PETE AYUDA A UN POLICÍA

Dándose empujones, Pam, Holly y otros varios niños corrieron atropelladamente.

¡Zas! El árbol de Navidad se vino bajo. Se estrelló en el suelo con gran estrépito y sus ramas más altas rozaron a los niños. Los obreros acudieron presurosos para cerciorarse de que ninguno había resultado herido.

—Estamos todos bien —aseguró Pam.

—¡Gracias a Dios! —exclamó uno de los capataces—. A ver si esta vez os mantenéis bien lejos —añadió el hombre, mientras se disponían a levantar el árbol de nuevo.

Los otros hermanos Hollister regresaron.

Cuando los jóvenes espectadores estuvieron lo suficientemente lejos, el conductor de la grúa volvió a levantar el árbol hasta el agujero. Aquella vez lo encajaron debidamente en su lugar.

Otro hombre colocó una escalera plegable apoyada en el árbol y subió a las ramas altas. Llevaba consigo una ristra de lucecitas que colocó entre las ramas.

Después de ésta colocó varias ristras más de bombillas por los otros lados.

Luego, a una señal, uno de los hombres oprimió un interruptor. Incluso a la brillante luz del sol, el árbol se tornó deslumbrador con tantísimas bombillas de colorines. ¡Qué bonito resultaba!

—Yo nunca había visto un árbol de Navidad tan precioso —dijo Holly—. Estoy muy contenta de haber venido a vivir a Shoreham.

Cuando llevaban un rato contemplando el árbol, Sue empezó a sentirse cansada, y todos decidieron irse a casa. Al pasar junto al Belén, Pam miró, esperanzada, por si alguien podía darle información sobre el concurso. Pero no vio a ninguna persona adecuada.

—Ese concurso debe de ser algo de animales, porque la señora Morris preguntó si íbamos a apuntar en él a nuestro burro —dijo Pete.

—A lo mejor es una función —sugirió Ricky—. Me gustaría poder saber qué es.

Ninguno de los niños podía imaginar con exactitud lo que debía de ser aquello. Volvieron a casa y, al entrar en el jardín, llegó hasta sus oídos un repiqueteo. Un ruido indescifrable que procedía del garaje.

—¿Qué es eso, Pam? —preguntó Sue, abrazándose a aquélla, por si acaso.

Los demás rieron, despreocupados, y Ricky dijo:

—Debe de ser «Domingo», que tiene sed.

Sue no comprendió bien y preguntó qué quería decir. Pero, hasta que levantaron la puerta enrollable del garaje, no se enteró. Allí estaba «Domingo», con su cubo de agua entre los dientes, sacudiéndolo contra el suelo de cemento. La chiquitina se echó a reír y corrió junto al burro.

—Qué manera tan rara de hablar, «Domingo». Ahora mismo te «taeré» agua, «percioso».

Ricky ayudó a su hermanita a llevar agua para el burro y luego todos fueron a casa. Cuando la señora Hollister se enteró de todas las aventuras de aquella mañana, dijo que confiaba en que pronto se encontrase a Papa Noel y su equipo, y añadió:

—Tengo una agradable noticia para vosotros.

—¿Qué es? —preguntaron los niños, a coro.

Y Holly añadió, inmediatamente:

—Juguemos a adivinarlo.

—Danos una pista —pidió Pam.

Sonriendo, la señora Hollister contestó:

—Está bien. Tendremos que arreglar de inmediato el cuarto de invitados.

—¡Es que viene alguien!

—Exacto.

—El señor Vega —gritó Sue—. «Vene» a hacer una visita a «Domingo».

—No —contestó la madre—. A ver quién lo adivina.

A Pam se le iluminaron los ojos.

—¿No serán los primos? —dijo.

—Sí, hijita. El tío Russ, tía Marge, Teddy y Jean.

—¡Zambomba! —exclamó Pete—. ¿Es que Teddy y Jean ya tienen vacaciones en el colegio?

