Durante media hora los Hollister estuvieron haciendo cábalas sobre lo que podía significar aquella nota y sobre quién podía ser Y. I. F. Pero no llegaron a más conclusión, excepto que aquel desconocido debía de ser de Shoreham.
—Ya sé —dijo Ricky—. Y. I. F. quiere decir: «Yodo “incuentras” en Farmacia».
—No —replicó Holly, siguiendo la broma—. Lo que quiere decir es: «Yate “intrando” en Fortaleza».
Por fin la señora Hollister dijo que ya era hora de que la gente menuda se fuese a la cama. Los más pequeños subieron en seguida a las habitaciones. Cuando los mayores pusieron objeciones, la señora Hollister contestó que podían hablar un rato más en sus habitaciones.
El día siguiente amaneció muy despejado y frío. Después de ir a la iglesia, los Hollister comieron y luego se sentaron a leer. Acababa Pete de leer un capítulo de su libro, cuando sonó el teléfono. El muchachito fue a contestar.
—¡Tío Russ! —exclamó Pete—. ¿Dónde estáis?
Todos los niños se arremolinaron en torno al teléfono y Pete fue repitiendo lo que su tío decía.
—Está sólo a sesenta kilómetros de aquí —cuchicheó el hermano mayor.
Quedó unos minutos silencioso y por fin, sonriendo, repitió:
—¿Que tenéis una sorpresa para nosotros? ¿Qué es?
Todos esperaron, impacientes, mientras su hermano escuchaba. Por fin, Pete suplicó:
—¡Anda, dinos qué es!
Otro rato de silencio. Luego, una expresión de gran extrañeza en el rostro de Pete, como si alguien acabara de echarle un chorrito de agua helada por el cogote y, por fin, una amplia sonrisa.
—Eso sí que es estupendo. Ya verás cuando papá lo sepa. Hasta luego, tío Russ.
Pete colgó y dijo, distanciando mucho las palabras:
—El tío Russ tiene un Papá Noel con trineo y renos para nosotros.
El señor Hollister prorrumpió en un silbido.
—¿Es el Papá Noel desaparecido?
—No me lo ha dicho, pero quizá lo sea —opinó Pete.
Los niños empezaron a bailotear alegremente, mientras se hacían cientos de preguntas. ¿Dónde lo habrían encontrado? ¿Cómo lo traerían? ¿En un remolque, en un camión?
Durante las dos horas siguientes los Hollister esperaron con impaciencia la llegada de sus parientes. Por fin, cuando se estaba poniendo el sol y Pam había sacado a «Domingo» a dar una vuelta por el patio, se oyeron tres bocinazos. Un coche penetró en el camino del jardín.
—¡Ahí están! —gritó Pam, bajando del lomo del burro.
Pete, Ricky, Holly y Sue salieron a recibir a sus visitantes. Cuando el tío Russ detuvo el coche, los Hollister se dieron cuenta de que no llegaba con sus primos el Papá Noel. Después de los saludos y abrazos, Ricky le preguntó dónde estaban los objetos perdidos.
—¿Te refieres a vuestro Papá Noel y los renos? —preguntó el alto tío Russ muy perplejo—. No sé nada del vuestro, pero tía Marge os trae uno de ella.
Ahora fueron los Hollister quienes quedaron atónitos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ricky.
—Pronto lo sabrás, Ricky. —Pero ¿qué es eso de vuestro Papá Noel?
Pete contó que les habían robado el que exhibían en el tejado del Centro Comercial.
—Cuánto lo lamento —dijo tío Russ, abriendo la portezuela y saliendo del coche.
Era alto y delgado y se parecía mucho al padre de los Felices Hollister, aunque era más joven. Tío Russ era tan bromista y alegre como su hermano. Dibujaba historietas cómicas para un periódico y tenía una gran embarcación que los Hollister de Shoreham habían utilizado una vez para hacer un viaje.
