La alarma mental de Rowan la arrancó del sueño justo antes de las cinco de la madrugada. Se quedó tumbada, con los ojos cerrados, haciendo inventario. El cuerpo magullado, rigidez en las extremidades y un hambre canina, pero nada grave o inesperado. Salió del saco de dormir y, a oscuras, estiró sus músculos doloridos. Se permitió imaginar una ducha caliente, una Coca-Cola helada y una de las tortillas completas de Marg.
A continuación salió a rastras de la tienda para afrontar la realidad.
El campamento seguía durmiendo, y podía hacerlo, calculó ella, aproximadamente durante una hora más. Al oeste, el fuego teñía el cielo de un rojo sucio. Aquella luz invitaba a esperar, pensó. A esperar la batalla del día.
Bien, estarían preparados.
Alivió la sequedad de la boca con agua y la escupió. Aprovechó el resplandor de la hoguera para coger algo de comida y la acompañó con un café instantáneo que detestaba pero que necesitaba mientras revisaba sus mapas. La quietud no duraría mucho, así que la empleó para planificar las tareas y las indicaciones, para organizar equipos y herramientas.
Se comunicó por radio con la base para solicitar un informe de la situación y la previsión meteorológica, mientras garabateaba notas y esbozaba mapas de operaciones.
Al alba, había organizado sus herramientas, había reaprovisionado su bolsa y había engullido otro sándwich y una manzana. Despierta, preparada y llena de energía, se recogió en su pequeño reducto de tiempo a solas.
Contempló cómo el bosque cobraba vida en torno al campamento dormido. Como salidas de un cuento de hadas, las sombras de una pequeña manada de alces se deslizaron a través de las brumas matinales velando los árboles como volutas de humo. Hacia el este, el brillo trémulo del sol naciente formaba un halo en torno a la cresta, cubriéndola de oro fundido. El resplandor seguía por el límite forestal, reflejando su destello oscilante en el arroyo y rozando el verde del valle situado más abajo.
Los pájaros entonaban sus cantos matinales, mientras sobre su cabeza, en el cielo que se despertaba, un halcón remontaba el vuelo, ya de caza.
Esa, pensó Rowan, era una razón más para hacer lo que hacía, a pesar de los riesgos, del dolor, del hambre. En su opinión, no había nada más mágico ni más intensamente real que el amanecer en plena naturaleza.
Lucharía más allá del agotamiento junto a los mejores hombres y mujeres que conocía para protegerlo.
Cuando Cartas salió de su tienda, Rowan sonrió. Parecía un oso que se hubiese pasado la hibernación revolcándose en hollín. Con el pelo enmarañado y formando sucios pinchos y los ojos vidriosos de fatiga, la saludó con un gruñido antes de alejarse tropezando en busca de un poco de intimidad para aliviar la vejiga.
El campamento empezó a despertar. Más gruñidos y crujidos, más ojos aturdidos y legañosos a medida que los bomberos paracaidistas se servían comida y café. Gull salió con la cara ensombrecida por el hollín y desaliñado. Pero tenía los ojos brillantes, observó Rowan, y la miró un instante antes de alejarse hacia los árboles.
—Ya se está levantando viento —comentó Gibbons, situándose junto a ella con su taza de café.
—Sí. —Rowan miró hacia las columnas de humo que subían hacia el cielo; los tonos naranja y oro surcaban llameantes el rojo. Como el cielo, la magia y el campamento, el dragón despertaba—. Hoy no recibiremos ninguna ayuda de los dioses de la meteorología. El viento es variable, de quince a veinte, y las condiciones se mantienen secas, con las temperaturas por encima de los veintiséis grados. El fuego se alimentará de eso.
Rowan sacó sus mapas dibujados a mano.
—Contuvimos el flanco aquí, pero perdimos terreno en nuestra fuente de abastecimiento de agua, y cuando el fuego llegó a la cima barrió esta zona. Los del cuerpo de especialistas combatieron allí y obligaron al fuego a retroceder más o menos hasta aquí, pero las llamas se volvieron hacia ellos a medianoche, y entonces tuvieron que dar marcha atrás y retirarse hasta este cortafuegos.
—¿Hubo algún herido?