La madre tomó una carta de la mesa y la leyó en voz alta. El hermano del señor Hollister y su familia estaban camino de Shoreham y llegarían al día siguiente. La escuela de Crestwood, la localidad donde ellos vivían, aquel año había dado las vacaciones con una semana de antelación.

—¿Se quedarán aquí a pasar la Navidad? —preguntó Ricky, ilusionado.

Ricky consideraba que el tío Russ, que era dibujante de historietas, su esposa y sus dos hijos, eran las personas más maravillosas del mundo.

—Creo que sí se quedarán. Al menos, es lo que deseo —respondió la señora Hollister—. Será una Navidad perfecta.

Después de comer, las niñas se ofrecieron para ayudar a su madre a hacer una limpieza extra en la casa. Como en otras ocasiones, Jean dormiría en la misma cama que Pam, y Teddy ocuparía la litera sobrante de la habitación de los muchachos.

Las niñas corrieron a enchufar la aspiradora y a buscar los trapos de quitar el polvo.

Como era el turno de Ricky de limpiar el pesebre de «Domingo», el pequeño fue a cumplir con sus obligaciones. Pete, como no tenía ninguna tarea especial, volvió al Centro Comercial. Tal vez hubiera noticias sobre el desaparecido Papá Noel. Cuando llegó a la tienda, Pete encontró a su padre hablando con el oficial Cal.

—Hola, Pete —saludó el policía—. Estaba diciéndole a tu padre que hemos estado haciendo comprobaciones con cuantas personas hemos visto con jersey rojo.

—¿Y ha habido suerte? —preguntó el muchacho.

—En absoluto. Si tuviéramos algún dato más sobre el que trabajar… Precisamente iba a subir otra vez al tejado para echar otro vistazo.

—Iré con usted —se ofreció Pete.

Entre él y el oficial sacaron la escalera y la apoyaron en la pared del edificio. Mientras esperaba a que subiera Cal, Pete miró a su alrededor. De pronto sus ojos se fijaron en un chanclo de goma, caído junto a un cubo de basura. Era extraordinariamente grande, con una estrella grabada en la suela. El otro chanclo de la pareja no se veía en parte alguna.

«Vaya», pensó Pete. «Puede que lo perdiera uno de los ladrones. Nadie de estos alrededores tiene un pie tan grande».

Pete lo tomó y subió velozmente por la escalera, para mostrar el chanclo al policía y explicarle de sus sospechas. Cal lo examinó inmediatamente, muy interesado. En seguida se inclinó para apoyar el chanclo en una de las huellas que se veían en la nieve.

—Pete, has hecho un gran trabajo policial —declaró, levantando la vista—. Esta clase de chanclos suelen utilizarlos únicamente los obreros que trabajan a la intemperie. Además, el ladrón que visitó este tejado tenía un pie desusualmente largo, por lo que es de suponer que corresponda a un hombre muy alto. Con estas pistas y la del jersey rojo, podremos encontrarle con facilidad.

Cuando Cal terminaba de hablar, la cabeza de Ricky asomó desde la escalera. Al saber a dónde había ido Pete, el pequeño se había apresurado a terminar su trabajo, para ir a reunirse con el hermano. Al enterarse de lo que se había descubierto, gritó:

—¡Hurra! ¿Vamos a buscar en seguida a ese ladrón?

El oficial de policía dijo, sonriendo, que ese trabajo podría resultar demasiado duro para Ricky.

—Pero podéis ayudarme de otro modo, muchachos. Podríais llevar este chanclo al detective Farnham y explicárselo todo.

Los tres bajaron por la escalera y los dos hermanos corrieron a la comisaría de policía. Ésta se encontraba en el edificio del Ayuntamiento de Shoreham, cuatro manzanas más allá del Centro Comercial.

Los dos Hollister se fueron corriendo a todo correr. Al llegar allí, sin aliento, estuvieron a punto de tropezar con el policía de guardia.