—Es una lástima que vuestro Papá Noel haya desaparecido —dijo—, pero puede que la sorpresa de tía Marge os alegre un poquito los ánimos.
Del coche salió tía Marge, con una gran caja blanca. Tía Marge era muy guapa y casi siempre tenía una risueña expresión en los ojos.
—Os enseñaré lo que traemos en esta caja, en cuanto hayamos abierto las maletas —prometió.
Mientras se dirigían a la puerta, Jean y Teddy se fijaron en «Domingo», que había permanecido a un lado, esperando con paciencia.
—¡Qué burro tan precioso! —exclamó Jean, acercándose a acariciar el hocico del animal.
Jean tenía el cabello lacio y castaño y hoyuelos en las mejillas. Como a Pam, le gustaban mucho los animales y tenía dos perros de caza y una jaca.
—¿De dónde habéis sacado este burro? —preguntó.
Pam se lo explicó y permitió que su prima diese un paseo a lomos de «Domingo». Acudió Teddy para ayudar a desmontar a su hermana y estuvo acariciando al burro.
Teddy tenía once años; dos más que su hermana. Se parecía bastante a Pete, con la diferencia de que era más bajo y tenía el cabello negro y los ojos grises. De pronto el chico notó un tirón en su abrigo y bajó la cabeza. ¡El travieso burro le había arrancado un botón y lo tenía en la boca!
—¡Qué travieso eres! —reprendió Sue, mientras Teddy intentaba recobrar su botón.
Pero «Domingo» no estaba dispuesto a ceder. Uno tras otro, los niños intentaban obtener lo perdido. El burro mantenía la cabeza echada hacia atrás, mientras los niños luchaban por abrirle la boca.
—No te comas el botón, hombre —suplicó Jean—. Mamá no encontrará otro que haga juego.
—Por eso no te preocupes —dijo Pam—. Los burros nunca se tragan nada que no sea comestible para ellos. Te diré lo que podemos hacer: echemos a andar, como si nos fuéramos. Puede que entonces «Domingo» suelte el botón.
Pam tenía razón. En cuanto los niños echaron a andar hacia el porche, el burro perdió su aspecto juguetón y, tristemente, dejó que el botón cayera al suelo. Teddy se acercó, corriendo, y lo recogió. Luego Pete llevó a «Domingo» a su cuadra y los niños entraron en casa.
Tan pronto como los abrigos, gorras, guantes y botas hubieron quedado guardados en el armario del vestíbulo, tía Marge dijo:
—Ahora, la sorpresa.
Abrió la gran caja blanca y sacó un Papá Noel en miniatura, con un trineo tirado por ocho renos.
—¡Qué lindo! —exclamó Pam.
Una expresión golosa asomó a los ojillos de Ricky.
—¿Podemos comérnoslo, tía Marge? —preguntó.
La pregunta hizo reír a Jean y Teddy.
—¿Cómo lo has adivinado? —preguntó Jean—. Mamá hizo esta pasta dulce, pero no creímos que lo adivinaseis tan pronto.
—¿Cuándo podremos comérnoslo? —preguntó Holly, tocando con un dedito la barba del dulce de Papá Noel.
—Esta noche, para postre, si lo deseáis —dijo tía Marge, riendo—. Naturalmente, si vuestra madre está de acuerdo.
—Desde luego —dijo, en seguida, la señora Hollister—. Yo misma estoy deseando probarlo.
Poco rato después, los Hollister de Shoreham y los Hollister de Crestwood estuvieron sentados a la mesa, con los lindos muñecos de postre como centro de mesa, para que pudiera caber todo el mundo.
—¡Huuuumm! —dijo Sue cuando llegó la hora del postre—. Yo me quiero comer una cabeza de reno.
Su madre le dio permiso para que la cogiera. Sue alargó un bracito y ¡chaf!, el primer ciervo se quedó sin cabeza. Sue se quedó con ella en su mano gordezuela y empezó a mordisquear los cuernos.
