OTRA NOTA EXTRAÑA

Cuando Pam habló de sus temores de que Ricky se hubiera caído por el otro lado del tejado, todo el mundo mostró preocupación. La multitud guardó silencio, mientras los Hollister empezaban la búsqueda.

Pete corrió al callejón que daba a un lado de la tienda, y Pam fue por el otro. El señor Hollister y Holly cruzaron la tienda hasta la calle posterior. ¡Pero Ricky seguía sin aparecer!

Cuando los buscadores volvieron a la entrada del Centro Comercial, Will Wilson, que se había unido a los curiosos, llamó a Pete.

—Oye, creo que sé adónde ha ido tu hermano.

—¿Lo sabes? ¿Adónde? —preguntó Pete, impaciente.

—Me ha parecido verle yéndose a casa, llorando.

—¿Por qué iba a hacer eso? —repuso Pete, no sabiendo si creer o no a Will.

—Por nada. ¡Porque es un bebé llorón! —dijo Will.

—No lo es —protestó Holly, saliendo en defensa de su hermano, mientras Pete se alejaba con disgusto.

De repente, Pam gritó:

—¡Escuchad todos!

Todos pudieron oír una risa profunda.

—¡Jo, jo, jo! ¡Feliz Navidad para todos!

La voz parecía llegar del tejado y todos levantaron, la vista. La bolsa que llevaba Papá Noel al hombro se movió ligeramente y al poco salió por ella la cabeza de un chico.

—¡Ricky! —chilló Holly, emocionada—. ¡Está escondido en el saco de Papá Noel!

—¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! —repitió Ricky.

—¡Igualmente! ¡Lo mismo te deseamos! —gritaron algunos de los presentes.

El señor Hollister, tranquilizado, sacudió la cabeza.

—Baja en seguida —ordenó—. Nos tenías preocupados a todos.

Ricky bajó por la escalera, que luego Indy recogió. Empezaba a oscurecer y Pete dijo:

—¿No es hora de encender las luces, papá?

El señor Hollister, mirando el cielo, ya muy oscuro, asintió:

—Sí. Baja el interruptor, hijo.

Indy había empalmado un cordón conectado con la corriente del interior de la tienda. Cuando Pete pulsó el interruptor, un torrente de luz iluminó la escena del tejado. El hocico del primer reno se encendió, todos los animalitos de madera empezaron a mover de un lado a otro la cabeza y las notas de la canción «Alegres Campanas» llenaron el aire. Los presentes aplaudieron y, algunos, empezaron a tararear la conocida canción.

—No cabe duda de que estos Hollister tienen siempre buenas ideas —dijo una señora de cabellos grises.

—Bah. No son tan importantes —masculló entre dientes un chico. Era Joey Brill.

Joey se inclinó e hizo una bola de nieve muy apretada y dura. Apuntó con cuidado, desde detrás de un poste de teléfono, y lanzó la bola al tejado del Centro Comercial.

¡Chass!

La bola alcanzó al primer reno en el hocico y la bombilla roja se hizo mil pedazos.

—¿Quién lo ha hecho? —preguntó Pete, indignado.

—Ese chico que se marcha corriendo —dijo la señora canosa—. ¡Qué mala intención se necesita para hacer una cosa así!

Pete distinguió a Joey, y corrió tras él. Pero el chico giró en una esquina y desapareció.

—Ajustaremos cuentas más tarde —dijo Pete.

Cuando regresaba a la tienda, Holly le salió al encuentro para decirle:

—Indy ha puesto una bombilla nueva. Mira; el hocico del reno ya está otra vez encendido.

Pete levantó la vista y contempló la luz que volvía a brillar en la oscilante cabeza del animal de madera.

—Será mejor para Joey que no vuelva a romperla —dijo Pete.

En aquel momento, Dave Meade, que acababa de llegar, corrió junto a los Hollister.

—Es fantástico —afirmó—. Nunca ha habido una cosa igual en Shoreham.

Ricky le contó lo ocurrido con Joey.

—Estoy seguro de que quiere vengarse —opinó Dave.

—¿A qué te refieres? —preguntó, inmediatamente, Pete.

—Ah, pero ¿no os habéis enterado?

—¿De qué?

—¿Sabes quién se encarga de hacer los recados y pedidos para el señor Tash?

—¿No será Joey?

—¡Sí!

—Entonces, por eso nos ha tirado la bola de nieve contra el reno —dijo Pete, que a continuación contó a Dave cómo el señor Tash, propietario de la ferretería de más abajo, había querido quedarse con el trineo y los renos que habían adquirido los Hollister el día anterior.