—Quemaduras leves, chichones y cardenales. No hubo que evacuar a nadie —respondió Rowan, echando un ojeada a Gull por encima del hombro—. Están acampados aquí —añadió, desplegando el mapa principal para mostrárselo a Gibbons—. Me estoy planteando si podríamos bombear agua sobre la cabeza más o menos desde aquí y abrir una línea de defensa a lo largo de este sector, cruzar el punto bajo del cortafuegos del cuerpo de especialistas y luego atravesar. Nos situaremos en la cabeza del incendio mientras ellos combaten el centro. Podríamos acorralarlo. Es una subida muy dura, pero ahogaríamos la cola, bloquearíamos el flanco izquierdo y al reunirnos con el operativo de bombeo cortaríamos la cabeza.
Gibbons asintió con un gesto.
—Vamos a tener que defender este cortafuegos de aquí —dijo, señalando con un dedo en el mapa—. Si el fuego atraviesa esto, podría barrer el otro lado. Entonces sería la cuadrilla del cortafuegos la que quedaría acorralada.
—Ayer exploré esa zona. Hay un par de lugares seguros, y esta mañana nos envían más paracaidistas. Seremos más de cuarenta. Quiero a diez en la cuadrilla del agua, y que tú te pongas al frente, Gib. Eres condenadamente bueno con la manguera. Llévate a los nueve que quieras.
—De acuerdo —contestó Gibbons, volviéndose un instante a mirar el fuego—. Parece que la tregua ha terminado.
—¿Dónde me pongo? —preguntó Gull a Rowan cuando Gibbons se alejó para escoger a su cuadrilla.
—En el cortafuegos, a las órdenes de Yangtree. Debéis defender esa línea, o necesitarás esos pies tan rápidos que tienes. Si el fuego se sitúa a vuestras espaldas, os largáis cresta arriba hasta el área quemada. Aquí —le dijo, mirándole a los ojos y apoyando un dedo en el mapa—. ¿Lo has entendido?
—La defenderemos, y así podrás invitarme a una copa.
—Defiende la línea, llévala hasta la cuadrilla del agua, y tal vez lo haga. Coge tu equipo.
Rowan se dirigió hacia la hoguera y alzó la voz:
—Escuchad, chicos y chicas, es hora de demostrarle a ese fuego quiénes somos.
Recorrió parte del camino subida a un buldózer y luego se apeó de un salto para seguir en una marcha agotadora mientras comprobaba personalmente el avance del cuerpo de especialistas.
—Winsor, ¿verdad? Tripp —le gritó al hombre flaco y de rostro sombrío por encima del rugido de las sierras. El fuego lanzaba su amenaza ronca mientras el calor abrasador hacía cosquillas en la piel—. Tengo a una cuadrilla abriéndose paso para cruzarse con vosotros. Tal vez antes de la una de la tarde.
Una ojeada al operativo confirmó sus sospechas. Habían restado importancia a las heridas. Rowan hizo un gesto hacia uno de los hombres, que blandía una Pulaski. El rostro le brillaba de sudor, rojo y en carne viva bajo las cejas chamuscadas.
—Estuviste cerca, ¿eh?
—Demasiado. El viento empezó a jorobarnos, y el fuego cambió de dirección en un momento y vino directo hacia nosotros. Soltó esa sonora carcajada, ya sabes a qué me refiero.
—Sí. —Era un sonido que helaba las entrañas—. Sí, ya lo sé.
—Dimos marcha atrás. No veíamos nada a través del humo. Te juro que nos persiguió como si quisiera jugar al escondite. Olí mi propio pelo quemándose. Nos salvamos por poco.
—Ahora lo estáis conteniendo.
—Los chicos trabajarán hasta caer rendidos, pero si no acabamos con esa cabeza, creo que nos envolverá y lo intentará otra vez.
—Ahora estamos bombeando sobre ella. Voy a preguntarle al jefe de brigada si quiere otra descarga —dijo Rowan, situándose de cara al muro de fuego mientras la ceniza se arremolinaba a su alrededor como si fuese nieve—. Subestimaron este incendio, pero acabaremos con él. Recuerda que mi cuadrilla se reunirá con la tuya sobre la una.
—¡Quédate tranquila! —le dijo el hombre cuando ella ya se iba.
Rowan regresó, llenándose los pulmones al entrar en una zona más despejada. En movimiento, siempre en movimiento, habló con sus efectivos, con la base, con el coordinador del incendio. Después de saltar un arroyo estrecho, se dirigió de nuevo hacia el oeste. Entonces se paró en seco al ver que un oso se cruzaba en su camino.
