LA PISTA DEL HILO ROJO

Todos los niños dejaron escapar exclamaciones de desencanto.

—¡Robado! ¿Cómo puede haber alguien tan malo que nos haya robado a Papá Noel? —se lamentó Pam.

—Y todos los bonitos regalos del trineo… —lloriqueó Holly—. Si el trineo de Papá Noel no está, todos los niños pobres van a quedarse sin regalos.

—Me marcho en seguida a ver lo que ocurre —dijo el señor Hollister, sacando su abrigo del armario del vestíbulo—. Puede que exista algún error.

—Déjanos ir, papá —suplicaron los niños.

—Está bien. Pero daos prisa.

Todos estuvieron dentro de la furgoneta en pocos minutos y el señor Hollister condujo rápidamente hacia el Centro Comercial. ¡Qué diferente estaba el tejado, tan vacío! Tinker salió a toda prisa de la tienda, con la cara muy larga.

—¿Has avisado a la policía? —le preguntó el señor Hollister, saliendo de la furgoneta.

Tinker, que temblaba de pies a cabeza, a causa del nerviosismo, dijo que todavía no, pero que iba a llamar de inmediato.

—No comprendo cómo los ladrones no fueron vistos —dijo el señor Hollister, mientras el canoso Tinker entraba en la tienda—. Tenemos muy eficaz protección policial en esta población.

Mientras, ya todos los niños habían descendido del coche y buscaban por todas partes pistas de los ladrones. Pete fue el primero en encontrar algo.

—Mira, papá —llamó el muchachito desde la parte posterior del edificio.

Pete señalaba unas profundas huellas de neumáticos de camión en la nieve sucia de barro.

—Nuestra camioneta no ha hecho eso.

—Tienes razón, hijo. Y ayer no vino ningún camión a entregarnos pedidos. Estas huellas por fuerza se produjeron anoche.

Pam señaló unos agujeros en la nieve, allí donde debió de ser colocada una escalera que se apoyaría en la pared. Luego Holly encontró una gruesa cuerda que debió de ser utilizada para descender el trineo y los renos.

En aquel momento, el sonido de una sirena hizo que los Hollister volvieran a la fachada. Un coche patrulla se detuvo ante la tienda y de él descendió el oficial Cal. Con él iba otro policía, a quien Cal presentó como el detective Farnham.

Cuando los policías se enteraron de lo sucedido, Cal dijo:

—Todos los policías de servicio en Shoreham fueron llamados para que ayudasen a sofocar el incendio de anoche. Esta manzana estuvo sin vigilancia durante cosa de una hora.

—En tal caso, fue entonces cuando se produjo el robo —opinó el señor Hollister—. Los ladrones se aprovecharon de las circunstancias.

—Incluso podría existir una relación entre el robo y el incendio —dijo el detective Farnham—. Permítannos subir al tejado, por si encontramos alguna pista.

Pete y Ricky fueron a buscar a la tienda una escalera, y los dos policías subieron por ella, seguidos del señor Hollister y sus hijos varones. Las niñas esperaron abajo.

Después de examinar las huellas de pies sobre el tejano nevado, el detective Farnham dijo:

—Hay tantas huellas que sería muy difícil determinar cuáles pertenecen a los ladrones. No puedo encontrar ningún par de pisadas que sean, sin duda, de una misma persona.

—Pero las de ahí abajo sí lo son —intervino Ricky.

—Desde luego, muchacho. Tomaremos una impresión de ellas.

Los Hollister y los policías bajaron por la escalera. El detective fue al coche patrulla a buscar su equipo especial, con el que sacaría moldes de las huellas dejadas por los neumáticos.

—Vamos a obtener unas buenas huellas —comentó Cal, mientras ayudaba a verter una masa similar al cemento en las profundas hendiduras de la nieve.

Ricky observaba, fascinado. Y no tardó en declarar:

—Eso es lo que yo quiero ser cuando sea mayor: policía.