Holly se apoderó de la bolsa de juguetes de Papá Noel, hecha de chocolate y caramelo.
—Está deliciosa —dijo a su tía.
Pam se comió medio Papá Noel y Jean la otra mitad. Ricky tomó el trineo y Pete se decidió por un reno.
Los otros renos quedaron para los mayores. Al terminarlo todo, el señor Hollister declaró que hasta la última pezuña le había sabido a gloria.
Cuando acabaron de comer la obra de arte de tía Marge, Pam habló a sus primos del espectáculo que preparaban en el colegio sobre la Navidad en distintos países.
Ricky dijo:
—En nuestra clase vamos a representar la Navidad en Noruega.
—¡Qué interesante! —dijo tía Marge—. Yo estuve una vez en Noruega, en la fechas de Navidad.
—¿Sí, tía? Cuéntanos algo de allí, ¿quieres? —pidió Pam.
Tía Marge explicó que, cuando era pequeña como Pam, su padre tuvo que hacer un viaje de negocios a Noruega y la llevó a ella consigo.
—Lo que más me gustó, de la Navidad noruega —prosiguió—, fue la deliciosa comida, que la gente empezaba a preparar varias semanas antes de Navidad. En especial me gustaron las figuritas de dulce. Y una cosa que no olvidaré es que, durante las vacaciones de Navidad, los niños daban a sus animales de granja comida extra, porque luego les llevaban al pesebre, el día de Navidad. Además, se tenían atenciones especiales con los pájaros.
—¿Quieres decir que también se hacían regalos de Navidad a los pajaritos? —preguntó Holly.
—Ya lo creo —repuso la tía Marge—. En todos los porches de Noruega, en la época de Navidad, se coloca una pértiga con una gavilla de trigo. Es el árbol de Navidad para los pájaros.
—¡Qué ocurrencia tan hermosa! —exclamó Pam—. Y ¿los pájaros acuden a comerse el trigo?
La tía contestó que sí. Los pájaros se amontonaban en torno a las gavillas, para picotear el grano.
—Entonces, nosotros debemos hacer algo así —repuso Pam—. Todos los pájaros, y los demás animales, deben disfrutar de la Navidad.
—Y «Jul-Nisse» también —terció Sue.
—Ah, ¿ya conocéis la existencia de esos enanillos? —dijo tía Marge—. Son lindísimos, con sus caperuzas de punto rojo y el borlón colgando, las chaquetas blancas y los pantalones rojos también.
—¿Has visto uno alguna vez? —preguntó Sue, interesadísima.
—No. Pero le he dejado comida. Un poco de pastel de arroz —explicó tía Marge con ojos risueños—. Se lo comió todo.
—¡Cuánto me gustaría ver uno! —dijo Sue, suspirando.
Durante la velada, la familia de Shoreham contó a la familia de tío Russ las cosas que les habían sucedido en Shoreham recientemente. A Teddy le interesaron, en particular, las notas misteriosas que alguien dejaba en el burro. Jean hizo preguntas sobre el concurso y sobre lo que harían en el Centro Comercial con respecto a los regalos para los niños pobres.
—No lo sé —dijo Pam, mirando a su padre.
El señor Hollister quedó unos minutos pensativo. Al fin, haciendo un chasquido con los dedos, dijo:
—Si Papá Noel no ha aparecido mañana por la mañana, pondré una gran bolsa de lona en el escaparate y colocaré dentro el equivalente de los regalos robados. Además, pediré a los clientes que den donativos para la bolsa. Llevaremos a término nuestro proyecto aunque sea sin el trineo y los renos.
—¡Bien por papá! —gritó Pam, corriendo a darle un abrazo.
Pronto fue hora de acostarse y los niños se disponían a dar las buenas noches, cuando sonó el teléfono. Contestó Pete. Era el oficial Cal que dijo que la policía había encontrado la primera evidencia sobre el caso del Papá Noel desaparecido.
—¿Sí? ¿Qué han descubierto? —preguntó Pete, muy emocionado.