Contuvo el impulso de correr; sabía que no debía hacerlo. Pero sus pies le pedían moverse.
—¡Oh, vamos! —dijo en voz baja—. Hago esto por ti también. Apártate.
El corazón le latió con fuerza mientras el oso la observaba; después de todo, correr no era una idea tan estúpida. Entonces el animal balanceó la cabeza hacia otro lado como si se aburriese de ella y se alejó caminando pesadamente.
—Adoro la naturaleza y todo lo que contiene —se recordó a sí misma cuando acumuló la saliva suficiente para tragar.
Caminó otro medio kilómetro antes de que su corazón se tranquilizase. Aun así, fue lanzando alguna ojeada cauta por encima del hombro hasta que oyó el zumbido sordo de las motosierras.
Aceleró el ritmo y se encontró con el nuevo cortafuegos.
Después de que Yangtree la pusiera rápidamente al corriente, se incorporó al cortafuegos. Les dedicaría una hora antes de volver a subir.
—Bonito día, ¿verdad? —comentó Gull mientras cortaban en pedazos un árbol abatido.
Ella alzó la mirada. A través de algunos huecos en el humo, vio que el cielo era de un azul intenso.
—Precioso.
—Ideal para un picnic.
Rowan apagó a pisotones un foco secundario del tamaño de una bandeja que ardía a sus pies.
—Que sea un picnic con champán. Siempre he querido hacer uno de esos.
—Lástima que no haya traído una botella.
Rowan se conformó con agua y luego se limpió la cara.
—Vamos a hacerlo. Empiezo a sentirlo.
—¿Te refieres al picnic?
—El incendio es un poco más prioritario. Tienes buena mano con la sierra. Sigue así.
Se fue a consultar los mapas otra vez con Yangtree y luego, tras abrir el envoltorio de una galleta de chocolate, se metió de nuevo en el humo.
Mientras engullía la galleta pensó en el oso y se dijo que ya debía de haberse alejado hacia el este. Logró ascender hasta la cresta, y al llegar al cortafuegos del cuerpo de especialistas comprobó la hora que era.
Mediodía. Llevaban cinco horas trabajando y habían progresado mucho.
Con una sensación de quemazón en las piernas temblorosas, fue a comprobar cómo iban las bombas.
Arcos de agua golpeaban el incendio como flechas líquidas destinadas a matar. Rowan cedió unos instantes y se inclinó hacia delante, apoyando sus manos en los muslos doloridos. No podía decir cuántos kilómetros había recorrido aquel día, pero notaba cada centímetro recorrido.
Se obligó a levantarse y fue hasta donde estaba Gibbons.
—El cortafuegos de Yangtree avanza a buen ritmo. Debería encontrarse con el cuerpo de especialistas en menos de una hora. El fuego ha tratado de menear la cola, pero lo tienen controlado. Los bomberos de Idaho están alertados por si necesitáis a más gente en las mangueras.
—Lo estamos conteniendo. Vamos a bombearle encima con fuerza y a cruzar esta faja de tierra. Si reducís estas líneas y las atravesáis, podremos con él.
—Quiero utilizar las mechas y provocar un contrafuego aquí —dijo Rowan, sacando su mapa—. Podríamos doblarlo sobre sí mismo, así se quedaría sin combustible.
—Me gusta la idea, pero tienes que decidir tú.
—Pues voy a hacerlo —confirmó ella, sacando la radio—. Yangtree, adelante con el contrafuego. Coge a diez hombres y llévatelos arriba. Ahora bajo dando un rodeo. Sigue ahogando a ese cabrón, Gib.
Rowan introdujo calorías en su organismo con una barrita energética y se hidrató con agua mientras volvía atrás. Se consideró afortunada por no repetir su encuentro con un oso. Nada se movía entre la vegetación. Atajó por una senda en la que aún se erguían los árboles, esos árboles que luchaban por salvar, y en la que las flores silvestres asomaban la cabeza hacia el cielo cubierto de humo. Los pájaros habían alzado el vuelo, así que ninguna canción, ningún parloteo interrumpía el silencio.
Pero el fuego refunfuñaba y gruñía, lanzando sus llamas hacia arriba como puños y pies cargados de ira.