—Puede que entonces Cal sea jefe superior —dijo, sonriente, Pete—. ¿Dará a Ricky un buen trabajo, oficial?

—Claro que sí —contestó Cal—. Nombraré a Ricky jefe de detectives. —Poniéndose serio otra vez, dijo al señor Hollister—: ¿Sospecha usted de alguien que haya podido hacer esto?

Los Hollister se miraron unos a otros y al rostro del padre asomó una extraña expresión. Él no contestó, pero sí lo hizo Ricky, con toda espontaneidad.

—¡Apuesto a que lo ha hecho el señor Tash!

—¿Cómo? —exclamó el detective.

El señor Hollister se apresuró a explicar por qué su hijo tenía aquella sospecha: el señor Tash había querido quedarse con el Papá Noel de los Hollister. Pero en seguida añadió:

—Nosotros no acusamos a nadie. Ricky, hay que tener más cuidado con lo que se dice.

El oficial Cal miró a su compañero. Luego, al recoger el molde de escayola con las huellas de neumáticos, dijo:

—De todos modos, hablaremos con el señor Tash.

Los policías se alejaron, pero los niños continuaron buscando pistas.

—Muchachos, será mejor que retiréis esta escalera, no vaya a usarla alguien más —dijo el señor Hollister.

—En seguida, papá —contestó Pete.

Ya los dos hermanos habían llevado dentro la escalera, cuando Pam llamó:

—¡Mirad! ¡Puede ser una pista!

—¿Qué es? —preguntó Pete.

La niña señaló una hilacha de lana roja adherida a la pared de ladrillo del Centro Comercial.

—Claro que es una pista —opinó Pete—. Uno de los hombres que se ha llevado nuestro Papá Noel debía de ir con un jersey rojo.

Holly desprendió la hebra de lana de la pared y corrió a la tienda, a enseñárselo a su padre. En aquel momento regresó el coche de la policía. Cal frenó junto al bordillo y todos los Hollister salieron a preguntarle qué había averiguado.

—El señor Tash niega toda relación de él con el robo. Además, tiene una perfecta coartada. Estoy seguro de que no es la persona que buscamos.

—Me alegro —contestó el señor Hollister—. No me gustaría pensar que alguno de los comerciantes de nuestra ciudad es capaz de hacer una cosa así.

—Por cierto, hemos enviado un aviso a ocho Estados con motivo del Papá Noel —dijo Cal.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Ricky.

—Quiere decir que la policía de ocho Estados se une a la búsqueda.

Ricky empezó a hacer piruetas de alegría, gritando:

—¡Nuestro Papá Noel va a ser famoso!

Apenas había terminado de hablar, cuando Holly salió corriendo como una centella.

—¿Adónde va? —preguntó el señor Hollister, sorprendido, pero nadie pudo contestarle.

Holly corría calle abajo, con el trocito de lana roja en la mano. ¡Delante de ella caminaba un hombre fornido, con jersey de cuello de cisne…, color rojo!

—¡Espere un momento! —llamó Holly, llegando junto al hombre.

El que llevaba el jersey rojo se volvió en redondo. Era un joven alto y robusto, con el pelo cortado a cepillo.

—¿Me hablabas a mí, pequeña? —preguntó, sonriente—. Dime, guapa, ¿cómo te llamas?

Holly quedó algo cohibida, viendo la amabilidad de aquel hombre. No era así como ella suponía que se comportaría un ladrón. Pero no había que dejarse engañar.

—¿Tiene usted un agujero en el jersey? —preguntó, valerosamente.

El joven se echó a reír.

—¡Qué extraña pregunta! ¿Por qué quieres saberlo?

Holly acercó al hombre el trocito de lana. ¡Era del mismo tono que el jersey! Era preciso averiguar en dónde había estado aquel hombre la pasada noche, se dijo la niña. Con el corazón latiéndole aceleradamente, se atrevió a preguntar:

—¿Subió usted anoche a nuestro tejado?