—Seguramente a Joey le molestó que vosotros salieseis ganando —dijo Dave, riendo—. Más vale que tengáis cuidado. La próxima vez puede intentar alcanzar con una bola a Papá Noel.

—Tienes razón —concordó Pete—. Voy a ir ahora mismo a casa del señor Tash, y hablaré con Joey, si es que está allí.

Acompañado por Dave, Pete cruzó una calle y entró en la tienda del señor Tash. El establecimiento no era precisamente un lugar ordenado y limpio. Por todo el suelo se veían pilas irregulares de diversos artículos. Joey estaba en el mostrador, envolviendo unos encargos, cuando se acercó Pete. El camorrista arrugó la frente al ver a los dos amigos.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó huraño.

—He venido a advertirte sobre nuestro Papá Noel. ¡No vuelvas a tirarle bolas de nieve!

—Tiraré bolas de nieve siempre que me dé la gana —espetó Joey a Pete.

—Te advierto por última vez —dijo Pete, antes de salir de la tienda.

Al llegar al Centro Comercial, encontró a su padre y sus hermanos preparándose para ir a casa. Dave hizo el trayecto con ellos, hasta llegar a su propia casa. Entonces bajó y se despidió.

En casa, Sue se mostró contentísima con lo que le contaron sobre Papá Noel y, en seguida, mostró gran interés en ir a verlo. De modo que el señor Hollister se la llevó en la furgoneta para que pudiera contemplarlo.

—¡Oh, papá! —gritó la pequeñita, entusiasmada—. ¡Tu tienda es la más simpática y la más bonita de la ciudad!

—Y yo confío en que sea la que tenga los más simpáticos y los más bonitos juguetes para los pobres niños que no reciben regalos en estos días.

—Yo quiero que el trineo tenga tantas cosas encima que llegue hasta el cielo —añadió Sue, palmoteando.

Cuando la chiquitina y su padre llegaron a casa, ya estaba la cena preparada.

—¡Zambomba, se está poniendo el tiempo muy frío! —dijo Pete cuando unas ráfagas de viento helado le azotaron en la cara.

Su hermano y él entraron en el garaje y acariciaron al burro. De pronto, Ricky exclamó:

—¡Mira, Pete! ¡«Domingo» lleva otra nota!

Colgando del cuello del animal había un cartel parecido al de la primera vez. Escrito en él se leía:

SOY EL MEJOR BURRO DE LA CREACIÓN.

EN NAVIDAD UTILÍZAME COMO…

Y. I. F.

—¡Canastos! ¿Con qué rima creación?

—Éste es muy fácil —sonrió Pete—. Apostaría a que es decoración.

—¿Quiere decir que debemos colgar a «Domingo» del árbol de Navidad?

Pete se echó a reír a carcajadas:

—Hazlo, si puedes. Pero quizá se pueda usar a «Domingo» como adorno en alguna otra cosa.

Ricky suspiró y dijo:

—Si «Domingo» pudiera hablar nos diría quién es ese misterioso Y. I. F.

En aquel momento el burro dijo sonoramente:

—¡Aaaaiiiih! ¡Aaaaiiiih!

Los dos hermanos se echaron a reír. Luego, al volver a ponerse serios, Ricky preguntó:

—Oye, Pete, ¿no pone papá «se despide cordialmente» en las cartas comerciales?

—Sí. ¿Por qué?

—Porque estoy seguro que esas letras son algo parecido. Por ejemplo: Yo Intensamente Feliz.

Pete rió a más y mejor con la ocurrencia del pecoso.

—Pero, aunque tuvieras razón, eso no nos aclararía el nombre.

—Tienes razón, Pete. Lo que es seguro es que el señor Vega no ha escrito esta nota. ¿Quién lo habrá hecho?

Pete se metió la nota en el bolsillo para enseñársela a los demás de la familia. Luego preparó un cubo de pienso para el burro, mientras su hermano le llevaba otro cubo con agua. «Domingo» quiso salir del garaje con ellos.

—Echa de menos su ejercicio de hoy, porque no vinimos en seguida de salir de la escuela —dijo Pete—. Ven, muchacho, que haremos una carrera.

Pete se sentó sobre «Domingo», sin siquiera ponerle la albarda y los dos salieron veloces. ¡Qué pronto lamentó Pete haber montado a pelo sobre el animal!

—¡Eh, «Domingo», tranquilízate!

Pero el burro lo estaba pasando demasiado bien para hacer caso de nadie y corrió calle abajo, tan de prisa como pudo, con Pete aferrado a su ronzal.

—¡Basta! ¡Basta! —gritaba el chico.