Rowan siguió el flanco, pensó en las flores silvestres y conservó la esperanza mientras caminaba hacia la quema controlada que había ordenado.
A las órdenes de Yangtree, Gull abandonó el cortafuegos para ocuparse de los focos secundarios que el incendio principal escupía al otro lado de la línea. La mayoría de sus compañeros de cuadrilla estaban demasiado fatigados para conversar, y como intentaban ir a toda velocidad el aliento para la charla resultaba limitado.
El agua que consumían salía a raudales en forma de sudor; la comida que ingerían se quemaba enseguida y dejaba un hambre constante y persistente.
El truco, y Gull lo sabía por los años pasados en el cuerpo de especialistas, era no pensar en ello, en nada que no fuese el fuego y el siguiente paso para extinguirlo.
—Coged vuestras mechas —ordenó Gibbons con una voz áspera a causa de los gritos y el humo—. Vamos a quemarle el culo y obligarlo a retroceder hasta que se devore a sí mismo.
Gull miró hacia atrás, en dirección a la retaguardia. Su cortafuegos resistía; haberse cruzado con el del cuerpo de especialistas le cortaba el flanco… de momento. Ardían focos secundarios por todas partes, pero allí no se apreciaba el habitual borde de vapor.
Gull consideró acertados la estrategia y el momento elegido para el contrafuego. Pese a la fatiga, se alegró cuando Yangtree lo sacó de la línea de defensa y lo envió con una cuadrilla a controlar el contrafuego.
Junto con los demás, cogió sus herramientas y dejó el cortafuegos.
Vio las flores silvestres que también había visto Rowan, los agujeros que los pájaros carpinteros habían hecho en el tronco de un abeto de Douglas y los excrementos de un oso —de los grandes—, que lo llevó a escrutar el bosque brumoso. Por si acaso.
Encabezando la fila, Cartas cojeaba un poco mientras se mantenía en contacto por radio con Rowan y con otros jefes de cuadrilla. Gull se preguntó dónde y cómo se habría lesionado, pero no pudo averiguarlo, pues no paraban de avanzar, y a paso rápido.
Oyó el murmullo de un buldózer. La máquina avanzaba entre la bruma, recogiendo maleza y árboles pequeños. Rowan se apeó de un salto mientras el buldózer se abría paso dando tumbos a lo largo de un nuevo cortafuegos.
—Vamos a trabajar detrás del cortafuegos abierto con el buldózer. Tenemos mangueras —dijo la joven, señalando la carga que había ordenado lanzar en paracaídas—. Ese arroyo es la fuente de abastecimiento de agua. Quiero que rodeéis el contrafuego por aquí para que se consuma cuando retroceda. Permaneced atentos a los focos secundarios. Los ha estado escupiendo por todas partes.
Miró a Gull.
—¿Sabes manejar la manguera tan bien como manejas la sierra?
—Eso dicen.
—Tú, Matt, Cartas. Vamos a bombear. Todos los demás, atacad esos salientes.
Le gustaban las mujeres que tenían un plan, pensó Gull mientras se ponía manos a la obra.
—Lo encenderemos cuando os dé la señal. —Rowan le ofreció a Cartas una de las galletas de manteca de cacahuete que llevaba en su bolsa—. ¿Estás herido?
—No es nada. He tropezado con mis pies.
—Con los míos —corrigió Matt—. Me he puesto en medio.
—Mis pies han tropezado con sus pies. Ha habido algunos momentos de locos en el cortafuegos.
—Como si ahora estuviese tranquilo. Empapadlo todo bien —les ordenó—. Todo lo que esté delante del cortafuegos, empapadlo a fondo.
Manejar una manguera de incendios requería músculo, estabilidad y sudor. Al cabo de diez minutos, y tras haberse pasado horas en el cortafuegos y en la línea de defensa, los brazos de Gull dejaron de dolerle y simplemente quedaron entumecidos. Se armó de valor e impulsó los arcos de agua sobre los árboles, empapando hasta el suelo. Por encima del estrépito de la bomba, la sierra y el motor, oyó que Rowan gritaba la orden para el encendido.
—¡Allá va!
Gull contempló cómo el cohete se encendía y estallaba.
Efectos especiales, pensó, no hay nada igual, mientras las llamas se alzaban como flechas y prendían en el bosque. Se oyó un intenso rugido que, si Dios estaba de buenas, atraería al dragón.