De nuevo rió el joven a carcajadas. Luego se arrodilló hasta que su cabeza quedó al nivel de la de Holly.

—Oye, ¿es que eres una detective? —preguntó, guiñando un ojo.

—Pues… sí. Pero, si no tiene usted un agujero en el jersey, no será sospechoso de haber robado nuestro Papá Noel.

No es muy seguro que el joven del jersey rojo hubiera llegado a entender lo que Holly decía, de no ser porque se acercaron Pam y el oficial Cal.

—Hola, señor Long —dijo el policía, dirigiéndose al joven del jersey.

—¿Le conoce? —preguntó Holly.

—Claro. Fue entrenador nuestro en el equipo de fútbol de la escuela superior.

Holly estaba apuradísima. Pero Pam explicó a todos que habían encontrado aquella brizna de lana y que creían que podía ser una pista sobre el robo del Papá Noel.

—Mi hermanita sólo quería ayudar.

—No te preocupes —le dijo el señor Long—. La verdad es que ha resultado muy divertido. Lo que lamento es que haya desaparecido vuestro Papá Noel. Era un hermoso espectáculo.

El oficial Cal había tomado de entre los dedos de Holly la brizna de lana roja. Y consideró que podía ser una buena pista para encontrar al menos a uno de los ladrones.

—Me lo llevaré, si no os importa —dijo a las niñas.

—Claro que no —contestó Pam.

—Dios quiera que encuentre a esos hombres tan malísimos —deseó Holly cuando el policía ya se marchaba. Luego se volvió al señor Long y le pidió—: Por favor, perdóneme por haberle molestado.

—Ha sido un placer que lo hicieras. Y te deseo mucha suerte —contestó el entrenador, antes de seguir su camino.

Pam y Holly se unieron a sus otros hermanos y marcharon hacia casa. Cuando pasaban por el pequeño parque del centro de Shoreham, Sue dijo a grititos:

—¡Mirad! ¡Están haciendo un árbol de Navidad grandote!

—Sí. Es el árbol de la ciudad —contestó Pete—. Vamos a ver.

Era costumbre, en la ciudad de Shoreham, preparar todos los años un gran árbol navideño en el centro del parque. Sus alegres luces brillaban toda la noche, durante los días de las fiestas navideñas. Cientos de visitantes, llegados de las poblaciones cercanas, admiraban el Belén que se instalaba junto al árbol.

—Ya han hecho el agujero para «plantarlo» —observó Ricky.

El gran camión en que se había transportado el árbol se encontraba detenido en el césped. Otro camión, equipado con una gran grúa, se detuvo junto al primero. Cuatro hombres ajustaron un grueso cable desde la grúa a lo alto del árbol.

¡Ruuum, rum rum rum! La grúa gruñó sonoramente, mientras el árbol empezaba a elevarse por los aires. Por fin, la base del árbol quedó situada sobre el agujero.

—No os aproximéis demasiado —aconsejó uno de los obreros a los Hollister y a otros niños que se habían aproximado a contemplar el espectáculo—. El árbol no estará debidamente asegurado en su orificio hasta que lo hayan sujetado con los cables.

Los obreros clavaron estacas en cuatro puntos distintos del suelo y ataron a ellas largos cables que pendían de lo alto del tronco.

A pesar de la advertencia del obrero, el grupo de niños se había ido aproximando más y más, para poder contemplarlo mejor todo. Los Hollister fueron empujados a primera fila.

De repente se produjo un sonoro chasquido. Todos levantaron la vista a tiempo de ver el cable resbalar del árbol.

—¡Apartaos todos! —gritó un obrero.

El árbol se fue inclinando lentamente. Luego empezó a caer hacia la multitud.

Pete agarró a Sue en brazos y echó a correr. Ricky le siguió. Pero Pam y Holly no encontraban manera de abrirse paso.