Por fin «Domingo» se decidió a volver. ¡Y qué contento estuvo su jinete de que así lo hiciera! Pete entró en casa cojeando, y puso una almohada en la silla antes de sentarse para hacer los trabajos escolares. Enseñó a la familia la nota que acababa de encontrar y el señor Hollister la leyó, frotándose, pensativo, la barbilla.

—Realmente, es un misterio —dijo—. No cabe duda de que «Domingo» tiene un secreto.

—Pero nosotros lo resolveremos —declaró Pam, muy decidida, mientras preparaba sus trabajos. Y cuando acabó de estudiar dijo a su padre—: Papá, ¿has puesto el anuncio en el periódico, advirtiendo que la gente podrá comprar a precio especial los regalos de Navidad para niños pobres?

—No, hija. ¿Quieres redactarlo tú misma?

—Sí, papá. Pero antes voy a repasar la lección con Pete.

Pete y Pam se ayudaban, muchas veces, a hacer los deberes del colegio, Pam tomaba las lecciones a Pete y él repasaba los problemas de aritmética de su hermana.

Cuando hubieron concluido, aquella noche, Pam se sentó a redactar el anuncio. Al terminar, se lo mostró a Pete:

SEA USTED TAMBIÉN PAPÁ NOEL

… COMO EL QUE SE ENCUENTRA EN EL CENTRO COMERCIAL.

¡AYÚDENOS A LLENAR EL TRINEO CON REGALOS PARA AQUELLOS QUE SON MENOS AFORTUNADOS QUE USTED!

EL CENTRO COMERCIAL LE OFRECE PRECIOS ESPECIALES PARA LOS REGALOS DEL TRINEO.

NOSOTROS NOS ENCARGAREMOS DE EMPAQUETAR LOS REGALOS DEBIDAMENTE Y EFECTUAR SU ENTREGA EN LA NOCHEBUENA.

Después de leerlo, Pete exclamó:

—Es un anuncio fantástico, Pam. Ya verás cuando papá lo lea.

Los dos corrieron a la sala, donde el señor Hollister estaba leyendo el periódico, y le mostraron el escrito.

—Magnífico, Pam —dijo el padre—. Muy bien pensado. Podríais ir vosotros mismos a llevarlo a «El Águila de Shoreham», mañana por la mañana.

Al día siguiente, Pete y Pam salieron antes de la hora del colegio, para ir a dejar el encargo del anuncio en las oficinas del periódico. Como Pete había notado la tarde anterior, el tiempo era mucho más frío, y los dos hermanos caminaron soportando el fuerte azote del viento, que les daba de frente. El resultado fue que Pete, que casi no veía por dónde iba, chocó con un árbol.

—¡Ay, pobre árbol! —bromeó Pam, haciendo sonreír a Pete.

A pesar de todo, no tardaron en llegar al edificio de «El Águila de Shoreham».

—Mira quién está ahí, Pete —dijo la niña.

Frente a ellos, en el mostrador de registro de anuncios, se encontraba Joey Brill. Llevaba una cuartilla de papel en la mano y hablaba con una joven empleada.

—El señor Tash quiere poner este anuncio mañana, pidiendo un Papá Noel.

De repente, el chico se volvió en redondo y los ojos casi se le salieron de las órbitas cuando vio a los Hollister.

—Conque siguiéndome, ¿eh? —dijo el chico en tono antipático—. Vosotros siempre haciéndoos los detectives. ¡Pues no vais a saliros con la vuestra!

—¿Salimos con la nuestra? —dijo Pete.

—Eso he dicho. ¡Pero el señor Tash va a tener un Papá Noel, con su trineo y sus renos, y va a ser dos veces más grande que el vuestro!

Dicho eso, Joey abrió la puerta y salió a la calle.

—Apuesto a que no encontrará ninguno —dijo Pete, mientras entregaba el anuncio a un empleado.

Pam siguió preocupada, durante las horas del colegio, pensando en aquello, aunque su hermano lo olvidó por completo.

Cuando los cuatro hermanos se reunieron, al terminar las clases, Pete propuso:

—¿Por qué no vamos a patinar? El hielo está estupendo ahora.

Ricky dijo que sí en seguida y los dos chicos corrieron a casa a buscar sus patines para hielo. Pronto se encontraron deslizándose sobre la helada superficie, describiendo eses y ochos, y persiguiéndose en círculo.

Pam y Holly se entretuvieron unos momentos en casa de los Hunter. Cuando llegaron a su casa encontraron a Sue que salía corriendo del garaje.

—¡Pam! ¡Holly! —gritó la pequeñita, corriendo hacia sus hermanas—. ¡A «Domingo» le pasa algo muy malísimo!

—¿Qué quieres decir? —preguntaron las dos mayores, asustadas.

—«Domingo» está… está temblando… temblando.