—¡Aguantad aquí! No le daremos ni un metro más.
En la voz de Rowan oyó lo mismo que sentía él: asombro y determinación, y una nueva energía que corrió por su sangre como si fuese una droga.
Otros gritaron también, contaminados por la misma droga. Del suelo se levantó un vapor que se mezcló con el humo mientras empujaban hacia delante el contrafuego. Varias pavesas salieron despedidas, pero se apagaron crepitando sobre la tierra mojada.
Aquello era ganar. No solo doblar una esquina, no solo defender el terreno, sino ganar. Pasó una hora entre el humo, el vapor y un calor infernal, y luego otra, hasta que el incendio empezó a aflojar, esta vez derrotado.
Rowan se acercó corriendo a la línea de mangueras.
—Se ha replegado. La cabeza está cortada del resto y bajo control. Los flancos están retrocediendo. Apagadlo. Está acabado.
El fuego se iba retirando por rachas, debilitado. Al anochecer apenas chisporroteaba. El ruido de la bomba cesó, y Gull dejó caer los brazos agotados. Rebuscó en su mochila y encontró un bocadillo que había metido en ella al alba. No le supo a nada, pero como le había despertado el hambre, deseó haber cogido más de aquello, fuera lo que fuese.
Caminó hasta el arroyo, se quitó el casco y lo llenó de agua. La sensación que le causó aquella lluvia fría al caer sobre su cabeza y sus hombros le pareció casi tan buena como el sexo.
—Buen trabajo.
Miró a Rowan, volvió a llenar el casco y se levantó, arqueando una ceja. Ella se echó a reír, se quitó también el casco, alzó el rostro y cerró los ojos.
—¡Oh, qué bien sienta! —dijo suspirando cuando Gull le echó el agua por encima. Parpadeando, la muchacha abrió unos ojos de un azul transparente y fresco—. Lo haces muy bien para ser un novato.
—Tú lo haces muy bien para ser una chica.
Ella volvió a reírse.
—De acuerdo, estamos empatados —dijo, levantando la mano.
Gull volvió a arquear una ceja y su sonrisa fue más amplia, pero Rowan negó con la cabeza.
—Estás demasiado asqueroso para darte un beso, y yo sigo siendo la jefa de incendio en esta línea. Una palmada es todo lo que conseguirás.
—Está bien —respondió él, chocando los cinco con Rowan—. Ya conteníamos el incendio, estábamos echándolo un poco hacia atrás, pero lo hemos vencido en cuanto has ordenado el contrafuego.
—Me pregunto si debería haberlo ordenado antes —comentó, encogiéndose de hombros—. Aunque no tiene sentido que me lo plantee. Lo hemos apagado. —Se puso el casco y levantó la voz—: Muy bien, chicos, limpiémoslo todo.
Arrancaron raíces, pisotearon brasas, talaron salientes humeantes. Cuando acabó la última fase de la lucha, recogieron sus cosas, casi dormidos de pie, y se echaron al hombro las herramientas y el equipo. Nadie habló durante el breve vuelo de regreso a la base; la mayoría estaban demasiado ocupados roncando. Unas treinta y ocho horas después de que sonase la sirena, Gull entró a rastras en los barracones y dejó caer su equipo. De camino a su habitación tropezó con Rowan.
—¿Qué te parecería tomar una última copa?
Ella soltó una carcajada. Gull supuso que ella había apoyado una mano en la pared simplemente para mantenerse en pie.
—Una cerveza fría podría sentarme bien, pero creo que eso es una indirecta para referirte al sexo. Y aunque tuviese el cerebro lo bastante reblandecido para decir que sí, no creo que se te empinase esta noche, en fin, hoy, o esta mañana.
—Discrepo enérgicamente, y estaría dispuesto a apoyar mis palabras con una demostración.
—¡Qué dulce! —replicó Rowan, dándole una palmadita en el rostro mugriento—. Pero voy a pasar. Buenas noches.
Rowan se deslizó en su habitación y él continuó hasta la suya. Una vez que se quitó la chaqueta y los pantalones apestosos y cayó boca abajo encima de su cama, aún sucio, apenas tuvo tiempo de alegrarse de que ella no le hubiese tomado la palabra antes de caer rendido.
