Sue vino a casa —afirmó Pete, viendo aquello.
«Zip» olfateó las escaleras de la cocina y arañó la puerta. La señora Hollister abrió.
—Parece que «Zip» piensa que Sue está dentro de casa —dijo Pete.
Todos observaron, mientras «Zip» daba un par de vueltas por la cocina; luego llegó a las escaleras del vestíbulo y empezó a subir. La señora Hollister dijo:
—«Zip» debe haberse despistado, porque el abrigo de Sue no está por aquí.
De todos modos, los niños siguieron a su perro, escaleras arriba. «Zip» no fue al dormitorio de Sue, sino que subió hasta la buhardilla. Pete abrió la puerta y encendió la luz. Pete abrió la marcha y todos le siguieron, tras el perro.
—¡Ahí está Sue! —gritó Pete, lleno de alivio, corriendo a un rincón.
Su hermanita, con las botas y el abrigo puesto, se había quedado dormida, arrebujada en un rincón. La cabecita le caía a un lado y el gorro se le había ladeado. A su lado tenía un tazón de leche con arroz.
—Sue debe haber estado jugando a comiditas —consideró Pam.
El sonido de voces despertó a la pequeñita, que levantó la cabeza y parpadeó.
—Mamá, mamita —dijo, apresuradamente—. No he podido encontrarle. ¡Y debe de tener un hambre!…
—¿A quién no has podido encontrar?
—A «Jul-Nisse», claro. Al hombrecito que viene a nuestra buhardilla en Navidad y a quien le gusta el arroz.
—¡Ángel bendito! Te has acordado de lo que yo os conté. Bueno. Acuérdate de dejar el arroz, ya sea en pastel o con leche, en la Nochebuena y estoy segura de que «Jul-Nisse» se lo comerá.
Todos bajaron a la sala. Mientras se quitaba el abrigo, Sue explicó que, cuando estaba esperando a los chicos, tuvo frío.
—Por eso me «viní» a casa a tomar el té con «Jul-Nisse». Yo me comí galletas, pero él no «vinió» a comerse el pudin.
Holly, que se había sentado en el suelo, junto a «Zip», estaba diciendo:
—Eres un buen perro detective, «Zip», guapito.
—Ya lo creo que lo es —concordó Teddy—. Y tu hermano también es un buen detective. Pete, háblales de la pista que hemos descubierto en la Isla Zarzamora.
Al saberlo todo, la familia estuvo de acuerdo con Pete en que debía informarse al oficial Cal por teléfono. El policía elogió a Pete por el gran trabajo que había realizado, y dijo que iría inmediatamente a la Isla Zarzamora. Más tarde el policía telefoneó a los Hollister para informar de que no había indicios de que los ladrones estuvieran en la isla, aunque no ponía en duda que Pete tuviera razón en sus suposiciones.
—Mañana, al salir del colegio, iré otra vez a ver —dijo Pete.
Al día siguiente, Pete pasó las horas soñando con empezar su trabajo de detective. El tiempo transcurrió muy lentamente para él, hasta que el maestro anunció que había ensayo general para toda la clase. La de Pete se ocupaba de representar las costumbres navideñas en Holanda.
Al oír aquello, Pete y Dave sonrieron, divertidos. Los dos amigos habían sido elegidos para representar el papel del caballo blanco que montaba un obispo. Dave «era las patas delanteras y Pete las posteriores». De los hombros del uno al otro se extendía un tablón, que sería el lomo sobre el que cabalgara el obispo. Se cubrirían con una sábana blanca, de la que pendía un rabo. Dave se encajaría la cabeza del caballo, de cartón, en tanto que Pete debía mantener su cabeza baja.
Cuando el blanco corcel estuvo montado, Pete se encogió un poco, para que el «animal» quedase algo más bajo en sus cuartos traseros. Los alumnos rieron a más y mejor. Dave se irguió y el singular caballo se paseó marcialmente por la clase.
Al pasar junto al pupitre de Joey, Pete se encargó de que la pata trasera derecha del caballo propinase una leve coz en la espinilla del camorrista.
—¡Estate quieto! —protestó Joey.
Al llegar a la entrada del aula, el «caballo» se arrodilló y el «obispo», uno de los niños más pequeños, vestido de terciopelo rojo y con una mitra en la cabeza, montó su corcel. Entonces, un chico llamado Sam, que llevaba la cara pintada con corcho quemado, se acercó. Hacía el papel de Negro Piet, el sirviente moro del obispo. El caballo se irguió y la procesión avanzó por toda el aula.
—Muy bien —dijo la señorita Hanson, y todos los estudiantes aplaudieron—. Pero, Pete y Dave; el día de la representación, ¿podríais poneros pantalones blancos? No quisiera que nuestro caballo tenga el cuerpo blanco y las patas negras.
En cuanto todos se hubieron quitado los disfraces y la sábana, se dieron las clases por concluidas. Pete dijo a Dave que se reuniría con él en el embarcadero, media hora más tarde, y corrió a casa. Pam informó a su hermano de que Teddy tardaría en volver, porque había ido al centro de la ciudad a hacer compras navideñas, con Jean y tía Marge.
—¿Puedo ir contigo en su lugar, Pete? —preguntó Pam—. Me gustaría ayudarte a buscar pistas.
—Vamos —contestó el chico.
Pam dijo a su madre a dónde iba y corrió al embarcadero con Pete.
—¡Qué viento tan fuerte! —dijo Pete, mirando a lo largo del lago—. Hoy el trineo de Dave correrá como un cohete.
—Ahí está —anunció Pam, señalando a lo lejos de la superficie helada.
Poco rato le llevó a Dave conducir su vehículo hasta el embarcadero de los Hollister. Pete le explicó que aquel día Teddy no estaba en casa y que Pam le sustituía. El trineo a vela se puso en marcha por el lago y rápidamente adquirió velocidad.
—¡Zambomba! ¡Corremos como rayos! —gritó.
Dave, sonriendo, se inclinó hacia delante, con la mano derecha en el timón. Pam empezó a asustarse. Un momento después, gritaba:
—¡Cuidado, Dave!
Frente a ellos había varios montículos de hielo, sin duda sacados del lago por algún pescador que abrió unos agujeros para pescar. Dave movió el timón. El patín izquierdo del trineo se elevó sobre un trozo de hielo y el vehículo se ladeó peligrosamente.
—¡Sujétate bien! —gritó Pete, agarrando a su hermana.
Pero no sirvió de nada. El trineo a vela se volcó, y lanzó a los tres pasajeros contra la helada superficie del lago.