—Hola, chicos —dijo el hombre—. Veo que venís fatigados. ¿Qué habéis estado haciendo? ¿Persiguiendo ladrones?

—No, señor —contestó Ricky, irguiéndose muy dignamente—. Pero mi hermano ha encontrado una pista que puede, llevamos hasta los ladrones.

El policía escuchó, muy asombrado, todas las explicaciones de los Hollister, y luego les hizo pasar a una gran sala. En un extremo se veía una tarima y, sobre la tarima, un alto escritorio. Sentado a la mesa había un policía que estaba respondiendo a una llamada telefónica, a través de la centralita.

Al concluir la conversación el sargento se volvió hacia los chicos, sonriendo:

—¿En qué puedo serviros? —preguntó.

—Querríamos ver al detective Farnham —replicó Pete—. Somos Ricky y Pete Hollister. Nos envía el agente Cal con una pista relativa al Papá Noel que ha sido robado del Centro Comercial.

—Bien. La verdad es que ése es un caso intrigante —afirmó el sargento.

Utilizó de nuevo el teléfono, y habló unas palabras. Unos minutos más tarde el detective Farnham aparecía en la puerta.

Cuando los Hollister le mostraron el chanclo, exclamó:

—¡Esto es magnífico! Nos quedaremos con él para hacer indagaciones. Puede ser lo que nos identifique a uno de los ladrones. —Luego, sonriendo, añadió—: Me he enterado de que tenéis otro misterio entre manos. Me refiero a vuestro burro. Cal me ha dicho que habéis encontrado unas notas en el animal y no sabéis quién las ha puesto.

—Sí. Es alguien que se llama Y. I. F. —dijo Ricky.

—De todos modos, estoy seguro de que resolveréis el caso —dijo el detective cuando los dos hermanos se disponían a marcharse.

Aquella tarde, hacia las ocho, Holly decidió ir a ver a «Domingo» antes de acostarse. Después de ponerse el abrigo y el gorrito de lana, abrió la puerta trasera. En aquel momento advirtió que una sombra misteriosa se deslizaba por detrás del garaje.

—¡Papá, ven! ¡Ven en seguida! —llamó la niña.

Salía el padre corriendo de la sala, cuando la niña vio una silueta oscura que atravesaba el patio a todo correr y desaparecía en dirección al lago.

—Me… me parece que alguien quería robar a «Domingo» —dijo Holly, asustada.

—En seguida lo veremos —contestó el señor Hollister, tomando el abrigo, colgado junto a la puerta trasera.

Él y Holly corrieron hacia el garaje. Encontraron a «Domingo» muy orondo y feliz en su establo.

—Parece estar bien —dijo el señor Hollister, entrando en su coche para sacar una linterna.

—A ver, hija. Echa un vistazo de cerca.

Cuando la linterna iluminó a «Domingo», Holly exclamó:

—¡Papá, hay algo allí! ¡Mira!

Había una nueva cinta roja alrededor del cuello del burro. Y de la cinta pendía otro mensaje.

—Léelo, papá —pidió Holly.

El señor Hollister enfocó la linterna sobre el papel y leyó:

DE ENTRAR EN FUNCIÓN MI MOMENTO LLEGA.

DESATADME OS PIDO, YA, DE MI…

Y. I. F.

—Esto se pone misterioso de día en día —comentó el señor Hollister, mientras Holly y él entraban en casa para informar a los otros—. Yo apostaría a que casi habéis dado con el bromista.

—¡Ojalá, papá! Así sabremos de una vez quién hace estas cosas.

Toda la familia se reunió en la sala para descifrar el mensaje.

—Debe querer decir: «Desatadme os pido, ya, de mi carreta» —opinó Pam—, porque eso rima con llega.

Todos estuvieron de acuerdo en que carreta debía de ser la palabra que faltaba.

—Pero ¿por qué tendremos que desatarle de la carreta? —preguntó Ricky, arrugando su nariz llena de pecas.