Desde el catre de su despacho, donde solía quedarse a dormir cuando Rowan tenía un incendio de noche, Lucas oyó salir al avión de transporte. Lo oyó regresar. Aun así, no se relajó del todo hasta que su teléfono móvil le indicó que tenía un mensaje de texto.
Se puso muy feo, pero lo apagamos. Estoy bien. Te quiero. Ro.
Dejó el teléfono a un lado, se acomodó y se durmió tranquilo por primera vez desde que había sonado la sirena.
Lucas saltó con un grupo madrugador de ocho personas, posó para las fotos, firmó folletos y luego comentó durante un rato la posibilidad de practicar la caída libre con dos miembros del grupo.
Cuando los acompañaba para que Marcie los apuntase, se quedó atónito. Ella Frazier, la pelirroja de los ojos verdes, se volvió para sonreírle.
Con sus hoyuelos.
—Hola otra vez.
—Ah…, otra vez —consiguió decir, nervioso—. Humm, Marcie los llevará junto al resto y les dará día y hora —le dijo a la pareja que lo acompañaba.
—Les he visto tirarse. —Ella volvió su sonrisa hacia ellos—. El otro día yo hice mi primer tándem. Es increíble, ¿verdad?
Lucas intentaba no mover los pies de un lado a otro mientras Ella charlaba con sus alumnos más recientes.
—¿Tienes un momento para mí? —le preguntó la mujer.
—Claro. Claro. Mi despacho…
—¿Podríamos salir a caminar? Marcie me ha dicho que ahora tienes dos tándems más. Me encantaría mirar.
—De acuerdo.
Le sostuvo la puerta abierta y luego se quedó sin saber qué hacer con las manos. ¿Metérselas en los bolsillos? ¿Dejarlas a ambos lados del cuerpo? Le habría gustado llevar una tablilla sujetapapeles para mantenerlas ocupadas.
—Sé que hoy estás muy atareado, así que seguramente debería haber llamado.
—No hay problema.
—¿Cómo está tu hija? He seguido el incendio en las noticias —añadió la mujer.
—Está bien. De vuelta en la base, sana y salva. ¿Te hablé de Rowan?
—No exactamente —confesó ella, metiéndose el pelo detrás de la oreja mientras ladeaba la cara hacia la de Lucas—. Antes de apuntarme te busqué en Google. Quiero mucho a mi hijo, pero no iba a saltar desde un avión sin saber nada de la persona con la que me tiraría.
—Es normal.
¿Lo ves?, se dijo Lucas. Sensata. Cualquier hombre debería ser capaz de relajarse cerca de una mujer sensata. Una abuela, se recordó a sí mismo. Una educadora, nada menos.
Consiguió destensar los hombros.
—Me decidí por tu experiencia y reputación. Bueno, al grano, Lucas, me preguntaba si podría invitarte a una copa.
Sus hombros se tensaron como muelles demasiado apretados mientras su cerebro se convertía en blando puré.
—¿Perdón?
—Para agradecerte la experiencia y porque me dieses la oportunidad de exhibirme ante mis nietos.
—Oh, bueno —dijo, mientras una oleada de calor le subía por la nuca—. No tienes que… Quiero decir…
—Te he pillado desprevenido, y seguramente te he parecido otra de esas mujeres que pasan por aquí y te tiran los tejos.
—No, ellas… Tú…
—No te estaba tirando los tejos —añadió ella con una sonrisa amplia y alegre—. Pero debo confesar que hay otro motivo. Tengo un proyecto del que me encantaría hablar contigo, y si pudiese invitarte a una copa y ablandarte, creo que te sumarías a él. Si tienes pareja, puedes traer a tu dama.
—No, no la traeré. Quiero decir que no hay ninguna dama. En particular.
—Si no tienes compromisos esta noche, podríamos quedar sobre las siete, en el bar del Open Range. Podría darte las gracias y ablandarte, y tú puedes contarme más cosas sobre la preparación para la caída libre.
Negocios, se dijo. Simplemente negocios. Se pasaba el tiempo hablando de negocios mientras tomaba unas copas. No había ningún motivo para que no pudiese hacer lo mismo con ella.
—No tengo ningún plan.
—Entonces, ¿quedamos así? Muchas gracias —dijo la mujer, tendiéndole la mano y estrechando la suya con energía—. Nos vemos a las siete.
Lucas contempló cómo se alejaba, tan guapa, tan despreocupada… Y se recordó que solo eran negocios.